La tapa del presente número está ilustrada por Eduardo Stupía, quien expresa artísticamente a la justicia. Solemos relacionar la palabra con la estatua que adorna el Hall del Palacio de los Tribunales de Buenos Aires, donde una dama con los ojos vendados sostiene sus manos en equilibrio, simbolizando la necesaria imparcialidad.
También, a la justicia se la representa como una mujer sosteniendo en una mano la balanza y en otra la espada, dejando en claro que una vez que el fiel de la báscula se incline hacia quien tenga la razón, será su espada la encargada de ejecutar lo resuelto. Se dice además que una justicia sin espada no es justicia, y sin equilibrio es tiranía.
Si bien en la superficie podemos comprender de qué hablamos cuando hablamos de justicia y sus consecuencias, es quizá una de las palabras cuyo contenido resulta permanentemente debatido. Es probable que sea sumamente dificultoso acordar entre personas con un bagaje cultural común, el significado de la palabra justicia y de lo que resulta justo en una enorme cantidad de situaciones de la vida cotidiana.
Porque, en definitiva, hablar de la justicia es de alguna manera decidir sobre valores, juicios morales y la manera de vivir la vida. El Iluminismo y las ideas liberales trastornaron hasta sus cimientos la idea de justicia y derecho natural como aquello que, como explica Santo Tomás de Aquino, se nos imparte por medio de la naturaleza y puede conocerse a través de la razón. La justicia pierde su característica de verdad, para tornarse una norma procesal, donde se estipulan determinadas reglas para acordar políticamente aquello que en definitiva se transformará en su contenido.
John Rawls, que escribió su famosa Teoría de la Justicia en el siglo XX, la define como fairness, en donde interactúan los principios de libertad y de igualdad de oportunidades. Este autor, en Liberalismo Político, aclara que la justicia como fairness es una definición política, aspirando a que quienes participan de esta perspectiva sean neutrales y no impongan a los demás su visión de lo bueno. Rawls define como una “visión de lo bueno” a los sistemas de reglas morales y/o religiosas. El “consenso superpuesto”, entonces, se dará entre aquellos que estén dispuestos a renunciar a imponer su visión de lo bueno a los demás miembros de la sociedad.
La teoría de Rawls fue criticada por visiones comunitaristas, que –resumidamente– le señalan la ambición de neutralidad como imposible. En definitiva, según Alasdair MacIntyre, el desacuerdo moral y político es “endémico” y no puede resolverse mediante el paradigma liberal de la neutralidad.
Dos muy breves e incompletos ejemplos de los que significa hablar de la justicia. En la superficie, un esquema conocido: aquel poder del Estado que está facultado para resolver de manera definitiva las controversias entre particulares. Un magistrado, que se supone imparcial, zanja un conflicto y adjudica un derecho o impone una sanción. “Se hizo justicia” solemos escuchar cuando se aplica una sentencia penal a quien dañó a otros.
No obstante, el enorme desafío es debatir –y acordar– qué entendemos por justicia, a la hora de definir aquello que un juez tiene que aplicar. ¿Por qué razón un juez me obliga a pagar un impuesto, si considero que resulta disparatado, inmoral o falto de toda razonabilidad? Otro ejemplo: cuando el Congreso en nuestro país vota la ley de presupuesto y dispone que una enorme cantidad de dinero se destine a financiar la educación universitaria que aprovechan en general los sectores más acomodados, podría significar para algunos un dispendio innecesario de recursos. En definitiva: una “injusticia”. Los ejemplos podrían seguir hasta el infinito.
La respuesta a estos interrogantes en general es sencilla: porque una ley así lo dispuso y es el Estado el único sujeto legitimado para aplicarla, con fundamento en la legitimidad que el ciudadano le otorga a través del voto y la aceptación de las instituciones que lo rigen. No obstante, el debate sobre las razones de esa eventual norma es lo que genera mayores desacuerdos.
Esto nos lleva a otro problema planteado por la filosofía del derecho: no todo Estado cuyas reglas de reconocimiento (siguiendo a H.L. Hart) son válidas, tiene como resultado normas “justas”. Es el caso del Estado alemán de la década del ‘30, o el sistema sudafricano de apharteid, o la validación constitucional en los Estados Unidos de la fórmula “separados pero iguales”, que resultó revertida en la década del ‘50 del siglo pasado. Normas legalmente válidas, pero cuyo contenido, con la óptica del presente, resultan intrínsecamente injustas.
El debate resulta apasionante y se renueva día a día. No hay, o resulta enormemente dificultoso, acordar el contenido de la palabra justicia. Si la definición es formal, o depende de la validez de un sistema para legitimarla, la experiencia nos muestra resultados complejos.
Una definición sustancial, en tanto, como aquella que dispone que una visión de lo bueno (cualquiera sea: moral, religiosa, política) es lo que debería significar la justicia, resulta de enorme complejidad. En este sentido, creo que asiste razón a MacIntyre cuando sostiene que el desacuerdo es “endémico”.
Sin embargo, la historia presenta una senda que merece la pena valorar. Hay, en documentos fundantes de la modernidad, ideas de justicia que provocan un sólido consenso al menos en Occidente: libertad política, igualdad estructural de oportunidades, libertad de conciencia, el Estado como árbitro, la protección de los que menos tienen, la legitimidad del ciudadano como titular de la soberanía, entre muchos otros.
Ideas que se manifestaron en las Revoluciones Americana y Francesa pero que se fueron gestando mucho antes, necesitan continuar en su camino. La justicia, entonces, es una concepción que dialoga con la historia mediante el ejercicio efectivo y sistemático de los derechos y obligaciones en el marco de sistemas republicanos y democráticos. Esto permite –lentamente– consolidar nociones de justicia que admitan una visión de la persona como un fin en sí mismo, donde la libertad, la igualdad y la fraternidad resultan esenciales.
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Join discussionEl quiebre moral y ético que en los tres poderes solo es posible asimilarlo a través del chiste: “Hoy hace más de 2000 años, que Barrabas quedaba absuelto y Jesús era detenido y luego crucificado.
CONFIRMADO el Juez era Argentino