Fue laica, casada, hija y madre adoptiva, viuda y religiosa. Fundó en Córdoba la comunidad de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús a mitad de siglo XIX, en tiempos en los que a las mujeres casi les estaba vedado elegir y decidir sobre sus propias vidas. Colaboró con la obra del santo Cura Brochero, con espíritu jesuita y férrea voluntad dirigida a acompañar a los más pobres y vulnerables de su tiempo. Madre Catalina fue declarada beata el 25 de noviembre de 2017 luego de comprobarse un milagro realmente extraordinario. En ese contexto conversamos con el arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos José Ñañez, quien acompañó con entusiasmo este acontecimiento de gracia.
Al recibir al cardenal Angelo Amato, delegado papal para esta beatificación, en el aeropuerto de Córdoba, se refirió a la Madre Catalina como “una flor en un jardín”. ¿Por qué?
A fines del siglo XIX y principios del XX tuvimos personas notables en Córdoba en medio de una transformación cultural que vivía la Argentina, con figuras notables como el obispo Esquiú, San José Gabriel del Rosario Brochero, beata del Tránsito Cabanillas, beata Catalina de María, los sacerdotes José María Bustamante y José León Torres, el obispo Toro, y con otro perfil David Luque, que contribuye a la fundación de las hermanas Esclavas y acompaña de alguna manera a la beata Catalina de María. En ese período se fundan seis congregaciones en Córdoba, prácticamente todas dedicadas a la tarea educativa y con un acento en la atención a los más pobres. Junto con ellas también está introducida la causa de una monja contemplativa Sor Leonor de Santa María Ocampo, perteneciente a lo que en Córdoba llamamos “Las Catalinas”. Y ese es el jardín.
¿Cómo vivieron como Iglesia cordobesa el proceso de beatificación de Madre Catalina?
Muy intensamente. Las hermanas se empeñaron en difundir la vida y la obra de Madre Catalina de María y aquí se vio lo positivo de la decisión del Benedicto XVI de que las beatificaciones se hicieran en las Iglesias locales. Lo de Brochero, en alguna medida, era distinto porque el Cura Gaucho tenía ya una trascendencia nacional. Pero no era el caso de Catalina de María, y las hermanas que tienen colegios en buena parte del país, Chile, España y una obra misional en África se esforzaron por dar a conocer su figura. Tuvo repercusión en el clero de la arquidiócesis y en la feligresía en general y se pudo vivir como un acontecimiento que concernía a la arquidiócesis de Córdoba, y no solamente a la congregación. La celebración del 25 de noviembre, día de la beatificación, fue una fiesta.
Usted participó en la Conferencia de Aparecida en 2007. ¿Cómo vivió ese encuentro, que por otra parte hizo conocido al cardenal Bergoglio en el mundo?
El documento de Aparecida es muy lindo, sobre todo si se piensa que fue elaborado en 20 días y por una asamblea formada por más de 200 obispos. Pero lo fundamental fue el acontecimiento. ¿Qué quiero decir? Un grupo de obispos latinoamericanos y caribeños que nos encontramos en un santuario mariano, acompañados por una multitud que no se iba. Es un lugar de peregrinación constante: Aparecida es una ciudad de 35 mil habitantes pero los fines de semana llegan a reunirse allí hasta 150 mil personas. Fue un hecho significativo porque las celebraciones eucarísticas las hacíamos con el pueblo. Y mientras estábamos sesionando en el subsuelo del santuario llegaban los cantos de los peregrinos. Eso creaba un clima especial. Ya Benedicto XVI había dado relevancia al documento de Aparecida y con Francisco esto se hace notorio; él mismo ha dicho que Evangelii gaudium es una síntesis entre Evangelii nuntiandi del beato Pablo VI y el documento de Aparecida. En Aparecida éramos completamente conscientes de los desafíos del mundo actual en su transformación cultural. Benedicto había hablado del cansancio de Europa, el eje de la Iglesia se desplazaba y entraba todo el mundo, como está sucediendo ahora. Pero no había una situación candente o demandante en el ámbito político-social que focalizara la atención. En Aparecida, valorando enormemente el fenómeno de la religiosidad popular, tanto como en Puebla, se decía que había que ser cuidadoso en el sentido de acompañar la religiosidad popular dándole sustento, para que la transformación cultural conservara el fundamento religioso y que se manifestara como expresión popular.
¿Cómo era su relación con el cardenal Bergoglio?
La relación con él fue siempre muy cordial pero se intensificó a partir del momento en que él fue presidente de la Conferencia Episcopal. Me impactó siempre su cordialidad y su sencillez. Siendo él ya sucesor de apóstol san Pedro he tenido algún intercambio epistolar que ha sido muy lindo también y continúa la ayuda: ha nombrado los obispos auxiliares que tengo en este momento, Pedro Torres y Ricardo Seirutti, una ayuda enorme para mí. Tengo solamente palabras de agradecimiento para el papa Francisco.
¿Cómo imagina una visita de Francisco a la Argentina?
El anhelo fundamental es una visita al pueblo de Dios que peregrina en la Argentina. Después vienen todas las especulaciones en lo político, lo sindical, la situación económica o social… ciertamente están presentes, pero lo más importante es cómo el pueblo de Dios vive su fe y su compromiso con el Evangelio. Desde ahí sí hablar de las resonancias en los ámbitos político-económico-social. Escuché alguna vez que visitaría ciudades a las que no fue Juan Pablo II, excepto Buenos Aires, que era su anterior diócesis y es la capital de país. Eso me parecería muy bueno.
En Córdoba están atravesando el 11º Sínodo Arquidiocesano. ¿Qué implica para la arquidiócesis y qué esperan de esta consulta al pueblo de Dios?
Es un acontecimiento sumamente importante; tuve oportunidad de intercambiar unas palabras con el Papa en una audiencia privada y me dio algunos criterios orientadores. Hemos elegido como tema el primer anuncio del Evangelio hoy, con que la cadena en la transmisión de la fe se ha dificultado en algunos casos y en otros se ha interrumpido. Está la constatación de catequistas y docentes de que los chicos llegan a catequesis y al colegio sin tener idea de los fundamentos de la fe cristiana. Evangelii gaudium y Aparecida dicen que el primer anuncio del Evangelio es al que siempre hay que volver: quién es Jesucristo, qué hizo por nosotros y cuál es nuestra respuesta. En 2017 hicimos un encuentro del clero que tenía como lema “Anunciadores anunciados”. Hemos hecho un anuncio, hemos hecho una experiencia y desde allí procuramos hablar; alguien que tuvo una experiencia y busca compartirla. La ilusión que tengo es que de los debates y del intercambio en el aula sinodal surjan elementos que nos ayuden a dilucidar qué es fundamentalmente el primer anuncio, cómo hacerlo, en dónde, quiénes tienen que hacerlo, cuándo. En un primer momento se hizo una consulta a agentes pastorales (obispos, sacerdotes, los fieles más allegados en la tarea eclesial), y luego a personas e instituciones que no participan activamente en la vida eclesial, incluso están alejadas, para que expresen cómo ven la tarea de la Iglesia. También trabajamos con la Asociación Cristiana de Empresarios, escuelas de gestión estatal, centros de jubilados, clubes, el mundo universitario, algunas expresiones de la cultura. Hubo casos de cierta admiración: por qué la Iglesia les preguntaba a ellos.
¿Están en el momento de organización de datos?
En marzo esperamos tener el borrador definitivo. Luego se elegirán los miembros del Aula Sinodal, que son sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos, y entre esos laicos, representantes de los jóvenes. De mayo a agosto se va a estudiar el documento de trabajo y en septiembre y octubre tendremos las sesiones del Sínodo.
¿Qué podemos aportar como Iglesia argentina para favorecer la paz entre las personas y llevar a la buena convivencia?
En el año 2002, en plena crisis, el Dr. Víctor Massuh manifestó ante la Comisión permanente del Episcopado que la Argentina había tenido y todavía tenía la capacidad de integrar personas de distintas nacionalidades, razas, culturas, religiones. Es un dato significativo y hay que cuidarlo. Cuando yo era niño vivía en Carlos Paz; entonces era un pueblito de 1.500 habitantes. Ahora es una ciudad de 70 mil. Yo nací en 1946, en esa época había emigrados del desastre de la Segunda Guerra Mundial: alemanes, españoles, italianos, árabes… Aprendí a vivir en un ámbito donde todos nos tratábamos muy cordialmente y colaborábamos. Después vine a vivir a la ciudad de Córdoba, a un barrio donde había una comunidad judía bien numerosa. Recuerdo a mis padres, enseñándonos que, por nuestras convicciones cristianas, teníamos que ser respetuosos y atentos con los que no compartían nuestra fe. Si queríamos ser más cristianos teníamos que ser considerados. Hemos tenido amigos judíos y ahora yo tengo una relación muy linda con la comunidad judía, con algunos nos conocemos desde adolescentes. Tenemos que exportar nuestra experiencia y no importar problemas. Algunos desencuentros entre musulmanes y judíos se originan en lo que pasa en Medio Oriente. No dejemos que aquello nos influya, más bien llevemos nuestro mensaje: se puede convivir. Le sumaría que, frente a las tragedias que hemos vivido en nuestro país, los credos han generado espacios de oración compartida como forma de acompañar en el dolor, por ejemplo, frente a Cromagnon. El abrazo del papa Francisco junto al Muro de los Lamentos con el rabino Abraham Skorka y Omar Abboud es ejemplar. Se puede convivir en paz y ser amigos a pesar de la diferencias de las tradiciones religiosas. En otros lugares se mata por estas cosas, acá convivimos y somos amigos. Debemos exportar esa experiencia.
Para saber más de Beata Catalina de María: www.madrecatalinademaria.com
Foto: Nelson Pollicelli