Mensaje de Navidad: Se vació a sí mismo (Filipenses 2, 7)

Algunos Padres de la Iglesia consideraban que la Encarnación era el comienzo de la Pasión de Jesús; que ya formaba parte de su misterio pascual. Escribe, en el siglo II, Melitón de Sardes: …habiendo nacido, asumió los padecimientos del que sufre en un cuerpo capaz de sufrir.
Y, sin menoscabo de la alegría para todo el pueblo (Lc. 2, 10), la Tradición ha venerado esa ofrenda dolorosa desde la cuna.
Hay un gran testimonio en los pintores occidentales. Algunos, con piadoso anacronismo, suspendían un crucifijo en algún rincón del pesebre. Otros, colocaban cerca del Niñito un cordero atado, ya preparado para el sacrificio, como símbolo de ese Cordero Inocente que quitaría el pecado del mundo.
Hay un cuadro sorprendente del inglés John Everett Millais, que en 1849 pintó a Jesús niño en el taller de Nazareth, consolado por María y José porque se ha lastimado durante su tarea en la carpintería. La herida es una llaga en la palma de la mano.
Las llagas de Jesús: el gran misterio de su fragilidad humana que permanece. ¿Por qué conservó Jesús las llagas en su cuerpo glorioso de Cristo resucitado? Es el gran símbolo de la paradoja de la redención, la memoria del dolor humano: en la llaga es donde se siente ese dolor, pero también, cuando hay cura y amparo, el alivio. Sin llagas sólo hay superficie, impasibilidad.
Escribió Léon Bloy: El hombre tiene lugares en su corazón que todavía no existen, y para que puedan existir entra en ellos el dolor. Lo supo el Redentor desde el pesebre hasta su resurrección gloriosa, y lo manifiesta en sus llagas.
En Navidad, la fe nos permite adorar la belleza de un hogar que alberga a un niño que desde el inicio sabe lo que se sufre en cada casa.

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