Hacia fines de este año 2017 la Conferencia Episcopal Argentina ha elegido nuevas autoridades. Los obispos que la encabezan no son en cuanto tales más que sus pares y no tienen autoridad sobre ellos. La Conferencia es solamente una instancia de diálogo y coordinación de las tareas pastorales. Sin embargo, quienes la presiden son vistos por la sociedad como la cabeza de la Iglesia católica en la Argentina. Y la elección de uno u otro obispo en cargos clave es signo de tendencias o líneas de pensamiento en el conjunto.
A la conducción saliente, que encabezó con tino y mesura José María Arancedo, le tocó pilotear el barco en la última etapa del gobierno kirchnerista, cuando la brecha entre los argentinos se ahondaba. También le tocó lidiar con un hecho inédito y seguramente irrepetible, la elección de un Papa argentino, que desde Roma siguió teniendo una incidencia en la vida interna de la Iglesia como nunca antes habíamos experimentado, aunque al mismo tiempo se negó inexplicablemente a visitar su patria. Esa influencia se manifestó sobre todo en las designaciones de muchos obispos (hoy ya son treinta, todos en actividad), jóvenes y poco conocidos (incluso hay sacerdotes que fueron designados directamente como arzobispos) y que hoy constituyen un número relevante dentro de una Conferencia más grande que nunca en la historia. Y también se advierte en la remoción de otros. La incidencia de los nombramientos de Francisco se verá en el tiempo.
Dicho sea de paso, los mismos desafíos debió afrontar, y lo hizo con acierto, el nuncio apostólico Emil Paul Tscherrig, que también y coincidentemente termina su misión en la Argentina acompañado por respeto y aprecio unánimes, y ha sido llamado a una tarea compleja cerca del Papa. También él debió ver cómo una multitud de “nuncios” extraoficiales llevaban y traían, real o pretendidamente, mensajes de Francisco e interpretaciones de sus palabras y gestos. Palabras, interpretaciones e intermediaciones que desconcertaron y desconciertan a muchos católicos.
La resistencia del Papa a visitar la Argentina ha sido considerada como un desplante al gobierno de Macri, pero también a una conducción del episcopado que hizo lo indecible por demostrarle cercanía y que reiteradamente lo invitó. Esa interpretación acaso se refuerce si efectivamente viene en 2018, año en que no hay excusa electoral para seguir dilatando el reencuentro. Organizar esa visita es el primer gran desafío para la renovada Conferencia Episcopal.
El candidato natural para conducir el Episcopado era el cardenal Mario Poli, por su jerarquía, su posición previa como vicepresidente, porque vive en Buenos Aires y también porque es el único diocesano que tiene seis obispos auxiliares. Sin embargo, declinó esa posibilidad y continúa en el cargo anterior. El nuevo presidente por primera vez no es un arzobispo: Oscar Ojea, obispo de San Isidro. Se trata de un pastor apreciado por sus pares, con una fuerte impronta social, mesurado pero firme en sus decisiones. La comisión ejecutiva la completa el secretario, Carlos Malfa que, como era previsible, continúa en el cargo; y el obispo de La Rioja, Marcelo Colombo (porteño, abogado, proveniente del clero de Quilmes, lo que dice mucho). Es el más joven del equipo y el que representa la renovación.
En las comisiones episcopales hay muchas caras nuevas, más entre los miembros que en las presidencias. Genera expectativa Jorge Rubén Lugones (jesuita, de Lomas de Zamora) a cargo de la Pastoral Social, la más política de las comisiones, que reemplaza a Jorge Lozano, que no podía ser reelecto pero continúa como miembro. El rector de la UCA, Víctor Fernández, preside la estratégica comisión de Fe y Cultura, y el arzobispo de Rosario, Eduardo Martín, continúa en la también importante comisión de Educación.
Más allá de los nombres y las circunstancias políticas internas y externas, la ocasión es propicia para preguntarse qué desafíos tiene por delante la Iglesia en la Argentina en el porvenir inmediato. Ciertamente son demasiados, pero nos animamos a esbozar algunos.
El nuevo presidente de la CEA expresó su intención de trabajar para superar las divisiones entre los argentinos. Es un desafío enorme que la Iglesia debe encarar no solamente como servicio a la sociedad, sino como necesidad propia. Es que también en la Iglesia existen las mismas divisiones que hay fuera de ella. Allí conviven desde los “curas en la opción por los pobres” –a los que CRITERIO se refirió en un editorial del número anterior–, hasta las familias de los militares ancianos (y católicos) mantenidos en prisión con denuncias de encarnizamiento. No es algo nuevo, pero si no se sanan heridas y se acercan posiciones corremos el riesgo de volver a experimentar enfrentamientos más serios, que en el pasado fueron muy dolorosos, y que monseñor Ojea conoce bien.
Los obispos deberán pensar con cuidado el modo de ejercer ese ministerio de reconciliación y diálogo. Hay entre ellos una tradicional fascinación por formas corporativistas, poco sensibles a la dinámica republicana que invita a dirimir los conflictos en el Congreso y no mediante acuerdos entre sindicatos, empresarios y clérigos, por ejemplo. Ese modelo (que en cierta medida legitima que la Iglesia se siente a la mesa, y ciertamente fue útil en momentos de grave crisis de las instituciones políticas, que no es lo que sucede actualmente) está además, ahora, enrarecido por la irrupción de un nuevo actor: los “movimientos sociales”, que descreen de las mediaciones políticas y privilegian la acción directa, con el agregado de invocar una suerte de bendición o vinculación directa con Bergoglio.
Las divisiones que hay que superar no son solamente políticas e ideológicas, sino también culturales, mucho más profundas. La Iglesia católica, tal vez en todo el mundo pero sin duda en la Argentina, no ha acertado a posicionarse frente a un proceso de secularización arrollador, que se manifiesta en múltiples ámbitos. El magisterio episcopal sigue a menudo evocando una idílica “identidad católica” del “santo pueblo fiel de Dios”, según una expresión cara al papa Francisco pero de incierto significado, donde “pueblo” puede referirse tanto a los católicos como al conjunto de los argentinos. Sin embargo, esa supuesta identidad católica está cada vez más ausente en las instituciones, en las leyes, en las manifestaciones culturales (salvo las expresiones de piedad popular, sobre todo en algunos estratos sociales). No aparece en el arte, en el pensamiento, en los medios, y tampoco en el modo en que la mayoría de los jóvenes encara su vida familiar o forma a sus hijos. La educación católica está en crisis, y muchas familias la eligen no por los valores que transmite (a veces demasiado difusos) sino por una mera cuestión de supuesta calidad académica y de cumplimiento del calendario lectivo. Esta crisis cultural afecta muy seriamente a la Iglesia, que muestra dificultades para comprenderla.
Algo que ha hecho bien la Iglesia en la Argentina (no solamente los obispos) es el trabajo ecuménico e interreligioso. Es, por supuesto, una dimensión a seguir cultivando. Pero hay también una labor que no consiste en el diálogo teológico (siempre necesario) o en la oración, sino en una verdadera política religiosa. Frente a cierto secularismo creciente y a múltiples problemas que presenta la sociedad, las voces religiosas son más potentes si se expresan en conjunto por la construcción del bien común, que necesita de la ética y los valores para ser sustentable.
Frente al Estado, hay una asignatura que la conducción saliente de la CEA ha dejado pendiente y que urge encarar: una revisión del anacrónico sistema de “sostenimiento del culto”, que más allá de su fundamento histórico, ya no es defendible en una sociedad plural. Por supuesto que el Estado está llamado a cooperar con las confesiones religiosas (y recíprocamente), pero ya no se sostiene un privilegio irritante que reconoce aportes directos únicamente para la Iglesia católica. Por supuesto que la reforma económica que la Iglesia necesita va mucho más allá del muy modesto, casi simbólico, aporte estatal. Lo realmente urgente es trabajar para un autosostenimiento fundado en las ayudas generosas de los fieles, que sin embargo tienen como requisito indispensable mayor transparencia y una administración profesional y responsable. Claro que si ha de revisarse la relación con el Estado, también sería oportuno actualizar un concordato que ya ha superado los 50 años. Países como Italia o Brasil han firmado acuerdos modernos y mucho más amplios con la Santa Sede. Esta es una tarea que espera también al próximo nuncio apostólico.
Existe una cuestión muy dolorosa que recién en los últimos tiempos, más por necesidad que por virtud, ha encarado el episcopado: los abusos sexuales de menores por parte de clérigos, de los que nos hemos ocupado en la anterior entrega de la revista. La Argentina llega tarde en este tema. Hay una tarea de prevención que recién ahora comienza, pero la problemática es muy amplia. También aquí el aporte de laicos expertos, en terrenos diversos como la medicina, la psicología, el derecho, la educación y la comunicación, es necesario. Sin olvidar que las consecuencias económicas de este horror pueden ser muy gravosas para la Iglesia.
En fin: los desafíos son muchos. Por ejemplo, cómo formar a un clero cada vez más escaso, con aspirantes que llegan a los seminarios provenientes de esa sociedad secularizada, de familias heridas y con una formación de base muy pobre. Cómo suplir la escasez de clero desarrollando otros ministerios en la Iglesia con creatividad y audacia. Cómo comunicar el mensaje perenne del Evangelio con un lenguaje nuevo y con medios de comunicación que se desarrollan de manera vertiginosa. Cómo adaptar las estructuras eclesiásticas pensadas para una sociedad rural, a la impersonalidad de las megalópolis. Cómo acompañar y cuidar a los más pobres y vulnerables, los predilectos de Jesús, sin caer en un pauperismo ni olvidar al resto de los fieles. Y así podríamos seguir.
Responsables de la Iglesia y de su tarea somos todos, no solamente los obispos. Pero a ellos les compete una responsabilidad principal y singular, y por eso interesa el rumbo que elijan como cuerpo.
8 Readers Commented
Join discussiongracias para meditar
Creo q confiando en ..» las puertas del infierno….» se puede discutir,aportar y pensar todo…..pero con la seguridad .de la promesa y la presencia de Dios en la iglesia……a pesar de todo.
¿cómo no ven la crisis política?¿dónde nos escondemos los ciudadanos católicos?
Si las mediaciones políticas SON MENTIR ANTES DE LAS ELECCIONES no quiero estas mediaciones.
¿qué sienten y SABOREAN los pobres cristianos de las mediaciones políticas?
Propongo una consideración de diálogo a quienes son cristianos católicos: el primer mandato de amor a cada hijo suyo, y por esto es que sigue el segundo, es que Dios nos orienta en todas nuestras actitudes y actos, desnudando en mí mismo esta experiencia: cuando me intenciono en oración, si lo priorizo ante todo, incluyendo a mi propia voluntad en el agradecimiento por existir, mi visión de la realidad tiene la agudeza de sus sugerencias, de la urgencia de lo inmediato como de la urgencia de la inmediato y trascendente que involucra, imprescindible el aquí y ahora: pero seamos justos, esmerémonos en ser cristianos en el Señor con nosotros mismos, pues ahora mismo cada uno sabe en su itinerario de vida, valorar y evidenciar lo que vivimos, que ha de haber causas en el pasado, responsables de las consecuencias presentes y hay personas presentes que son causa de las consecuencias actuales…Y bien está interrogar pero para mostrar con contundencia racional y fundamento real, como mejor se pueda, lo que vivimos y se avisora, claro, así deberá ser siempre entre hijos de Dios que priorizan esta filialidad ante que la fraternidad y antes que el propio gusto de vertirse, ante el DIÁLOGO QUE NOS DEBEMOS DESDE HACE AL MENOS 2000 AÑOS, bueno tal vez, sean tan solo unos cincuenta u ochenta. Tengámonos paciencia fundada en el respeto a Dios mismo que es nuestro Testigo, ante cada católico que se dirige a otro, cómo obrar como adolescentes de la razón y el talante heredado de los apóstoles que se llamaron la atención, porque deseamos VER LO REVELADO, ENTENDER LO QUE PADECEMOS Y EN QUÉ SOMOS AGENTES, DE ENTENDIMIENTO, DE CLARIDAD, ACASO NO DEBEMOS TENER UNA ACTITUD DE INVESTIGADOR PERO CON LA URGENCIA DE UNA DEPLORABLE REALIDAD QUE YO DESEO COMPARTIRLA PARA SER AGENTE, EN SOLEDAD? DE PERSONAS QUE SON INCONDUCENTES Y TRIBUNA? pues bien está, dejar de invertir el tiempo en diálogos sin fundamento o meras opiniones subjetivas: necesito compartir con quienes dicen que son y se ejercen en sus convicciones, con el amor apremiado por la verdad de lo real, la verdad fáctica de los hechos que en las conductas debidas, quienes eran capaces de ejercerlas en su oportunidad, ni se ayudaron ni las actuaron hasta la última pelusa del último rincón, y nos arrastramos como católicos ante ignorantes que se dicen católicos pero son pragmáticos: no hay coherencia ni reflexión ni oración, por qué cedemos ante éstos….Exigimos conductas virtuosas como católicos a personas que son materialistas, empristas y para qué nombrar los errores filosóficos QUE SE CONSTITUYEN EN IDEOLOGÍA RETÓRICA para justificar la voluntad adolescente del capricho de vivir como cada cual la quiera, y peor aún, abierto a como las circunstancias me muestren MI CONVENIENCIA. Por qué, y termino mi intervención pero para dialogar, por qué la rectitud, la disciplina de la sensibilidad, la disciplina del conocer filosófico metafísico, la disciplina de los entornos y de las condiciones pedagógicas católicas para cultivar ahíncadamente la connatural actitud del cristiano orante, han quedado sin ser profundizadas, licuadas a menciones peregrinas sin metódica ni vivencia en lo que se nombra: la iglesia es el cuerpo en una cabeza Santa, pero si una mano se olvida lo sagrado que es el talón, o un ojo pretende acomodarse a ejercerse sin mediar el volúmen como la diversidad del cuerpo que dirige, seremos injustos y ridículos…deseo mostrar que dejamos el espíritu del mundo para ejercer el espíritu de Dios, pero el cuerpo entero de la iglesia se empecina en que es imprescindible seguir las demandas de las modas del hombre adolescente pero ya adulto o anciano, cuando es, y primero los mejores entendidos para vivir el ser dado por JCristo, y por gracia y ejemplo, todo consagrado en los diversos menesteres de la vida, quienes estamos siguiendo los dictados de la muda que se dispara desde las élites imbéciles que dirigen con dinero y con prevendas y privilegios a la mayoría…cuando un hijo de Dios debe fondear la herencia de su familia, de su nación patria, de la sabiduría clásica perfeccionada en la revelación de Cristo y continuando siendo parida virtuosamente, siempre por tan pocos en la evidencia de la unidad del hombre y de Dios en lo real. Mi convicción es que nuestra iglesia teme afrontar asumir la desnudéz con que la fé en la Providencia nos exige vivir y ser, y por consecuencia, asumir compromisos que puedan ser valorados sanamente por quien afronta que al vino nuevo del Señor, no le cabe ni la estructura organizativa de una empresa o de un asesoramiento psicológico…el odre debe ser nuevo, pero su novedad consiste en la eterna bondad de un San Pablo que con ardor pero con la unidad en el Señor, PRIORIZANDO AL DIOS QUE AMAMOS, NOS EJERCEMOS ANTES QUE COMO CUERPO, COMO HIJOS DE DIOS EN LA CABEZA, POR LA CABEZA Y CON LA CABEZA. Una iglesia distraída por el «cuantum dimensional» de los fieles y sus necesidades viciosas, está fuera de lo que nos debemos en este diálogo, que desearía me respondan, por favor, deseo que sean católicos quienes lo hagan. Un abrazo en la verdad. Ricardo Daniel Ferrero
Ricardo Daniel Ferrero. Mucha erudición en la que refugiarse. La tristísima realidad es que la nuevas generaciones nacen cada día, y cada vez son menos los bautizados porque los pastores, y los eruditos, con responsabilidad conjunta o individual, han dejado de «enseñar la doctrina de Cristo. Ella no se agota en el misericordioso » dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, y acoger al peregrino» que era lo principal y de esperar en esas tierras desérticas y en esas lejanas épocas en que Jesús predicó.Pero redondeó con visión de futuro con SU «Amen a su prójimo como a sí mismos»y Vayan y enseñen, (toda la doctrina) a las demás naciones»; naciones actuales por entonces y las nuevas por formarse»Hasta que Yo regrese». Obvio. AMAR es ENSEÑAR y viceversa, como lo hizo Jesús. No refugiarnos hoy en nuestra sapiencia o alto estrado, y quizás vender libros que no llegan a la gente, que ya no lee, o casi no sabe leer y menos interpretar, como es la realidad.Jamás leerían un artículo sesudo, ni siquiera un video de más de 5 o 7 minutos. Despertemos…la cosa debe ser poniendo la individualidad en frente de los hambrientos y sedientos de saber, aunque no lo sepan que son. tal como lo hacían los apóstoles. y entre ellos SAN PABLO, teólogo, filósofo…y psicólogo, HUMILDE, IMPLACABLE. El espantoso resumen, a la vista, es que los cristianos católicos no conocen la doctrina cristiana ni en lo más básico;, ni tan siquiera la mayoría de los que asisten a la Misa saben lo que se desarrolla en el altar, los qué y los porqué. Miremos su actitud, y no se necesita mayor evidencia .Miremos la conducta diaria de los cristianos católicos. Entonces , por fuerza, tenemos que mirar la responsabilidad urgente que cabe desde la mayor jerarquía hasta abajo, pasando por los eruditos de círculos cerrados, a salir, de uno en uno, de «dos en dos», a ENSEÑAR TODA LA DOCTRINA… SIMPLE, COMO LAS PARABOLAS,… Y COMPLETA. Y Jesús nos preguntará .¿Qué has hecho por tu hermano?
No, porque hay censura. Si,Si, No No, dijo jesús.