El poeta italiano Giacomo Leopardi, de sufrida y corta vida, educado con amor y severidad en la biblioteca paterna de la que finalmente huye, y sin haber conocido nunca el cariño de su inflexible y religiosa madre, fue junto con Charles Baudelaire la voz europea de la modernidad, de una multiplicidad que no excluye las contradicciones. El escritor y crítico literario leonés Andrés Trapiello, al comentar el reciente libro del erudito florentino Pietro Citati sobre Leopardi, afirma que su modernidad llama la atención porque no escribía como se supone que lo hacen los poetas modernos, sino como un clásico. Influyó, entre otros, sobre los españoles Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Rafael Alberti.
El Romanticismo, en Italia, tuvo su máxima expresión en la primera mitad del 1800. Nació y se desarrolló con una construcción de pensamiento donde se dieron cita sentimientos de profunda introspección e intensas pasiones patrióticas, que culminarían después en las luchas del Risorgimento.
En torno a finales del siglo XVIII, la Revolución francesa había determinado una divisoria de aguas epocal entre el Iluminismo de 1700 –basado en el valor de la racionalidad– y el de un movimiento espiritual diferente, capaz de producir una nueva y más profunda sensibilidad antropológica. Este movimiento –el Romanticismo– estuvo presente con amplitud en el mundo de la literatura, del arte y de la música, ya que valiosos escritores, artistas y compositores dieron vida a una intensa y proficua actividad cultural. En la literatura italiana el mayor intérprete del Romanticismo fue ciertamente Giacomo Leopardi, reconocido en todo el mundo y cuyas obras fueron traducidas a las muchas lenguas.
El poeta nació en 1798 en Recanati, en Las Marcas, en el seno de una familia acomodada y de noble ascendencia, y murió en Nápoles en 1837. No obstante sus precarias condiciones de salud, logró convertirse en pocos años en un gigantesco intelectual autodidacta, gracias a la extraordinaria biblioteca paterna, y abarcó una multitud de disciplinas del saber humano: literatura, historia, filosofía, griego y latín, ciencias, antropología, mitología, lógica, filología, religiones, lenguas extranjeras y la obra de muchos de sus autores.
Escribió numerosas obras de poesía y prosa. Famosos son sus Cantos, punto culminante de la lírica romántica, con su composición de sentimientos de tierna y conmovedora emotividad y fluida precisión expresiva.
En prosa, cabe mencionar el diario Zibaldone di pensieri, obra voluminosa y multidisciplinar (una miscelánea), de notable ingeniería narrativa y los Opúsculos morales, antología discursiva y muy articulada sobre por sus curiosidades y sus profundizaciones.
La crítica siempre se esforzó por presentar una interpretación no sólo literaria sino también humana del personaje Leopardi. Sin embargo, queda pendiente afrontar de manera completa su sentimiento de velada y laica religiosidad que podría entenderse como una latente y perenne búsqueda de un Dios creador, animador de la vida y de todos sus elementos.
El autor es italiano, profesor de Literatura.
Traducción de José María Poirier
POEMA: L’infinito
Sempre caro mi fu quest’ermo colle,
E questa siepe, che da tanta parte
Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
Spazi di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiete
Io nel pensier mi fingo; ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e il suon di lei. Così tra questa
Immensità s’annega il pensier mio:
E il naufragar m’è dolce in questo mare.
Siempre amado me fue este yermo monte
y este cercado, que por muchas partes
oculta el horizonte a la mirada.
Mas, sentado y mirando, interminables
espacios, más allá, y sobrehumanos
silencios, y una hondísima quietud
mi mente se imagina, casi a punto
del pánico mi alma. Y como el viento
oigo sonar entre estas plantas, ese
infinito silencio yo comparo
con esta voz: lo eterno me recuerda,
las muertas estaciones y la viva
y actual, y su sonido. Así, en esta
inmensidad se anega el pensamiento;
y el naufragar en este mar me es dulce.
Traducción de Horacio Armani
Horacio Armani fue poeta y traductor, académico y ensayista, publicó también en CRITERIO alguno de sus poemas. Cuando escribió sobre «la poesía que queda» nombraba la pasión de Neruda y el dolor de Vallejo, a Garcilaso, Góngora, Dante «ardiendo en el tiempo del disiato riso», a Machado, Eliot, Rubén Darío, Ungaretti, Montale, Cernuda, Guillén, Molinar, Borges y Leopardi «en su infinito». En 2015 se estrenó en Buenos Aires la película italiana Leopardi, el joven fabuloso, dirigida por Mario Martone, con Elio Germano.
La generación romántica europea
La vida de escritor de Manzoni puede circunscribirse a los primeros cuarenta años del siglo XIX; por ello se lo puede considerar casi contemporáneo de Giacomo Leopardi que, habiendo comenzado a escribir en torno a 1820, murió a los 39 años en 1837, y representó otra “respuesta” –a la vez distinta y complementaria respecto a la manzoniana– a las preguntas y los grandes problemas planteados por su atormentada época.
Leopardi fue esencialmente un poeta lírico, más inclinado a poner en el centro su propia intimidad que a inventar y dar voz a personajes ajenos. Más aún, fue uno de los mayores representantes de la floración de líricos que en toda Europa del siglo XIX llevaron hasta sus últimas consecuencias el proceso de interiorización del arte, visto ahora como un libre desahogo de los sentimientos en su irrepetible individualismo.
Una concepción del arte ligada a muchos rasgos esenciales de esa época que podríamos resumir así: extinción de la sociedad aristocrática; predominio de un modo “burgués” de concebir la vida y el arte; necesidad de afirmar los derechos del individuo contra hechos, comportamientos e ideas que podían menoscabarlos; replegamiento del hombre en sí mismo. Una concepción que explica cómo, en sólo unas décadas, la Europa romántica contó con Foscolo y Leopardi en Italia, con Hölderlin y Heine en Alemania, con Byron, Keats y Shelley en Inglaterra, con Hugo, Lamartine, Vigny y Musset en Francia.
Giuseppe Petronio, Historia de la literatura italiana
La crisis
En el año 1819 se produjo su transformación moral y mental: habiendo caído toda esperanza en la vida, cae su fe religiosa. Y desde ese momento su aspiración poética y su energía lógica, la vida más sagrada en que se refugió y que era la Palabra, no hicieron más que profundizar y variar temas interiores que así aclaraban el dolor que encerraban y se apaciguaban, y hasta acogían ilesas las alegrías que se contraponían innatamente a aquellos dolores, y que en el reino de los dichosos errores y de las ilusiones traducidas en poesía tuvieron el mismo poder de aquellos motivos dolientes. De ese modo, aun en sentido activo, Leopardi, al refugiarse en el reino de la palabra, se substraía a lo terrestre y al dolor.
La grandeza de este poeta no consiste en haber sufrido sus males con despreciativa desesperación (ni siquiera los mártires son poetas por el martirio); sino en haberlos representado como un momento universal de la humana familia: haber hecho de su dolor, en una pausa divina, la felicidad lírica de su alma y de todos los que leyeren sus versos, tomando parte en ellos.
Francesco De Sanctis y Francesco Flora, Historia de la literatura italiana