La compañía Juventus Lyrica inauguró en el teatro Avenida la temporada con Norma, el clásico de Vincenzo Bellini, en una puesta donde están presentes el bel canto, el folclore celta y el romanticismo alemán.
Norma es una de las óperas reconocidas y afamadas dentro de la tradición del bel canto y su aria más famosa quedó asociada a una de las voces emblemáticas de la historia de la ópera porque, para qué negarlo, entre Casta Diva y María Callas se produce una mímesis en el pensamiento casi automático, merced a ese registro que devuelve en delicado equilibrio igual dosis de refinamiento técnico y dulzura artística. Por lo dicho, y aun ante la sombra de otras leyendas que se calzaron el traje de Norma como Joan Sutherland, Montserrat Caballé, Renata Scotto y Renata Tebaldi, esa (al mismo tiempo) aria y cabaletta quizás sea uno de los desafíos más reconocibles para una cantante. Por eso debe reconocerse ampliamente la labor desempeñada por la soprano paraguaya Monserrat Maldonado para la puesta con la cual Juventus Lyrica dio inicio a su temporada 2017.
Si técnicamente consiguió brillar en las exigencias de la partitura debe señalarse asimismo la soltura con la cual cumplió los diversos estadios emocionales que tornan a Norma el centro mismo de la ópera de Bellini. Su labor debe –como se dice en la jerga– “llenar” el escenario y Maldonado cumplió con una presencia arrolladora que correspondió con resolución al crescendo dramático impuesto desde la orquesta por un atinado Hernán Sánchez Arteaga, quien exploró con resolución los matices de este drama romántico.
Le fueron en saga otras presencias femeninas como la Adalgisa de Nidia Palacios y la muy resuelta Clotilde de María Goso. Incluso el Oroveso del bajo Carlos Esquivel como el recto jefe de los druidas. Quien no tuvo tanta suerte en la noche inaugural fue el experimentado Darío Sayegh, que no logró la riqueza expresiva del fundamental Pollione, con la sobrada solvencia a la que el tenor nos tiene acostumbrados. En parte, quizás, su desconcierto escénico sea el mismo del público al presenciar una escenografía concéntrica que emulaba una famosa obra pictórica de Caspar David Friedrich, demasiado estática, que intentaba tener dinamismo desde las variables que presentaba una proyección de video posterior. Aunque ésta sí consiguió, empero, distribuir sin conflictos a un numeroso elenco sin que las escasas dimensiones del escenario del Avenida fueran determinantes. Tuvo mejor suerte cierto enfoque tolkieniano del vestuario druida en el coro que frente a las níveas sacerdotisas condesaba un inteligente contrapunto dramático en el cual una volcánica y roja Norma era el epicentro.
Los ángulos de la escenografía engancharon dos veces el vestido de Maldonado. Primero, una compungida Adalgisa –con disimulo dramático– fue en auxilio de su compañera. Luego, Norma estaba sola con sus fantasmas mientras que, como la punta de una lanza, un recodo escenográfico incorporaba para sí parte de ese rojo atuendo (similar al de Joan Sutherland en la versión de 1978 para la Opera de Sydney), preanunciando el drama por venir, aunque ni Norma ni Pollione deban caminar juntos a la hoguera.
Aún con sus variables, la Norma de Juventus Lyrica es un todo auspicioso y potente para la compañía que presentará en lo sucesivo Turandot y La cenicienta, y fundamentalmente para la trayectoria futura de Monserrat Maldonado, una auténtica promesa de la escena lírica internacional.