“Todo es Historia”, una nave de papel entre brisas y borrascas

En mayo de 2017 la revista Todo es Historia cumple 50 años de publicación mensual sin interrupciones. El próximo mes de julio esta revista, que imaginó, fundó, nutrió y dirigió durante 42 años Félix Luna, publicará su número 600. Pero no sólo esta continuidad, expresada en números redondos, es la que la sitúa como un caso excepcional dentro la historia de las revistas culturales argentinas.
En su medio siglo Todo es historia, dirigida hoy por María Sáenz Quesada, convocó y publicó artículos de 1.700 autores; acumuló más de 100.000 páginas, incluyendo suplementos especiales: “Todo es Historia en América y en el mundo”; “Todo es Historia en la enseñanza”, una colección de pequeños libros con su marca, además de seis completos índices.
Aunque de temas y estilo diferentes, en vísperas de cumplir 80 años, sólo Criterio supera a Todo es Historia en antigüedad y permanencia. Otras prestigiosas revistas del siglo XX, también distintas a la fundada por Luna, tuvieron trayectorias semejantes.
En su primera etapa Caras y Caretas publicó 114 números entre 1890 y 1897. Con dos paréntesis, Nosotros, de Alfredo Bianchi y Roberto Giusti, se editó 43 años, entre 1907 y 1943. Sur, de Victoria Ocampo, publicó 371 números en 61 años.
Concebida pocos años antes de la aparición, Todo es Historia nació inspirada en un propósito condensado en una palabra en boga a finales de los años ’50 y comienzos de los ’60: integración. El 25 de mayo de 1964, tres años antes de la publicación del primer número de la revista, Félix Luna había señalado la necesidad de integrar las regiones del país “en una síntesis creadora y fecunda”.
Para hacerlo, era necesario integrar el pasado provincial en el entramado de una visión histórica nacional, que estuviera más dotada de capacidad de incluir en ella la diversidad, que de vocación fragmentaria; que tuviera también más disposición a comprender que a juzgar.
Ese mismo año, Luna dirigía la exitosa revista Folklore, que cabalgó al lado del auge de los conjuntos, solistas y peñas folklóricas. Luna abrió sus páginas no sólo a intérpretes y compositores sino también a estudiosos del tema: Augusto Raúl Cortázar, Félix Coluccio y León Benarós. Aunque el folklore ensanchó el camino para llegar a esa síntesis, su aporte requería otros.
En 1959 Luna cumplía funciones diplomáticas en Suiza. Un día, esperando un tren vio en el andén un bien nutrido quiosco de periódicos de la estación en Berna, cinco años antes de la aparición del primer número de Todo es Historia.
Entre decenas de publicaciones, Luna encontró allí el objeto que inspiró nuestra revista cuando compró en ese quiosco un ejemplar de “Espejo de la Historia”, revista de divulgación histórica francesa nacida los primeros años de la década de 1950, de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

Los distintos temas y enfoques, la calidad de los artículos escritos por académicos prestigiosos, lo ameno y riguroso de sus textos, y el buen gusto de su diseño e ilustraciones despertaron el interés y, quizás también la envidia de Luna. “¡Qué lindo sería hacer algo así en Buenos Aires!”, se dijo.

Durante seis años esa idea fue madurando, tomó forma, hasta que un día Luna lanzó su propuesta a Alberto Honegger, editor de Folklore. Las señales que el recién instalado gobierno de facto daba a la prensa, no eran para hacer proyectos ni alentar optimismo.
El editor aceptó el desafío y Luna puso manos a la obra en esa imaginada nave de papel en la que, al comienzo de su navegación, le tocó hacer de capitán, pasajero, autor, corrector de pruebas y encargado de la caldera a vapor. Esa embarcación de papel soportó borrascas y vientos huracanados pero también contó con el apoyo de miles de lectores, amigos y colaboradores.
Cuando apareció el primer número de Todo es Historia, Luna tenía 41 años. En 1948, cuando a los 23 años publicó “La Rioja después de la Batalla de Vargas”, al final de esas páginas conjeturó que era posible que aquel libro primerizo abriera puertas a “alguna próxima reincidencia”. Pasaron seis años hasta que eso ocurrió.
Fue en 1954 cuando publicó su libro sobre Hipólito Yrigoyen. Cuatro años después apareció el que dedicó a Alvear. Fue uno de los primeros en afrontar con entereza los temas de la historia reciente. El 45 es un ejemplo de ese carácter precursor.
Es extraño que cuando cierto “sesentismo” ideologizado hace un balance de aquellos años, no incluya a Luna, uno de sus protagonistas más calificados, y que ignore a “Todo es Historia”, uno de los productos culturales más exitosos y duraderos de esa década.
En aquello que parecía una aventura condenada a corta vida, Luna revalidó su talento como historiador y escritor pero demostró, además, su capacidad para fabricar y vender el producto. Días antes que llegara a los quioscos el primer número de “Todo es Historia”, muchas paredes aparecieron empapeladas con un llamativo anuncio: un retrato a color del brigadier general Juan Manuel de Rosas posando con su mejor uniforme.
En esos días ocurrió algo sin precedentes. El presidente de facto de la Nación, el general Onganía, se refirió a Rosas con respeto. No lo calificó de dictador ni tirano. Ese gesto, que entusiasmó a algunos, no se compadecía con otros de censura y prohibiciones.
Las clausuras del gobierno afectaban no solo a periódicos de izquierda y hasta a algunos nacionalistas, como Azul y Blanco, sino también a boletines vinculados a los servicios de informaciones como Prensa Confidencial. A esto se añadió la prohibición de la ópera Bomarzo de Ginastera sobre el libro de Mujica Laínez.
El primer día 1967 un dirigente gremial dijo que 1966 había sido “un año triste”, y que el que se iniciaba no prometía ser mejor. El gobierno de facto proclamaba no tener plazos sino objetivos. Anunciaba que cumplir con sus metas de planeamiento demandaría diez años. El presidente afirmó que el país vivía una “revolución democrática” y, días después, prometió que el país “retornaría a la democracia”.
No era la menor de las contradicciones en esa Argentina donde las garantías constitucionales estaban suspendidas, disuelto el Congreso y prohibidos los partidos políticos. Tiempo nublado y borrascoso: dificultades económicas, devaluación del peso un 40%, ajustes, despidos, cierre de ingenios, violencia, malestar universitario, huelgas y planes de lucha. La situación argentina estaba “preñada de incertidumbres”, editorializó la revista Criterio.
El respeto por las libertades durante el gobierno de Illia fue una primavera efímera que, en ese momento y después, muchos sectores despreciaban, incluidos los llamados “progresistas sesentistas”. Cuatro meses antes del golpe que derrocó Illia, Luna entregó a imprenta su libro “Los caudillos”.
Allí tomó distancia tanto de la llamada “historia oficial” como del “revisionismo rosista”, ambas empeñadas en imponer visiones agresivas y sesgadas del pasado argentino. “No se trata de acuñar un tipo definitivo de historia”, señaló Luna. Tampoco de realimentar antiguos antagonismos, sino de buscar una síntesis integradora y superadora, algo que “la Argentina necesita para su salud”.
Al tiempo de la aparición de “Todo es Historia” en los quioscos, en las librerías se agotan semana tras semanas las primeras ediciones de “Cien años de soledad” y aparecen algunos de los libros más importantes de Borges, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Vargas Llosa, José Donoso y Severo Sarduy.
De visita en la Argentina, Arnold Toynbee observó que los argentinos estábamos entregados a “una profunda introspección”. La publicación de “El medio pelo” de Arturo Jauretche, de “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX” del historiador canadiense H. S. Ferns y el interés por rastrear los pasos de la “formación de la conciencia nacional”, eran expresiones de esa búsqueda y tanteos.
Según Félix Luna, en esos años los argentinos comenzamos a aproximarnos al redescubrimiento de nuestro propio país. Creo que lo intentábamos con intereses variados, por distintas vías, a diferente velocidad, de modo diverso y por distintos medios: conferencias, periódicos, libros, folletos, programas de radio y televisión, documentales y películas.
Si los porteños se asomaban al país interior a través del folklore, los provincianos que aún no conocíamos Buenos Aires, intuíamos la capital argentina en el tango o a través de revistas, la radio, el cine y algunos libros que nos permitían un paseo imaginario por sus calles.
Sus páginas, y los autores que prestigiaron a Todo es Historia, son una prueba impresa de tolerancia y pluralismo: Guillermo Furlong, Julio Irazusta, Vicente Sierra, Osvaldo Bayer, Miguel Ángel Scenna, Jimena Sáenz, Ernesto Guidici, Arturo Jauretche, Robert Potash, Enrique de Gandía, Fermín Chávez, Juan José Sebreli, Julio Oyhanarte, Natalio Botana, José María Poirier, Emilio Hardoy, Rodolfo Walsh, Hebe Clementi, Carlos Segreti, Enrique Barba, Carlos Mayo, Enrique Tandeter, Patricia Pasquiali o Carlos Floria, entre muchos otros.
Los 50 años y los 600 números de “Todo es Historia”, hicieron un enorme aporte a la mejor convivencia, integración y conocimiento del país. “No usé la historia para atizar fuegos”, dijo Luna en 1987. No podemos esperar ni pedir que la historia nos convierta en seres infalibles. La historia no evita errores, pero puede ayudarnos a equivocarnos menos y a convivir mejor, añadió.-
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El autor fue Secretario de Redacción de Todo es Historia. Actualmente es redactor principal de esa revista.

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