Gustavo Grobocopatel nos recibe en su departamento de Puerto Madero, y mientras se ocupa de preparar el café a la italiana en una caffettiera, repasa la historia de sus antepasados, cuando su bisabuelo y su abuelo, entonces de 9 años, pisaron suelo argentino en torno a 1910. Su apellido es ruso judío y significa “sepulturero” (eran habituales las referencias a los oficios). Desde el siglo XVII hubo Grobocopatel en Besarabia, dentro del Imperio ruso (hoy pertenece a Moldavia), y el zar, con los pogroms, llevó más judíos que se sumaron a los que ya vivían en la región. Su familia emigró cuando el debate desde fines del siglo XIX en Europa era entre proteccionismo y liberalismo: “Mi familia es fruto del liberalismo, porque el sionismo decía que había que ir a Palestina. El Barón Hirsch era liberal y armó la Jewish Colonization Agency para facilitar la radicación de judíos en los Estados Unidos, Brasil y la Argentina. El primer contingente es de 1891 y se instaló como colonia formal en Casares (Colonia Mauricio). Mis antepasados llegaron 15 años después, con lo cual no tuvieron acceso a la tierra y nunca pudieron salir de la pobreza; esa es la razón por la cual se quedaron allá. Los que tenían tierra la vendieron y se trasladaron a Buenos Aires. Mi abuelo Bernardo empezó como contratista, haciendo fardos de alfalfa, y en los ’60 formó su propia empresa, Bernardo Grobocopatel e hijos. En 1967 murió y sus dos hijos formaron Grobocopatel Hnos., que empezó con actividades comerciales de acopio de granos. A mediados de la década del ’80 separaron la sociedad”. Gustavo nació en 1961 y es el primer profesional de su familia: se recibió de Ingeniero agrónomo en la UBA y decidió modernizar la producción en el campo de su padre y, de alguna manera, en todo el país.
¿Quiénes son hoy los dueños de Los Grobo?
En el año 2002 mi padre nos donó la empresa a mis tres hermanas y a mí, en 2007 incorporamos un socio brasileño, UTIMPO. El año pasado mis hermanas y los brasileños vendieron su parte al fondo Victoria Capital Partners, la Corporación Financiera Internacional, el Banco de Holanda y Tinco, que es un fondo de la Universidad de Texas. Queda poco de la inicial empresa familiar.
¿Cómo es hoy una radiografía de la compañía?
La respuesta rápida es que Los Grobos es una empresa que vende servicios a los productores agropecuarios. En la época de mi abuelo, él hacía todo: manejaba el tractor, era mecánico, se sacaba el mameluco e iba al banco, guardaba sus semillas… Compró sus primeras 100 hectáreas en 1961; le llevó más de 40 años de trabajo. Hoy un productor como él no podría subsistir: necesita un proveedor de semillas, de agroquímicos, de tecnologías de precisión, tiene que tener algún tipo de soporte financiero y logístico, de gestión de riesgo… Alrededor del productor hay una especie de ecosistema de proveedores que le permiten funcionar. Los Grobo es ese ecosistema, con un modelo one stop shop: en un solo lugar se accede a la provisión de todos los servicios. En los últimos años también hemos ido integrando esos servicios a la industria, entonces ya no sólo distribuimos los agroquímicos sino que los fabricamos y también tenemos nuestra propia empresa de software.
¿Cómo imagina la agricultura del futuro?
Tengo en vista cómo será en diez años: no habrá tractoristas, porque los tractores estarán robotizados; la gestión se hará con aplicaciones digitales y el productor va a tomar decisiones a través de las imágenes satelitales; tendremos sensores en el campo que indiquen nivel de humedad, profundidad de napa, etc., datos clave para saber qué productos usar y cuánto fertilizar. Seguramente los camiones, un servicio que hoy dan los acopiadores, estarán “uberizados”, es decir que el mismo productor va a contratar, vía aplicaciones web, el transporte. Probablemente se utilizarán más biopesticidas, es decir, resultado de la investigación de la biología, y por lo tanto, más amigables con el medio ambiente; el germoplasma de las semillas seguramente va a cambiar y las plantas serán muy parecidas a las fábricas, porque no sólo van a producir alimentos sino también energía, enzimas y bioplásticos.
¿Qué pasará con los puestos de trabajo?
En los pueblos del interior habrá más oferta de servicios tecnológicos y de logística. La población en general vivirá más años y va a necesitar otro tipo de atención para la tercera edad. Yo soy un tecno optimista, va a haber más trabajo pero en otros rubros. Si nuestra discusión hoy se limita a preservar los puestos de trabajo convencionales, la consecuencia es que no estaremos pensando en los trabajos del mañana.
Estamos en un día de paro general, 6 de abril. ¿Cómo ubicaría este tipo de situaciones con las expectativas de una Argentina que produce y se integra al mundo?
Los paros son expresiones legítimas de gente que tiene un problema y se expresa de esa manera para llamar la atención. Lo que me extraña es que no estén también sobre la mesa los problemas del cambio del trabajo, o el impacto de la convergencia tecnológica en la vida cotidiana. Mientras los paros no generen espacios de conversación y el debate sobre el futuro sea a los gritos y en la calle, perdemos tiempo.
¿Cuál es su lectura de las consecuencias ecológicas de la tecnología aplicada a la explotación de campo, como los transgénicos?
Es una discusión casi medieval. Yo creo que continúa porque no quieren asumirse los debates que son relevantes. Además, para aprobar un producto transgénico deben superarse varias instancias: SENASA, CONABIA, el Ministerio de Agroindustria… Es impresionante la cantidad de inversiones internacionales en nuevas tecnologías, como el caso de Crispr. En agricultura no hay reportes de problemas de transgénicos, sino que son más bien ideológicos. Respecto de la rotación de cultivos, no se hacían debido a las políticas del Gobierno anterior, que sojizaron el campo. Pero es un tema político: los mismos que apoyaban la sojización a la vez la critican. Los productores quieren rotar porque les conviene no poner los huevos en una sola canasta. Además saben que los rindes aumentan, hay mejores controles de malezas y se cortan los ciclos de enfermedades.
¿Puede la Argentina ser “supermercado del mundo”, si hoy exporta pocos alimentos y no tiene una política comercial agresiva?
En realidad, exportamos muchos alimentos: somos 40 millones y exportamos para 400 millones. El problema es que son materias primas; deberíamos procesarlas y extender las cadenas de tal manera de incluir más gente y más trabajo. Pero el agregado de valor es una utopía si no hay tratados internacionales de libre comercio: los países importadores tienen un escalamiento arancelario que, a mayor valor agregado, más aranceles cobran, entonces prácticamente no resulta competitivo. Vendemos soja o harina de soja a Europa, pero no podemos vender pollo, cerdo o milanesas de soja porque nos cobrarían 20 o 30 por ciento de aranceles. Chile tiene tratados de libre comercio con el 90 por ciento de la economía mundial; conviene enviar materia prima a Chile, procesarla y exportarla desde ahí. Esto es parte de la inconsistencia y la ignorancia de la política, porque decir que hay que agregar valor y a la vez querer cerrarse es una contradicción estructural. Agregar valor implica integrarse al mundo, porque la importación estimula la exportación. Hay un caso emblemático: es más barato el flete de Costa Rica a China que de Costa Rica a Guatemala. ¿Por qué? Los contenedores de China a Costa Rica llegaban con los chips para Intel y se iban vacíos, por eso se desarrolló la industria lechera en Costa Rica, que ahora exporta esos productos en esos mismos conteiners.
¿Cree que vamos en esa dirección?
Íbamos en una dirección contraria, y ahora se está revirtiendo. Todavía las exportaciones son mayoritariamente de materias primas porque la primera reacción siempre llega del sector en el que se es más competitivo. Pero si empiezan a hacer los ajustes necesarios, en un futuro no muy lejano vamos a empezar a crecer.
Circula la versión de que los extranjeros están esperando que los empresarios argentinos den el primer paso en cuanto a las inversiones. ¿Cómo lo ve?
Creo que hay que tratar de que inviertan la mayor cantidad posible sin hacer test de ADN. El problema que tenemos los empresarios argentinos es que hemos vivido doce años defendiéndonos y somos muy mal percibidos por la sociedad. No hay incentivos para ser empresario. Nadie te reconoce desde el punto de vista social, y desde el punto de vista económico tenemos una presión impositiva mucho mayor que en otros países. Pero hay emprendedores que invierten y sectores de la economía que están mejor, y otros donde habrá desinversión y probablemente cierren empresas. Por eso la preocupación de la sociedad no debe enfocarse tanto en cuántas empresas cierran sino en cuántas empresas nuevas se crean. Se dice que de cada diez empleos del futuro, siete hoy todavía no existen, con lo cual si no armamos empresas para generar esos empleos, dentro de diez años vamos a estar peor que ahora, creando más pobreza.
En este nuevo contexto, ¿es necesaria una autoridad legal supranacional?
El Estado-nación fue creado por la burguesía para defender sus intereses en un momento donde era el factor de creación de riqueza. Hoy la burguesía nacional no existe, está siendo reemplazada por el concepto de emprendedores globales, con lo cual se necesitan reglas supranacionales para defender sus derechos. Hay más conciencia de los problemas globales (cambio climático, escasez de agua, guerras trasnacionales, derechos humanos) y los organismos creados después de la Segunda Guerra Mundial deben ser aggiornados, mejorados o reemplazados por otros. Íbamos en ese camino pero la agenda cambió abruptamente después de la caída de las torres gemelas y la sucesiva crisis financiera de 2008. Los debates actuales están enfocados en el trabajo, el proteccionismo y el libre comercio, pero creo que se va a superar y volverá el tema de global governance como un tema de la agenda.
¿Es real el interés respecto de la Argentina en el exterior?
Me parece que hay un gran entusiasmo, mucho más que entre nosotros. Cuando se analiza el mundo hay pocos lugares con las condiciones que tiene la Argentina: un país con relativamente poca gente, todavía bastante calificada en algunos sectores; con recursos naturales extraordinarios no sólo para la agricultura sino también para el turismo, la minería, las energías renovables… Estuve hace poco en San Francisco y me mostraron el mapa de las zonas con mayor potencial para energías eólica y solar en el mundo y las dos están en la Argentina: la Patagonia y el norte. No olvidemos Vaca Muerta. Y también tenemos una ciudad como Buenos Aires, una cultura diversa y sofisticada. Tampoco en el país hay problemas raciales, sociales o fronterizos, ni preocupaciones climáticas como huracanes o maremotos. Tenemos mucho para darle al mundo. Lamentablemente después se desencantan porque no cumplimos con la palabra ni respetamos las reglas.
¿Por qué cree que nos sucede?
Debates sobre los sistemas políticos hay en todos lados, pero en la mayoría de los países esto no impide que el barco avance hacia el modernismo, la globalización, la inclusión, la reducción de la pobreza. Acá cambiamos el rumbo y no llegamos a ningún lado. Estuve leyendo un libro de Halperín Donghi sobre la creación de las élites en el centenario; no contamos hoy con élites intelectuales integradas a los grandes movimientos de las sociedades del mundo. La universidad ha dejado de producir esas personalidades desde hace varias décadas y se orienta a generar otro tipo de pensamiento crítico sobre determinadas cuestiones. Es fantástico que la Argentina sea un país muy horizontal, a diferencia de otros de América latina donde hay más estratificación social, pero eso no tiene que impedir que se creen élites y que haya más institucionalidad. Por eso algo muy bueno de este gobierno es restablecer el sistema republicano.
Las mafias están muy extendidas en la salud, la educación, la seguridad. ¿Cómo se construye una dirigencia positiva?
Hay que reconstruir la institucionalidad dentro de un hospital, un partido político y un club de fútbol. Y cuando una institución no funciona, hay que destruirla. Las instituciones tienen que tener un propósito. Cuando dejan de tenerlo, impiden el crecimiento de otras instituciones. Y el Estado se transformó en una especie de subsidio al desempleo.
¿Se puede replicar la estrategia de Los Grobo de exportar tecnología y management a otros grupos empresarios alimenticios nacionales?
Recientemente empezamos a exportar know-how a Colombia y Kazakhstan; hicimos trabajos en Albania y en Chiapas (México); al exportar conocimiento, se crean en ese país demandas sobre nuestros productos. Si exporto el conocimiento de hacer soja, también estoy exportando el deseo de comprar maquinaria, agroquímicos, semillas… esto genera una matriz diversa. Lo que planteo es que es posible tener la estrategia de exportar las industrias que hacen producir soja, porque el valor agregado tiene que ver con transformaciones en el producto pero también en el proceso. Por eso tenemos que enfocarnos en las dos estrategias: exportar el producto y el proceso.
¿Cómo lograr reducir la grieta y que la sociedad reconozca la agroindustria, la biotecnología y los transgénicos como generadores de empleo, desarrollo y bienestar?
En primer lugar el Estado debe indicar técnicamente qué está bien y qué no, con una posición clara y pública, por ejemplo, respecto del glifosato; y después la sociedad tiene que acatar lo que se dispone desde el Estado. Y también conversar, debatir, discutir públicamente estas cuestiones, y crear conciencia, conocimiento y capacidad crítica.
¿Cómo evalúa la encíclica Laudato si del papa Francisco, también llamada “encíclica verde”?
Participo de un grupo muy plural que se llama Prisma y hemos producido un paper sobre la encíclica. Creo que es muy importante mantenerla viva, pero en algunos temas en particular se equivoca, hay prejuicios y visiones parciales. Por ejemplo, sabemos que la siembra directa cambió la agricultura a nivel mundial; en términos temporales, es la primera vez que podremos entregar a nuestros hijos suelos mejores que los que recibimos de nuestros padres. Antes se hacía gestión del deterioro, hoy hacemos gestión de la mejora. Se trata de un cambio extraordinario en el paradigma de la agricultura y esto no está en la encíclica. Sin embargo, el bien mayor de Laudato si es llamar la atención sobre temas ambientales, aunque creo que las encíclicas no son verdades reveladas sino invitaciones a pensar y discutir, y en ese sentido me parece oportuna.