Reencontrar el sentido de la política

A partir de un documento de los obispos franceses, el autor plantea la necesidad de repensar la forma de ejercer la política y de generar nuevas formas de compromiso ciudadano.

Hace veinte años, en 1997, Alain Touraine se preguntaba si podríamos vivir juntos ante los efectos que provocaba la globilización. A esa inquietante pregunta pareciera responder “En un mundo que cambia, reencontrar el sentido de la política”, título del documento que el Consejo Permanente de la Conferencia de Obispos de Francia publicó en octubre del año pasado. Este texto se encadena con aportes anteriores sobre la misma temática: “Por una práctica cristiana de la política” (1972), “Política, asunto de todos” (1991) y “Rehabilitar la política” (1999); este último de gran repercusión y que expresa una consigna que Francisco hace suya y ha repetido en varias ocasiones. Veamos algunos de los señalamientos más destacables.

Los obispos franceses consideran que no se trata ahora de precisar el marco y los límites de la acción política sino, por el contrario, de responder a la desafección hacia la cosa pública y a la retracción hacia la esfera privada y el individualismo. Si bien sus reflexiones están muy circunscriptas a la situación de abatimiento, miedo, ira, precariedad y exclusión que muchos atraviesan hoy en Francia, presentan cuestiones que son crecientemente comunes en un mundo interdependiente.

Señalan que una característica dominante de su país y de Europa, que bien podemos extender a nuestra realidad, es que los referentes y las modalidades de vivir juntos han sido sacudidas. Aquello que parecía enraizado y estable ha devenido relativo y movible, y hay dificultades para encontrar una visión compartida del futuro. El vivir juntos se ha vuelto frágil y puesto en cuestión. Lo mismo ocurre con las nociones tradicionales de nación, patria y república, en un clima de sensibilidades exacerbadas y cercanas a la violencia.

Por lo tanto, más allá de la coyuntura y de los cálculos electorales, se manifiesta la necesidad de una reflexión sobre la política que requiere un trabajo de refundación ante su gran decrédito, un foso que crece entre los ciudadanos y sus representantes.

Ahora bien, esta situación no es sólo responsabilidad de la clase política. Se trata de afirmar un “nosotros” en que la política designa las actividades, las estrategias y los procedimientos que afectan al ejercicio del poder basado en la búsqueda del bien común y del interés general que encuentran su fundamento en valores compartidos. En el debate para alcanzarlo prevalece “la cultura de la confrontación” sobre el diálogo. En esta sociedad en tensión, las redes sociales y los medios audiovisuales ocupan un lugar importante; éstos prefieren slogans y frases breves antes que el análisis serio y el debate respetuoso.

Por otro lado, el documento episcopal destaca algunas ambivalencias y paradojas. Una de ellas consiste en reclamar “protecciones suplementarias en todos los dominios” y, al mismo tiempo, quejarse, a menudo con justicia, de restricciones cada vez más grandes que limitan la vida de todos y desalientan muchas iniciativas. Se produce así una “juridización” creciente de la vida social. Es necesario salir de la “lógica del contrato” que pretende prever todo y alcanzar un “riesgo cero” o una “seguridad máxima ilusoria”, para reencontrar espacios de creatividad, de intercambio y gratuidad.

Un contrato social a repensar

Otra paradoja que se constata es que Francia, pese a su dinamismo tanto económico como de iniciativas solidarias, no encuentra, sin embargo, el punto de apoyo para desarrollar todos sus frutos. El bien común parece dificíl de diseñar y más aún los medios para alcanzarlo. El contrato social que permitía vivir juntos en el mismo territorio nacional ya no parece ser una realidad. Hay necesidad de redefinirlo en una sociedad en donde la referencia es el individuo y no lo colectivo. El “Estado providencia” ha decepcionado y las generaciones actuales ya no confían en que vivirán mejor que sus padres. La inseguridad social se verifica especialemte en el trabajo, que ya no es tan protector como en el pasado. Incluso los puntos de referencia simples de la vida social se interrumpieron, por ejemplo, los “servicios de proximidad” (las tiendas, el correo, el médico, el sacerdote…).

Junto al sentimiento de inseguridad aparece también el de injusticia referido, por ejemplo, al “salario indecente” de algunos –por su exorbitancia– en contraste con los ingresos de la inmensa mayoría. Disparidad que se agrava con los desempleados, con las consecuencias de exclusión y desestructuración de la vida. Tal inseguridad societal, dice el documento episcopal, está ligada a la violencia. A su juicio, tampoco el panorama mundial es tranquilizador debido al terrorismo, las migraciones, las transformaciones ecológicas. Pero la situación es todavía más grave para los que son excluidos del sistema, los que viven en la precariedad, “en el borde del mundo”. La dificultad más inquietante es la de los jóvenes y el acceso al mercado de trabajo.

Por otro lado, señalan que entre las dificultades para establecer un “nuevo contrato social” se halla la “interpenetración creciente de las sociedades”: si bien es enriquecedora, también ha contribuido a la “inseguridad cultural” y a “malestares identitarios” que pueden llevar al rechazo del otro diferente. Una concepción bastante exacta de lo que supuso la identidad nacional, con referencias históricas y culturales compartidas, y la idea de una “nación homogénea” –construida a menudo de manera autoritaria borrando las diferencias–, atropellada por la mundialización. Incluso la idea de un “relato nacional” es ampliamente discutida y cuestionada. Por lo tanto, se ha vuelto difícil definir qué es un ciudadano francés que se apropia y comparte una historia, valores, un proyecto.
Es conveniente, por lo tanto, redefinir qué es ser un ciudadano y promover una manera de estar juntos que tenga sentido en medio de “reinvindicaciones de pertenencias plurales y de identidades particulares”.

Aporte cristiano y laicidad abierta
Los obispos consideran que “el cristianismo puede compatir su experiencia de acoger e integrar poblaciones y culturas diferentes”; si bien en la historia de Francia hay elementos básicos del legado cristiano, hoy el cristianismo coexiste con una diversidad de religiones y actitudes espirituales. No se trata de olvidar esa trayectoria pero tampoco de soñar con el retorno a “una edad de oro imaginaria” o aspirar a una Iglesia de puros en una posición de superioridad y que bregue por “una contra-cultura situada fuera del mundo”. Por el contrario, se recuerda que el cristianismo nos conduce desde sus orígines a una alianza con la razón y al reconocimiento de las “semillas del Verbo” en la cultura.

La secularización en Europa occidental ha reducido la influencia de la religión, pero en Francia, dicen sus obispos, es además muy difícil hablar con tranquilidad de religión en el espacio púbico. El hecho religioso lucha por encontrar su lugar y algunos niegan que la religión tenga algo positivo que aportar.

Se constata además que existen diferentes nociones sobre la laicidad. En sentido estricto, laicidad es “la separación de la institución religiosa y de la institución política”, ninguna gobierna a la otra. El debate es entre una “laicidad estrecha” que ve en toda religión un enemigo potencial de la libertad humana, y una “laicidad abierta”, que considera a la República como el garante del aporte benéfico de las religiones a la sociedad. Tampoco se trata de que el Estado asuma una laicidad neutra que expulse “la religión del espacio público hacia el solo dominio privado, donde debe permanecer oculta”. Llevaría a fortalecer el “comunitarismo” y privar a la vida pública de un aporte precioso.

Identidades frágiles, jóvenes y educación

La interpenetración de las sociedades, producida por la mundialización, ha llevado a interrogarse sobre identidades, valores, pertenencias y fidelidades. Más que armaduras defensivas, se necesita enmarcar la riqueza de identidades plurales que pueden aportar lazos de unidad.

Refiriéndose al caso de franceses de origen árabe que combaten en Siria e Irak en favor del Daesh1, los obispos consideran que se trata de jóvenes desestructurados que, no hallando su lugar en la sociedad, encuentran –sin minimizar su responsabilidad– en un discurso y en un compromiso radical la oportunidad de dar sentido a su existencia.

Ahora bien, no es suficiente reconocer que la sociedad se volvió plural; es necesario interrogarse sobre la crisis del sistema educativo que es, luego de la familia, el “lugar por excelencia de socialización y de exorcización de la violencia”, pues más allá de la transmisión de saberes y competencias, debe abrir a los jóvenes a lo universal y al diálogo entre las culturas.

La cuestión del sentido

Un contrato social redefinido no puede hacerse en base a adiciones y parches de intereses yuxtapuestos. No alcanza con una “simple gestión” ante la grave crisis de sentido. La política no puede escapar a esta cuestión, no para indicar lo que hay que pensar y creer sino para situarse en un “horizonte de sentido” y asegurar las condiciones de una negociación que permite a un país estar unido sin que nadie sea descartado. Pero la política se ha vuelto “gestionaria”, especialmente proveedora y protectora de derechos indviduales más que de proyectos colectivos, y no puede responder a las cuestiones más fundamentales de la vida en común.

Los obispos también ven esta situación como característica de Europa, que parece estar perdida en un “funcionamiento gestionario, mercantil y normativo que ya no interesa a nadie”. La construcción europea es más que eso: no sólo consiguió la paz en la región sino también “una apertura y un enriquecimiento mutuo por la libre circulación de personas bienes e ideas”.

Es necesario retomar el proyecto europeo que permita el respecto y la expresión de las identidades nacionales y regionales. Una verdadera cohesión no suprime las pluralidades sino que las hace funcionar en un conjunto común. Además no habrá futuro para Francia más que “en una Europa fuerte y consciente de su historia y responsabilidades en el mundo”.

Crisis de la palabra
La crisis de la política es una crisis de la “palabra ciudadana”, en cuanto que la confianza en la palabra dada permite elaborar una vida en sociedad mediante la concertación, la mediación, el diálogo, etc. Cuando la palabra se pervierte aparece la violencia, la mentira, la corrupción, o el desinterés por la vida pública.

Las convicciones son necesarias pero no pueden asumir una postura antidemocrática, sea como lobbying u oposición estéril. Los espacios de diálogo necesitan de tacto, flexibilidad, adaptabilidad; los debates actuales no se hacen sobre “un zócalo de referencias culturales, históricas y antropológicas compartido”. Así lo muestra hoy el debate sobre las cuestiones éticas. En una “democracia de opinión” todo, incluida la antropología, es sometido a voto. Se utilizan las mismas nociones pero sin los mismos contenidos.

La política ante “equilibrios provisorios” debe acudir a compromisos que permitan vivir juntos. Esto es percibido por algunos como una solución insatisfactoria que devaluaría la política. Sin embargo, el compromiso verdadero es una “tarea indispensable y particularmente noble del debate político”. Es más que el simple resultado de una relación de fuerzas o confrontación de verdades. Es una búsqueda conjunta de la verdad.

Un país en espera

El descontento por la manera de hacer política no significa necesariamente desinterés por la vida pública sino que indica también la aspiración de nuevas formas de compromiso ciudadano, y el deseo de retomar “la verdadera naturaleza de la política y de su necesidad para una vida juntos”. No ocurrirá ello con el arribo de una “personalidad providencial”; es tarea de todos.

En el documento se expresa que Francia es un país con capacidades y energías. Florecen iniciativas ciudadanas y se buscan “nuevos modos de existencia”, por ejemplo, en el diálogo entre culturas, creyendo que el encuentro no sólo es posible sino fecundo para la vida en sociedad. Será el modo de “evitar que la última palabra la tenga la violencia”. El documento concluye sosteniendo que “las soluciones reales no provendrán primero de la economía y las finanzas, por importantes que sean, o de posturas y gestos de unos pocos. Vendrán de la escucha personal y colectiva a las necesidades más profundas del hombre. Y el compromiso de todos”.

Algunas impresiones

Sorprende la redacción de este texto claro y sencillo de poco más de trece páginas, con sólo ocho citas brevísimas –seis del magisterio eclesial, una de la UNESCO y dos de la prensa–, acompañado de un cuestionario-guía para promover la reflexión y el intercambio. Estilo secular para oídos seculares, para el común de la gente. Por momentos el documento conmueve por su tono dramático: dificultad para vivir juntos, pérdida de sentido, futuro incierto. Llega a decir: “Hay tristeza hoy en nuestro país”.

Esos rasgos evocan las recurrentes crisis en la Argentina, ciertamente la de 2001 y tal vez algunas situaciones presentes. Repetidamente el texto intenta revalidar la política para no caer en el abismo mayor de una ilusoria despolitización, pero también previene, y quizá sea su mayor acierto, de lo que denomina una “política gestionaria”. Es una pena que no la describa más detalladamente. Interpretamos que se refiere a una concepción meramente administrativa, eficientista, que reduce la acción política a cuestiones procedimentales, creyendo poder eludir referencias a valores, creencias y proyectos comunes.

Aquí encontramos otra novedad. Habitualmente para fundamentar las bases y especialmente los comportamientos de una sociedad se invocaba la ley natural, la sabiduría de las religiones, las grandes corrientes espirituales o los consensos que la comunidad internacional ha alcanzado sobre derechos humanos. Especialmente esta omisión última llama la atención en Francia, cuna efectiva y simbólica de “los derechos del hombre y del ciudadano”, y de las formas democráticas y republicanas. Precisamente sobre este punto los obispos franceses hacen una afirmación inquietante: los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad “suenan huecos” a muchos de nuestros contemporáneos.

También llama la atención la reiterada mención a la incertidumbre a nivel cultural de un país como Francia, que hizo gala de su hegemonía en la materia –aunque muy eclipsada desde hace décadas por el “americanismo cultural” –, considerando su cultura un falso universal, paradigma que formateó las formas institucionales, educacionales y estéticas del ramillete de repúblicas latinoamericanas, y que seguimos tan avant la letre.

La comprobación de la crisis cultural en uno de los países centrales del sistema mundial no es nueva pero queda duramente descripta, con rasgos acuciantes. Evidentemente las migraciones, especialmente las provenientes de las antiguas colonias, han contribuido a esta situación. Pero más que causa son a su vez un reflujo de los efectos del todavía cercano colonialismo que Francia y otros países europeos ejercieron. Una supremacía que trastornó y subordinó culturas y países enteros sin todavía una reparación debidamente saldada. Estas consideraciones deberían formar parte también del “reencuentro con la política”.

El autor es Licenciado en Filosofía con Posgrado en Cooperación y Desarrollo

Nota
1 Daesh se interpreta como daño o discordia en árabe. El documento sigue la recomendación de denominar así a los grupos yihadistas que operan en Siria e Irak, y evitar adjudficarles el término “Estado islámico” para no sobrevalorarlos ni confundirlos con los valores del Islam.

1 Readers Commented

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  1. horacio bottino on 25 abril, 2017

    Lea Laudato si,se le aclararan sus planteos sus ideas

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