Wir schaffen das (“Lo lograremos“). Sin duda, pocas frases en la historia alemana reciente se han discutido y analizado tanto como esas sencillas tres palabras de Angela Merkel. La canciller alemana las pronunció el 31 de agosto de 2015 en Berlín, refiriéndose a la acogida e integración de cientos de miles de refugiados y solicitantes de asilo. En 2015, Europa se veía expuesta a una inédita oleada de extranjeros, sobre todo de Medio Oriente, que cruzaron el mar Mediterráneo en desesperadas y peligrosas travesías, para huir de guerras y miseria. Otros emprendieron arriesgadas odiseas a través de múltiples países y fronteras, con la incierta esperanza de un futuro mejor. En aquel verano boreal, miles de refugiados se encontraban atrapados en Hungría. Angela Merkel acordó con el gobierno austríaco abrir temporalmente las fronteras y crear un corredor humanitario, para permitir así el paso de la multitud varada en Hungría. Cuando terminó 2015, habían ingresado en Alemania alrededor de un millón de refugiados, de los cuales casi el 40 por ciento provenía de Siria, país sacudido por una sangrienta guerra civil.
Con su política de fronteras abiertas la demócrata cristiana Merkel sorprendió a sus compatriotas y al mundo entero. También cosechó críticas de otros dirigentes europeos, que le reprocharon que el gesto de apertura indiscriminada provocara un aumento de los flujos migratorios hacia el Viejo Continente. Una selfie que un hombre sirio se sacó con la canciller alemana encrespó aún más los ánimos. Según los críticos, era un acto irresponsable porque invitaba a otras personas a emprender el viaje hacia Europa. Con su optimista y confiada frase “Lo lograremos”, repetida como un mantra, Angela Merkel reaccionaba ante el escepticismo y las dudas –sobre todo las que se manifestaron con el tiempo en la misma Alemania. Pero, cuando recién se habían abierto las fronteras, aquellas palabras merkelianas expresaban muy bien los sentimientos de la mayoría de los alemanes: querían ser solidarios y hospitalarios, esperaban a los refugiados en las estaciones de tren, ávidos de ayudar. En aquel momento se forjó una palabra nueva en la lengua alemana: Willkommenskultur (“cultura de la bienvenida”).
Las escenas en las que los nativos saludaban a los recién llegados y los recibían con comida o juguetes para los chicos recordaban un poco a las de la caída del Muro en 1989. En aquel entonces, eran alemanes del oeste que en los cruces de frontera abiertos saludaban efusivamente a los del este, con abrazos y en algunos casos incluso con… bananas, un fruto difícil de conseguir en la RDA. Aquel histórico momento culminó en la unificación de la República Federal con la República Democrática de Alemania, el 3 de octubre de 1990. Fue un momento de quiebre para los alemanes, sobre todo para los del Este, que tuvieron que acostumbrarse a vivir en un sistema muy diferente al que habían conocido en la dictadura comunista.
Fue también un quiebre en la vida personal de Angela Merkel, una joven física de la RDA que a comienzos de 1990 abandonó su trabajo científico para dedicarse a la actividad política. Hasta entonces Merkel, hija de un pastor protestante conforme con el comunismo, no había tenido militancia. Según sus biógrafos, no era ni cercana al sistema, ni disidente. Pero en la etapa del derrumbe de la RDA, Merkel se acercó al movimiento Demokratischer Aufbruch (“Auge Democrático”) que después se fusionaría con el partido CDU (“Unión Demócrata Cristiana”) de Alemania Occidental. Tal vez en aquel entonces Angela Merkel ya haya dicho, por lo menos para sí misma, “Ich schaffe das” (“Lo lograré”). Lo cierto es que logró mucho en muy poco tiempo: en diciembre de 1990 fue electa diputada en el Bundestag (el Parlamento Federal Alemán), en 1991 asumió como ministra de la Mujer y la Juventud y en 1994 tomó la cartera de Medio Ambiente.
Merkel fue al principio apadrinada por el demócrata-cristiano Helmut Kohl, el “eterno canciller” que negoció la reunificación alemana y que gobernó durante 16 años. Al poco tiempo esta mujer de apariencia discreta y sonrisa tímida recibió de sus compatriotas el apodo de “la niña de Kohl”. No obstante, la política novata se emancipó rápidamente de su poderoso mentor. En 1998 se transformó en secretaria general del CDU y, cuando Helmut Kohl tuvo que admitir en 1999 que había recibido millonarias donaciones ilegales para financiar el partido, Angela Merkel rompió con él. Llamó a los demócrata-cristianos a “cortar el cordón umbilical” que los unía con Kohl, y logró ser electa presidenta del partido en abril de 2000.
El ascenso vertiginoso de Merkel, una outsider de Alemania Oriental, en una formación política hasta aquel momento dominada por hombres, da fe sin ninguna duda de un muy marcado instinto de poder. Y quizás ella utilizó otra vez, por lo menos internamente, la ambiciosa frase “Lo lograremos”, cuando se transformó en candidata a canciller de su partido en 2005. En realidad, en aquellas elecciones de septiembre el CDU obtuvo sólo el 35,2 por ciento de los votos, pero formando una gran coalición con el partido socialdemócrata SPD, Merkel pudo asumir como canciller. Nunca antes una mujer había gobernado Alemania. Al mundo hoy le cuesta creer que a Angela Merkel alguna vez la llamaron “niña”, que alguna vez un influyente político la protegió. Seis veces ya la revista Forbes la consideró como “la mujer más poderosa del mundo”. En 2016, los creadores del ranking justificaron su decisión por la actitud de Merkel ante la crisis de los refugiados. Según ellos, la canciller habría usado su poder “con la más insólita de todas las estrategias geopolíticas: el humanismo puro”.
Es interesante comparar a la Angela Merkel de ahora, identificada con una política de fuerte sello humanitario, con la de 2004, cuando lideraba la oposición contra el gobierno “rojiverde” del canciller Gerhard Schröder. Ese año, en un recordado discurso, Merkel sentenció: “La sociedad multicultural ha fracasado”, y criticó la falta de voluntad de integración de parte de la población musulmana (en ese momento principalmente turca) a la sociedad alemana. Aquella actitud dura tenía sin duda que ver con su rol de opositora, pero quizás también reflejaba la biografía personal de la propia Merkel. Nacida en la RDA, había crecido en un país cerrado que, a diferencia de la República Federal, no se había convertido con el tiempo en un país de inmigración.
Hoy, al dejar entrar al país a más de un millón de nuevos extranjeros (en su mayoría musulmanes), Angela Merkel ha puesto a la sociedad alemana ante un desafío de integración muchísimo mayor que el que existía en 2004. Sin duda, Merkel ha cambiado. Hoy es una dirigente menos conservadora que hace una década. Pero su política de fronteras abiertas, su frase tenazmente repetida “Lo lograremos”, ante la gigantesca tarea de la integración, tiene consecuencias complejas que la canciller ha tenido que enfrentar.
La euforia de 2015, cuando nació la “Cultura de la bienvenida”, se redujo notablemente, aunque muchos alemanes siguen ayudando voluntariamente a los inmigrantes. Por otra parte, han aumentado los ataques violentos de grupos de ultra derecha o neonazis contra centros de acogida de refugiados. Y un partido de derecha populista y xenófoba, Alternative für Deutschland (AfD, “Alternativa para Alemania”), ha crecido significativamente el año pasado. Obtuvo sus mejores resultados en las elecciones parlamentarias del Land (Estado) Sajonia Anhalt (24,3 por ciento), y en Meclemburgo Pomerania Occidental, el Estado donde tiene su distrito electoral la misma Merkel (20,8 por ciento). Que allí la CDU obtuviera sólo el 19 por ciento de los votos, es decir, menos que la AfD, fue una durísima cachetada para la canciller.
También Merkel se ha visto expuesta a crecientes presiones dentro de su propio partido, y sobre todo de parte del “partido hermano” de la CDU: la más conservadora CSU (“Unión Social Cristiana”) de Baviera. Las críticas a la canciller por su “descontrolada apertura” de fronteras se intensificaron luego de una serie de atentados. Después de que un terrorista tunecino matara con un camión a 12 personas en una feria navideña berlinesa, en diciembre de 2016, un político de la AfD incluso habló de los “muertos de Merkel”.
En las encuestas de popularidad la canciller alemana ha sufrido pérdidas importantes, pero siempre mostró capacidad de recuperación. En noviembre del año pasado se sintió suficientemente fortalecida para anunciar su voluntad de seguir como jefa de gobierno. Pero la decisión de ser candidata en las elecciones de septiembre de 2017 no fue fácil de tomar. Según sus propias palabras, habría reflexionado “sin fin” antes de llegar a la conclusión de que “en estos tiempos inseguros la gente no comprendería que no quisiera poner otra vez toda mi experiencia, mis dones y talentos en la balanza”.
¿Habrá pensado en aquel momento “Lo lograré”? Pero esta vez, ¿ya más como un conjuro que como una expresión de auto confianza? Lo cierto es que la famosa frase “Wir schaffen das” con la que Merkel quiso ponerse al hombro la crisis de los refugiados, es vista hoy como ingenua o hasta banal por muchos alemanes. Para no pocos se transformó en “¿Lo lograremos realmente?”, o directamente en “¡No lo lograremos!”. En septiembre pasado la canciller tuvo que admitir que su frase había sido insuficiente como para describir la tarea enorme y compleja de acoger e integrar a tantos refugiados. ¿Podrá Merkel seguir gobernando Alemania, un país hoy más multicultural que nunca antes en su historia? Desde que los socialdemócratas eligieron como su candidato al ex presidente del Parlamento Europeo Martin Schulz y no al gastado ministro Sigmar Gabriel, la carrera por el puesto de canciller parece realmente abierta. Si Merkel lograra otra vez la victoria, empezaría su cuarto mandato. El único canciller alemán que cumplió cuatro mandatos y gobernó en total 16 largos años fue Helmut Kohl, el otrora padrino de la “niña Angela”. Una niña que, por lo menos hasta ahora, resultó ser de hierro.
La autora es periodista alemana, corresponsal desde Buenos Aires para diferentes medios de su país.
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Join discussionExcelente resumen, objetivo y muy completo, de una gran estadista alemana. GRATULIERE! (Felicitaciones)