Reseñada de Rondó para Beverly, de John e Ives Berger (Buenos Aires, 2015, Alfaguara).
John Berger acaba de cumplir 90 años. Artista y escritor de culto, nacido en Londres y radicado en Francia, está considerado uno de los grandes críticos de arte de nuestro tiempo. Es el autor de la famosa trilogía De sus fatigas, dedicada a la sensibilidad campesina de muchos inmigrantes y a la destrucción de la naturaleza, que abarca Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag. De esta última obra señalaba Berger: “Es una novela sobre la experiencia del perdón para descubrir la realidad y el significado oculto, el sentido de la naturaleza; es necesaria la experiencia del arrepentimiento”.
De simpatías comunistas, alimentado en la lectura los clásicos griegos y en la Biblia, el escritor nos confía con su proverbial sabiduría: “Lo importante en un escritor es saber dejar un espacio en blanco, un espacio sin contaminar para que pueda revelarse lo no escrito. Es el espacio del silencio. Y es ese silencio el que permite que la esperanza se haga tangible. La esperanza que sostiene a los personajes de la trilogía nace de su desesperación, nunca de sus certezas, y tiene mucho que ver con la fe”.
Sobre pintura escribió, entre otras obras, Modos de ver, donde revela cómo afectan la forma de interpretar. Realizó también documentales sobre el tema para la BBC. El libro comienza afirmando que “la vista llega antes que las palabras”, y hace referencia a un cuadro surrealista de René Magritte, “La clave de los sueños”, para ilustrar el fenómeno de que no siempre las palabras y la visión se corresponden.
Además, en pequeños textos ha sabido abordar recuerdos personales y homenajes familiares. En el delicioso libro El toldo rojo de Bolonia recuerda con una prosa llena de candor a un tío, hermano de su padre, con quien había compartido intereses comunes y una profunda y discreta amistad.
Otro es el que ocupa en estas líneas: Rondó para Beverly. Un mes después de quedar viudo, al escuchar una pieza de Beethoven (rondó n° 2 para piano) que le gustaba a su mujer, tuvo la impresión de que a la ausente de repente la traía la música. Y recupera con intensidad infinitos detalles de Beverly: su ropa, sus gestos, la manera de fumar un cigarrillo… En el breve libro, con dibujos y fotos, Berger y su hijo dan testimonio de la relación que los unía y del dolor de la separación. Le escribe a su mujer para decirle: “Fuiste ese rondó, o ese rondó se convirtió en ti… contenía tu levedad, tu persistencia, tus cejas arqueadas, tu ternura”.
Al recordar que a ella le encantaba cuidar las plantas, evoca unos versos del poeta y amigo palestino Mahmud Darwish: “Aléjame de la tierra en la que duermo, / pues una sola hoja de hierba puede / enseñarte tal vez que la muerte es una manera de plantar”.
Las páginas van entrelazando momentos y sentimientos con una delicadeza que conmueve. Recuerda cuando su mujer participaba en los movimientos por los derechos civiles, antes de que se conocieran, y frente a una foto le confiesa: “Cuando te observo, tienes el aire, la concentración de una experta exploradora”. Porque dice que Beverly sabía reconocer el terreno, seguir el rastro hacia un futuro desconocido, sin malgastar las palabras porque podía decirlo todo con una sonrisa. Y escribe: “Miramos atrás y tenemos la sensación de que estás con nosotros en el momento de mirar”.