Una línea alternativa de pensamiento

Reseña de Modernismo y satanismo en la política actual, de José Enrique Miguens (Madrid, 2015, Siruela).

Como un homenaje a quien se ha ganado el honor de ser uno de los padres de las ciencias sociales en la Argentina, se reedita ahora una obra que puede ser considerada con justos títulos como el legado intelectual de un verdadero maestro.
Según Miguens, el modernismo es un subproducto patológico de la modernidad, que ha transmitido una visión racionalista a la cultura occidental, con su consecuente negación de la realidad. Esta construcción ideológica es identificada por el autor con el imperio de la mentira, una calidad que define al sujeto del mal.
Henri de Lubac ha mostrado en una obra clásica la posteridad espiritual de Joaquín de Fiore, mediante una estela de discípulos a lo largo de la historia que llega hasta nuestros días, en diversas formas de gnosticismo y su ensueño milenarista. Según Miguens, y en consonancia con esa línea de pensamiento, una dimensión mágico-sacral he pervivido históricamente, primero en el imperio bizantino, para arribar a la cultura occidental con el renacimiento y desarrollarse posteriormente en una floración de movimientos culturales a lo largo de la modernidad, que llega hasta nuestros días. Su estudio crítico es precisamente el contenido de este libro.
El autor pasa revista y traza una ecografía de este magno escenario a partir de su itinerario histórico. En este quehacer se sirve de la guía de algunos pensadores de diverso signo que él supo frecuentar con fruición, escasamente leídos entre nosotros, pero que representan una línea alternativa crítica del pensamiento dominante en la cultura occidental, como Leo Strauss, Eric Voegelin y Charles Taylor, entre otros.
Modernismo y satanismo en la política actual es un ensayo que amplía su mirada hacia el plano global, aunque el lector avisado no puede dejar de advertir una doble lectura, que incluye una perspectiva local. El autor tiene un ojo puesto en el horizonte del ancho mundo y otro en su realidad más inmediata que es su patria. El universalismo no inhibe, al contrario, su patriotismo.
En su incisiva mirada, van siendo sometidas a crítica las llamadas –en el lenguaje teológico– “estructuras de pecado”, que como representaciones del mal constituyen auténticos núcleos del dominio despótico cuyo origen anida en un ser personal. Piénsese en la sacralización de la política modernamente producida por el secularismo laicista que diera lugar a las llamadas “religiones políticas”, constitutivas de las monstruosidades vividas durante nazismo y el marxismo, en el siglo pasado.
En una obra anterior, este incisivo y original pensador había centrado su interés en el liberalismo mecanicista. Ahora se dirige al romanticismo hegeliano en lo político. En ambos casos, traza una profunda crítica de raíz filosófico-política tanto a los elitismos tradicionales y modernos como a los nuevos populismos, que en cierto modo constituyen, dicho con una frase inspirada en el célebre sintagma del léxico político revolucionario, la “enfermedad infantil de la democracia”.
En el tratamiento una vez más precursor de la materia, Miguens ha centrado ahora su pensamiento en algunas verdades esenciales, opacadas por los vientos de la modernidad. El resultado es un planteo realista que conjuga racionalidad y libertad. Por ejemplo: el orden político no es el orden escatológico, ese loco intento de todos los tiempos de hacer entrar por la fuerza el universo de los hombres en la armonía preestablecida del mundo. El ámbito de la política no es el de la ciudad celeste. El Estado no puede imponer una religión, pero tampoco puede imponer una religión secular ni un pensamiento único. El orden político no es el único horizonte de sentido, nos viene a decir Miguens, porque si toda trascendencia es excluida del escenario social, sólo queda el poder del hombre sobre el hombre.

En más de una ocasión, este mismo maestro censuró la negación de la realidad por parte del modernismo para imponer sus ideas. Esa es la mentira que en este proyecto construye formas institucionales que aherrojan el espíritu del pueblo bajo los mitos políticos de libertad, democracia, justicia social y derechos humanos. La satanización consiste en pervertir su sentido y manipular su significado, llevando al pueblo su mensaje de salvación inmanente bajo las apariencias de una ilusoria liberación.

Hay en este ensayo, que es una síntesis conclusiva de toda una vida dedicada a la reflexión sobre la sociedad, primero un tratamiento de la cuestión de Dios en la modernidad y su conclusión, que es su negación, para afrontar después, en lo que es el corazón de la obra, sus consecuencias políticas y culturales, básicamente la sacralización de la política y la mundanización de las religiones.
La obra no se remite a un mero diagnóstico, ni siquiera a una denuncia, sino que propone un camino humanista de salida: la desmagización de la política y su democratización. El autor, fallecido hace un lustro, hubiera firmado esta caracterización de la cultura posmoderna enunciada por Jorge Mario Bergoglio siendo arzobispo porteño: “En nuestros días esta magia adquiere diversas formas: va desde el autocontrol de tipo primaveral y bucólico de la New Age, pasa por los diversos tipos de ideologización y cataloguización del camino y termina con los intentos de psicoanalizar y sociologizar el misterio”.
De esa visión realista de las cosas surge en la obra de Miguens y se va perfilando una crítica de la misma sociedad argentina, principalmente sus ensoñaciones adolescentes en los devaneos de un glorioso pasado ya inexistente, su racionalismo de proyectos regimentados desde el poder, tanto militares como civiles, su huida desesperada a la utopía de un futuro imposible que alimentó los violentos caminos de la hybris setentista, y finalmente su espejismo populista, primero escorado hacia la derecha, luego hacia la izquierda, pero siempre tan alejado de la realidad, tan dolorosamente irrreal, y como tal ajeno a las personas concretas que conforman su pueblo.

Muchas de las invectivas que Miguens ha dirigido a su propio pueblo a quien tanto amó durante su larga y fructuosa vida, encuentran su origen en la actitud de prevenir contra los vidrios de colores, pero al mismo tiempo no hay en él la denuncia de una realidad muchas veces amarga solamente, sino que puede percibirse siempre, en su sentir clarividente, una actitud positiva y confiada hacia el futuro, que busca la singularidad de las personas por sobre los sistemas y las estructuras, que descree incluso de ellas, porque suelen ser presentadas con una arquitectura de irreal perfección.

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