Recientemente participamos de un encuentro en Asunción, dedicado a ver cómo el cine de la Argentina, Brasil y Paraguay ha ido reflejando la Guerra de la Triple Alianza, que los locales llaman Contra la Triple Alianza, o Guerra Grande, para diferenciarla de las posteriores Guerra Civil y Guerra del Chaco. El encuentro tuvo lugar en la Manzana de la Rivera, hermoso centro cultural que alberga, refaccionadas, tres casas de otros tantos períodos de la larga historia asunceña.
Enfrente está el Palacio de Gobierno. Hermoso, extenso, precedido de un amplio jardín a la francesa. “Nuestro pequeño Versalles”, nos dice una colaboradora del centro. Inquieta un poco pensar que allí fijaron su asiento Carlos Antonio López, su hijo el mariscal Francisco Solano López, largo tiempo después (y por muchos años) el general Alfredo Stroessner, y también tantos, tantos otros gobernantes, de facto, o provisionales, o constitucionales que apenas pudieron desarrollar lo que soñaban.
Los expositores fuimos cuatro. Primero, desde un video, el veterano cineasta brasileño Silvio Black, indignado contra el ejército de su país, que jamás hizo un mea culpa, como señala en su documental Guerra do Brasil. Cerró el periodista y memorista paraguayo Antonio Pecci (además dramaturgo y director de peso), alentando la inspiración de los nuevos artistas y documentalistas: hasta ahora, Paraguay ha hecho muy pocas películas sobre esa guerra y sus consecuencias.
A propósito, la primera fue La sangre y la semilla, paraguayo-argentina (1958). Olga Zubarry, el director Alberto Dubois, Romualdo Quiroga, técnicos principales y laboratoristas formaron el aporte argentino. El escritor Augusto Roa Bastos (sobre quien Pecci escribió un libro excelente), el compositor Herminio Giménez, el actor Ernesto Báez y todo el resto del elenco, extras, técnicos de base y productores eran de allí. Y el tema es de ellos, pero también es universal: en medio de la peor desgracia, los hombres van a morir y una mujer va a tener un hijo, que acaso represente el futuro.
Al respecto, la historiadora local Ana Barreto analizó detalladamente esa obra y desarrolló los recuerdos más estremecedores de la noche: el drama de las mujeres que sufrieron la muerte de sus seres queridos y por orden superior caminaron en condiciones penosas, y peor aún el castigo a “las destinadas” y “las traidoras”, en muchos casos madres, esposas, hijas o hasta primas de quienes reclamaban el fin de la guerra (120 mujeres asesinadas en un solo día, entre ellas la que había encabezado la comisión de donantes de joyas), y luego la idealización, la figura de La Residenta como compañera heroica, personificada en Madame Lynch.
Nos tocó aliviar esos estremecimientos contando otros: los de nuestro cine. La carga de infantería de Curupayti en Su mejor alumno, donde muere Dominguito, y el encuentro posterior de Mitre con Sarmiento, que viene de los Estados Unidos. “Le devuelvo a su hijo, hecho un hombre”, dice Sarmiento. Mitre no puede decir lo mismo. La cuna vacía, sobre el doctor Ricardo Gutiérrez, su dedicación a los niños, y el dolor de haber sido uno de los muy pocos médicos diplomados que tuvo entonces nuestro Ejército. Argentino hasta la muerte, contradictorio en su final, malo en varios aspectos, pero honrado al plantear el dolor de la guerra y la torpeza patriotera de siempre. El esbozo argumental, se recordará, era de Félix Luna. Luego, las referencias de La Patria equivocada y Fontana, la frontera interior. El documental Contra Paraguay, donde el concepto de “dictadura progresista” recibe un dudoso elogio, y el anterior, y superior, Cándido López. Los campos de batalla, que descubre los caminos de ambos López, el pintor manco y el mariscal enceguecido, se pone en el lugar de ambos, escucha a la gente que hoy vive en esos lugares, y concluye, mirando los cuadros de Cándido: “Sólo los soldados muertos tienen ojos y bocas. Sólo los muertos ven el final de la guerra”.
Antes que se nos pase, este encuentro se dio dentro del 25° Festival Internacional de Cine de Paraguay, admirable esfuerzo que un puñado de entusiastas hace a pulmón, y que este año incluyó además una copia nueva de La sangre y la semilla, exhibida gratuitamente al aire libre y acompañada por un buen libro de revisiones y entrevistas, y la premiere de dos películas muy atendibles: Soldado argentino sólo conocido por Dios, del cordobés Rodrigo Fernández Engler (ya hablaremos de esta obra), y Boquerón, del orurense Tonchy Antezana, melodrama sobre los jóvenes bolivianos sitiados en pleno desierto al comienzo de la Guerra del Chaco. Antes del festival, Boquerón se mostró en el mismo fortín donde ocurrieron los hechos, y recibió el aplauso compungido de un centenar de escolares paraguayos. En una tumba de ese lugar, esto hay que destacarlo, yacen juntos dos amigos que debieron enfrentarse: un teniente paraguayo y un capitán boliviano. Ellos mismos así lo pidieron cuando ya estaban heridos de muerte. Y la película se cierra con un plano de esa tumba. “Su estreno en Bolivia ha motivado que muchos jóvenes desempolven los baúles de sus abuelos”, contaba el director. Surgieron obras de teatro, reuniones de historiadores de ambos países, un libro de cartas,
, etc. “Mi padre fue prisionero 38 meses en Asunción”, contaba, agregando por lo bajo, “y tuvo una enamorada”. Pero lo más fuerte es una anécdota de filmación: “Estábamos en una estación de tren, rodando la escena en que los soldados parten al combate. Entre los curiosos había un viejito de unos 90 años, que de pronto nos dijo ‘¿Y dónde está papá?’ Su hijo nos explicó. Ese viejito tenía 14 años cuando el padre se fue a la guerra. A los 16, salió a buscarlo. Lo hicieron soldado a la fuerza. Un día recibió tal tiro de metralla que por poco su jefe no le da el tiro de gracia. Lo ocultaron bajo unas ramas. Los paraguayos lo descubrieron y, como era pelirrojo, pensaron que podía ser un oficial alemán. En el hospital militar, como sabía inglés, se hizo intérprete de unos practicantes norteamericanos que habían llegado como voluntarios. Terminada la guerra, volvió a su casa. ¡Su padre le abrió la puerta! Y le preguntó ‘¿Dónde estabas, hijo?”.
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Join discussionLa guerra del Paraguay ha sido un tema no tratado con la profunfidad e intensidad necesaria para que la verdad salga a plena luz, pero lamentablemente es muy comun que actualmente la historia nacional se estudie desde el punto de vista de la ideologia politica.