Irish Argentina

A propósito de la reciente publicación de La independencia de Irlanda: la conexión argentina, por Dermot Keogh, sigue un Informe sobre los irlandeses en nuestro país, que sitúa la obra en su contexto.

La creciente bibliografía sobre el proceso inmigratorio irlandés al Río de la Plata durante el siglo XIX acaba de enriquecerse con el docto volumen del historiador irlandés Dermot Keogh (Dublin, 1945), Profesor emérito del University College Cork, un texto que excede lo que el título promete, dando cuenta y reflexionando sobre la Diáspora Irlandesa en la Argentina, único destino cuya lengua oficial no era el inglés (1).
Los últimos trabajos importantes sobre el tema habían sido Irlandeses en la Pampa Gringa. Curas y ovejeros (2006), por Roberto Landaburu; y Narrativas de la diáspora irlandesa bajo la Cruz del Sur (2011), de Laura Izarra, que constituyeron auténticas novedades surgidas de originales investigaciones, tras años de repeticiones y refundiciones de ocasionales aportes que se iniciaron con la desmañada y algo caótica aunque fundacional obra de Thomas Murray titulada The Story of the Irish in Argentina (Nueva York, 1919), reeditada entre nosotros hace unos pocos años (2).
La preshistoria de la inmigración irlandesa en la Argentina debe buscarse no sólo en los insulares irlandeses que se filtraron con los conquistadores y evangelizadores españoles en los tiempos de la conquista y de la colonia (el primer irlandés registrado como tal fue el jesuita Thomas Field, de Limerick, pero se sabe que John y Thomas Farrel estuvieron en la fundación de Buenos Aires en 1536, y que Rita O’Doghan –bisabuela de José Hernández, autor del Martín Fierro– en 1769 se había casado en Buenos Aires con Juan Martín de Pueyrredón y era bisnieta de irlandeses), sino también en las dos fallidas invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807, comandadas por el irlandés William Carr Beresford y por John Whitelocke, respectivamente. Tras las derrotas, no pocos mercenarios irlandeses que habían integrado las fuerzas invasoras optaron por establecerse en la extraña tierra que habían asaltado. Dispersos por el enorme territorio, algunos castellanizaron sus apellidos: Queenfaith pasó a ser Reynafé y Campbell, Campana, por dar ejemplos. Recordemos, de paso, el significativo episodio que Bartolomé Mitre rescata a propósito de la primera de las invasiones: el del cabo irlandés Michael Skennon, quien desertó aunándose a los criollos; sometido a consejo de guerra, Skennon fue fusilado. Escribe Mitre que “combatía por su fe católica y contra los herejes ingleses al lado de los argentinos” (3).
Sucesivos viajeros y hombres de negocios fueron completando una inicial comunidad irlandesa, como James Spencer Wilde, llegado a principios del siglo XIX para fundar el Banco Oficial, quien se casó en segundas nupcias con una joven criolla. Fue padre de José Antonio, que escribió Buenos Aires desde setenta años atrás, y tío de Eduardo, autor de Aguas abajo. Por su parte, el corsario William Brown (1777-1857), “el viejo Bruno”, según lo llamaba el tirano Juan Manuel de Rosas, luchó con los patriotas por la emancipación, fundó la Armada Nacional y fue Gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1826; otro militar destacado fue John Thomond O’Brien (1786-1861), edecán del Libertador General José de San Martín. De este tiempo inicial data, por otra parte, la impresionante tragedia originada por el sacerdote católico Ladislao Gutiérrez, quien se fugó con su audaz amante Camila O’Gorman, y que, delatados por el cura Michael Gannon, fueron fusilados por orden del dictador Rosas, quien contó con el aviso asesor de Dalmacio Vélez Sarsfield. Tres hijos de Irlanda dieron vida a esta tragedia sudamericana de 1848.
En otro sentido, la buena relación de Irlanda con España, en la que la religión tuvo que ver, había convertido la península en puente para que los irlandeses llegaran a Latinoamérica mucho antes del período importante de la inmigración: Cullen, Lynch, O’Donnell, entre otros, son apellidos cuya presencia aquí se remonta a los siglos XVI, XVII y XVIII (4). En lo académico España se había convertido en el centro de estudios y formación que los ingleses negaban a los irlandeses. Michael O’Gorman, por ejemplo, educado en Francia y España, terminó fundando en Buenos Aires, en 1779, la Escuela del Protomedicato, antesala de la actual Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
Esta información preliminar importa para combatir la equivocada idea de que fue la Gran Hambruna (Great Famine, 1845-1852) el principal resorte que originó el desplazamiento de irlandeses a la Argentina durante el siglo XIX.
Testimonios orales, cartas, muestras inequívocas de prosperidad y ayudas concretas por parte de los primeros inmigrantes para que parientes y amigos vinieran al país fueron, junto al clero irlandés asentado en Buenos Aires, los motores de la inmigración irlandesa originada hacia 1840. Además, un país en expansión y necesitado de brazos para atender la producción rural están en el centro del fenómeno que, según Korol y Sabato (5), durante el siglo XIX trajo entre 10.500 y 11.500 hijos de Erín.
Aquellos inmigrantes y sus descendientes querían sacerdotes que hablaran su lengua y conocieran sus costumbres. El resultado fue el envío, desde Irlanda, de capellanes que fueron no sólo pastores espirituales sino también jefes civiles en frecuente contacto con el poder político. El más famoso fue el dominico Anthony Fahy, considerado el patriarca de los inmigrantes irlandeses y sus descendientes durante el siglo XIX. Llegó con funciones múltiples y murió, en Buenos Aires, en 1871, víctima de la fiebre amarilla.
Fahy instaba a sus patriotas a que se largaran a la inmensidad pampeana donde las posibilidades de progreso eran muchas. Más adelante, en procesos graduales, muchos perdedores volverían a la ciudad para seguir probando suerte. Las audaces jóvenes que cruzaban el océano para tentar fortuna solían alojarse en pensiones para jóvenes irlandesas o en el Irish Girl’s Home, del barrio de Almagro, hasta que se ubicaban como institutrices, secretarias o, en el mejor de los casos, como maestras de Inglés. Gracias a la posesión de la lengua inglesa, o más exactamente del Irish-English, no pocos hombres y mujeres, tras terminar estudios en el Fahy, en el Saint Paul’s, St. Brigid’s o en el Instituto Keating, entre otros centros educativos, empezaban a trabajar con éxito en los ferrocarriles, en empresas navieras, frigoríficos o en las diversas opciones que ofrecían compañías inglesas o americanas. El poema If, de Rudyard Kipling, fue inspirador para aquellos hijos de la inmigración.
El trabajo del padre Fahy fue sucedido por la llegada de congregaciones religiosas: los Pasionistas, los Palotinos, los Christian Brothers y las Sisters of Mercy que, a la asistencia espiritual, sumaron la misión educativa mediante la creación de colegios adscriptos a la enseñanza oficial, aunque acusando una fuerte identidad irlandesa. Años más tarde laicos fundarían otros, siempre con sello irlandés. Muchas otras instituciones culturales, sociales y hospitalarias asistían a los inmigrantes y a sus descendientes al tiempo que demoraban su asimilación.
El 16 de febrero de 1889, unos 1800 irlandeses llegaron desde el puerto de Cork a Buenos Aires en el SS Dresden. Fue el resultado de las tratativas de los señores H. Buckely O’Meara y John S. Dillon quienes, comisionados por el gobierno de Miguel Juárez Celman, engañaron a sus compatriotas con falsas promesas. Tras su llegada, los exhaustos viajeros fueron destinados al Hotel de Inmigrantes donde no había espacio ni comida suficientes. El desastre se agravó con el proyecto originado por un Irish-American, David Gartland, de trasladar el problema a una colonia en Napostá (Bahía Blanca). El infame suceso tuvo difusión internacional.
La muerte del padre Anthony Fahy y el escándalo del City of Dresden constituyeron las principales causas del fin de la inmigración irlandesa más o menos masiva a la Argentina. Es en este marco que se inscribe la investigación y el estudio del profesor Dermot Keogh.
Curiosamente, el volumen se conoce primero en traducción al castellano, labor llevada a cabo por traductores de la USAL, liderados por Verónica Repetti y Mariano Galazzi, en versión que logra trasladar la contundente y efectiva prosa de la lengua original del historiador.
Entendiendo que tanto el lector irlandés como el argentino probablemente desconozcan aspectos del entorno en el que se desarrollaron los hechos, Keogh ofrece, ocasionalmente, información necesaria que contextualiza el asunto central de su trabajo: el rol de la colectividad hiberno-argentina ante un capítulo clave en la historia de la independencia de Irlanda: el Levantamiento de Pascua de 1916.
El lunes 24 de abril de ese año, en efecto, miembros del autodenominado Ejército Voluntario Irlandés originaron una violenta revuelta en el centro de Dublín, convirtiendo el edifico de la Oficina General de Correos en simbólico y fáctico enclave de su accionar. El grupo de rebeldes nacionalistas estaba integrado por profesionales, políticos, periodistas, sindicalistas, obreros, empleados, maestros y hasta escritores como Pádraig Pearse, Thomas MacDonagh y Thomas J. Clark. Se trataba de una coalición política que buscó promulgar el nacimiento de la República de Irlanda. El levantamiento duró apenas una semana porque fue aplastado por las fuerzas británicas que destruyeron, además, construcciones muy valiosas de la ciudad. Eamonn Bulfin, hijo de William, editor del periódico porteño The Southern Cross (que en esa época era caja de resonancia de la actitud de los Irish-Porteños respecto del alzamiento, y que fue la principal fuente de información de Keogh), izó la bandera irlandesa en el edificio de Correos; su condición de argentino lo eximió de morir fusilado. Aquí en el país, la ya numerosa colectividad irlandesa se dividió entre los que apoyaron a los rebeldes, los pro-británicos que los condenaron y (aunque Keogh no se ocupa mayormente de ellos) los indiferentes. Lo mismo ocurrió en la Isla Esmeralda. Escribe Keogh: “El apoyo a la independencia de la República de Irlanda encontró fuertes ecos en la comunidad argentina en general. La prensa con frecuencia comparaba la lucha irlandesa por la independencia y la que había librado la Argentina por la suya” (pp. 255-256). Aunque la gesta fue un fracaso, logró fortificar emocionalmente a la Verde Erín hasta su proclamación como Estado Libre de Irlanda en 1922.
Tres personalidades animan el libro: William Bulfin (1863-1910), su hijo Eamonn (1892-1968), ya mencionados, y el parlamentario Laurence Ginnell (1852-1923). Este último llegó como representante de Irlanda ante América Latina; probablemente más que otros, fue, aquí, muy exitoso en la recaudación de fondos para la causa irlandesa: sagazmente visitó los campos porteños donde residían los irlandeses y sus descendientes que habían hecho fortuna: San Antonio de Areco, Carmen de Areco, Capitán Sarmiento, Mercedes… Sabedor de la íntima relación entre lengua e identidad, William Bulfin, por su parte, estaba empeñado en despertar y expandir la lengua gaélica irlandesa, y desde las páginas del Southern Cross, que editaba, jugó un papel importante en el sentido de incentivar en los irlando-argentinos sentimientos de solidaridad con la tierra de los ancestros y en dar vida a las incipientes relaciones diplomáticas entre la Argentina y su país, que peleaba por la independencia (6). William murió joven pero su hijo Eamonn continuó con la tarea, convirtiéndose en el primer enviado oficial a la Argentina por parte de la entonces nonata República de Irlanda.
Ineludible de ahora en más para los interesados en estudios irlandeses La independencia de Irlanda: la conexión argentina, por Dermot Keogh. Es una contribución importante al tema de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Adicionalmente, ilumina aspectos del proceso inmigratorio irlandés mediante una mirada distinta.

NOTAS
1. Keogh, Dermot: La independencia de Irlanda: la conexión argentina, Ediciones Universidad del Salvador, Buenos Aires, 2016, 376 pp.
2. Murray, Thomas: The Story of the Irish in Argentina, Cork University Press / Ediciones Corregidor, Buenos Aires 2012, 288 pp.
3. Cfr.: Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la independencia argentina. Tomo I, Capítulo 3, Buenos Aires, Eudeba, 1978.
4. En este último siglo llega, desde Galway a Buenos Aires, Patrick Lynch, de quien desciende el poderoso novelista Benito Lynch, autor de El inglés de los güesos y Los caranchos de La Florida. De esos lejanos inmigrantes proviene, asimismo, el escritor Adolfo Bioy Casares (también, Lynch).
5. Cfr. Korol, Juan Carlos y Sabato, Hilda: Cómo fue la inmigración irlandesa en la Argentina, Buenos Aires, Plus Ultra, 1981.
6. En ciertos tramos de su relato, Dermot Keogh se ocupa de los minúsculos detalles de la vida, la historia “pequeña”; en este sentido, basado en cartas de William Bulfin que logró exhumar, evoca amenos sucedidos relacionados con el periódico.

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  1. Martin Lagos on 31 enero, 2017

    «Tras las derrotas, no pocos mercenarios irlandeses que habían integrado las fuerzas invasoras optaron por establecerse en la extraña tierra que habían asaltado. Dispersos por el enorme territorio, algunos castellanizaron sus apellidos: Queenfaith pasó a ser Reynafé y Campbell, Campana, por dar ejemplos.»
    Agrego el caso de militar irlandes John Shaw, quien internado en Tucumán tras la primera invasión (1806), casó allá con Feliciana Villanueva. Su primer hijo, nacido en 1809, fue bautizado con el nombre de Dionisio y en algún momento de la historia (probablemente cuando el niño comenzó a concurrir a la escuela), el apellido mutó de Shaw a Schoo. Dionisio Schoo casó en 1843 con Benicia Reboredo Roca. Entre su numerosa prole se halla mi abuela, Amalia Schoo Reboredo, quien casó en 1898 con Julio Alberto Lagos de la Fuente. Mi padre, el Tte Gral Julio Alberto Lagos (1901-1975) fue el tercer hijo de este matrimonio.

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