Por espacio de dos años, en la Iglesia católica hemos discutido apasionadamente la cuestión del eventual acceso a la comunión de los divorciados y vueltos a casar. Esa discusión era necesaria e impostergable. Pero no debe hacernos olvidar que este problema se origina en una profunda crisis del matrimonio religioso, la cual no es menos grave que la del matrimonio civil. En ambos casos, la primera etapa ha sido la multiplicación exponencial de los divorcios. Pero ya hace tiempo hemos entrado en una nueva etapa, más crítica aún, que es la del ocaso del matrimonio mismo como institución. Antes el problema era que la gente casada se divorciaba, hoy consiste en que los jóvenes en su mayoría ya no se casan.
Y no hablo sólo de no cristianos o no creyentes. También muchos católicos practicantes prefieren hoy convivir antes de hablar siquiera de casamiento. Es sabido que en los cursos de preparación para el sacramento del matrimonio, a diferencia de lo que sucedía hace sólo veinte años atrás, la gran mayoría de las parejas que participan ya conviven. Y no cabe duda de que éstos que han decidido regularizar su unión representan una pequeña minoría con relación al extenso grupo de los que conviven de hecho sin pensar en un proyecto matrimonial.
Este fenómeno, que se extiende ante la sorprendente pasividad tanto de la Iglesia como de la sociedad civil, obedece a muchas causas. Pero en uno y otro ámbito, aunque por supuesto no de la misma manera ni en el mismo grado, ha hecho sentir su influencia un pensamiento que con frecuencia se define a sí mismo como “progresista”. Éste considera que los cambios sociales son fenómenos independientes de la responsabilidad humana, y que por lo tanto no pueden ser juzgados moralmente, aunque en el fondo todo cambio que libere al individuo de responsabilidades y límites es valorado como bueno.
Particularmente en el orden sexual, el “progresismo” busca hacer de los deseos y gustos de los individuos la regla suprema sin otro límite que el mutuo consentimiento, lo cual por definición significa el rechazo de cualquier institución que busque encauzar de un modo racional y justo la vida sexual en la sociedad. Esto no excluye que en algunos casos, de modo transitorio, esta sacralización de los deseos individuales pueda aprovecharse en un modo parasitario de instituciones existentes, como el matrimonio y la familia. Pero lo que dejan en pie con esta maniobra es sólo la cáscara de la realidad que estos conceptos connotan.
Nuestra legislación reciente ha seguido con invariable sumisión cada paso de este proceso. Si hay mucha gente que no se casa, la solución es equiparar en todo lo posible los matrimonios a las uniones de hecho: los primeros se quedarán con las cargas, los segundos con los derechos. Si los cónyuges con frecuencia son infieles, habrá que suprimir el deber de fidelidad; si no quieren estar obligados a convivir bajo el mismo techo, ¿por qué forzarlos?; si se divorcian con frecuencia, hay que facilitarles el trámite con un procedimiento express; si discuten mucho sobre los motivos de esa decisión, mejor suprimir el divorcio con causa, equiparando inocentes y culpables; si en muchos casos uno quiere y otro no, la solución es el divorcio unilateral. Finalmente, si las personas del mismo sexo quieren casarse, no hay por qué desairarlos, aunque nadie sepa ya (tampoco el legislador) qué puede significar un “matrimonio” de tales características.
Habitualmente se responde a este tipo objeciones sosteniendo que a la ley no le es posible oponerse a los cambios de valores y costumbres que acontecen en la sociedad. Pero dejando de lado hasta qué punto se trata de la sociedad o de minorías ideológicas que buscan imponer sus propios valores y costumbres, el argumento de la “impotencia” no convence. En el fondo, se trata de pura coherencia lógica. La sociedad no es responsable de sus propios cambios porque es sólo un material infinitamente maleable; los individuos tampoco, porque no tienen ninguna capacidad de elaborar y sublimar sus propios deseos. ¿Por qué habría de sentir el legislador responsabilidad alguna ante tales procesos si son, a sus ojos, inexorables? Además, ¿qué interés podría tener en oponerse a ellos, en la medida en que expandan el arbitrio individual, principio y fin de toda la vida social?
Pero los resultados de esta “libertad” están a la vista para el que los quiera ver. Una impresionante cantidad de estudios indican un abismo de diferencia entre el matrimonio y otros tipos de uniones. Los niños que crecen fuera del matrimonio presentan generalmente mayor fragilidad afectiva, menor rendimiento escolar, altos índices de repitencia y deserción, de iniciación sexual precoz, embarazo adolescente, iniciación laboral temprana, dificultades psicológicas en el ingreso a la juventud, predisposición a la toxicodependencia, etc. Incluso desde el punto de vista económico, los matrimonios tienen por regla mucho mejor desempeño que las uniones no matrimoniales. Los vínculos precarios y los hogares monoparentales son hoy la regla en los sectores más pobres de la población, no sólo por la incidencia de la pobreza sobre los vínculos familiares sino también por la de éstos sobre aquélla. Lo que permite concluir que las víctimas de la crisis del matrimonio son en primer lugar los niños, cuyo derecho a ser criados por el padre y la madre que los engendraron debe ceder hoy invariablemente a las exigencias de la “realización” individual de los adultos.
La ideología “progresista” es un factor decisivo en el creciente debilitamiento de la familia. Siendo una invención de sectores acomodados minoritarios, con su pátina de elevación moral y explotando su atractivo como el último grito de la corrección política, han logrado imponerse por medio del Estado a la sociedad entera. Esta ideología se ha erigido en una especie de política de estado informal, seguida tanto por el gobierno anterior como por el actual, en una loca carrera por “expandir los derechos” (siempre los de algunos a expensas de los de otros). Para ello se recurre a un autoritarismo soft, que aprovechando la distracción general ha permitido al Estado tomarse una atribución insólita: la de redefinir (y desarticular) el matrimonio, una institución que lo precede y a cuyo servicio debería estar.
Ante una crisis tan preocupante, la Iglesia junto con las demás comunidades religiosas, está llamada a inspirar a esta cultura enferma −generadora de individuos incapaces de vínculos sólidos, estables y fecundos−, con una visión renovada de los valores irrenunciables en los que se debe fundar la convivencia, en especial los del matrimonio y la familia. El papa Francisco, en su exhortación Amoris laetitia, ha presentado esos valores de un modo renovado y sugestivo. Pero para difundir esta enseñanza es preciso superar la timidez, el deseo de no incomodar, de no parecer rígidos e insensibles, de no “discriminar” (término que en su uso actual ha perdido toda inteligibilidad). Hay que volver a hablar con claridad del matrimonio, y dejar sentado, a quien quiera escuchar, que ninguna otra unión puede sustituirlo. Es preciso luchar para que no sólo en los colegios religiosos sino también en los laicos se eduque para el amor, para la familia, para los vínculos que perduran. Y hay que tener en claro que sin familias sólidas la pobreza nunca podrá ser vencida.
Si desertamos de esta misión, seremos cada vez más una sociedad de individuos básicamente aislados, cuyas vidas van a ser redefinidas una y otra vez, a su arbitrio, por un Estado amablemente autoritario. Y siempre, por supuesto, en nombre de nuestra “libertad”.
5 Readers Commented
Join discussionAmigos,
El divorciarse, casarse más de una vez, no casarse, “convivir”, “regularizarse en la unión”(¿?), “ordenarse sexualmente (¿?)”, etc., etc.,son decisiones de vida muy personales y trascendentes. Presuponen un deseo y acción anterior de intimar con el prójimo; uno se introduce en la vida íntima de otra persona.
Al intimar, el prójimo es primero un reflejo, su cuerpo se hace visible e intocable simultáneamente. Los ojos triunfan sobre el tacto, y en un segundo momento la imagen se transforma en objeto de conocimiento erótico y de contemplación. Finalmente, está la crítica. Del erotismo a la contemplación, y de ésta a la crítica. Y dos personas se transforman en una, desde el mirar al saber. Esta metamorfosis está sujeta al accidente y la contingencia, que es el tiempo.
Por favor, amigo Irrazábal, sea sincero consigo mismo. No pretenda ser testigo y juez de la vida íntima de dos personas. ¡Es un gravísimo error ¡
Reconozca en Usted las debilidades humanas del prójimo. Haga suyas las desgracias de sus hermanos. Sea consiente de su condición, ¡humana¡, para desarrollarla. Y que sea el motivo y el fin de sus acciones.
¿son decisiones trascentes? para mi muchas veces egoistas
Sorprende el articulo de Gustavo Irrazábal por su rigidez e incapacidad para desarrollar un análisis más profundo de las consecuencias que los cambios evolutivos, culturales y sociales han producido, dando paso a «nuevos modos» de construir lazos afectivos y por ende, de configurar otras maneras de ser «familia» que las enmarcadas en la figura tradicional: papá, mamá, niños.
También llama la atención que el autor haga gala de ideas sumamente obsesivas en terreno sexual (del prójimo, en este caso de los creyentes), ideas que se imponían con total liviandad reprimiendo conductas y estipulando normas cuando la Iglesia ostentaba un poder absoluto sobre emperadores, reyes y toda la sociedad. Tal vez este claro «retroceso» se pueda explicar atendiendo a la centralidad que ha tomado la figura del Papa Francisco como referente moral más allá de la institución católica. Tal vez estemos volviendo a un papado-centrismo que se está convirtiendo peligrosamente, para algunos al menos, en una «papolatría» de consecuencias no deseadas.
Que las mujeres y los hombres de hoy rechacemos enfáticamente que las instituciones, cualesquiera que sean, también las religiosas, se metan en nuestra vida íntima es signo evidente de madurez psicológica y espiritual, y no de decadencia, como parece querer decir el señor Irrazábal. Y estimo que, afortunadamente, este proceso evolutivo no tiene vuelta atrás.
El pretender dominar la intimidad, la sexualidad de las personas, como anhela el autor del artículo, es propio de gobiernos totalitarios. Esas prácticas eclesiales de avasallamiento de la vida afectiva de la gente hoy se consideran inadmisibles, y no deben permitirse nunca más.
Por otra parte, la visión tan negativa del hombre y de la sociedad actuales que esgrime el autor, minusvalorando la capacidad de la gente de elaborar y sublimar sus propios deseos, así como el tratar de «enferma» a una cultura que según el mismo «genera individuos incapaces de vínculos sólidos, estables y fecundos» (sic), sólo muestra serias limitaciones para hacer un análisis objetivo del influjo negativo que ha tenido la institución católica. Su moral ha sido muchas veces deshumanizante, contrariamente al anuncio liberador de Jesucristo. Por eso es que seguimos padeciendo atropellos de miembros de la institución eclesial, abusos de poder que se transforman en abusos sexuales contra los más pequeños y desprotegidos, discriminaciones múltiples hacia los colectivos que no entran dentro de los moldes establecidos por la institución, dejando de lado el reconocimiento y la práctica de la igualdad entre todas las personas, sin sexismos ni argumentos excluyentes.
Una pena perder la oportunidad que este espacio ofrece para hacer una descripción más objetiva de lo que no es más que «una» perspectiva sobre la situación de las familias hoy, con algún aporte que valore positivamente lo que la cultura ha logrado en materia de reconocimiento de libertades y derechos de los individuos.
Saludos cordiales.
en realida usted no quiere que Dios entre en su vida el Dios-Amor,que Jesucristo entre en su vida privada,que el que lo creo que lo conoce mas que usted a si mismo no se meta .En el fondo es el mal de adan y eva:»Queremos ser dioses y desobedecer al AMOR CREADOR yredentor de Jesucristo.Dios no te metas en mi vida intima ,aunque siempre nos llama al amor verdadero y a la plenitud y felicidad verdadera
Sobre el final de su artículo, escribe «educar para el amor». Tal vez la pregunta podría ser, que es el amor, y desde esa respuesta me pregunto, como yo vivo el amor.
Amor es todo aquello que llama y da vida, lo contrario es la muerte. A-mor, no muerte.
Por eso Dios se con-funde con el amor, siendo uno y se lo define así también Dios es el Amor. Dios es dador de vida, Dios es la Vida.
En la medida que nosotros busquemos la vida en su verdad, nos encontraremos con este Dios Amor y como siempre y desde siempre, en este encuentro él nos impregnará de nuestra identidad, la de ser su pueblo, y reconociéndonos a nosotros mismos, reconocerlo como nuestro Dios,
No tengamos miedo, y vayamos al encuentro del Amor que es Vida y que está en nosotros, desde siempre, siempre.
Ama y haz lo que quieras… la verdadera sabiduría del Amor, esa del que aprendió a vivir en paz consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con Dios.
Vivamos en la cultura del encuentro, vayamos una y otra vez al que nos enseña como, al que nos enseña a ser.
Vayamos al que nos decide a encontrarnos con nuestros anhelos mas profundos, la belleza, la verdad, la vida, a conocernos y mostrarnos a nosotros mismos sin miedos, dejándonos sanar, para así vivir integrados, siendo uno, donde sentimos lo que pensamos, y pensamos lo que decimos, y decimos lo que sentimos. Dejando caer nuestras caretas, nuestros esfuerzos por mantener algo que no somos. Y poco a poco, así iremos aprendiendo a vivir, iremos aprendiendo a amar.
Y cómo lo hacemos?, cómo vivir integrados? cómo ser uno sólo? cómo vivir en paz? cómo aprender a amar?
Vengan a mí, vengan todos aquellos que estén afligidos, desconsolados, divididos, tristes, los que no saben… vengan a mi los que tienen sed, y Yo les daré de beber.
Busquemos al Dios de nuestro corazón, dejemos que nos sane, que nos dé de beber, que calme nuestra sed de Amor, Vivamos así, y transmitiremos lo que vivimos, con ninguna palabra, con nuestra vida.
Nos animaremos a ir a El, desde donde estemos, con la cultura que tengamos. Hacemos tanto esfuerzo de nuestra voluntad para crecer en lo que hacemos, (profesión, trabajo, etc.), y que vamos a hacer… «a-ser» para crecer en nuestra vida? Nos seguimos quedando sólo con el jardín de infantes de la espiritualidad?
No tengamos miedo, adentrémonos en la vida, para encontrarnos con la Vida. La que es Verdad y Camino.
Hay tantos guías en la historia del hombre, Padres y Madres del desierto, Macario, Antonio, Agustín, Hildegarda, Julián de Norwich, Catalina, escritos anónimos como el de la Nube del no Saber, Peregrino ruso, o las guías de Teresa de Avila y Juan de la Cruz, también contemporáneos como Merton, Freeman, Hno Roger de Tazié, Francisco Jalics, Inés Ordoñez de Lanús… hay tantos y tantos guías, si queres hacer el camino, que bueno sería que te decidieras por dejarte acompañar por uno de ellos, varones y mujeres que un día también se decidieron a entrar en su castillo interior, ojala te decidas a-ser esta experiencia personal, de contemplar el abismo del misterio, el abismo insondable del Amor.
Thomas Merton decía: “La contemplación es el espontáneo temor ante lo sagrado de la vida, del ser. (…) La vívida comprensión de que nuestra vida y nuestro ser procede de una Fuente invisible, trascendente e infinitamente abundante. La contemplación es, por encima de todo, la conciencia de la realidad de esa Fuente”
No tengamos tanto miedo.
«Ensancha el espacio de tu alma, y no temas porque con gran ternura te uniré conmigo, mi alianza no vacilará. Alegrense! «(Is 54)