El Cura Brochero y la relación Iglesia y Estado

El 16 de octubre el papa Francisco canonizó al primer santo que nació, vivió y murió en la Argentina. Uno de los aspectos menos estudiado de Brochero es el que aquí presentamos, opacado quizás por la figura tradicional del cura “gaucho”, montado en su mula malacara.

La relación entre la Iglesia católica y el Estado en la Argentina ha seguido un proceso de evolución, pasando del paradigma de la Nación católica, con un Presidente católico, al paradigma de una sociedad pluralista, donde conviven armónicamente diversas confesiones y humanismos filosóficos. Con todo, permanecen aún resabios del modelo tradicional, como el sostenimiento del culto católico, según el Art. 2º de la Constitución Nacional.

Católicos y liberales

En este cambio de paradigma hubo momentos de mucha tensión entre la línea tradicional católica y las corrientes liberales, así como momentos de paz y de diálogo, como el actual. El Cura Brochero, nacido en Córdoba en 1840 como José Gabriel del Rosario Brochero, vivió una época de enfrentamientos de la Iglesia con la línea liberal. Su trabajo como cura en una zona marginal, “tras” la Sierra Grande para los de la capital cordobesa, no tenía por qué padecer esos conflictos culturales. Sin embargo, Brochero no se aisló; cuando le parecía oportuno salía de ese lejano Oeste y aparecía en Córdoba o en Buenos Aires para tratar con el gobernador o el Presidente de la República.

Un siglo antes de Brochero encontramos a la santiagueña María Antonia de Paz y Figueroa, “Mama Antula” (1730-1799), declarada beata el 27 de agosto último. Ella también tuvo que afrontar los conflictos de la relación Iglesia y Estado, aunque en otro contexto. En el siglo XVIII los reyes absolutistas “protegían” a la religión católica, incluso expulsando y persiguiendo a los jesuitas. En cambio, en el siglo XIX algunos liberales eran o actuaban como enemigos de la Iglesia y de la religión. Un rasgo común a ambos santos era que no miraban como “enemigos” a los de otra línea sino que procuraban ganarlos a todos con su bondad.

En la segunda mitad del siglo XIX se advertían en nuestro país dos corrientes antagónicas, distinguidas con los nombres de católicos y liberales. Pero cada una de ellas incluía una variedad de posiciones. Recordemos a dos personajes simbólicos: José Manuel Estrada, líder católico, y Miguel Juárez Celman, liberal. Estrada se sintió atraído por el movimiento liberal católico. Había leído a Montalambert, intelectual francés, quien propiciaba “una Iglesia libre en un Estado libre”, es decir, una Iglesia que no necesitara ser protegida por reyes católicos, posiciones que serían asumidas, en gran medida, por el Concilio Vaticano II, en 1965. Juárez Celman, por su parte, se hallaba distante del ateísmo anticlerical y agresivo de muchos de sus contemporáneos. Aunque fue autor de reformas consideradas antirreligiosas, mantuvo una amistad fraternal con el cura Brochero, su antiguo compañero de estudios en Córdoba. De modo similar, Estrada se distanciaba de los católicos intransigentes.

La batalla por el matrimonio

El movimiento liberal logró la aprobación de la enseñanza laica en 1884, que suprimía el catecismo como asignatura obligatoria, pero lo admitía en las aulas fuera del horario de clases. Para muchos católicos, la escuela laica era negadora de Dios. En el mismo año se aprobó la ley del Registro Civil, según la cual la fe de bautismo dejaba de ser un instrumento válido para quedar registrado ante el Estado. Y cuatro años después se aprobó la ley del matrimonio civil, que ocasionó un serio conflicto.

En realidad, el proyecto de ley, presentado durante la presidencia de Juárez Celman, dejaba la celebración librada al criterio de los contrayentes, quienes podían acudir al ministro de su religión antes o después de la inscripción en el registro civil. Pero el proyecto fue modificado en el Congreso, de modo que la ley castigara al sacerdote que realizara la celebración religiosa sin tener a la vista el acta de la celebración civil precedente. Hubo curas que se negaron a acatar esa disposición y fueron sancionados, incluso encarcelados.

Felizmente predominó en la Iglesia el sentido común. Era posible evitar ese conflicto, aceptando la previa celebración civil. En los casos en que no fuera posible, se realizaría la ceremonia religiosa en forma privada y la anotación se conservaría en la curia del obispo. Se evitaba así que una persona fuera acusada de bigamia, si se había casado antes con otra por el civil. Y el cura Brochero fue partidario de no dar una batalla inútil, reservando las energías para luchar contra la ignorancia y la pobreza.

Hasta la Cuarta Semana

Todo lo que hizo Brochero por el desarrollo es ponderado por católicos y no católicos. Sin embargo conviene aclarar que su actividad social manaba de su fe y de su carisma sacerdotal. Pudo emprender tantas obras gracias a su virtud de la esperanza, que nacía de su confianza en la Providencia. Sin esa confianza, alimentada en la oración, hubiera realizado algunas obras, pero no de tal magnitud. El liderazgo natural que ejercía entre su gente nacía también de su ministerio sacerdotal. Por eso, más que líder era un “Padre” para sus hijos. El promotor de ese desarrollo era, ante todo, un constructor de la Casa de Dios. Las exageraciones de algunos laicistas podían generar inquietud en el nivel de una sociedad en trasformación. Pero Brochero no vivía afligido sino alegre, con la conciencia de estar poniendo los cimientos de lo más importante y duradero.

Su acción espiritual se basó principalmente en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, imitando así a la santa Mama Antula. Ella conoció a los jesuitas que se iban expulsados; él, a los jesuitas que regresaban. Ambos promovieron el método de los Ejercicios y tuvieron la idea fija de construir una casa para ello. Otro rasgo común es que orientaron los Ejercicios a los más pobres; ella a los esclavos, él a los gauchos. No pensaron que estuvieran dirigidos sólo a personas con cierto nivel cultural. Muchos de los gauchos de Brochero no sabían ni siquiera rezar las oraciones más comunes. Pero ambos descubrieron en esa gente ignorante una sabiduría popular que les permitía asimilar el mensaje de los Ejercicios.

Brochero procuraba que las personas, también las de escasa práctica religiosa, se arrepintieran de sus pecados y recibieran el sacramento de la confesión o reconciliación. Parecería que esos gauchos no superaban la Primera Semana de los Ejercicios. Las tres siguientes están centradas en la Vida, Pasión y Resurrección de Jesús. Sin embargo, vemos que el arrepentimiento está fundado en el afecto hacia Jesús. En una ocasión, vino de Córdoba un jesuita a ayudarlo en los Ejercicios. Brochero estaba allí, durante la plática, y veía que los paisanos no prestaban atención. En una pausa, le dijo al jesuita: ¿Puedo dar yo la segunda parte? El otro asintió con gusto y Brochero empezó así: “Mira, hijo, lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando sangre. Mira la cabeza rajada y con espinas. Es por tu culpa, que le sacas la oveja al vecino. Por ti tiene jodidos y rotos los labios, porque tú maldices cuando te chupas. Qué jodido lo has dejado con los pies abiertos con clavos porque tú perjuras y odias”. Como vemos, no se quedaba en la Primera Semana sino que saltaba a la Tercera, la de la Pasión. Y en otros momentos incursionaba en la Cuarta con la Contemplación para alcanzar amor, sintiendo la presencia de Dios en la belleza de las sierras cordobesas.

Los enemigos de la Iglesia

Para los laicistas de la época, la religión cumplía la función de fomentar la honestidad, de modo que no aumentara el número de robos, matanzas y otros delitos que alteran el orden público. Brochero, en cambio, asume el planteo desde más arriba. Lleva a esa gente desde una simple fe tradicional, la de estar bautizados y cuidar los cementerios, a una fe más personal, basada en la contemplación de Jesús crucificado, incluso resucitado, porque le rezan a un vivo, no a un muerto, a uno que sufre por mis pecados actuales. Proyectando este cambio sobre la relación Iglesia y Estado, observamos que la Iglesia no es simplemente la jerarquía, acompañada por el clero, sino una comunidad de creyentes convencidos. Con los obispos, el gobierno puede “negociar”, no así con la comunidad. Las continuas peregrinaciones que convocan a un millón de fieles cada una, obligan al gobierno a observar un gran respeto por la religión.

Es llamado el Cura “gaucho” por su modo de hablar, cabalgar, comer asados, tomar mate y tantas otras características de esos hombres. Pero no nos engañemos. No era un gaucho tradicional. Se había criado sí en un pueblo pequeño y su padre trabajaba en el campo. No era de una familia de abolengo. Pero desde que ingresó al seminario de la ciudad de Córdoba, a los 16 años, comenzó a adquirir una formación intelectual y social admirable. Tanto que siendo un sacerdote de 29 años fue designado prefecto de Estudios, no de Disciplina, en el Seminario Mayor, y tiempo después obtuvo el doctorado en Filosofía por la Universidad de Córdoba. Al ser destinado a la zona de Traslasierra empezó su adaptación a las costumbres del lugar. No abandonó en la ciudad sus hábitos intelectuales. Al contrario, fueron éstos los que le permitieron proyectar obras y evaluar su rendimiento.

En contraposición con esa modalidad gaucha, que no era un mero disfraz, lo vemos actuando con la modalidad culta o ciudadana. Algún historiador, para justificar sus amistades con los políticos más importantes, como gobernadores, ministros y presidentes, sugiere que Brochero “se valía” de ellos, los utilizaba para lograr los beneficios pretendidos. Yo creo que nuestro santo no utilizaba a nadie. Sus amistades eran sinceras y resulta así un modelo para nosotros, de modo que sepamos dialogar y trabajar junto con personas que piensan de otro modo y tienen, o parecen tener otros principios éticos.

El autor es Profesor en la Facultad de Teología de San Miguel

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