Hasta el momento de escribir este artículo, el 13 de noviembre, se han oído y leído muchos análisis sobre el futuro Presidente norteamericano y lo que su mandato podría implicar para su país, para América latina y para la Argentina.
Se observan todo tipo de reacciones, desde las más racionales hasta las más apocalípticas. Para comenzar, es cierto que la campaña política del candidato republicano no se caracterizó precisamente por un mensaje mesurado hacia ciertos países, comunidades y sectores sociales, sino más bien por todo lo contrario. Pero es de manual que los discursos de campaña no suelen coincidir necesariamente con las políticas que luego aplicarán como hombres de Estado al llegar al poder. Son esas decisiones las que en definitiva interesan. Sin abrir juicio de valor sobre sus bondades o defectos, no olvidemos la campaña electoral del candidato triunfante en las elecciones argentinas de 1989: el meollo de su política económica terminó siendo lo contrario de lo que había pregonado y la inserción internacional finalmente elegida no fue, precisamente, la tradicional del partido que lo llevó al poder. ¿Por qué algo así debe ocurrir sólo en la Argentina? La diferencia, claro está, radica en que lo que vota el ciudadano norteamericano no sólo afecta a su país, pero es algo que no podemos cambiar.
Ese discurso tan criticado y opuesto al políticamente correcto, previsible y moderado de la candidata demócrata puede merecer cualquier juicio pero no se le puede negar una base real: en lo interno se dirigía, sobre todo, a un sector de la sociedad norteamericana que viene padeciendo como ningún otro los rigores implacables de la globalización con su consecuencia más palpable, la relocalización en el extranjero de antiguas fuentes de trabajo ubicadas en territorio propio. Cómo articular una solución que rescate a ese sector manteniendo una economía inserta en el mundo globalizado, es una de las cuestiones que deberá atender el futuro Presidente.
Muchos dirigentes políticos, aquí y en la región, que comentaron el resultado de las elecciones norteamericanas, conocen perfectamente esa verdad de manual sobre la diferencia entre el político en campaña y el hombre de Estado, aunque parecían ignorarla. No faltó una comparación de Trump con Hitler, bastante exagerada. No sólo porque los Estados Unidos de hoy no tienen nada que ver con la Alemania humillada y laboralmente postrada que sucedió al Tratado de Versalles, sino porque la solidez del sistema político norteamericano, galvanizado durante más de dos centurias, difícilmente permitiría semejante dictadura totalitaria y asesina, o por lo menos persecutoria con “los otros”.
Los prejuicios y estereotipos más variados sobre el señor Trump se han mezclado, felizmente, con apreciaciones más objetivas y moderadas, sobre todo de referentes académicos. En el caso de quien esto escribe, la falta de prejuicios “antiyanquis” que suele expresar esa posición antinorteamericana tradicional desde Roque Sáenz Peña y la Primera Conferencia Panamericana de Washington en 1889, no impregna los juicios con tonos oscuros. Pero como los extremos se tocan y en política el término medio es esquivo, no faltará quien crea que quienes pensamos y escribimos así somos un caso perdido, pobres mentes colonizadas por el Imperio.
Con independencia del partido político instalado en la Casa Blanca, es perfectamente posible mantener relaciones maduras entre Buenos Aires (o cualquier otra capital latinoamericana) y Washington, sin necesidad de adherir a ninguno de los dos extremos que se ha sucedido desde 1989 en nuestro país: el alineamiento automático y el enfrentamiento permanente. Se trata de optar por una Realpolitik que procure salvaguardar con independencia y respeto el interés nacional. Mientras que el alineamiento automático no suele pagar bien, las posiciones más radicales e ideologizadas no suman, sólo restan. Por eso no se comparten esos ataques por adelantado y de manera prejuiciosa a la “política imperialista” de un Presidente que ni siquiera ha asumido como tal, sólo porque proviene de la Nación más poderosa de la Tierra y hay que obedecer tercamente a la ideología. Ese temperamento, que habría sido declamado en otro tiempo en nuestro país, no se corresponde con la Argentina de 2016 ni con cualquier otro país consciente de las debilidades propias y de la fortaleza del más grande. No tiene mucho sentido empezar a bailar antes de escuchar la música que se va a tocar.
Por lo demás no es cierto, en nuestro país, que la seguridad del triunfo de la señora Clinton era unánime entre los analistas, sobre todo entre quienes más conocen la realidad norteamericana. De manera pública o reservada, algunos apostaban al triunfo del candidato republicano. Dos semanas antes al 8 de noviembre, en un cenáculo reservado, el autor de estas líneas escuchó por boca de un referente del liberalismo económico de los años 90 –que no es Rosendo Fraga, quien también venía alertando sobre posibles sorpresas– que la mayoría desconoce la realidad de una amplia franja del norteamericano blanco de clase media y que, por ello, aún con sus exageraciones, el empresario inmobiliario tenía posibilidades ciertas de alzarse con el triunfo.
Puede haber error y ello se verá recién a partir del 20 de enero. Pero resulta difícil vislumbrar al futuro jefe de la Casa Blanca completando muros que ya se habían iniciado, o blandiendo el garrote en aeropuertos y accesos fronterizos para empujar fuera a millones de personas, o combatiendo con denuedo a aquellos países a los que el actual Presidente extendió una rama de olivo. En las cuestiones concretas que interesan a nuestros países como la cooperación en temas de interés común o el acceso al crédito y a los mercados, las declaraciones de Donald Trump, apenas conocido su triunfo, permiten apostar que el pragmatismo y el sentido común del hombre de Estado dejarán atrás al político en campaña. La existencia de valores compartidos, sobre todo de los que sostienen una filosofía política similar, plasmada en nuestras Constituciones, deja bastante margen para el optimismo.
Respecto de quienes protestan en las calles por un resultado que no esperaban, la democracia republicana pluralista que conocemos desde Canadá hasta la Patagonia supone dos derechos emblemáticos e irrenunciables: la posibilidad de elegir y, después, la de protestar.
3 Readers Commented
Join discussionNo, no, no amigo von Eyken. No es tolerable que Usted diga:
“Pero es de manual que los discursos de campaña no suelen coincidir necesariamente con las políticas que luego aplicarán como hombres de Estado al llegar al poder.”
¿Qué manual usa señor embajador?!!
Amigos, la mayoría de nuestras discusiones son por palabras. Por las mismas, hasta se lucha. El hecho triste, es que frecuentemente se discuten mentiras. “Es de manual” que algunos hombres utilizan mentiras para justificar sus deseos (o intereses), y luchan por sus mentiras. No habría luchas sin mentiras.
El hombre es más hombre por la palabra. Jesús administró siempre el santo sacramento de la palabra, que era palabra verdadera, era verdad absoluta. Al punto que él era encarnación de su palabra.
La vida de un hombre es lucha de las ideas con los pensamientos. Si la idea no va con el pensamiento, ese hombre es un mentiroso. Esto también “es de manual”.
Amigo Eyken, que sea su proceder hijo de su sentir, y sus palabras revelación de sus pensamientos. ¡Ésta debe ser nuestra ley: ser sincero¡
La sinceridad es ley de vida. La mentira mata el alma.
Una patria civil y liberal, lo es porque respeta la verdad (que es la inteligencia), la sinceridad, la santa libertad de crítica, y la hombría de bien.
Latinoamérica se tiene que unir para ser realmente soberanos independientes.Hay que realizar el ideal de Bolívar San Martín Artigas y tantos héroes americanos
Parece que el señor Trump es coherente en función de los nombramientos que ha realizado para ocupar funciones clave en su gobierno, tanto a nivel interno como externo, que permiten inferir que está dispuesto h plasmar en políticas concretas los contenidos de sus discursos proselitistas, que por otra parte ha continuado una vez electo presidente. Además de la situación global nueva y quizá aún más compleja y riesgosa que pueda plantearse, que va a afectar a toda la humanidad, por ende también a nosotros, con relación a América del Sur y, en particular a Argentina, lo que más me preocupa del próximo presidente de los Estados Unidos de América es su indiferencia.