Por segundo año consecutivo, hemos tenido la suerte de asistir a los festivales de cine de San Sebastián y Biarritz. Digamos la verdad: hemos vuelto al País Vasco, bajo la excusa de cubrir dos festivales que, inteligentemente, se realizan uno detrás de otro, a uno y otro lado de los Pirineos. Primero el Festival Internacional, luego el Latinoamericano. En ambos, la Argentina hizo buen papel.
El invierno, de Emiliano Torres, logró cuatro premios importantes: el Especial del Jurado y Mejor Fotografía en Donostia, y el de Mejor Actor en Biarritz, al que se sumó el de Mejor Film otorgado por el Syndicat Francais de la Critique de Cinéma, un respaldo importante, considerando su próximo estreno en Francia. Lástima que aquí, aunque estrenado en forma inmediata, sólo tuvo un “suceso de estima”. El drama de un capataz viejo desplazado por un joven advenedizo en una estancia patagónica, interpretado por dos actores muy buenos pero poco conocidos, y realizado por un autor también poco conocido (aunque lleva 20 años de asistente de dirección aquí y en Europa) no interesó al público masivo. Pero sinceramente vale la pena.
Nuestro país también ganó el premio de Cine en Construcción para películas a medio hacer (La educación del rey, producción mendocina) y, cosa notable, cuatro proyectos argentinos se ganaron los galardones disponibles del Foro de Coproducción Europa-América latina, desplazando al resto de los proyectos presentados por otros países. También hubo galardones para un corto del encuentro paralelo de estudiantes de todo el mundo, y para el documental Damiana Kryygi, de Fernández Moujan, dolida observación sobre la actitud de los estudiosos de otros tiempos ante el misterio de los pueblos originarios. Y, aunque no ganaron nada, también hicieron buen papel El rey del Once y Pinamar.
Del resto del mundo, podemos recomendar algunos títulos, ahora que Internet facilita su acceso. Por ejemplo, American Pastoral (tragedia familiar a causa del fanatismo), Un monstruo viene a verme (melodrama para todas las edades), Wiener-Dog (o cómo un perro salchicha ejerce influencia benéfica sobre las personas), Frantz (nueva versión del viejo tema de Maurice Rostand donde un músico visita a la familia del hombre que mató en la guerra), I, Daniel Blake (Ken Loach defendiendo al hombre contra la burocracia), After the Storm (nueva historia familiar de Hirokazu Koreeda), X Quinientos (historias de inmigrantes colombianos), los dibujos Louise en hiver, Ma vie de courgette y La tortue rouge, los documentales Voyage a travers le cinéma francois (de Bertrand Tavernier), Theather of Life (un chef alimenta a los desposeídos), El fin de la ETA (proyectado sin escándalos), Jonas e o circo sem lona, Nueva Venecia (gente que intenta la alegría pese a sus carencias) y varios films basados en personajes y situaciones reales: La fille de Brest (una médica frente a un negocio farmacéutico), L’Odysée (biografía del comandante Jacques Cousteau y familia), El amparo (sobrevivientes de una masacre en Venezuela); los policiales españoles El hombre de las mil caras y Que Dios nos perdone (bastante fuerte, sobre la búsqueda de un sicópata justo durante la visita del Papa a Madrid), etc.
Muy tocantes, los testimonios de decadencia y fracaso del sistema socialista en China (150 Years of Life, un viejito termina matando a su hijo discapacitado porque nadie piensa cuidarlo) y en Cuba (Vientos de La Habana, sobre la novela de Leonardo Padura Vientos de Cuaresma, donde policías desilusionados rastrean la droga proveniente de Nicaragua). Eso se ambienta en los ’90. Según nos dijo un periodista cubano, ahora es todavía peor. Al respecto: en Biarritz asistimos a una charla de Sergio Ramírez, escritor y exvicepresidente de Nicaragua. Desengañado del régimen sandinista, comentó las tonterías de Daniel Ortega, en el poder desde hace décadas, y explicó el origen de su libro Adiós muchachos, “que no quiere ser vengativo contra nadie. ¿Cómo me decidí a escribirlo? Un día una joven me preguntó si había conocido a su madre. Sí, alcancé a conocerla. Murió luchando por la Revolución. Entonces ella me preguntó si había valido la pena. Y esa es la gran pregunta del libro”.
Por supuesto, Ramírez también aprovechó para hablar de su nueva novela, Sara, singular exégesis de la mujer de Abraham (“Se dice ‘Sumisa como Sara’, su marido se hizo rico a costa de ella, pero ella también tomaba decisiones”), y anticipó una buena noticia: “En pocos días terminaré la segunda novela del inspector Dolores Morales”. La mala noticia es que todo va peor en la Nicaragua de este policía honrado.
¿Y cómo va todo por el País Vasco? Nos tocó presenciar las últimas elecciones. Muy tranquilas, salvo por tres jóvenes que pretendieron subir al escenario en la inauguración del festival donostiarra, para reclamar por los etarras que están enfermos en la cárcel. Años atrás, los etarras subieron con metralletas, a arengar al público. Y no hace tanto, aún era habitual cruzarse con alguna manifestación, o encontrar en las paredes el graffiti “Turista: recuerda que no estás en España sino en Euzkadi”. Todavía hoy, según estadísticas, el 18% de la población votaría por la independencia. Pero sin apelar a las armas. Y el Partido Nacionalista Vasco, amplio ganador de los comicios, no piensa quemar etapas, ni mucho menos.
Al otro lado de los Pirineos, en la región de Aquitania, eso ni se plantea. Carteles públicos en francés y euskera, escuelas bilingües, librerías y restaurantes, fiestas y bailes folklóricos en lugares públicos, todo evidencia una pareja integración. Con Francia, por supuesto, y también con los bearneses, que tienen su propio dialecto y todo lo demás. Aquitania es mitad vasca, mitad bearnesa, y toda francesa. Pero eso no es lo que más nos ha llamado la atención. En este viaje encontramos algo más curioso, y muy envidiable: en una plaza muy tranquila y arbolada, había una estantería con puertas de vidrio sin cerradura. Tras las puertas, libros. La gente va con sus niños o con el perro, saca un libro, se sienta a leer, y después lo devuelve. “La boite a lire”, le dicen. Y hay por todas partes. En Buenos Aires existe en Parque Chas una «biblioteca al paso», creada en forma privada por la docente Inés Kreplak. Ojalá su iniciativa prospere y se difunda como corresponde.
En otra ocasión recordaremos una charla con Jean Becker, director de Conversaciones con mi jardinero, hijo de Jacques Becker, a quien San Sebastián dedicó una retrospectiva. También para recordar, una muestra de fotos de Alfred Hitchcock por aquellos lares y una visita a la casa de Edmond Rostand, en Villa Arnaga, cerca de Cambo-les-Bains. Digamos una mansión, con jardín versallesco adelante, y jardín inglés en los fondos. Se la hizo hacer con las ganancias que le dio el Cyrano de Bergerac. Hoy es un hermoso museo donde además se realizan conciertos y exposiciones, y es también una de las pocas mansiones de la gran época “biarrot” que aún se conservan. Otra, según dicen, era la de los Gainza Paz. A las demás, las nuevas generaciones las dividen en departamentos, edifican sobre los jardines, dejan solo la fachada.