A 80 años de la Guerra Civil española, un conflicto que hizo mella en la sociedad argentina al punto tal de volverse una cantera fructífera para intensos debates políticos e ideológicos, tiene sentido volver atrás para rememorar parte de ese drama en el que numerosos intelectuales participaron con intensidad.
La celebración en Buenos Aires del Congreso del P.E.N. Club, asociación internacional de escritores, mostró que el mundo de los intelectuales era poco homogéneo también a nivel internacional: mientras Filippo Marinetti soñaba con una utopía futurista, asimilable al fascismo, ese mismo año el escritor austríaco y judío Stefan Zweig denunció en Buenos Aires la barbarie inhumana que se había convertido Europa bajo el nazismo.
La visita del filósofo Jacques Maritain, invitado por el mismo congreso, algo esperado desde años atrás, le dio al catolicismo una voz potente y clara. Maritain hizo público su compromiso antifascista, rechazó la legitimidad del levantamiento franquista y se aproximó en su posición al Frente Popular, impulsado por el comunismo. La invasión fascista de Abisinia en 1935 fue el detonante de que Maritain se inclinara cada vez más por el antifascismo. Pero esa actitud fue inadmisible para nacionalistas de toda laya. Así, su visita resultó escandalosa para quienes hubieran preferido que el filósofo católico, antiguo tomista, rechazara la mano tendida que el comunismo francés les ofrecía a los católicos.
Jacques Maritain no era un desconocido en la Argentina, y menos aún en CRITERIO, dirigida entonces por monseñor Gustavo Franceschi, de nacionalidad francesa a la sazón. Maritain había colaborado con la revista desde su fundación en 1928, y una vez que Franceschi se hizo cargo de la dirección en 1932, esos vínculos no se disolvieron, todo lo contrario. Sin embargo, la guerra de España puso a prueba la amistad entre ambos, dado que no tardaron en salir a la luz hondas diferencias, de naturaleza política. Sin embargo, lo más notable es que las discrepancias políticas, por momentos profundas y aparentemente irreconciliables, no atentaron contra los buenos modales, corteses, que Franceschi compartía con Maritain. Franceschi, de hecho, se mostró comprensivo y trató de suavizar las acusaciones más duras que se oyeron contra Maritain en la Argentina. Así, por ejemplo, desmintió en reiteradas ocasiones que Maritain se hubiera volcado al comunismo.
La llegada de Maritain se produjo en una coyuntura caldeada, ya producido el levantamiento de Franco. Coincidió además con el inicio de una fuerte campaña impulsada por la Iglesia católica, de la que participó el propio Franceschi, para recabar fondos en solidaridad con el bando nacional, es decir, franquista. Como consecuencia, a raíz de esta colecta, Franceschi hizo en 1937 un viaje a España para llevar dinero y todo tipo de donaciones destinadas, sobre todo, a la reconstrucción de las iglesias católicas asoladas por la guerra y los ataques “rojos”. Su posición a favor del franquismo fue, pues, de conocimiento público.
Mientras Franceschi se comprometía tan abiertamente a apoyar el franquismo, Maritain, por el contrario, discutió la legitimidad de la idea de “guerra santa”, argumento que había hecho suyo el episcopado español al fragor de la batalla, para legitimar su posicionamiento en absoluto neutral en la guerra civil. Apenas arribado a la Argentina, tuvo diversas intervenciones públicas en este sentido, en especial en Sur de Victoria Ocampo, una revista que Franceschi juzgaba de izquierda, por su posición antifascista. De hecho lo criticó duramente a Maritain por colaborar en ella, un gesto que compartía con el catolicismo nacionalista de la época.
Pero no era el único. Se sumaron otras voces al debate, y las hubo todavía más exacerbadas. Las acusaciones ponzoñosas contra Maritain alcanzaron sus niveles más altos con la intervención reiterada, en las páginas de CRITERIO, de Julio Meinvielle, un joven sacerdote de trayectoria opaca hasta allí, pero que había participado como conferencista en los Cursos de Cultura Católica. La tesis de la guerra de España como “guerra santa” no gozó de consenso en el catolicismo local ni en el internacional durante los años de la guerra civil española –
L´Osservatore Romano, por ejemplo, pidió la mediación internacional en lugar de sacralizar la guerra–, pero Meinvielle la defendió sin admitir contradicción alguna en una polémica intensa, donde no faltaron acusaciones personales.
Más interesante son las posiciones de Gustavo Franceschi y de CRITERIO en este mismo debate, puesto que son reveladoras de la política editorial de la revista, además de su estilo. Franceschi procuró dar cabida en sus páginas a todas las voces que tuvieron algo relevante que decir, desde el punzante Meinvielle hasta César Pico, en el arco nacionalista, pero también al propio Maritain y su fiel discípulo local Rafael Pividal. Pero la buena recepción que Maritain encontró en publicaciones laicas le provocaría enorme disgusto a Franceschi. Y se radicalizó: acusó a Maritain de simpatizante comunista, una acusación que no era banal en el polarizado contexto de los años treinta.
Sin embargo, el debate no decayó de nivel. Dio lugar a varios intercambios de cartas entre Maritain y Franceschi, de viaje por España este último, publicadas en CRITERIO, donde a pesar de sus rotundas diferencias, pudieron sostener el diálogo. Más aún, cada uno de ellos recogió alguno de los argumentos esgrimidos por su adversario, en señal de respeto mutuo. Era una discusión de caballeros.
En última instancia, Franceschi y Maritain dialogaban sobre un terreno que en el fondo podía todavía encontrar algo en común –con Meinvielle, en cambio, eso fue imposible, de hecho Maritain no lo reconocería como un interlocutor a su misma altura–. No era poca cosa poder dialogar en un contexto tan exacerbado como el que ofrecía la guerra de España: ello habla de la calidad de ambos interlocutores. Aún cuando no era un diálogo complaciente. Franceschi, de hecho, fue un fervoroso propagandista de la causa franquista en Buenos Aires, cercano a grupos falangistas.
En este rico intercambio, reproducido en CRITERIO a lo largo de sucesivas tiradas, Franceschi no hizo suya la tesis de la “guerra santa”, pero justificó sin ambages el levantamiento franquista y señaló los deslices que desde su punto de vista cometía Maritain en su argumentación. Lo acusó de haber denunciado el bombardeo de Guernica –en torno al cual Franceschi no terminaba de admitir la responsabilidad de Franco–, pero de haber hecho oídos sordos a la “violencia roja”, a lo cual Maritain respondería que, en efecto, la barbarie se encontraba en ambos bandos al mismo tiempo: era un gesto de concesión. Más aún: Franceschi dejó a un lado la idea de sacralizar la guerra, pero sostuvo de todas formas la conveniencia política de la victoria de Franco, a lo cual Maritain replicó, hábilmente, que lo más razonable era, por el contrario, apelar a una mediación internacional para evitar tanto “el triunfo de Franco como el de la izquierda” (sic). Cada carta que iba y venía mostraba que la discusión se daba con altura y respeto por el interlocutor que cada uno tenía enfrente (1).
El único argumento de Franceschi para el que Maritain no tuvo respuesta fue la acusación de que éste transigía con el comunismo no tanto por compartir sus valores ideológicos, sino por estar involucrado en la defensa de intereses patrióticos franceses. Lo más urgente para los franceses era el temor a hallarse cercados por naciones fascistas en todas sus fronteras, de allí que toleraran más a los comunistas de lo que lo hacía Franceschi, que rechazaría rotundamente la idea de la “mano tendida”, como se decía en la época, para referir a cualquier tipo de colaboración de los católicos con las izquierdas. El silencio de Maritain, ante la reiterada insistencia de Franceschi en este punto, es sugerente.
Así, Franceschi fue el único de sus detractores argentinos que no se dedicó a impugnar teológicamente a su interlocutor ni a cuestionar su apego a la ortodoxia, sino que en tal caso lo que hizo fue intentar comprenderlo en su contexto. Tan sólo en 1939, una vez aquietadas las aguas, Franceschi reconocería que la polémica con Maritain no había llegado a dividir a los católicos argentinos, como se dijo en su momento, o en tal caso, tales divisiones habían sido exageradas, y cabía minimizarlas –ex post era mucho más fácil intentar limar las asperezas (2)–. Mientras que Julio Meinvielle no continuó colaborando en CRITERIO, Maritain talló con Franceschi una amistad que perduró a pesar de sus diferencias que, con el tiempo, pudieron incluso ir suavizándose. El propio Maritain reconocería, años después, que el sonado escándalo de 1936 no había sido tan dramático.(3)
En 1936 CRITERIO fue una álgida tribuna de debate. Y lo que allí se discutía, además, no era muy diferente de lo que sucedía en el congreso de los escritores, o en otras publicaciones, incluida Sur. Y a pesar de que monseñor Franceschi había tomado neto partido en la guerra de España, y sólo con dificultad estaba dispuesto a revisar sus argumentos, una vez concluida la guerra civil, en sus últimos años terminó por acercarse a las posiciones de la democracia cristiana.
La autora es historiadora. Profesora en la UCA e investigadora en el CONICET. Autora de Historia del catolicismo en la Argentina. Entre el siglo XIX y el XX (Siglo XXI).
NOTAS
1. «Maritain, la agencia Andi y otras hierbas», Criterio. 15 de octubre de 1936; Criterio, 15 de julio de 1937; Criterio, 12 de agosto de 1937; Criterio, 16 de septiembre de 1937; Criterio, 23 de septiembre de 1937; Criterio, 19 de enero de 1939.
2. Gustavo Franceschi, «De filosofía», Criterio, 19 de enero de 1939, p.57.
3. Al respecto, véase la carta que envía Maritain a Franceschi en 1947, Criterio, 16 de enero de 1947.
1 Readers Commented
Join discussionGran reseña…me interesa personalmente como descendiente de la familia franceschi. Esteban.