He escrito varias veces acerca de George Steiner (nacido en París en 1929), gran filósofo y ensayista, polígloto de cuatro idiomas, crítico y teórico de la literatura y de la cultura, al que he considerado el súmmum de la educación. El diario El País de Madrid en julio pasado publicó una lúcida entrevista bajo el título “Estamos matando los sueños de nuestros niños”, que luego fue reproducida por La Nación de Buenos Aires.
Las inesperadas imágenes del mundo narrado por Franz Kafka han anticipado y revelado genialmente nuestras circunstancias. Un texto singular de las Cartas a Milena dice así: “¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse mediante cartas? Uno puede pensar en una persona distante y puede tocar a una persona cercana; todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que las esperan con avidez. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican en forma desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo. Y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde: son evidentemente inventos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso; después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la radio. Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros, en cambio, pereceremos”.
Kafka murió en 1924, antes del advenimiento de la televisión, las computadoras e Internet y, de seguirle el tren, podríamos deducir que ahora, cuando miles de millones de mensajes electrónicos circulan diariamente por el ciberespacio, sus ávidos fantasmas deben de andar de parabienes y sobrealimentados. Literatura aparte, debemos aceptar que el mundo ha cambiado sustancialmente desde entonces y que se ha vuelto imperativo un uso consciente y valioso de los nuevos medios de comunicación.
Hace ya muchos años, al recordarnos que “todo acto cognoscitivo es un acto lingüístico”, George Steiner advertía sobre la “erosión del atlas lingüístico”, que resultaría a causa de las tecnologías en avance, tanto por su uniformidad como por la creciente velocidad que imprimían a las comunicaciones. Pero dicho peligro de “erosión” se originaba en cambios de tal profundidad que aun las estructuras de la percepción se veían comprometidas y, por lo tanto, aclaraba Steiner, los medios electrónicos de comunicación no pasaban de simple síntoma.
En sintonía con lo anterior, de nuestra parte es necesario señalar, primero, que las innovaciones no se desarrollan en un vacío social, independiente de valores y objetivos vigentes, sino que están signadas por costumbres y circunstancias. Segundo, que debe diferenciarse entre la calidad de muchas aplicaciones de las nuevas tecnologías y la vileza de las de base débil o banales. Nadie ignora la generalizada tendencia a exaltar, sin previa evaluación, los medios modernos y sus presuntos beneficios. Este optimismo pasa por alto que los favores de las técnicas nuevas no sólo derivan de sus específicos atributos sino de cómo éstos se entretejen con los deseos de los usuarios. Las innovaciones no se dan en el desierto: se producen en un medio que las impregna con sus sueños. “Estamos hechos de la materia de los sueños”, escribió Shakespeare con certera visión de poeta.
Al esclarecimiento de lo que significa una innovación serviría la respuesta a ciertas preguntas que la encuadren: ¿por qué surgió?, ¿quiénes la impulsan?, ¿qué necesidades cubre?, ¿quién la controla?, ¿con qué fin?, ¿quiénes ganan?, ¿quiénes pierden? Tampoco debiera soslayarse la relación entre la popularidad de las nuevas tecnologías y su contexto más notorio: preponderancia de las empresas transnacionales, liberalización de los mercados, globalización multidimensional, etcétera.
Como ha venido sucediendo, los medios evolucionarán sin pausa hacia otros estadios, que depararán nuevos deslumbramientos y oportunidades. Pero más importante que las variaciones técnicas o las vicisitudes del mercado son los concomitantes cambios mentales.
Hemos entrado sin advertirlo en la tercera fase de la historia del conocimiento. En la primera imperó la escritura; la imprenta definió a la segunda. Esta tercera fase correspondería a la de la cultura audiovisual que, a partir de una manera diferente de aprehender y elaborar conocimientos, entrañará la transformación de identidad y tradición. Lógicamente, esto alterará el equilibrio. Algunas actividades antiguas y otras consideradas valiosas hasta ahora se están perdiendo. Pero hay cantidad de cosas nuevas que antes no eran imaginadas y que se han vuelto fáciles y naturales. Será necesario comprender si, llegado el momento, el saldo refleja una ganancia o una pérdida. Muchos apostamos por el resultado positivo y asumimos la lucha que implica su uso genuino.
En su Pasión intacta, Steiner deja filtrar una luz de esperanza sobre el futuro de la lectura: “La cultura de masa, la economía del espacio y del tiempo, la erosión de la privacidad, la supresión sistemática del silencio en las culturas tecnológicas del consumo, el abandono de la memoria en el aprendizaje, acarrean el eclipse del acto de la lectura. (…) El lamento será fatuo. (…) Paradójicamente, los nuevos medios de la comunicación instantánea y abierta de la ‘interfaz’ entre texto y recipiente pueden resultar más resistentes frente al despotismo, el oscurantismo y la inhumanidad”.
En la reciente entrevista, Steiner reivindica el aprendizaje de memoria y confiesa: “Estoy fastidiado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria”. Esta circunstancia no es compartida por algunos educadores y también por algunos colegios que hacen publicidad diciendo “aquí no se estudia de memoria”.
Defiende con optimismo la poesía pero cree que estamos educando a nuestros hijos demasiado deprisa, y comenta: “Vivimos una gran época de poesía, sobre todo en los jóvenes. Y escuche una cosa: muy lentamente, los medios electrónicos están empezando a retroceder. El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere tomar un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo. Pero hay algo que me preocupa: los jóvenes ya no tienen tiempo… de tener tiempo. Nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. Y hay que tener tiempo para buscar tiempo. Y otra cosa: no hay que tener miedo al silencio. El miedo de los niños al silencio me da miedo. Sólo el silencio nos enseña a encontrar en nosotros lo esencial”.
Agrega su opinión sobre la utopía y sobre la dictadura de la certidumbre: “Estamos matando los sueños de nuestros niños. Cuando yo era niño existía la posibilidad de cometer grandes errores. El ser humano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… pero si uno no puede cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un ser humano completo y puro. Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto”.
En nuestro agitado presente, sería bueno reconocer que la crisis es también fuente de novedad y creación, que en la declinación de viejas ideas se abonan almácigos de insospechada riqueza.
Bibliografía
“George Steiner y la educación”, Boletín Nº 287-288 sept.-dic. 2006, Academia Argentina de Letras.
http://wi081905.ferozo.com/wwwisis/indice/Boletin%202006%20-%20287-288.html
“El rastreador entre fantasmas”, Horacio C. Reggini, La Nación, 6/11/2001 http://www.horacioreggini.com.ar/?p=122
El futuro sigue sin ser lo que era, Horacio C. Reggini, Academia Nacional de Educación, 2011. Citas acerca de George Steiner: 37,44,109,128,129,165,166,167,168,169, 176,193,202.
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