Reseña de Pobre cerebro, de Sebastián Lipina (Buenos Aires, 2016, Siglo Veintiuno).
El libro Pobre cerebro: los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional y lo que la neurociencia puede hacer para prevenirlos, de Sebastián Lipina, director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, CEMIC- Conicet) es una contribución importante que ilustra sobre un tema angustioso y crítico. Su aporte original es la introducción de las ciencias neurales y cognitivas en el debate actual y en las iniciativas prácticas para tratar esta gravísima urgencia humanitaria.
Lipina presenta los datos científicos más relevantes con gran claridad y prudencia. El cerebro se modifica constantemente durante toda la vida y posee una “plasticidad” sorprendente. Por ejemplo, desde el momento de su nacimiento el individuo pierde neuronas y las redes de neuronas se modifican en consecuencia. Estos cambios continúan durante toda la vida pero son decisivos en los primeros años. Por esta razón la educación constituye uno de los factores más relevantes en el desarrollo neural. De hecho, el cerebro de una persona alfabetizada difiere del cerebro de un analfabeto.
Cada capítulo ilustra un tema con ejemplos contundentes. Comienza describiendo las enormes desigualdades de la humanidad en nuestros días, con millones de personas que viven en la pobreza, muchas veces extrema, en nuestra región y en el mundo. Lipina enfatiza la necesidad de colaboración interdisciplinaria para mejorar la gestión pública para combatir esa inequidad inmoral. Destaca los aportes más recientes de las ciencias neurocognitivas, que ofrecen nuevas formas de recuperar determinadas pérdidas de las capacidades cognitivas y emocionales provocadas por la pobreza en los primeros años de vida.
El libro explica cómo se forma y cómo cambia el sistema nervioso durante el desarrollo normal del individuo y cuáles son las patologías provocadas por la desnutrición y las situaciones crónicas de estrés. El ambiente modula la actividad neural y su acción incide en la expresión genética del individuo. Se sabe que el ambiente modifica la expresión de los genes mediante procesos químicos llamados “epigenéticos”, que son heredables. También destaca la existencia de períodos críticos y sensibles en el desarrollo para adquirir ciertas competencias cognitivas y emocionales, verdaderas ventanas de oportunidad para los cambios favorables. Pero advierte que hay muchos “neuromitos” sobre la irreversibilidad de algunas pérdidas puesto que existen intervenciones que las logran superar. Las ciencias han puesto en evidencia los procesos de atención, memoria y flexibilidad cognitiva que se adquieren en los primeros años de vida y continúan como procesos de “autorregulación” que tienen “la capacidad de ajustar, en función del contexto, los pensamientos, emociones y conductas” durante todo el ciclo vital.
Lipina describe el impacto de la pobreza en el desarrollo neurocognitivo con múltiples ejemplos, que van desde los efectos de la desnutrición hasta la exposición prenatal a drogas y tóxicos. Enumera los factores de riesgo y las formas de protección del desarrollo cognitivo y emocional, y finaliza con una visión esperanzada de la ciencia del desarrollo basada en intervenciones que ha resultado exitosas en la lucha contra los efectos de la pobreza en la mente humana: “una agenda neurocientífica de la pobreza deberá considerar que la finalidad de todas sus aplicaciones no es generar ‘consumidores ejecutivos’ sino verdaderos sujetos de derecho, cuyos proyectos de vida se basen sobre una identidad subjetiva y cultural que trascienda las imposiciones del mercado”. El libro concluye con una bibliografía actualizada que será de enorme valor para los lectores.