La sucesión de tres pontífices no italianos desde 1978 me induce a reflexionar sobre las relaciones de los dos primeros con sus países de origen, concretamente, sobre el tiempo que demoraron en visitar sus lugares de nacimiento bajo muy diferentes condiciones políticas.
El polaco Karol Wojtyla, elevado a la Silla de Pedro el 16 de octubre de ese año como Juan Pablo II, había tenido una tortuosa relación como obispo católico con las autoridades políticas de su país, cuyo partido se mantuvo en el poder once años después de haber sido elegido Papa. No fue el caso de su sucesor, el alemán Joseph Ratzinger, elegido para ocupar el trono de Pedro el 19 de abril de 2005, a quien dedico menos espacio debido a la menor duración y complejidad de su pontificado.
Antes de Wojtyla, el último Papa no italiano había sido el holandés Adriaan Floriszoon Boeyens, que conservó su nombre de pila como Adriano VI. Sobresalen dos diferencias entre él y su sucesor polaco, cuatro siglos después: la duración de su pontificado (19 meses el holandés y 27 años el polaco) y las relaciones son sus países de origen. Adriano había sido tutor del joven Carlos de Gante, luego emperador Carlos V, que influyó decisivamente para lograr su elección. Se había desempeñado como regente en España, a pedido de Carlos V, y durante su pontificado contaba con el favor del monarca más poderoso de Europa.
Muy distinto fue el caso de Karol Wojtyla como sacerdote, obispo y sumo pontífice, frente a Polonia. Debió convivir en su país con los dos totalitarismos del siglo XX desde antes de recibir el orden sagrado. Wojtyla ingresó a un seminario clandestino durante la ocupación nazi de Polonia, en 1943, y fue ordenado bajo la ocupación soviética en 1946. Desde entonces y hasta octubre de 1978, salvo el tiempo que estudió en Roma y pasó en Francia, Bélgica y Holanda hasta 1948, y cuando asistió al Concilio Vaticano II, vivió bajo un sistema político intolerante, represivo y profundamente ateo.(1)
Sin embargo, a pesar de las dificultades imaginables por las que debió atravesar Wojtyla durante esas tres décadas, deben subrayarse dos circunstancias: primero, que Polonia era profundamente católica y a pesar del sistema imperante la Iglesia mantenía bastante autonomía. Segundo, que la relación del obispo y luego sumo pontífice con la grey polaca estuvo por encima de las graves diferencias que lo separaban del gobierno de su país natal. Juan Pablo II demoró sólo siete meses, luego de su elección pontificia, en visitar Polonia, en junio de 1979, en pleno gobierno obediente a los dictados de Moscú. Luego regresó dos veces más a Polonia bajo el sistema comunista, en 1983 y 1987. Después de la caída del sistema Juan Pablo II viajó seis veces más.
En 2014 y 2015 me tocó intervenir en eventos y escribir artículos alusivos a los 25 años de la caída del Muro de Berlín (1989) y a la reunificación de Alemania (1990), que había presenciado in situ. Cuando me encontraba, por mis funciones, con el anterior embajador de Polonia en Buenos Aires, Jacek Bazanski, éste me recordaba siempre que en su país el comunismo había caído antes que el Muro. En efecto, la oprobiosa división de concreto cayó el 9 de noviembre de 1989 –para muchos, merced a la decisiva influencia de Juan Pablo II–. Pero cinco meses antes, el l4 de junio, se realizaron en Polonia las primeras elecciones parcialmente libres de las cuales emergió el primer gobierno no comunista, dirigido por el intelectual católico y miembro destacado de la oposición al comunismo, Tadeusz Mazowiecki. La decidida acción del sindicato polaco Solidaridad dirigido por Lech Walesa, luego presidente de Polonia y apoyado por Juan Pablo II, daba sus primeros frutos.
Rescato un párrafo del discurso de aquel Papa ante las autoridades políticas de Polonia en su primera visita pastoral de 1979, todo un mensaje (el subrayado aparece en el original): “La paz y el acercamiento entre los pueblos sólo se pueden construir sobre el principio del respeto a los derechos objetivos de la nación, como el derecho a la existencia, a la libertad, a ser sujeto socio-político y además a la formación de la propia cultura y civilización”.(2)
No necesito reseñar detalles del reencuentro del pastor con su pueblo en los ocho días de su primera estadía en Polonia. Era un contacto que Karol Wojtyla no estaba dispuesto a demorar a pesar de las profundas diferencias que lo separaban de las autoridades políticas de un país que no había elegido libremente la tutela totalitaria que lo sujetaba. Para quienes no recuerden esas jornadas inolvidables, Internet ofrece las herramientas adecuadas, sobre todo Youtube. Razones de espacio me impiden detenerme en las restantes visitas de Juan Pablo II a Polonia.
El sucesor de Wojtyla, Joseph Ratzinger, no la tuvo difícil con su país de origen cuando fue elegido Papa en 2005. Tampoco demoró en llegar a Alemania, ya que se tomó menos tiempo que Juan Pablo II para visitar Polonia: sólo tardó cuatro meses, luego de ungido, para ir a Colonia en 2005 a fin de participar en la XX Jornada Mundial de la Juventud. Es cierto que los casos de ambos pontífices eran muy diferentes. Ratzinger, nacido en Baviera en 1927, hacía tiempo que residía en el Vaticano como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Cuando fue a Colonia se reunió con el Canciller Federal Gerhard Schroeder, socialdemócrata, y la líder de la oposición democristiana, Angela Merkel, quien un mes después ganaría las elecciones nacionales y sería Canciller Federal hasta hoy.
Un año después, en septiembre de 2006, Benedicto XVI volvió a Alemania, concretamente a Baviera, donde visitó su antigua sede arzobispal de Munich y también Ratisbona, en cuya Universidad había sido profesor. Allí pronunció su famoso discurso con citas del Islam que desencadenó fuertes protestas en países de mayoría musulmana. Fueron dos visitas a Alemania en su primer año y medio de pontificado. Se reconoce el énfasis que le ponía Benedicto XVI a la evangelización de Europa.
Al revés de los comienzos de Juan Pablo II y en un forzado ejercicio de cercanía ideológica, podría imaginarse una “coincidencia” de Benedicto XVI con el gobierno alemán, ya que Angela Merkel, aún siendo protestante, dirige la Unión Demócrata Cristiana que fundó el conservador católico Konrad Adenauer después de la Segunda Guerra Mundial.(3)
En definitiva, por distintas motivaciones, ambos pontífices visitaron sus países de origen antes de cumplirse un año de llevar el anillo del Pescador.
NOTAS
1.Para quienes carecen de información sobre las características de la Polonia de 1948 hasta 1989, la bibliografía es abundante. Recomiendo, como síntesis, El libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión (2010), de varios autores, Ediciones B, Barcelona, páginas 502-511.
2.Peregrinación Apostólica a Polonia. Discurso del Santo Padre Juan Pablo II durante el encuentro con las autoridades civiles. Palacio Belvedere, Varsovia, 2 de junio de 1979. L’Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Nro. 23, p.4.
3. Durante mi segundo destino diplomático en Alemania visité varias veces la catedral de Bamberg, donde descansan los restos de otro pontífice alemán, el único papa enterrado al norte de los Alpes. Sudiger de Morsleben y Hornburg había sido obispo de aquella ciudad alemana, también ubicada en la actual Baviera, y fue elevado al papado en 1046 como Clemente II. Luego de su breve pontificado de menos de un año, sus restos fueron conducidos a Bamberg.