Uruguay, el país más laico de América latina

La visión sobre el vecino país desde la perspectiva de un sociólogo católico europeo. El texto original acaba de ser publicado en la revista La Civiltá Cattolica.

Este país poco poblado(1), enclavado entre dos gigantes –Brasil y la Argentina–, conocido por sus rebaños, la carne y el fútbol, tiene una particularidad en el continente latinoamericano de mayorías cristianas: la laicidad, e incluso su anticlericalismo. ¿Cuál es la razón de tal fenómeno, a pesar de un contexto continental de raigambre católica? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Este espíritu está aún presente? ¿Cómo se coloca la Iglesia frente a esa laicidad?

Una historia local
Uruguay se pobló muy tarde. Fuera de Montevideo, por mucho tiempo el país estuvo prácticamente vacío. Curiosamente es también un país sin nombre propio, ya que su denominación oficial es República Oriental del (río) Uruguay. En 1830 el territorio tenía sólo 70 mil habitantes: campesinos católicos y algún soldado o comerciante en la ciudad. La Iglesia católica fue fundada más tarde. Algunas religiosas llegaron de Europa hacia 1876; el primer obispo de Montevideo se hizo cargo de la diócesis en 1878 (342 años después de la llegada de monseñor Zumárraga a Ciudad de México, en 1532), cuando los movimientos anticlericales ya eran muy fuertes.
En 1900 sólo un millón de personas habitaba el país, mayoritariamente inmigrantes provenientes de España, Francia e Italia. Pero estaban un poco aislados y abandonados por sus patrias de origen. Al obispo de Bayona, por ejemplo, le preocupaban los fieles vascos partidos hacia una tierra tan lejana sin contar con sacerdotes que los acompañaran. La Iglesia era muy débil, mientras que las ideas laicas estaban ya bien presentes: una situación muy diferente respecto de otros países latinoamericanos, en los que la Iglesia gozaba de notable fuerza mientras se afirmaban las ideas socialistas y liberales.
Las corrientes laicas se desarrollaron en los años 1860-80. Fue muy importante el filósofo francés Victor Cousin, exponente del espiritualismo, cuyo manual de filosofía, Du vrai, du beau et du bien (De lo verdadero, de lo bello y del bien) tuvo gran difusión. Él representó una ruptura con el cristianismo. Inspiró numerosas profesiones de fe racionalistas de pequeños círculos uruguayos. La Universidad Nacional fue fundada bajo la marca de Cousin. Muchos libros de filosofía racionalista llegaron de Europa, y se entabló la lucha entre los seguidores y los adversarios de Auguste Comte. También el positivismo social de Spencer tuvo su importancia. Estas múltiples corrientes europeas terminaron desarrollando las fuentes del descreimiento sobre un terreno católico frágil.
Desde el siglo XIX la Iglesia poseía muchas tierras; la sociedad, en general, conservaba inspiración y prácticas cristianas, pero los intelectuales, la Universidad y la prensa eran decididamente liberales y anticlericales(2). Se difundieron las ideas racionalistas. En Uruguay el positivismo creó la ciencia, y no al revés, como sucedió en Europa. Por lo tanto, la modernización del país se realizó en contra de la Iglesia. Los jóvenes de las clases ricas estudiaban en Francia y regresaban anticlericales o indiferentes. Muchos inmigrantes anticatólicos llegaron al país alrededor de 1880: republicanos de Italia, como Garibaldi, o anarquistas catalanes.

Modernización y laicización
El proceso de laicización se encaminó con el coronel Lorenzo Latorre, que había sido Ministro de Guerra, y que llegó a ser Presidente en 1876. Él modernizó la economía, desarrolló los ferrocarriles, y en 1879 creó un Código rural con un registro civil, que le permitía al Estado controlar la vida de las poblaciones. Así mantuvo a la Iglesia distante de los habitantes. Nacionalizó el agua y el gas, reformó la educación con su ministro José Pedro Varela, quien hizo publicar en 1876 la Ley de Educación común. A partir de 1877 los tres principios guía de la instrucción fueron la gratuidad, la obligatoriedad y la laicidad. “Instruir, instruir, instruir siempre” era el lema de este ministro, que buscaba de esa forma defenderse de las dictaduras y de la Iglesia, aunque la instrucción cristiana, estrechamente limitada al catecismo, seguía siendo impartida por maestros de escuela primaria. El Uruguay llegó a ser la Suiza de América, por su desarrollo y su neutralidad democrática.
En 1885 la presión laica se tornó más fuerte. La masonería, proveniente de Inglaterra, de Francia o de Italia, no siempre anticlerical pero a menudo marcadamente laica, fue activa durante todo el último período del siglo XIX. Un ministro era también Gran Maestre de una logia masónica. Se multiplicaron las medidas antirreligiosas: en 1885 se introdujo el matrimonio civil, que mantuvo a la Iglesia alejada de un ámbito fundamental de la vida de los ciudadanos. El mismo año se votó también una “ley sobre los conventos”, para verificar en los monasterios que todas las monjas fueran libres y estuvieran de acuerdo con las decisiones religiosas. Ello suscitó muchos problemas y las mujeres de la buena sociedad se ocuparon de sostener a las religiosas. La laicización sufrió una aceleración.
Otro modernizador fue José Batlle y Ordóñez, presidente en 1903 y en 1911, quien impulsó los fundamentos de un Estado moderno. Provenía de una familia catalana más bien agnóstica. La “Paz de Aceguá”, una suerte de pacto nacional entre los diversos sectores políticos de la sociedad, encaminó una reforma constitucional de múltiples reglamentos. Batlle desarrolló el campo, creó liceos y propuso, con la “Ley sobre el horario de los obreros”, numerosas reformas sociales que se referían a los salarios, la jornada de ocho horas, la prohibición del trabajo de los niños…
A Batlle le preocupaba la dimensión social, pero era anticlerical. Reforzó la enseñanza estatal para contrastar a la Iglesia. Los católicos lo abandonaron para fundar su propio partido demócrata-cristiano, la Unión Cívica, los Colorados católicos. De hecho, Batlle fue el heredero intelectual del alemán Karl Krause (3), espiritualista y ecléctico, padre de 12 hijos, que tuvo entre sus discípulos al fundador de la Université libre de Bruselas. Sus obras fueron traducidas al español a partir de 1840 y se difundieron ampliamente en Uruguay.
Batlle tuvo una relación complicada con el cristianismo. Había sido bautizado, pero no era practicante y ni siquiera había recibido la Primera Comunión. Era un humanista, espiritualista, con un gran sentido del deber. En 1890 se había enamorado de una mujer casada, con la que tuvo un hijo, cosa impensable en esa época. Cuando quedó viuda, contrajo matrimonio con ella. Pero en las recepciones, las señoras de la buena sociedad católica dejaban la sala cuando llegaba su mujer: ¡Humillación pública para un presidente de la República!
Pronto se votaron algunas leyes sobre las que la Iglesia no pudo tener injerencia alguna. Se desplegó un anticlericalismo de Estado, particularmente con la ley de la secularización. Los días de las fiestas religiosas fueron sustituidos con festividades laicas: la Semana Santa pasó a ser la Semana del turismo; el 8 de diciembre la fiesta de los niños; y el 25 de diciembre el día de la familia. El divorcio fue aprobado en 1907. Ese mismo año, se retiraron los crucifijos de los hospitales y se alejaron a las religiosas de los cuidados a los enfermos, lo que provocó una grave disminución en la atención de los internados. En 1909 las escuelas públicas dejaron de impartir formación religiosa. Así, desde comienzos del siglo XX la cultura de Uruguay se encontró progresivamente laicizada. La patria fue separada de la religión, y se suspendió el juramento del presidente de la República sobre la Biblia. En 1917 fue votada la nueva Constitución, que confirmó la separación jurídica entre la Iglesia y el Estado, y también todas las propuestas de secularización de la vida pública.
La Iglesia vivió entonces un momento dramático, que tuvo consecuencias durante un largo período. Monseñor Jacinto Vera, primer obispo titular de Montevideo, fue un eclesiástico muy comprometido; murió en 1881 con fama de santidad. Monseñor Mariano Soler fue obispo a partir de 1891; hombre de sensibilidad social, abierto y moderno, en la línea de León XIII; murió en 1908, en el momento más álgido de la ofensiva anticlerical del Gobierno. Fue entonces cuando no se mandó a Roma la “terna” para el nombramiento del nuevo obispo, según la usanza del régimen concordatario vigente en la época. Fue necesaria la separación de la Iglesia y el Estado para que Roma pudiera nombrar directamente un nuevo obispo titular, sin la “terna”, y esto se dio en 1918. La capital de Uruguay vivió por lo tanto diez años sin obispo titular y sólo con un administrador apostólico, que no tenía autoridad para afrontar la política del Gobierno. Este vacío, durante una década tan importante, constituyó una catástrofe para la Iglesia católica del país. Más adelante, logró retomar un poco de fuerza gracias a los movimientos laicales y a la Acción Católica, pero la laicización y la secularización ya habían transformado la cultura nacional.
Uruguay tuvo un crecimiento demográfico muy débil. La población se mantiene desde hace 40 años en torno a los tres millones. Nunca hubo familias numerosas, excepto algunas muy tradicionales. Los valores católicos no formaron a la juventud y no contribuyeron al desarrollo de la sociedad. Las familias han sido inspiradas por valores laicos. No hubo ni siquiera una fuerte inmigración en tiempos recientes. A menudo el extranjero es visto con cierta difidencia; por el contrario, muchos se transfieren a la gran capital cercana, Buenos Aires, en donde siempre se puede encontrar un puesto de trabajo.

Una sociedad de gauchos fundada sobre ideas políticas
Es fuerte la imagen del gaucho, hombre de a caballo que cuida las inmensas manadas de bovinos que pastan en los campos sin alambrados. La sociedad uruguaya no es jerárquica, se asemeja a multitudes de gauchos, que llevan a cabo su trabajo en libertad y en el respeto recíproco. Cada uno es patrón de sí mismo, no depende de nadie, es autónomo. Si bien hay propietarios de tierras, esto no ha generado una oposición entre ellos y los peones, que deben ser respetados. La capital, Montevideo, ha erigido una gran estatua de un gaucho en una de las principales esquinas del centro.
Esta sociedad se concibe como igualitaria, con el hábito de tutear rigurosamente a todos, lo que reduce las diferencias. Afirmar que “nadie es más que nadie” significa también decir que “nadie es inferior a otro”. La simplicidad del ex presidente José Mujica(4), que vive sobriamente en una casa muy modesta, ilustra el igualitarismo en un liberalismo de costumbres. Este ex tupamaro, habiendo dejado después de veinte años el traje de guerrillero, fue llamado por la coalición de izquierda, el Frente Amplio, dada su personalidad simple, sin ambiciones personales ni intereses económicos. A pesar de todas estas cualidades, según algunos analistas, fue un mal presidente.
Uruguay, por lo tanto, no puede compararse con otras sociedades de América latina que han sido forjadas por una inmigración de personas extremadamente ricas, que mantuvieron un gran número de pequeños inmigrantes e indígenas bajo su dependencia, creando así hasta hoy sociedades marcadas por fuertes desigualdades.
Sobre el fondo de este principio igualitario y democrático, tuvo lugar un debate entre estatismo político y liberalismo social. Se trata de dos posiciones que traducen diferentes opciones en una tradición única, alrededor de una República decididamente orientada hacia las cuestiones sociales, como se ve en las múltiples medidas tomadas muy pronto para crear un sistema estatal de protección social. La división del país se juega más en el rol del Estado que en la distinción entre izquierda y derecha, dado que las tradiciones de derecha prácticamente no existen en un país que rechazó los sistemas jerárquicos. Sin embargo, dos períodos de dictadura, en 1930 y después en 1973, tuvieron efectos de largo alcance muy negativos para la cultura.(5)
¿Qué es lo que define la identidad de Uruguay? No una etnia particular, porque los inmigrantes han llegado de todos los países de Europa para colonizar estas tierras casi despobladas. Tampoco una cultura común, dado que hay diferencias de origen. Ni una religión, porque el Estado se ha ido construyendo sobre el rechazo al cristianismo. Ni siquiera el territorio geográfico, limitado por Brasil y la Argentina, en el cual las semejanzas geográficas, lingüísticas y culturales son muy fuertes con las diversas regiones vecinas. Los desacuerdos entre estos dos grandes países limítrofes han dado espacio a la autonomía de esta región en el tiempo de las independencias. La identidad de Uruguay deriva, en definitiva, de las ideas políticas que defiende.
José Artigas (1764-1850), considerado como el fundador de la nación, tenía ideas políticas muy fuertes, republicanas, igualitarias, populares y que excluían la religión. Era contrario al centralismo de Buenos Aires y favorable a un gran Estado federal que uniera el sud de Brasil y el norte de la Argentina a Uruguay, una región llamada “el país del mate”. Su proyecto fue desbarrancado por las guerras entre los dos gigantes, que dejaron a Uruguay autónomo, en definitiva, único portador de ideas políticas propias. De allí resultó una sociedad más limitada, más pequeña, pero mejor integrada.
Para facilitar esta integración, los nuevos inmigrantes del siglo XIX fueron sometidos a un procedimiento que consistía en extirpar sus específicas raíces culturales, para plasmarlos mejor según el modelo uruguayo. La cultura y la lengua de origen debían olvidarse. Se daba una integración forzada, y los uruguayos mismos de segunda generación practicaban una autocensura respecto de sus culturas originarias para acelerar la integración. La escuela pública tenía un rol central en esta censura y en esta integración. Ello fue posible en un pequeño territorio que el Estado lograba controlar, mientras que no lo era en un país grande como la Argentina, donde las comunidades llegadas de Europa continuaron por mucho tiempo hablando las propias lenguas en sus comarcas.

Una sociedad laica y secularizada
Esta larga historia de lucha para cancelar todo signo religioso de la organización del sistema político produjo un Estado secularizado, que dirige una sociedad que es, ella misma, secularizada. Un Estado muy diferente al resto de los países latinoamericanos, que mantuvieron una fuerte identidad cristiana, si bien algunos, como México, tienen un Estado secularizado, derivado de luchas anticlericales muy violentas.
Por lo tanto, en Uruguay la Iglesia es muy débil como institución. La sociedad sigue siendo cristiana, pero de manera superficial. El 41% de los habitantes están bautizados (el porcentaje más bajo de América latina), en una sociedad en la cual algunos grupos no conocen nada del cristianismo. El 13% son evangélicos, el 10% ateos, el 23% creyentes sin una Iglesia, el 1% mormones, budistas o new age.
La práctica religiosa debe quedar en el ámbito privado, fuera del espacio público, para no invadir el del Estado, ya que la laicidad uruguaya no diferencia entre espacio público y Estado. Es el Estado el gran benefactor, que otorga el sentido de los valores comunes de la nación. Se trata de una “fe cívica” –según el concepto de Micheline Milor(6)–, en la cual la República orienta, guía y provee los valores para todos los ciudadanos, un ideal igualitario, una ciudadanía, una pertenencia. Los partidos políticos están muy presentes y son muy fuertes. Se trata de una laicidad de reconocimiento, según los conceptos de Axel Honneth.
La masonería, de proveniencia inglesa o italiana con Garibaldi, está en la base de esta tendencia. La enseñanza es completamente atea, bajo la presión de los masones, que quisieron marcar su territorio: incluso han bautizado a la calle en donde está la residencia del obispo como “la calle 33”(7). El imaginario anticatólico se construye a partir de la escuela de la República: aquí se transmiten las imágenes más viejas y negativas del catolicismo, desde la inquisición a las monarquías y los príncipes católicos.
Sin embargo, en este tiempo de modernidad y de libertad, la sociedad uruguaya está dividida y se vuelve ambigua en cuestión de religiones. Al querer establecer una distancia con el catolicismo, es tolerante respecto de todas las religiones contemporáneas: evangélicos, cultos afro-brasileños, mormones… Por lo que se refiere al aborto, que suscitó un gran conflicto, muchos que no son católicos se han opuesto, con un debate muy encendido. Inclusive médicos no cristianos se expresaron en contra del proyecto de ley. Por lo tanto la línea de demarcación no ha sido directa y únicamente religiosa. Existía ya desde 1930 una ley sobre el aborto que lo autorizaba en caso de estupro, de peligro para la madre y de malformación del feto. En 2012 hubo una fuerte reacción de los médicos con un multiplicarse de casos de objeción de conciencia.
Por lo que se refiere al matrimonio homosexual, que no tiene el mismo peso desde el punto de vista ético, el debate prácticamente no tuvo lugar, tanto que el nuevo arzobispo de Montevideo, monseñor Daniel Sturla, acababa de llegar y no quería entrar en el cargo con un perfil combativo. Durante la misa celebrada después de su nombramiento como cardenal, afirmó que quería representar a “una Iglesia humilde, deseosa de contribuir al bien común”.
Pero frente al cristianismo existe un sentimiento que suele interpretar intenciones negativas, e incluso maniobras, por parte de los creyentes: muchos modifican las intenciones de los cristianos para poder desacreditarlos mejor. La sospecha contra las religiones está en todas partes y es permanente.

El otro lado de la medalla
El cuadro general de Uruguay se presenta más bien positivo, si se lo compara con los países limítrofes: más democracia, menos desigualdad, mayor cohesión. La población tiene comportamientos que parecen más cristianos y más sociales que los de los países vecinos.
Después de los años ’50 se manifestó ya la declinación de la economía. Con el final de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra de Corea se redujeron los pedidos de lana, de carne y de productos agrícolas. Las exportaciones empezaron a disminuir.
Sin embargo, diversos aspectos de este cuadro de conjunto coherente se han perdido. Existe un verdadero rechazo al extranjero, que no será integrado. La cultura cambia. En los últimos años se votó una serie de leyes para modificar la legislación en algunos puntos cruciales. Además del aborto, que fue despenalizado en 2012, el consumo de marihuana ha sido legalizado en 2013, y en el mismo año fue reconocido el matrimonio homosexual.
La laicidad tiene sus efectos: la acción de la escuela pública, de los sindicatos, de la universidad estatal tiene como consecuencia el alejamiento de todo vestigio religioso en el campo del conocimiento y de la conciencia de muchos ciudadanos, que no conocen ya nada de la tradición cristiana, a no ser sus caricaturas y sus deformaciones.
El modelo cultural es francés, en todos los niveles, en particular en lo que se refiere a la laicidad. Francia se presenta como un ideal de civilización. Para el uruguayo existen sólo dos modelos de sociedad en el mundo: el francés y los demás.

El tiempo del endurecimiento religioso
Después de los tensos debates del siglo XX, que llevaron a una laicización forzada del país a través múltiples leyes, se pensaba que las cosas iban a cambiar y que, habiendo perdido la Iglesia tantas batallas, no habría ya un conflicto entre un Estado dominante y una institución religiosa relegada al espacio privado. Pero varios episodios han vuelto a encender la polémica.
Una gran cruz, de 15 metros de alto, fue elevada en la plaza de la Bandera, allí donde Juan Pablo II celebró la Misa durante su visita en 1988. Tras un debate muy encendido, el presidente Sanguinetti al final aceptó que la cruz quedara en ese sitio, aunque se trate de una plaza pública. Se requirió una ley del Parlamento para confirmar esta decisión.
Por otra parte, en 1992, una estatua de Iemanjá, divinidad del mar, se instaló sin ningún debate en la Rambla, la gran costanera de Montevideo. Ésta no suscitó polémicas, porque no da miedo: no hay instituciones a sus espaldas. No es igual para la Iglesia católica, que presenta una imagen de potencia, de riqueza, de intromisión en las conciencias y de oposición a la libertad. Todo esto es un mito, porque la Iglesia en realidad es muy pobre en Uruguay y dispone sólo de los recursos de sus fieles practicantes, que son muy poco numerosos. Sus instituciones, como los colegios o las universidades, viven de recursos propios; las mensualidades que pagan los estudiantes son a menudo muy elevadas.
Una nueva polémica surgió en 2005 por el traslado de la estatua de Juan Pablo II, después de su muerte, desde la cercana parroquia a los pies de la gran cruz de la plaza de la Bandera. Sanguinetti se opuso y se transformó en el adalid de la laicidad, aunque él no es tan anticlerical. Gran orador, muy inteligente, forma parte de la oposición al Frente Amplio, la coalición de izquierda en el gobierno.
Si la atmósfera se contamina en estos puntos, en general la opinión pública sigue siendo tolerante como una sociedad abierta. El “Atrio de los gentiles” del cardenal Ravasi llegó a Uruguay para discutir sobre la laicidad y recibió una excelente acogida, incluso por parte de Sanguinetti.
La polémica retomó fuerza rápidamente después de 2015, cuando la Iglesia expresó el deseo de instalar una estatua de la Virgen, siempre en la Rambla. La propuesta del lugar es ambigua, porque los obispos querían instalarla en la costanera, a la altura de un edificio del siglo XIX que es una especie de símbolo masónico para la ciudad. El alcalde de Montevideo finalmente se declaró de acuerdo, pero a nivel provincial fue rechazado. El Parlamento nacional discutió durante cuatro horas el 8 de abril de 2016, pero no tiene competencia para decidir.
De la misma manera, en 2015 el caso de cinco sirios inmigrantes encendió nuevamente los ánimos. De hecho, una vez que fueron acogidos en el país, los chicos tuvieron acceso a la escuela pública. Cuando las jóvenes se presentaron en la escuela con el velo, nació una nueva discusión. Sanguinetti afirmó que no era aceptable. El Gobierno respondió que se trataba de una expresión cultural. Al final, el velo fue autorizado.
Pareciera que hacia fuera la dirección va a posiciones menos ideológicas. La opinión pública comienza a integrar dos valores: por un lado, el respeto por la diversidad; por otro, el respeto de los derechos del hombre, teniendo en cuenta sus convicciones y sus expresiones religiosas.

Conclusión
Este país, único en su tipo, es un laboratorio de la laicidad en medio de un continente cristiano. Este fenómeno se explica con la llegada de ideas racionalistas a esta parte de América latina y por el hecho de que la organización de las corrientes religiosas ha sido mucho más tardía que en otros sitios. El desencuentro fue muy violento y sigue siendo un lugar de división de la opinión pública. Queda pendiente la construcción de una sociedad del diálogo, en la cual la libertad de las ideas y de los credos verdaderamente se respete.

Traducción de Alejandro Poirier-Lalanne

El autor del artículo es jesuita francés, master en Teología, doctor en Ciencias Políticas y master en Sociología. Fue director de la revista Études.

Notas:

(1) El Uruguay tiene 3,4 millones de habitantes en 176.215 km cuadrados, o sea poco más de la mitad del territorio italiano (301.340 km cuadrados).
(2) Cfr G. Gaetano – R. Geymonat – C. Greising – A. Sánchez, El “Uruguay laico”. Matices y revisiones (1859-1930). Montevideo, Taurus, 2013
(3) Sobre este tema, cfr S. Monreal, Krausismo en el Uruguay. Algunos fundamentos del Estado tutor. Montevideo, Universidad Católica del Uruguay, 1993.
(4) Fue presidente desde 2010 al 2015
(5) Cfr G. Gaetano. J.P. Rilla, Historia contemporánea del Uruguay. De la colonia al siglo XXI, Fin de siglo, 2005.
(6) Concepto forjado por M. Milot, La laïcité dans le nouveau monde. Le cas du Québec, Turnhour, Brepols, 2002.
(7) Número simbólico de la masonería, particularmente de la de rito escocés.

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