En el marco de una visita a Cusco participé, junto con Wander Jiménez y Miguel Enríquez Huamaní, de una peregrinación al Señor de Qoyllurriti. Partimos desde Maihuamani, a 4.200 metros, hasta llegar al santuario de Qoyllurriti (4.700 m.), al pie de los nevados de Sinakara y enfrente del imponente Ausangate, de 6.400 metros de altura, inmensa masa de hielo que domina todo el valle, a 80 km al sur de Cusco.
La trepada demanda de tres a cuatro horas con comparsas con tambores que ponen ritmo a la marcha. Acordeones y dos flautas traversas acompañan el ritmo, cabeceando de derecha a izquierda, mientras trepan al santuario con pulmones envidiables que desafían el esfuerzo del camino y el aire de los 4.700 metros.
Todas las edades están representadas, inclusive mayores de 70 años, que comienzan el camino con el sol casi caído, enfrentando una noche sin luna y con fríos de 10 grados bajo cero.
La fe en el Señor de Qoyllurriti concierne a la aparición de Jesús resucitado joven (¿transfigurado?) a un pastor de 12 años, Marianito, con quien juega y se divierte, y también concierne finalmente a la figura de Cristo sufriente que queda grabada sobre una piedra ante los “investigadores” enviados por el entonces obispo Moscoso de Cusco (los hechos ocurren hacia el 1780), convocados para estudiar el caso.
Se trata de una fe en Jesús sufriente y resucitado, que se aparece al pastorcito, que juega con él y multiplica sus tropillas de alpacas y ovejas, como signo de abundancia milagrosa y mesiánica.
Los enviados del obispo Moscoso se topan con una figura luminosa que se presenta repetidamente en varias ocasiones, al cabo de las cuales surge grabada en la piedra la mencionada figura de Jesús sufriente.
Estos hechos extraordinarios (con su aura de leyenda) suscitan la fe en el Señor de Qoyllurriti, que no es otro que Jesús muerto y resucitado a la edad singular de un niño de 12 años. Se trata del Resucitado joven que acompaña a Marianito joven.
Hasta hoy, el pueblo sube y peregrina a la montaña para adorar al Resucitado y para pedirle gracia, gracia del Espíritu y gracias singulares en las necesidades del camino de la vida.
El Señor de Qoyllurriti acompaña a los peregrinos y los espera en la Eucaristía del Santuario, en la cumbre del encuentro (más allá que Moisés en Éxodo 19, 26 ss; 24,1 y ss.; Éxodo.34; 1 Reyes 19; Lucas 9,28 ss.).
La Iglesia peregrina se sabe acompañada por Cristo Eucaristía hasta la última cumbre de la Parusía, el encuentro consumado.
En la fiesta central de Qoyllurriti (alrededor del Corpus Christi) se reúnen hasta cien mil peregrinos. Este rincón altísimo de los Andes, frente al Ausangate, aloja una expresión deslumbrante de fe en Jesús, con gente proveniente no sólo de Cusco y alrededores, sino de las márgenes del Titicaca y aún del sur del Ecuador. Esta fe cristológica arraigada y profunda mueve multitudes en condiciones extremas y son expresión auténtica de la fe del pueblo indígena y mestizo peruano, de una hondura conmovedora y viviente, que golpea y sacude nuestra fe urbana, y nos invita a una escucha atenta a esta respuesta cristiana al don de Dios.
En tiempos secularizados, mundializados y pluralistas, las multitudes que suben a orar al Señor de Qoyllurriti nos invitan a ver y escuchar las huellas de la misión de la América barroca andina, y a no simplificar la complejidad de la realidad religiosa y social de los Andes, siempre en plena mutación y con progresos parciales válidos.
Subamos con nuestros hermanos peruanos a la montaña santa. Ellos nos acompañan y llevan al Resucitado.