Tallados en piedra están diseminados por los campos y monasterios de Armenia. Los más antiguos datan del siglo IX y se cree que existen unos 50 mil en la actual Armenia, parte de Turquía y parte de Irán (la Armenia Histórica). De ellos, sólo diez contienen el Cristo crucificado. En la actualidad se siguen fabricando en madera. Su técnica de esculpido es parte del Patrimonio Cultural inmaterial de la Unesco.
En lo alto de una colina, en uno de los monasterios de piedra bellísimos e históricos que visten Armenia, hay uno que contiene una cruz tallada en piedra. Es uno de los famosos «hachkar» (en armenio, cruz de piedra), pero que resulta bastante particular. A diferencia de la gran mayoría de los 50 mil hachkar que se cree que existen en la Armenia histórica (Armenia actual, parte de Turquía y parte de Irán), este ejemplar presenta un Cristo crucificado. Hay sólo diez con esta característica. Lo que asombra, además, es la fisonomía de ese Dios. Aparece como un hombre de proporciones pequeñas, ojos bien rasgados y sus brazos –extendidos y abiertos– no llegan a tocar los extremos de la cruz. Dista mucho de la típica imagen que guardamos del Cristo en el madero. Esta circunstancia encierra una explicación. Los antiguos armenios así lo tallaron para evitar que los hachkar fueran saqueados. Los mongoles, al invadir la región y entrar en las iglesias, al ver el hachkar con la figura de un hombrecillo que se les parecía, lo dejaban a salvo del peligro y la destrucción. Ese hombre con cara de mongol era Jesús. Y lo sigue siendo, en este monasterio de Sevanavank, construido en el año 874. Desde aquí, en la cima de la colina, se divisa el lago Sevan, apenas a una hora de Ereván, la capital armenia.
El monasterio contiene otro tesoro particular. En el pequeño jardín que que antecede al templo, descansa una hilera de espectaculares hachkar. Todos fueron recuperados y restaurados luego de haber sido dañados en diferentes invasiones. Algunos eran colocados en lo alto de las iglesias (todavía se observan, en Sevanavank también) justamente para evitar su vandalismo.
Los hachkar, la gran mayoría al aire libre, representan al arte armenio y cristiano del medioevo y dan ese carácter especial a la región. Las cruces en piedra también están al pie de este cerro, donde una vecina mayor y de formas generosas, descansa junto a un grupo de tres magníficas unidades que ostentan varios siglos a la intemperie, mientras observa a los turistas tomar fotografías con sus teléfonos.
En uno de los extremos del lago Sevan se halla otra reliquia: el cementerio medieval de Noraduz contiene unos 900 hachkar, la mayor concentración actual de estas cruces en la Armenia histórica, y que refieren a varios períodos y estilos.
En Echmiadzin, el Vaticano armenio, y en las plazas de la ex soviética y moderna Ereván, también aparecen hachkar, en forma aislada, pero determinante. Nadie jamás se cansa de verlos. Ejercen fascinación. Son únicos, bellos e irrepetibles. Testigos de la Historia, del cristianismo y de su continuidad. Hasta el Museo Metropolitan de Nueva York guarda una de estas piezas y la exhibe en una de sus salas. Por su valor incalculable, la técnica de tallado del hachkar pertenece al Patrimonio Cultural inmaterial de la Unesco, que protege estas prácticas y expresiones provenientes de nuestros antepasados y transmitidas de generación en generación.
En la actualidad, algunos artesanos de Ereván siguen fabricando los hachkar, tallados en madera. Dos ejemplares llegaron hace poco a la Argentina, al cumplirse 101º aniversario del Genocidio Armenio, el 24 de abril. Una de estas piezas puede apreciarse en el patio de San Gregorio el Iluminador, la Iglesia de la calle Armenia al 1300, en Palermo. Y el otro está emplazado en el boulevard de Hipólito Yrigoyen, a pasos del río, en la costa de Olivos, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
En todos los casos, los hachkar exhiben las puntas en forma de flor. Esa característica, dicen, remite a la vida, a diferencia de la cruz clásica que es de líneas rectas y evoca la muerte. Cada uno de esos extremos en flor termina, a su vez, en tres puntas. También hay una razón: representan a la Santísima Trinidad, y dan testimonio de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad.
La autora es editora en la revista VIVA de Clarín. Autora de la novela Nomeolvides Armenuhi, la historia de mi abuela armenia (Ed. Sudamericana).
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Join discussionMuy buena la nota de los hachkar me encantó. Interesantísima.