El 27 de agosto pasado se procedió a la beatificación de María Antonia de San José, conocida como Mama Antula de la familia de Paz y Figueroa, en Santiago del Estero, su lugar de nacimiento. No sólo la Iglesia la coloca entre sus elegidos; la historia también se apropia de su figura y la propone como sujeto con un importante protagonismo.
En este artículo analizo la construcción historiográfica y hagiográfica que se lleva a cabo en torno a la trayectoria –singular por cierto– de esta beata profesa de la Compañía de Jesús. Un doble discurso que obliga a tener en cuenta tanto sus propias cartas, las escritas en referencia a sus prácticas y una serie de documentos producidos por sus contemporáneos, como también los más de cuarenta textos elaborados desde fines del siglo XVIII hasta la actualidad, que la tienen como actor protagónico. Textos que han sido escritos en distintos registros historiográficos, desde una historiografía edificante, confesional, intra-eclesiástica, en ocasiones enfocada en el rescate de fuentes o dirigida al “gran público”, hasta –ya en los umbrales del siglo XXI– una historiografía académica, científica.
Si bien hemos detectado distintas líneas cronológicas que se podrían seguir, en general se da una continuidad desde fines del siglo XVIII hasta fines del XX, que responde a un marco institucional muy determinante del discurso: la Compañía de Jesús, la Iglesia católica. Una percepción que, no obstante, no impide vislumbrar varios matices, climas historiográficos, diversos niveles de ficción y de verosimilitud que se manejan en las distintas épocas.
El ciclo hagiográfico
A partir de las 23 cartas que a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XVIII María Antonia de San José envía al padre Gaspar Juárez –jesuita expulso instalado en Roma– nace un verdadero ciclo hagiográfico que las reproduce. Allí se destaca su función didáctica y epifánica, en las que la ejemplaridad, las virtudes y los milagros –entendidos como irrupción de la gracia divina– serán la base sobre la que se organiza el relato. Un corpus epistolar que resulta ineludible a la hora de comprender su auto-figuración identitaria, en la que –ante la expulsión (1767) y posterior supresión de la Compañía de Jesús (1773)– ella se ve a sí misma como elegida de Dios y heredera de la Orden en la organización de los Ejercicios espirituales; protagonista de una itinerancia que la lleva a recorrer distintas ciudades de la América meridional, en las que organiza los Ejercicios; objeto de veneración por parte de los vecinos porteños; dueña del Manuelito –un crucifijo con el Cristo Niño que cuelga de su cuello– que es requerido ante situaciones extremas.
Suprimida la Compañía de Jesús, un grupo de contemporáneos de la beata escribe textos, básicamente biográficos y apologéticos, en torno a su figura. Ambrosio Funes –desde Córdoba– envía al padre Juárez decenas de cartas. En ellas la beata será el Javier de Occidente, mujer heroica. Juárez, en Roma, recopila dichas cartas y los testimonios que obispos, sacerdotes y vecinos le envían desde Buenos Aires. Documentos que lee, recorta, traduce al italiano y difunde entre los ex-jesuitas expatriados, quienes a su vez los traducen al francés y al latín y los dan a conocer en sus naciones de origen.
Fruto de esta tarea compartida y de la fama de santidad que va adquiriendo la figura de María Antonia de San José, en 1791 se publica en Europa El Estandarte de la Mujer Fuerte, una vita de la beata, un texto edificante de quince páginas. El objetivo: “dar a conocer las señales divinas sobre la restauración de la Compañía, encarnadas en la América meridional en la persona de María Antonia de San José”.
Y por último, dentro del ciclo hagiográfico, no podemos obviar el sermón fúnebre pronunciado por fray Julián Perdriel, prior del convento de Santo Domingo, a los cuatro meses de muerta María Antonia. Una pieza oratoria que sigue la secuencia de la hagiografía tradicional y concluye refiriéndose a la beata como una posible Santa Rosa de Lima, primera santa americana, laica consagrada al igual que su homenajeada.
Tanto las cartas –de María Antonia de San José y de Funes–, como El Estandarte, y el sermón fúnebre serán los pilares sobre los que una y otra vez se irá construyendo la figura de María Antonia.
El siglo XIX, un largo hiato
En 1814 se produce la restauración de la Compañía de Jesús. Sin embargo, el siglo XIX constituye un largo hiato: durante las décadas de la revolución y las guerras de independencia, el periodo rivadaviano y los sucesivos gobiernos de Juan Manuel de Rosas, la figura de María Antonia de San José queda silenciada. Al cumplirse el centenario de la muerte de la beata el único aporte fue la traducción de El Estandarte de la mujer fuerte del francés al español. Un silencio historiográfico que coincide exactamente con el producido en torno a la Compañía de Jesús. Una imposibilidad de hablar, por parte de los ignacianos, ante el hecho terrible de una Compañía suprimida por el mismo soberano pontífice.
El siglo XX: una construcción edificante
Desde 1902 a 1992 se producen alrededor de 30 textos en torno a María Antonia de San José, escritos con distintas intenciones. Si bien la mayoría de los autores pertenecen a la Compañía de Jesús, también los hay del clero secular y de otras órdenes, que escriben para la Iglesia local; y, en un número reducido, algunos laicos.
Pudimos distinguir tres períodos en la producción historiográfica del siglo XX en torno a María Antonia de San José. El primero, entre 1902 y 1933. La mayoría de los autores pertenecen al clero: cinco de ellos son jesuitas, escritores, historiadores, que han cursado sus estudios en España: Pablo Hernández, Pedro Grenón, Carlos Leonhardt, Guillermo Furlong y Justo Beguiriztain; uno es franciscano conventual, fray Pacífico Otero, destacado periodista y biógrafo de su época y un miembro del clero secular, monseñor Marcos Ezcurra. El motivo movilizador, muy especialmente el de los ignacianos, es rescatar y dar a conocer documentos –puntualmente cartas de y sobre María Antonia de San José– que se encuentran en distintos reservorios argentinos y europeos, así como en archivos privados. El de Ezcurra: responder a los requerimientos del proceso informativo en la causa de beatificación que se introduce en Roma en 1905. También se invocan conmemoraciones de distintos centenarios, todos centrados en torno a la Compañía de Jesús.
La producción historiográfica durante el segundo período del siglo XX: –1941-1947– se inicia con la reactivación de la causa de beatificación. Casi al mismo tiempo se publican dos obras de muy distinto registro destinadas a un público lector diferente: una biografía novelada escrita por María Sáenz Quesada de Sáenz, destinada a un público vasto, y la Vida Documentada de María Antonia de Paz y Figueroa del jesuita José María Blanco, una recopilación de 144 documentos de y en torno a la beata, una obra ineludible, base de la Positio –la documentación presentada en Roma para la causa de su beatificación– que se producirá años más tarde. A lo largo de esta década, una y otra vez distintos autores escriben desde la imperiosa necesidad de dar a conocer “datos fidedignos” de María Antonia de San José. En general eligen las revistas Estudios y Archivum como medios de difusión.
La historiografía producida durante el último período del siglo XX –1969 a 1992– ofrece un panorama diferente. El jesuita Guillermo Furlong y el salesiano Cayetano Bruno, miembros de la Academia Nacional de la Historia y pertenecientes a distintas órdenes religiosas, incluyen la figura de María Antonia en sus respectivas obras monumentales: Historia Social y Cultural del Río de la Plata e Historia de la Iglesia en Argentina. Rescato muy especialmente la investigación del padre Bruno, quien a partir de datos recogidos en numerosos reservorios argentinos y europeos reconoce en María Antonia de San José una mujer que rompe con los moldes de su época; en sus prácticas, la inspiración ignaciana; y en sus obras, la supervivencia de la extinta Compañía.
Las dos últimas producciones de este período responden a una convocatoria de Juan Pablo II a celebrar el quinto centenario de la “evangelización de América”. Fray Contardo Miglioranza, franciscano conventual, autor de más de treinta novelas de santos, publica una biografía de la beata: si bien se basa en numerosas fuentes, no deja de apelar a la ficción cuando es necesario a sus fines. El artículo del jesuita Ignacio Pérez del Viso trae nuevos aires: en su texto, la beata será laica, santa evangelizadora, profeta del resurgimiento de la Compañía y puente entre la antigua y la nueva Compañía de Jesús.
El siglo XXI: una historiografía académica, científica y el retorno a la hagiografía
Ya en los últimos quince años del siglo XX se desarrolla en la Argentina un nuevo clima historiográfico en el que encuentran su espacio la historia cultural, la de las mujeres y la historia de la religión. Desde entonces la historia se apodera de distintos métodos para pensar la realidad, indagar sobre la construcción de identidades de los actores sociales, analizar el discurso y estudiar el hecho religioso.
Dentro del muy numeroso grupo de investigadores que desde la historia y las letras abordan hoy la historia religiosa dos se ocupan de la trayectoria de María Antonia de San José. Roberto Di Stefano, en su Historia de la Iglesia Argentina, destaca la presencia de la beata al mencionar el grupo de monjas y beatas porteñas durante el período colonial; Victoria Cohen Imach desde el ámbito de la literatura, en un registro erudito, reflexiona en torno al testamento de la beata jesuítica y a una selección de sus cartas, recuperando dichos documentos para la crítica cultural.
Mi aporte, que se inscribe dentro del campo de la historia de la religiosidad y de la historia de las mujeres, me lleva a indagar las prácticas de María Antonia de San José y su propósito de mantener vigente la espiritualidad ignaciana hasta la eventual restauración de la Orden; recuperar su experiencia, ayudando así a la comprensión de la reformulación de la relación Iglesia-Estado planteada por los Borbones; los caminos por los que llega a ser parte de la red social que se organiza en torno a los jesuitas expulsos y que le permitieron hacer uso de las libertades intersticiales permitidas a las mujeres de su tiempo. Un recorrido por los distintos temas posibles que sintetizo en mi tesis de doctorado, defendida en 2007 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, publicada tres años más tarde con el título Mujeres consagradas en el Buenos Aires colonial. Una investigación que culmina con la aparición del libro La expulsión no fue ausencia. María Antonia de San José, beata de la Compañía de Jesús: biografía y legado (2015), en el que abordo la trayectoria de María Antonia e intento explicar de qué modo hizo de la ausencia de la Compañía una oportunidad; y, partiendo del análisis del contexto histórico que la autoriza, reflexiono en torno a su personalidad singular, carismática, capaz de interpretar e interpelar la sociedad de su época.
Con motivo de la conmemoración del bicentenario de la restauración de la Compañía de Jesús –1814-2014– se han organizado grupos de trabajo en distintas universidades del mundo. En respuesta a convocatorias muy puntuales presenté ponencias en torno a María Antonia de San José en los encuentros de Buenos Aires –Universidad del Salvador 2012– y en la Católica de Lovaina, Bélgica –2013–. En este último workshop la beata rioplatense fue integrada al grupo de mujeres que tanto en Europa como en las Américas se apropiaron del modelo ignaciano para desplegar sus prácticas. Dentro de la historiografía académica producida en Europa y en los Estados Unidos de América en torno a la experiencia de María Antonia de San José, destaco el trabajo de Haruko Nawata Ward (2006) presentado en el Boston College, y el de Silvia Mostaccio y Sabina Pavone (2013) presentado en la Universidad Católica de Lovaina.
La reactivación de la causa de beatificación y canonización de María Antonia de San José en 1998 ha motorizado una serie de publicaciones en torno a su vida, entre otras las de Leonor Gorostiaga Saldías, Alberto Bravo de Zamora, Víctor Manuel Fernández, Cintia Suarez y Juan José Méndez.
La lectura de todos estos textos escritos a lo largo de los siglos XVIII al XXI me permitió comprobar de qué modo cada época se apropia de la figura de María Antonia de San José de acuerdo con sus propias necesidades; en consecuencia pudimos observar diferentes niveles de ficción, diferentes grados de verosimilitud, distintos usos del relato como constructor de verdad a través de una producción edificante, confesional, intra-eclesiástica, y también académica, que se empeña fundamentalmente en la recuperación de fuentes. También constatamos que el motor de gran parte de la producción del siglo XX es funcional a la beatificación y eventual canonización de la beata. En tanto la historiografía producida a partir de 1999, en su casi totalidad recupera a María Antonia de San José como objeto histórico científico y reconoce su inserción como actor social en la historia.
La autora es Doctora en Historia por la UBA. Miembro del Grupo RELIGIO, Instituto Ravignani. Perito historiadora en la causa de beatificación y canonización de María Antonia de San José.