Encuentro un lugar tranquilo en mi casa o en mi trabajo. Me siento con la espalda derecha. Acomodo mis manos y cierro los ojos. Comienzo a respirar profundamente y a exhalar lentamente. Percibo cómo el aire entra y sale por mis fosas nasales. Permanezco en silencio… ¿Y ahora qué? ¡Este es el gran desafío!
¿Qué hago en estos diez o veinte minutos que he dispuesto para permanecer en silencio? Y ¿qué pasaría si mantengo esta práctica durante una semana, tres meses o un año?
Me enfrento, primero, a la catarata de pensamientos y sentimientos que me inundan. Trato de dejarlos pasar, me concentro nuevamente en el aire que entra y sale por mi nariz. Sigo adelante. Aquieto mi cuerpo, percibo distintas sensaciones y tal vez capto algún dolor, alguna molestia. Sigo firme en el silencio hasta que pasa la turbulencia y permanezco en paz. Pierdo la noción del tiempo y simplemente SOY.
A lo largo de la historia, grandes personalidades sostuvieron diariamente la práctica de la meditación. Algunos se ejercitaron sólo en el silencio y otros también en la meditación cristiana. Al permanecer en silencio lograron estar presentes a sí mismos, a Dios y a su entorno. Como dice Pablo d’Ors en su libro Biografía del silencio, “cuanto más se medita, mayor es la capacidad de percepción y más fina la sensibilidad”; “los grandes místicos lo han hecho…se han vaciado tanto de sí mismos”; “sólo en lo que está vacío y es puro puede entrar Dios”.
Cuando paramos y nos silenciamos podemos escuchar, ver y percibir un mundo maravilloso, que de otra manera permanecería oculto. Comenzamos a conocer lo que verdaderamente somos y empezamos a ser lo que somos. La conexión con la realidad se hace más profunda y el accionar, más certero. La vida se torna una aventura. “La meditación apacigua la máquina del deseo y estimula a gozar de lo que se tiene…todo está ahí para nuestro crecimiento y regocijo”, escribió Pablo d’Ors. Y vemos cómo los problemas y obstáculos de la vida son una oportunidad para crecer y desarrollarnos. Estar centrados nos ayuda a asumir la responsabilidad de nuestra vida y a tomar mejores decisiones. Comenzamos a reaccionar menos y nos permitimos accionar desde la libertad.
Permanecer en silencio, percibir la propia respiración y el cuerpo, permiten estar en el ahora y ser quien soy. Dos realidades difíciles de encarnar en un mundo acelerado y lleno de estímulos y distracciones. Si me pregunto: “¿Quién soy? ¿Cuál es mi misión? ¿Qué puedo aportar a los demás?”, ¿me siento capaz de responder o tal vez percibo en mí confusión y desasosiego?
Dice Jesús en el Evangelio: “Por sus frutos los conocerán”. La persona que sabe permanecer en silencio y hacer meditación percibe cambios profundos en su comportamiento. Pasados entre tres y seis meses, vemos cómo comenzamos a modificar hábitos y actitudes. Nos volvemos más comprensivos, mas misericordiosos. Comenzamos a detectar las necesidades de las personas que nos rodean. Desarrollamos mayor empatía. Comenzamos un proceso de transformación interior, de limpieza y despojo. Morimos al hombre viejo y renacemos a una vida más plena. Lentamente nos vaciamos de apegos desordenados y finalmente damos lugar a que Dios habite en nuestro interior.
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Join discussionLa meditación cristiana como el silencio es una realidad que promociona la persona. La meditación budista, mente en blanco, tiene riesgos de causar trastornos psicológicos que no se dominan, se padecen. Por esto la Iglesia ha debido pronunciarse como contradictoria a la doctrina católica, y porque las poses representan deidades a las que se las cultiva; el estudio fué de una comisión encargada por el Papa. Ricardo