la-sociedad-del-cansancioLa sociedad del cansancio
de Byung-Chul Han
Barcelona, 2012, Herder

Hay obras que revelan su clave de interpretación recién en su desenlace. Las oscuras angustias del filme The Wall, por ejemplo, se resignifican de un modo tan sobrio como absoluto en la frase que acompaña sus acordes e imágenes finales. Parece que en el caso de La sociedad del cansancio, el autor cree conveniente cerrar su prólogo con esta advertencia: “Kafka emprende una reinterpretación interesante del mito en su críptico relato Prometeo: «los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida se cerró de cansancio». Kafka se imagina aquí un cansancio curativo, un cansancio que no abre heridas, sino que las cierra. La herida se cerró de cansancio. Asimismo, el presente ensayo desemboca en la reflexión de un cansancio curativo. Tal cansancio no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo”.
La primera característica formal que puede notarse al recorrer la obra de Byung-Chul Han es que está compuesta por libros breves; a medida que se avanza en la lectura, resulta claro que no es que no tenga cosas para decir, sino que esa austeridad es parte de una deliberada renuncia a lo superfluo. La misma estrategia es responsable de la engañosa sencillez de su estilo. En esto conviene estar atentos: es posible que este autor nos presente la dificultad propia de quien dice algo nuevo: debe crear su propio lenguaje, o por lo menos, forzar, extender las fronteras que delimitan las palabras.
La segunda nota que llama la atención en La sociedad del cansancio es el modo en que utiliza las citas de otros autores. R. Esposito, J. Baudrillard, M. Heidegger, H. Arendt, H. Melville –ver el capítulo “El caso Bartleby”–, G. Agamben, F. Nietzsche y P. Handke son algunos de los que hacen su aporte. La obra se estructura a partir del diálogo, pero sin caer en la mera compilación de dichos ajenos ni en una colección de refutaciones. Más bien se queda uno con la impresión de haber presenciado un coloquio fecundo.
Han ejerce la filosofía como un diagnóstico; el filósofo es el que ve el alcance de cómo vivimos. O mejor, el que ve antes. ¿Y qué es lo que ve este filósofo? Comienza afirmando que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. En “La violencia neuronal”, el primer capítulo –el más extenso y quizás el más arduo, ya que obliga a entrar en sintonía con las categorías más propias del autor–, sienta las bases de lo que desarrollará en el resto del libro: lo que provoca la depresión por agotamiento, como la enfermedad que hoy nos distingue, no es ya el imperativo de pertenecer sólo a sí mismo, la condena de la libertad, sino la presión por el rendimiento; este es el mandato de una sociedad que produce “depresivos y fracasados”.
El individuo se descubre valioso, entonces, mientras se vea a sí mismo como sujeto de rendimiento. Activa así desde adentro la trampa en la que ha entrado por propia voluntad: no está sometido a nadie, pero utiliza esta libertad para autoexplotarse en una carrera sin fin por producir cada vez más. Finalmente, “el exceso del aumento del rendimiento provoca el infarto del alma. El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas, que aísla y divide”.
Llegado a este punto, el autor es parco a la hora de mostrar esperanza. Estamos ante una sociedad –y somos parte de ella– que se deja arrastrar por la pura agitación y esteriliza su capacidad de darse un sentido. “Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”, citando a Nietzsche y su martillo. Sin embargo, encontramos lo más parecido a una puerta abierta cuando Han señala que es necesario cultivar un cierto tipo de aburrimiento: “Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa”. La vita contemplativa presupone desarrollar una particular “pedagogía del mirar”, que permite oponerse con soberanía al mero impulso, ese tipo de espontaneidad que nos mantiene siempre lejos del centro.
Los párrafos finales del último capítulo reciben la presión del oscuro diagnóstico expuesto. Y puede decirse que no ceden a ella. El cierre del libro es sencillamente conmovedor.
Puede resultar algo exótico que un nombre de obvia impronta oriental sea uno de los principales referentes ofrecidos por la filosofía alemana contemporánea. Más todavía el hecho de que sea un indiscutido éxito de ventas. Pero Byung-Chul Han, que nació en Seúl en 1959, llegó a Alemania a los 22 años, estudió literatura, teología católica y filosofía en Friburgo y Múnich, es en todo lo contrario a un producto de marketing editorial.

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