En las últimas semanas dos hechos lamentables han vinculado la Iglesia, el dinero, la política y la corrupción.
El primero se hizo público cuando un prominente funcionario del gobierno anterior, resultado de su persistente vínculo con alguna persona relevante en la Iglesia, intentó utilizar un monasterio como escondite de millones de dólares mal habidos. No es agradable hablar de un muerto, monseñor Rubén Di Monte, pero lo cierto es que él fue figura emblemática del grupo de obispos cercanos al último gobierno militar y luego al menemismo, favorecidos por dineros dispensados desde el poder (característica compartida, hay que decirlo, con ciertos destacados purpurados vaticanos). Por lo visto, transitó el mismo camino de determinados políticos, sindicalistas y empresarios de los emblemáticos años ’90, que en poco tiempo se convirtieron en fervientes kirchneristas. En efecto, el entonces obispo de Mercedes-Luján obtuvo el privilegio de la primera licitación de obra pública firmada por el entonces presidente Néstor Kirchner (la restauración integral de la basílica de Luján). Lo que demuestra que cuando hay amor por el poder y el dinero, poco importan las ideologías. También fue el creador del ahora famoso “monasterio”, de propiedad incierta, y habitado por religiosas (quizás piadosas) de también incierto status canónico. Suerte de congregación por él fundada primero en Avellaneda, que llevó consigo a Mercedes-Luján, y que lo cobijó hasta su muerte beneficiándose, al parecer, de fondos públicos para su crecimiento edilicio. Algo tardíamente, la Conferencia episcopal ha expresado el pedido de que la Justicia independiente investigue todo cuanto deba, lo cual tendría que ser obvio pero no siempre lo ha sido, y por eso lo aplaudimos. Falta aún que también la autoridad eclesiástica haga su parte, es decir, intervenir dónde y cómo debe, y poner toda la luz posible sobre ese extraño lugar. Un equivocado espíritu de cuerpo ha llevado muchas veces a tapar lo que no debe permanecer oculto. En todo caso, convendría recordar cómo actuó Jesús con los mercaderes del templo y hacer lo propio con sus epígonos contemporáneos.
El segundo hecho es la comedia de enredos tejida alrededor de una donación de dinero por parte del Estado, pública y transparente, a favor de la Fundación Scholas Occurrentes, pedida por ésta en nombre del papa Francisco y al amparo de la solicitud que él mismo hiciera antes al presidente Mauricio Macri de apoyo para esa criatura suya. Luego el propio Papa ordenó rechazar la donación previamente solicitada por las autoridades de dicha entidad, percibiendo que los directivos se estaban “deslizando por la pendiente de la corrupción”; tremenda advertencia que sin embargo no les produjo la necesidad de presentar su inmediata renuncia, como hubiera cabido esperar. Claro que el episodio puso a la vista una cantidad de aportes económicos estatales, del actual gobierno y también del anterior –en cantidad bastante mayor–, siempre solicitados en nombre del Papa y aceptados sin mayor remordimiento. Por si fuera poco, aparece una trama de intereses privados donde algunos pseudo-empresarios ofrecen audiencias con el Papa a cambio de auspicios a los eventos de Scholas, por ejemplo. No puede pensarse que Francisco estuviera al tanto en detalle de cada uno de estos menesteres, los haya aprobado y mucho menos buscando algún provecho personal, todo esto inimaginable conociendo su estilo de vida. Ahora, ¿puede asegurarse lo mismo de quienes actúan en su nombre? ¿No aparece una mancha sobre una iniciativa de suyo loable, pero que luce manejada de modo demasiado chapucero?
Lo anterior pone de manifiesto otra cuestión relevante: la existencia de múltiples supuestos voceros del papa Francisco, que se esfuerzan por demostrar la amistad y confianza que él les dispensa, y que con su activismo mediático dejan en ridículo a quien es su representante natural en la Argentina (el nuncio), y a quienes conducen a la Iglesia en nuestro país (los obispos). Con claridad, en una conversación periodística con Joaquín Morales Solá para La Nación, Francisco aclaró que su único vocero es “la oficina de prensa del Vaticano”.
Los medios y la opinión pública no pueden diferenciar con sutileza Iglesia universal, iglesias locales, papas, obispos o laicos clericalizados (porque se trata ni más ni menos que de una forma perversa de clericalismo, hoy accidentalmente travestido en “papismo”) y tiende a confundir los términos. No cabe objetar a un laico que quiere hacer política partidaria, alabar o criticar a un gobierno o buscar representatividad, pero debe hacerlo por su cuenta y riesgo y no invocando una vieja amistad con “el padre Jorge”. Sería importante que quienes sí pueden y deben hablar en nombre de la Iglesia y del Papa, lo hagan con libertad y sin retraerse por el temor a un rayo fulminante venido de Roma. Si no, que nadie se queje de que existen “campañas contra el Papa”.
Los hechos antes descriptos dan cuenta de la necesidad de que la Iglesia realice un esfuerzo por manejarse con mayor transparencia, sobre todo en los asuntos de dinero y de relaciones con los Estados. Un espíritu de gobernanza más plural y una comunicación más clara podrían acompañar el cambio. La designación del papa Francisco de un nuevo equipo de prensa liderado por profesionales con amplia experiencia (un laico norteamericano y de una laica española) y la creación de la Secretaría de la Comunicación en el Vaticano son gestos elogiables que señalan un camino auspicioso en ese sentido.
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Join discussionAmigos,
De los dos hechos descriptos por el anónimo “Consejo de Redacción”, el primero, el del obispo Rubén Di Monti, es clarísimo e incuestionable.
Vale agregar que el dinero, como objeto de corrupción, se puede “revolear” bajo el sereno de una noche de invierno, y puede también “posarse serenamente” en tranquilas y seguras playas panameñas. Es cuestión de modales.
El segundo hecho, el de la Fundación Scholas Occurrentes, está tan oscuramente descripto por el anónimo CdR, que pareciera que la Revista Criterio no tiene la menor intención de “manejarse con mayor transparencia”.
En consecuencia, y frente a la postura inquisidora del CdR a la Iglesia, vale el siguiente comentario:
Se corrompe cuando se obtiene una ventaja ilegítima; es un acto indigno, secreto y privado.
Si el acto de corrupción se hace público, algo se rompe y se hace pedazos. Por tal motivo, se asocia a la lucha contra la corrupción con la “transparencia”. Si no se es “transparente” en los actos, cabe dudar, y la duda también rompe algo y lo hace pedazos. Pero, si los “transparentes” dudan, y los “oscuros” también dudan, la duda se generaliza, y todo se rompe (o se corrempe). Nadie “pone las manos en el fuego” por nadie. Generándose así, las condiciones de ideales de trabajo de los verdaderamente corruptos.
Pasemos ahora, al caso específico de la Revista Criterio. Ciertamente, al anónimo CdR se lo puede calificar como “revista que quiere hacer política partidaria y alaba o critica acciones de un gobierno”. Pero: ¿Es la Revista Criterio “transparente”?
A saber:
1- La revista Criterio usa como logotipo símbolos de la Iglesia con el dudoso objetivo de identificarse de “tendencia cristiana” (¿?).
2- Frente a sus críticas a la Iglesia, la Revista Criterio ha sido reiterativa en declarar que no recibe “un peso” de la Iglesia Católica, y es independiente de ella.
3- No hay información pública accesible a los lectores que detalle los ingresos de la Revista Criterio, con montos, orígenes, y moneda.
¿A quien no puede criticar la Revista Criterio?
Está bien reclamar transparencia, pero debemos comenzar por casa.
La historia no es un conjunto de hechos libremente seleccionados e interpretados por libres historiadores, es mucho más, la historia es realidad-fundamento a la que la vida actual de la humanidad está atada. La iglesia católica no es un cuerpo de pecadores seguidores de Cristo, es mucho más, la iglesia católica es un cuerpo de humildes penitentes que con angustia y desesperación personal intentan ordenar sus vidas siguiendo el camino de Cristo, ser contemporáneos de él y comulgar.
¿Qué nos dice la realidad-fundamento, sobre el estado actual de la institución religiosa, iglesia católica?, ¿Hay cristianos en el catolicismo?, ¿Hay ejemplos de vida?, si los hay, entonces nada se ha perdido, la esperanza sigue viva en nosotros, aunque la institución y sus jerarquías sigan extraviadas por los siglos de los siglos.
Hay que recordar que todos somos la Iglesia.