Comenzamos con una serie de artículos que ayudan a interpretar los textos sagrados en su contexto y significación, con una mirada desde el hoy.
Considero importante volver a visitar la tradición bíblica del matrimonio como contribución para la comprensión del plan de Dios para el varón y la mujer. En esta oportunidad me concentraré en los primeros capítulos del libro del Génesis, aquellos que Juan Pablo II designó sabiamente como nuestra “prehistoria teológica” .
Al escribir estas líneas presiento que muchos lectores se estarán preguntando: ¿no hemos escuchado el “cuento” de Adán y Eva cientos de veces? ¿Qué cosa nueva podemos aprender y descubrir? Sin duda es un desafío repensar estos textos antiquísimos pero, personalmente, creo que entran en la categoría de “clásico” según la insuperable definición que dio Peter Kreeft: “un clásico es como una vaca: da leche fresca todas las mañanas”.
El problema de los “clásicos” es que los hemos leído o escuchado tantas veces que hemos perdido la capacidad de asombro y por lo tanto sus palabras ya no nos producen ninguna resonancia. Estamos de algún modo anestesiados frente a ellos. Una forma de despertarnos de esta anestesia textual es leerlos muy despacio, palabra por palabra, haciéndonos preguntas si percibimos que algo “desafina”; deteniéndonos en algunas particularidades de su lengua original, en este caso el hebreo, ayudados por sabios lingüistas y comentarios especializados.
Ordeñemos pues nuestra vaquita…
El matrimonio como imagen del Dios Trinitario
Comenzando nuestro sobrevuelo por este primer capítulo, la primera parada es considerar la afirmación de Génesis 1 acerca del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Veamos cómo lo expresa el autor sagrado:
Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo».
Y Dios creó al hombre a su imagen;
lo creó a imagen de Dios,
los creó varón y mujer.
Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra». (Gn. 1:26-28)
Lo primero que llama la atención, si venimos leyendo el capítulo desde el principio, es el plural con el cual Dios comienza la acción: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. En efecto, hasta ese momento, la acción de Dios se describe siempre en singular: “Dijo Dios: que exista la luz”; “Dijo Dios: que haya astros en el firmamento”, etc. Por eso el plural aquí es como una nota que desafina. Algunos Padres de la Iglesia percibieron en este plural el comienzo de la revelación sobre la Trinidad, el hecho de que Dios es una comunidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si unimos esta intuición al resto del texto, éste comienza a tener sentido. Veamos cómo es esto:
1. “Hagamos al hombre a nuestra imagen”: como se desprende del texto, “hombre” aquí es el ‘ādām, es la humanidad en general, es decir, no es el hombre específicamente varón. La tradición teológica ha buscado explicar la cuestión de la imagen en referencia a la condición espiritual del hombre, a su inteligencia y voluntad, a su ser “hijo de Dios” (cfr. Gn 5,1; Lc 3,38). Sin negar ni descartar ninguna de estas notas, podemos ampliar la capacidad explicativa del término “imagen” buceando entre líneas y utilizando como herramienta de comprensión el paralelismo –en este caso sinonímico– tan característico de la poética hebrea.
2. El texto prosigue, desplegado ahora en tres versos paralelos, y martilleando sobre la imagen: “y Dios creó al hombre a su imagen/a imagen de Dios los creó/ varón y mujer los creó”. Dios –que en el plural del “hagamos al hombre” insinúa la Trinidad, comunidad de amor– creó a su imagen trinitaria al hombre, varón y mujer, unidos en comunidad de amor. La belleza y el misterio de la diferencia sexual específicamente revela el llamado al hombre y a la mujer a esta comunión.
3. Hay otra nota más en esta comunión: el matrimonio, comunidad de amor, está llamado a engendrar una tercera persona, ya que el texto continúa con este mandato: “Y los bendijo, diciéndoles: ‘Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla’” (Gn1,27). Esto refleja algo del misterio inefable de la Trinidad, donde Padre e Hijo se aman y ese Amor es el Espíritu Santo . El matrimonio como nueva familia, es, en esta perspectiva, un “ícono” del amor trinitario.
4. Un regalo más: al darles el mandato de la fecundidad, Dios habla a esta primera pareja humana. Por lo tanto, vemos que Dios ha dotado al hombre de la capacidad de entenderlo, de la capacidad de relacionarse con Él. Ha creado al hombre capaz de Dios (capax Dei). Y esta capacidad, comprobamos, no se la ha dado a ninguna otra de las creaturas mencionadas con anterioridad.
Habiendo dado este primer paso, avanzamos al capítulo 2 del libro del Génesis para tratar de comprender cómo se articula, en el plan original de Dios, esta comunidad de amor que es el matrimonio. Para ello vamos a tomar un camino que no es el habitual. Desde hace muchos años es usual suponer estos dos capítulos como provenientes de tradiciones diferentes y considerarlos desconectados. En las líneas que siguen, por el contrario, intentamos una lectura unitaria, considerando el capítulo 2 como un desarrollo en la línea del capítulo 1. Para comprender esto podemos establecer una analogía con el modo de proceder de los canales de televisión cuando se produce una noticia urgente. En la pantalla suele aparecer una frase, por ejemplo: “¡Terremoto en el Pacífico Sur! VAMOS A AMPLIAR”. En nuestro caso, el capítulo 1 es la gran noticia: “¡Dios creó al hombre (varón-mujer) a su imagen y semejanza! ¡VAMOS A AMPLIAR!”. El capítulo 2 es entonces esta “ampliación”, como si pusiéramos una lupa en este momento de la creación, o acercáramos la cámara para ver los detalles.
El relato de Génesis 1 nos ha mostrado la solicitud amorosa de Dios hacia el hombre al momento de crearlo. En Génesis 2 esta solicitud amorosa se despliega simbólicamente, en primer lugar, en el hecho de que Dios modela al hombre con sus propias manos:
Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. (Gn 2,7)
¿Este aliento de Dios hace al hombre un ser divino? Esta es una pregunta que el hombre no ha dejado de hacerse desde que el mundo es mundo. A modo de ejemplo, ya en el siglo II de nuestra era, la corriente llamada “Gnosis” sostenía que el hombre era un dios atrapado en un cuerpo. En nuestros días, la New Age, entre otros, ha retomado algo de esta forma de pensar. La cosmovisión bíblica sostiene lo contrario: ninguno de nosotros es divino. El aliento de vida es aquí el don de Dios que hace al hombre imagen suya. Al ser “imagen de Dios”, el hombre, más que en ninguna otra creatura, manifiesta/revela algo del misterio de Dios. San Ireneo de Lyon lo expresó magníficamente: “La gloria de Dios es el hombre viviente”.
A continuación Dios hace un juicio sobre la situación del hombre:
Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». (Gn 2,18)
Dios constata la “soledad originaria” del hombre y se propone buscarle una “ayuda adecuada”, en hebreo, (ézerkenégdô). Resulta un tanto extraña esta forma de expresarse. El autor inspirado podría haber elegido la palabra “mujer”, “esposa”, “compañera” o cualquier otra. Pero eligió “ézer», que al ser un sustantivo masculino produce un sonido que desafina y nos hace pensar. Para aproximarnos a su significado original debemos recorrer los lugares donde la Biblia lo utiliza. Este recorrido nos muestra que “ézer» es una palabra que se utiliza para expresar la relación de Dios con Israel. Dios es a menudo el “ézer” de Israel: Ex 18,4; Dt 33,7; Dt 33,29; Sal 20,3; Sal 70,6; Sal 89,20; Sal 121,2; Sal 124,4; Sal 146,5. Por medio del vocablo “ézer” Dios se describe con frecuencia como aquel que hace por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos, el que satisface nuestras necesidades. Además, en muchas de estas ocasiones, “ézer” tiene una connotación cercana a lo militar: Dios es el protector de Israel, su fuerza, su escudo, su espada, el que provee su bienestar.
¿Qué nos dice esto sobre el destino original de la mujer? ¿Podría ser que la intención de Dios hacia la mujer fuera que ella debe ser fuerza y protección para el hombre en la relación hombre-mujer? No cabe duda de que estos pensamientos son capturados en la elección de “ézer”. Ella es la que va a ser su fuerza, la que lo protegerá. Esto podría inducirnos a tomar posiciones feministas, como por ejemplo afirmar que la mujer es superior al hombre. Sin embargo, el adjetivo que está modificando a “ézer” lo impide. Se trata de la palabra hebrea “kenégdô”. Literalmente significa: “según lo opuesto a él”. Si lo pensamos entonces en el contexto de Génesis 2, la palabra parece expresar la idea de que en esta relación la mujer suministraría aquello de lo que el hombre carece en el diseño de la creación y, lógicamente, el hombre va a suplir lo que falta a la mujer a pesar de que no se indica aquí. La mujer es entonces protección, auxilio, escudo, defensora del hombre. ¿Y el hombre? ¿Cuál es su rol respecto de la mujer?
En nuestra próxima entrega, propongo que exploremos este y otros interrogantes. ¡Hasta pronto!
La autora es teóloga.
Notas
1Juan Pablo II, Audiencia General 26-9-79.
2Utilizamos la traducción propuesta por la Biblia del Pueblo de Dios.
3cfr. San Agustín, Génesis ad literam,III,19,29.
4cfr.Christopher West, Theology of theBody Explained, Boston, Pauline, 2ª ed. 2007, p. 107.
5En el lenguaje teológico se habla de que el Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo.
6 cfr. Juan Pablo II, Audiencia General, 10-10-1979.
7cfr. M. L. ROSENZWEIG, «A Helper Equal to him,» Judaism, 139 (1986): 277-80.
2 Readers Commented
Join discussionExcelente comentario bíblico. Solo agrego a modo, solamente de enriquecer la lectura, que si bien el plural fue relacionado con el comienzo de la revelación de la Trinidad, es también susceptible de ser interpretado como integración de lo sagrado conferido a toda la creación hasta ese momento. Dios está presente en los misterios de la creación y de la naturaleza. Está en el sol, en las estrellas, en el día y en la noche, en los árboles y en las olas. Dios nace con las flores y muere con las hojas; respira con el viento y nos habla en el silencio de la noche. Es la aurora y el crepúsculo, la bruma y la tempestad. Dios se encarna en la naturaleza. De allí la posibilidad del “Hagamos…..”
Lic. en Filosofía
Hola. Este estudio, me parece, parte de la premisa que a el texto bíblico es una fuente de ideales a los cuales debemos acercarnos. Si el texto bíblico le dió tal lugar a la mujer, nuestra concepción de la mujer y del matrimonio debe ser consecuente a lo que se expresa ahí. El otro camino podría ser que a partir de nuestra razón, inteligencia y comprensión descubramos que es una relación armónica entre el hombre y la mujer, ya sea o no en matrimonio. Creo que es mejor partir de nuestras capacidades que de un texto. Saludos.