“En verdad les digo que ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lc 4, 24)

 

El-papa-Francisco-abraza-a-un-drogadicto-en-Rio-de-Janeiro.Los argentinos de hoy tenemos un inusual privilegio: somos contemporáneos del compatriota más importante de nuestra historia, Jorge Mario Bergoglio. El mismo que nació en el barrio de Flores hace casi ochenta años, sacerdote jesuita, ex arzobispo de Buenos Aires, 265° sucesor de San Pedro como obispo de Roma.
Sí, más que San Martín, Belgrano, Evita, Perón, Maradona, Borges… más relevante que cualquier otro. Un argentino Papa, el primero no europeo desde el año 741 (hace casi 1300 años). Visto en perspectiva histórica, desde “el fin del mundo” compartimos una situación única e impresionante que deberíamos aprovechar para ser mejores personas y construir una Patria mejor.
Sin embargo, fieles a nuestra tradición de desperdiciar oportunidades, temo que también ahora estemos perdiendo una ocasión providencial para tejer mejores vínculos sociales entre nosotros. La sociedad argentina no está aprovechando el don que significa Francisco, como tampoco supo aprovechar al cardenal Bergoglio. Buena parte de la relación de los argentinos con su compatriota más ilustre ha estado signada por una mezcla de folklore, superficialidad, intentos de manipulación, interpretaciones capciosas (e “intérpretes” interesados en sacar tajada personal), viveza ventajera. Pujas por obtener una foto, escandalosos intentos de aprovechar su figura –al punto que el propio Papa expresó “a veces yo me he sentido usado por la política del país”–, comentarios a la ligera que prevalen sobre la escucha atenta, el seguimiento de su programa de conversión para la Iglesia y para la humanidad entera, la búsqueda de formas concretas de aplicar sus propuestas. Sin dejar de reconocer la (relativa) importancia de algunos sucesos, muchas veces nos hemos empantanado viendo a quién le manda un rosario, con quién habló por teléfono, cuántas veces recibió a éste o a aquél, por cuánto tiempo, con qué cara….
Cuando fue elegido Papa, muchos se alegraron y otros lo descalificaron. Últimamente varios de los que se entusiasmaron en 2013 lo señalan como quien ampara al kirchnerismo corrupto, mientras que ahora luce como “demasiado católico” para los progresistas zen del siglo XXI. Conceptos y posicionamientos que demuestran lo que acertadamente ha manifestado Marcelo Larraquy: en la Argentina, “el debate sobre el Papa es más parroquial, teñido de una visión inmediata y localista, como si Bergoglio todavía se mantuviera en la Catedral”
En tres años Francisco ha dicho mucho, ha propuesto mucho, ha invitado al cambio y ha señalado horizontes con claridad. Pero si repasamos algunas de sus ideas centrales y que el Papa repite constantemente, constataremos que en la sociedad argentina –más allá del folklorismo chauvinista– esas ideas inspiradoras parecen no resonar con la fuerza y el compromiso que merecerían.

Ir a las periferias
Cuando les habló a sus hermanos cardenales, en las reuniones anteriores al Cónclave de 2013, el entonces arzobispo de Buenos Aires propició una Iglesia “en salida”, que fuera hacia las periferias existenciales. Ya obispo de Roma, alentó a los cristianos a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias”(Evangelii Gaudium, 20), porque sin salir de uno mismo (de los propios planteos, ideas, gustos, conceptos y preconceptos) “no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento” (Laudato Sii, 208).
Habitualmente estas ideas se han presentado como un grito para que la Iglesia abandone una visión eurocéntrica y/o legalista, para que entre en contacto con la carne viva –y muchas veces, sufriente–, de tantos hombres y mujeres de hoy. Pero cabe preguntarse si a los argentinos, en la vida de todos los días, no nos haría bien salir de nuestra comodidad para asumir “la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá” (EG, 21), hacia lo que está en las periferias de las zonas de confort personales y sectoriales. Buscar al que piensa distinto, al que no le entiendo su sensibilidad o sus planteos políticos, al que conozco superficialmente y juzgo con rapidez. ¿No sería positivo que intentásemos abandonar el ombliguismo de mi reducto, de mi sector? ¿No tendremos como sociedad que caminar, unos hacia otros, para encontrarnos en las periferias donde está el otro? Porque si fuésemos a las periferias podríamos enriquecer nuestras miradas y nuestros corazones, dejar de ser jueces y convertirnos en centinelas alertas de todo el contexto, “porque la realidad en conjunto se entiende mejor no desde el centro, sino desde las periferias. Se comprende mejor…” (Homilía del 26 de mayo de 2013).

Cultura del encuentro
Francisco aboga por “una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos” (EG 239). Querer encontrarse con otro supone reconocerlo y valorarlo. Implica saberse incompleto y desear que el encuentro nos haga mejores. El Papa aboga por trabajar cotidianamente “en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia” (EG, 235), como camino para llegar a la verdadera sabiduría, personal y comunitaria (cf. LS, 47).
Estas palabras, esta mirada, esta propuesta parece utópica en nuestra Argentina. Hay muchos desencuentros (grietas) entre los argentinos; y los conflictos (lógicos y que deben asumirse con responsabilidad) nos atrapan, nos hacen perder perspectivas, limitan nuestros horizontes y fragmentan la realidad en la que vivimos (cf. EG, 226). Entonces, ¿no sería sano e inteligente que intentemos “crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”? (EG, 188) ¿Por qué no cuidamos, celebramos y valoramos el poliedro de una sociedad multifácetica y plural donde se refleja “la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”? (EG, 236) Porque sin construir, paciente y laboriosamente, una cultura del encuentro entre nosotros es casi imposible que se genere la auténtica amistad social, y “donde no hay amistad social siempre hay odio y guerra” (Palabras de Francisco en Villa Borghese, Roma, 24 de abril de 2016).

Esta economía mata
Jorge Bergoglio sabe dónde poner el dedo en la llaga de la inequidad, lo cual molesta a los poderosos, a quienes detentan privilegios y favorecen, antes que nada, sus intereses. En particular, a los dirigentes políticos, sindicales, empresariales y a los distintos gobiernos. Porque siempre ha señalado, y vuelve a confirmarlo desde la sede de Pedro, que hemos aceptado mansamente el predominio del dinero (cf. EG 55) y que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (EG, 59), clara oposición a los mecanismos de ordenamiento social basados en la mano dura. El Papa no confía en las fuerzas ciegas del mercado, al tiempo que promueve una justa distribución del ingreso y la creación de fuentes de trabajo, para lograr “una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” (EG, 204).
Francisco se rebela contra una economía de la exclusión y de la inequidad, una economía que mata (cf. EG, 53). Son palabras fuertes y calificadas por muchos como populistas, peronistas (de Guardia de Hierro, eso sí), arcaicas, anticapitalistas, de izquierdas… Sin embargo son palabras que se sustentan en la Doctrina Social de la Iglesia y en el magisterio ordinario de los Papas. Es una pena que, como en otras ocasiones, los argentinos no estemos atentos a aquellas palabras que buscan inspirar soluciones para un sistema que cruje y no brinda todas las respuestas adecuadas a los problemas de la humanidad. Por ejemplo, con ocasión de recibir el Premio Carlomagno, el Papa recordó la necesidad de buscar “nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la economía social de mercado, alentada también por mis predecesores. Pasar de una economía que apunta al rédito y al beneficio, basados en la especulación y el préstamo con interés, a una economía social que invierta en las personas creando puestos de trabajo y cualificación” (Sala Regia del Palacio Apostólico, 6 de mayo de 2016).
No suponer la mano invisible del mercado no significa ser “antimercado”, propiciar una economía centrada en la persona no supone caer en el asistencialismo permanente. ¿Son estas palabras un discurso antiguo o un impulso para buscar una organización económica innovadora? ¿Qué nos podrían enseñar a los argentinos, quienes desde hace décadas no tenemos una estructura socioeconómica ni justa, ni dinámica, ni creativa ni progresista?

Misericordia y justicia. Santos y pecadores
No hay palabra más utilizada por el papa Francisco que misericordia. La ha postulado y difundido desde el comienzo de su ministerio petrino, llegando a decir que la misericordia “es el mensaje más contundente del Señor” (homilía del 17 de marzo de 2013) y, en el Angelus de esa mañana nos recordó que “un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo”.
Más allá de su dimensión religiosa, la misericordia “es un elemento importante, mejor dicho, indispensable, en las relaciones entre los hombres para que haya hermandad”. En primer lugar porque nos impide “caer en la tentación de sentirnos como los justos o los perfectos” . En una de las audiencias generales de este año, el Papa recordó la frase: “No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro”. Los argentinos, cuando juzgamos a otros, deberíamos recordarla y ponerla en práctica, porque nos haría mucho bien. ¿Quién de nosotros está libre de pecado como para arrojarle la piedra a otro argentino y descalificarlo sin escucharlo previamente, sin confrontar con honestidad con sus ideas y su realidad? ¿Por qué persisten entre nosotros epítetos tales como “gorila”, “vago”, “oligarca”, “choripanero”, “servil”, “cipayo”, que de tanto utilizarse han calado tan hondo en nuestro clima relacional? ¿Por qué nos negamos la posibilidad de rectificar, de enmendar errores, de pedir y de aceptar perdón? ¿Por qué nos cuesta tanto conciliar diferencias, enhebrar acuerdos básicos, dialogar sin temor al qué dirán? La necesaria acción de la justicia para establecer la veracidad de los hechos y determinar la responsabilidad de los actores, el debate público con buena información y respeto entre las partes, la necesaria dinámica democrática donde no todos pensamos lo mismo pero todos expresamos respeto por las posiciones del otro, no deben jamás cruzar el límite del agravio, antesala del odio sin remedio.
No por cuidar palabras y gestos nos “ablandamos”; por el contrario, respetar al pecador no implica avalar el pecado, particularmente la corrupción, “llaga putrefacta de la sociedad, grave pecado que clama al cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar al futuro con esperanza, porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos (…) Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia” (Misericordiae Vultus, 19).
En segundo lugar, a través del ejercicio de la misericordia como actitud social será posible alcanzar la justicia verdadera. La misericordia no es sinónimo de olvido o de amnistía (“quien se equivoca deberá expiar la pena”, señala en la Bula de convocatoria al Jubileo Extraordinario de la Misericordia), sino que coloca a la condena jurídica legítima no como fin, sino como “el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón” (MV, 21). En la Argentina hemos asociado frecuentemente perdón con olvido, justicia con condena, memoria con rencor. El Papa nos propone, no como opción jurídico-política sino como camino de conversión para el ánimo personal y social, completar la necesaria acción de la justicia con la expiación de todo rencor de los corazones y el necesario arraigo en la memoria amorosa con la mirada límpida hacia el futuro por construir. Este movimiento combinado nos remite a aquella triste constatación que nos ofreciera el ex presidente uruguayo José Mujica: “Los argentinos tienen que quererse un poco más”. El llamado a vivir personal y socialmente la misericordia apunta en esa dirección y es una pena que no haya calado aún en la sociedad argentina. Parafraseándolo al propio Francisco, un poco de misericordia haría a la Argentina menos fría y más justa.

Epílogo
Esta breve recopilación de ideas del Santo Padre y las reflexiones surgidas de ellas no pretende divinizar a Francisco. Sus acciones, palabras y gestos pueden ser no comprendidos, no compartidos, criticados, lo cual es natural y lógico entre personas libres. Jorge Bergoglio, el papa Francisco, seguramente se equivoca y, en algunas ocasiones, esas equivocaciones tendrán que ver con la Argentina. Pero la descalificación, llenarse de ira contra él y casi querer despeñarlo de la vida argentina –como los habitantes de Nazaret quisieron hacer con Jesús cuando comenzó su predicación– es un nuevo síntoma de una extendida enfermedad que nos carcome: la intolerancia hacia el que “no me gusta”.
En el artículo anteriormente citado, Marcelo Larraquy dice que al Papa se lo discute pero no se lo escucha, como no se lo escuchaba mientras vivía entre nosotros. ¿Estaremos enfermos de fariseísmo, del mismo tipo de aquellos que le objetaban a Jesús “comer con pecadores y publicanos”? (cf. Mc. 2, 16) Ojalá podamos escuchar mejor a Francisco, analizar su conducta, sus gestos, la estrategia global que le ofrece a la Iglesia y al mundo con una mirada menos aldeana y circunscripta a nuestras cuitas domésticas. La Argentina podría aprovechar privilegiadamente el don que la humanidad entera ha recibido en la persona del Papa nacido acá nomás, en el barrio de Flores.

 

[1] Marcelo Larraquy, “La imagen del Papa, entre el liderazgo global y los tironeos de la política local” (Clarín, 7 de mayo de 2016)

[2]Papa Francisco, El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli. Buenos Aires, Planeta, 2016, p. 88

[3]Ibidem, p. 80

 

El autor es Director Ejecutivo de la Federación de Asociaciones Educativas Religiosas de Argentina (FAERA)

3 Readers Commented

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  1. Juan Carlos Lafosse on 2 julio, 2016

    Excelente artículo, lo agradezco sinceramente.
    Lamentablemente, hoy en el mundo entero casi todos los debates son parroquiales y teñidos de una visión inmediata, localista e intolerante.
    En nuestro país, en estos días, he leído que el Papa actúa en forma «moralmente despreciable» dando «golpes bajos».
    Signos de los tiempos, que Francisco nos pide superar.

  2. horacio bottino on 4 julio, 2016

    Los argentinos en total no somos las empresas de medios de manipulación.No se confunda el árbol con el bosque del pueblo.

  3. Manuel Gonzalo on 20 agosto, 2016

    Artículo claro y conciso. Nos dejan intranquilos porque remueve nuestro lado oscuro. El Papa Francisco es muy claro en su mensaje de solidaridad y anticorrupción

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