Publicamos el texto de la conferencia dictada el reconocido filósofo y ensayista Santiago Kovadloff en la Bolsa de Comercio de Rosario en 2015, en el marco del Bicentenario de la Independencia argentina.
Belgrano fue un hombre de su tiempo, pero esto no quiere decir solamente ni ante todo que haya sido coetáneo de los hombres con los que convivió, sino que supo ser un hombre que a través de la comprensión se adueñó del sentido de su época. Hay una diferencia básica entre ser coetáneo y ser contemporáneo. El coetáneo es alguien que vive en el tiempo en el que está, digamos que no pertenece a su tiempo por mérito intelectual propio sino por una fatalidad cronológica. Contemporáneo, en cambio, es quien asume como propios los problemas de su tiempo y no sólo los estrictamente personales; es aquel que extiende entre su vida privada y su vida pública un puente que le permite circular entre ellas, de una a otra, en un esfuerzo constante por constituirse a sí mismo mediante la integración entre esos dos escenarios.
¿Por qué fue Belgrano un hombre de su tiempo? Porque descubrió que la decadencia consiste fundamentalmente en el anquilosamiento de una cultura en la repetición. Que la repetición, que la redundancia de los procedimientos, que la monotonía de los criterios de una concepción política que no se supera a sí misma, termina por impedir la irrupción de las ideas que promueven el progreso.
Hay un episodio muy interesante que quisiera subrayar. En una de sus cartas, dirigida a su padre a fines del siglo XVIII, Belgrano le informa que renuncia al doctorado en Derecho. No quiere ser doctor. No quiere ser doctor porque entiende que el doctorado lo condena a inscribir su concepción de la ley en el campo de la mera repetición retórica del pasado. Que lo que se entiende por doctorado en España, a fines del siglo XVIII, no le aporta elementos indispensables para comprender el tiempo en el que le toca vivir. Entonces, al renunciar al doctorado, renuncia al pasado, no al porvenir. Se abstiene de la repetición. Él lo dice en términos muy elocuentes refiriéndose a la repetición de un latín insubstancioso en el siglo XVIII. ¿De dónde quiere evadirse Belgrano? De la retórica, bien llamada por Roberto Cortés Conde, metafísica; de la idea del Derecho como mera formulación vacía, sin relación con la experiencia. En suma: el palabrerío del que Belgrano reniega sólo es indispensable donde el progreso no es un proyecto. Cuando el hombre queda acantonado en el palabrerío, en la pura elocuencia, sin hacer referencia a los contenidos problemáticos que plantea el desafío del progreso, subestima lo real, abdica del pensamiento.
Belgrano aspira a modernizarse. Quiere ser un hombre de su tiempo, entonces procede como un traductor. ¿Qué es un traductor? Un traductor es literalmente el que traslada algo de un lugar a otro, un transportista, el que conduce algo de aquí para allá, de una lengua a otra lengua. Es el que hace posible el traspaso de un saber, de una emoción. Es aquel que tiende puentes. ¿Qué es lo que busca Belgrano mediante su labor de traductor? Conjugar en español las experiencias modernizadoras de las que su tiempo empieza a dar señales. Belgrano quiere que circule por las vías de la lengua castellana un pensamiento inédito en ella hasta ese momento, pero ya formulado en inglés, en alemán y en francés. Quiere que se escuche en nuestro idioma lo hasta allí impensado en él. Traduce para ver cómo es posible conjugar en la lengua propia la experiencia de un proceso progresista que empieza a desarrollarse en otras partes del mundo.
El progreso no sólo consiste en la solución de los problemas heredados; el progreso consiste también en el descubrimiento de problemas inéditos. Hay progreso donde la solución de los problemas heredados permite el acceso a problemas inéditos. La defensa de esa convicción es el auténtico progresismo. Verdaderamente Belgrano es un progresista porque advierte que la salida de la siesta, como decía Cortés Conde, de la siesta en la que está inmovilizada la colonia y buena parte de la cultura española de fines del siglo XVIII, implica encaminarse hacia el descubrimiento de problemas inéditos, de problemas que no circulan, y que sólo pueden resultar evidentes si podemos descubrir la senilidad conceptual en la que vivimos. Aquí aparece, entonces, el sentido filosófico profundo de lo que Belgrano entiende por educación. Educarse es despertar al horizonte de problemas nuevos que plantea la salida de un mundo problemático viejo. ¿Es posible ese tránsito para el Río de la Plata? Belgrano responderá que es indispensable. Es indispensable lograrlo porque la libertad no consiste apenas en la posibilidad de poner fin a la opresión que padecemos, sino en la posibilidad de renovar las condiciones que infundan a la libertad ganada solidez, claridad, posibilidades de expansión.
Recuerden ustedes aquella reflexión de Sarmiento cuando después de visitar España, a mediados del siglo XIX, le escribe a Lastarria diciéndole: en el campo de batalla hemos derrotado a los españoles pero en el orden cultural aún nos vencen, porque su fragmentación, su apego al atraso, la bruma que empaña su visión de un horizonte de desarrollo, sigue afectando nuestro modo de concebir la emancipación alcanzada. Seguimos desunidos, seguimos sometidos –afirma Sarmiento– a la concepción que España promovió mediante un concepto de la organización política de cuya precariedad adolecía ella misma. Y es esa precariedad la que hemos heredado y la que aún nos domina.
La modernización que Belgrano aspira a producir en los años iniciales de su labor pública en Buenos Aires, cuando fue nombrado Secretario Perpetuo, y sobre la que se pronunció en sus tres magníficas Memorias, le permitirá hacer un diagnóstico del empantanamiento de España y de las colonias a ella subordinadas. Y lo hará tomando lo mejor de las ideas modernizadoras que circulaban en la España de Carlos III y Carlos IV, pero empezando a advertir también un fenómeno nuevo, es decir, empezando a advertir que el progreso no sólo consiste en la solución de los problemas heredados, sino en el descubrimiento de los desafíos inéditos. ¿Dónde estaba lo inédito? Cuando Belgrano vuelve su mirada hacia quienes han de protagonizar el proceso de emancipación nacional, advierte con preocupación, con angustia diría yo, que los hombres y mujeres que lo rodean pertenecen culturalmente al pasado. Que es necesario proveerlos de recursos para que puedan discernir el porvenir; educarlos, y educarlos es, precisamente, transitar de la hipoteca contraída con el pasado a su liquidación mediante el saber.
Hay una carta magnífica, entre las muchas admirables que redactó Belgrano, en la que dialoga con Güemes a propósito de esto. Güemes le escribe diciéndole que con sus gauchos había logrado expulsar a los godos de Salta. Pero que no conseguía persuadir a la paisanada de que había que ir a pelear al Tucumán, pues la paisanada sostenía que Salta ya era libre. ¿Y qué le contesta Belgrano? Le contesta: me convence a la paisanada de que Salta queda en Tucumán. Esta es la visión extraordinaria que a la comprensión de los desafíos del porvenir va a aportar Belgrano. La idea de interdependencia como condición de la posibilidad de construcción de una nacionalidad. Pero la percepción de la realidad que aparece en la carta de Güemes muestra lo que generalizando podríamos llamar una lógica feudal, la lógica del segmento, la lógica de la fragmentación como posibilidad exclusiva de subsistencia.
Belgrano, San Martín, Sarmiento, Alberdi, los grandes próceres de nuestro país en el siglo XIX, lo fueron fundamentalmente porque tuvieron un sentido orquestado del desarrollo nacional. Orquestado significa que la melodía ejecutada debía ser común, convergente, integradora. Belgrano pone el acento allí donde nadie lo ponía en la colonia. Toma la palabra para traducir una vivencia indispensable para América del Sur, entendida ésta como proyecto de desenvolvimiento autónomo.
Uno de los puntos más atractivos del ideario de Belgrano es, para mí, el que tiene que ver con la construcción de su concepto del enemigo. ¿A quiénes va a llamar Belgrano enemigos? Belgrano era un súbdito de la Corona, un súbdito fiel. Era un hombre que se autodesignaba español. Él y sus compañeros de generación empezaron a llamar godos a los españoles porque éstos procedían, a su juicio, como bárbaros en la comprensión de los desafíos de su tiempo. ¿Qué es lo que hace que Belgrano transite desde su proyecto de modernización inscripto en el marco de la Corona española a su proyecto de emancipación nacional? El gradual descubrimiento de que no tiene interlocutores en Madrid. Que no los tiene en el orden económico, ni menos aún en el cultural. Descubre Belgrano que del otro lado del océano no hay con quien hablar. Un concepto autoritario, absolutista, intransigente del poder gobierna el espíritu de la monarquía peninsular. Hay al respecto un documento más que elocuente donde Belgrano habla de las mujeres. Trata de explicar a las autoridades españolas, que si a las mujeres se les prohíbe participar en el proceso productivo, si no se les permite educarse y valerse del conocimiento para dignificar sus personas, se las va a marginar de sus derechos, se las va a obligar a prostituirse para asegurar el mantenimiento de sus hijos. Belgrano trata de explicar al rey de España y a las restantes autoridades españolas que es perjudicial también para la Corona la subestimación de los recursos humanos de la Colonia. La decadencia de España –Belgrano lo comprende plenamente– tiene que ver con la fascinación por la inmovilidad. Hay un momento en el cual ese Imperio innovador en los siglos XV y XVI cayó bajo el hechizo de la inmovilidad; en la atracción fatal –diríamos en términos freudianos– por lo tanático. España se encarcela en su propio extravío. No discierne, no advierte (Carlos III obra tímidamente, Carlos IV no termina de acentuar lo indispensable) qué hacer y cómo proceder. Fernando VII devuelve las aguas al cauce del estancamiento y reinstala el culto de la repetición. Vuelve a la monotonía del absolutismo, renuncia al porvenir, ahoga el porvenir en el pasado. Esta devoción por el pasado de la que también nosotros somos herederos, consiste primordialmente en creer que los desaciertos de ayer pueden ser aciertos de hoy. Fernando VII es un devoto del error reincidente. Y cuando Belgrano lo descubre, pasa a calificarlo como enemigo. Un enemigo no es sólo el que no nos deja vivir en libertad. Un enemigo es también el que no quiere vivir en libertad, el que no puede, en este caso, incorporarse a la modernización ni deja que nadie lo haga. Es aquel que desprecia la contemporaneidad. Belgrano, entonces, asume la guerra como la única salida posible para poder liberarse del pasado. Pero descubre al hacerlo, porque es progresista, que sin educación, sin verdadera capacitación, sin ese sentido fisiocrático, práctico, tan indispensable para él, quienes lleguen a emanciparse de España serán esclavos de sí mismos, esclavos de su ignorancia. Es por eso que Belgrano se desespera por lograr la educación necesaria para su pueblo. Al igual que San Martín, Belgrano comprende que la libertad, una vez que se ha expulsado a los opresores, se convierte en una amenaza para los mismos pueblos liberados, si ella no está administrada por el conocimiento, por las imposiciones de la ley, por la sujeción a los criterios que permiten y favorecen la convivencia en el campo de un programa de desarrollo integrado.
Las deudas con el porvenir señaladas por Belgrano son deudas señaladas posteriormente también por Alberdi. Hoy nos corresponde a nosotros, si queremos honrar la memoria de esos hombres excepcionales, entender que estamos todavía como nación más cerca del siglo XIX que del XXI. Y que lo estamos a consecuencia de una propensión de nuestras políticas de Estado a hacer de la repetición, y no de la voluntad de innovación, la condición indispensable para un ejercicio democrático y republicano del poder.
4 Readers Commented
Join discussionEn el momento de dictar esta conferencia, año 2015, el señor Kovladoff proclama “voluntad de innovación”.
Hoy, con un gobierno tan parecido al gobierno de Menem en los noventa, y tan doloroso, yo me pregunto: ¿Qué proclama Kovladoff hoy?
Totalmente con Lucas Varela.No se olviden de ese gran patriota de las provincias del sur:Gervasio de Artigas.
Sobre la carta Belgrano – Güemes, Kovadoff no menciona fecha, ni lugar ¿cuando le pedía Belgrano a Güemes que lleve a la paisanada a Tucumán? ¿En 1812, en 1819? En 1812, Güemes no tenía mando de la paisanada, como militar de carrera revistaba en el cuadro de oficiales del Ejercito del Norte, y además había sido castigado por Belgrano a revistar en el Estado mayor en Buenos Aires. Creo, sinceramente que Kovadoff no conoce el pensamiento y la acción de Güemes, de allí su calificación de «feudal», manteniendo la línea esbozada por Mitre y Sarmiento.
No por Alberdi y Vélez Sarsfield, como ejemplos en el Siglo XIX.
Amigo, esta la página oficial guemesiano donde publican la gran cantidad de cartas de Manuel Belgrano y Martín de Guemes. A pesar de que Belgrano lo sacó a Guemes del ejército, este vuelve (por San Martín) y Guemes obtiene las disculpas de Belgrano y con él forman una de las amistades más sinceras en todo el proceso de independencia.
En internet esta la página que le digo y es oficial, ahí puede que este esa carta que se dice aquí, la verdad no recuerdo, hay un muy lindo resumen de todas esas cartas.
Saludos!