Si bien es siempre prudente diferenciar lo que nos atañe como individuos de lo que ocurre socialmente, sería difícil sin embargo negar toda vinculación entre esos dos niveles. En efecto, posiblemente no habría tantos conflictos si las personas superáramos los dogmatismos, los autoritarismos y la pretensión de ser dueñas de la verdad.
Una clave podría residir en relacionarnos con madurez, entendiendo que el ser aislado no existe en plenitud. Y que el mundo no está apartado de nosotros, ya que en realidad somos ese mundo y, en cierta medida, hemos hecho de él lo que es.
Los líderes autoritarios, que lamentablemente abundan, establecen su poder disfrazando de fuerza la debilidad intrínseca que los aqueja, y alimentándose del miedo de mucha gente. No es casual que tiendan a fomentar exaltaciones pasajeras o a someter vidas. Conviene recordar que los pueblos más dóciles son los que permanecen apáticos o adormilados. La manera de gobernar de los prepotentes consiste en dominar, y lo hacen a través de ciertos mecanismos de control: políticas socio-económicas clientelares, instauración de relatos, dominio de los medios de comunicación social… A este propósito señalaba la escritora brasileña Clarice Lispector que “es una garra temblorosa la que sostiene el cetro del poder”. Porque el miedo domina a gran parte de la humanidad. En buena medida hemos sido educados en él. A nivel individual el desafío, entonces, sería poder entrar sin miedo en uno mismo, tal como proponen pensadores de la talla de María Zambrano.
La política no escapa a la tentación del poder hegemónico y egoísta, desatendiendo tanto las libertades personales como el bien común. ¿Cuál sería la diferencia entre algunos políticos, que abundan, y los estadistas, que faltan? Muchos dirigentes tienden a actuar por mera conveniencia; y se rigen por el miedo y la mentira. El verdadero estadista, en cambio, lo hace por principios, enseña con su ejemplo e invoca la madurez de los ciudadanos; no los ahoga en la ignorancia sino que busca el bien posible para todos por encima de los intereses propios o partidarios. Bastaría pensar en los “padres de Europa” después del desastre de las dos guerras mundiales. Aquella nueva realidad fue soñada y construida por estadistas como Robert Schuman, Alcides De Gasperi, Jean Monnet o Konrad Adenauer, fundadores de la Unión Europea, que sin embargo hoy sufre la ausencia de auténticos referentes de genio y se desangra por intereses menores y miopemente localistas. En nuestra región sobresalieron personalidades como Eduardo Frei Montalva, Arturo Frondizi, Arturo Illia (recordado especialmente en este número), Patricio Aylwin y Raúl Alfonsín, entre otros. Lo cual demuestra que existe un margen importante de creatividad desde la política y las instituciones para generar cambios.
La realidad es compleja y la política debe atender a las posibilidades en cada momento y circunstancia. La virtud de los ciudadanos es condición necesaria pero no suficiente. En efecto, la relación entre sistema político y sistema social es recíproca o interactiva. En otras palabras, la política es tanto reflejo de la sociedad como constitutiva de ella. Por lo tanto, tiene, o debería tener, capacidad correctiva para regenerar la vida pública o reformar hábitos y prácticas arraigadas que sean hostiles a determinadas instituciones.
Muchas veces la sociedad se presenta, en última instancia, como la expresión amplificada de lo que albergamos en nuestro interior. Desde distintas corrientes de la psicología se sostiene que son muchas las personas que viven anestesiadas o alienadas, con un nivel de conciencia limitado. La vida es una suerte de espejo. Los psicólogos sugerirían que si queremos saber cómo estamos en nuestro interior, cuál es nuestro momento mental y emocional, bastaría con mirar a nuestro alrededor: el estado social lo refleja.
En este sentido, las sociedades muy polarizadas evidenciarían una grave inmadurez psicológica (los ejemplos en el quehacer cotidiano abundan), porque la polarización se basa en una supuesta superioridad, que es profundamente discriminatoria: sentirse superior a quien piensa diferente es el germen de todo fascismo, de derecha o izquierda que sea.
Superar el infantil victimismo en el que muchas veces nos refugiamos significa crecer y hacernos responsables de las propias acciones, palabras y decisiones. La igualdad y solidaridad entre los miembros de una sociedad son señales contundentes de madurez y plenitud evolutiva. Muchas veces los que alcanzan la cima de la pirámide no son los más sabios y maduros, sino simplemente los más astutos, cuando no los más inescrupulosos.
¿Pueden los individuos influir positivamente en la política? En principio, la respuesta comenzaría por subrayar la necesidad de despertar del letargo, la indiferencia o el sometimiento. Así como una persona madura es alguien despierto y consciente, que nutre su propia vida y la de los demás, también una sociedad madura debería generar espacios de creación y lazos de cooperación.
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Join discussionsi pueden conseguirlo,lean el excelente libro»Nosotros como ciudadanos,nosotros como pueblo» del Cardenal Jorge M. Bergoglio de 2010
Estimado Horacio Bottino,
Muchas gracias por el dato. Lo podemos bajar en pdf por la siguiente direccion:
http://www.pastoralsocialbue.org.ar/wp-content/uploads/2014/11/Nosotros-como-Ciudadanos-Nosotros-como-Pueblo.pdf