En su último libro, titulado Retratos desde la memoria, Julio María Sanguinetti, ex presidente de la República Oriental del Uruguay, escribe: “Para un uruguayo, la Argentina es algo extrañísimo que se lleva adentro; es la familia, aunque su parte siempre conflictiva; es la admiración a Buenos Aires trenzada con el recelo a su poderío, a su influencia, hasta el contagio de sus gustos; es un encaje sutil de sentimientos muchas veces contradictorios, pero siempre poderosos”. Por su parte, muchos años antes Jorge Luis Borges anotaba, en uno de sus primeros libros de poemas (1925), una semblanza dedicada a la capital uruguaya. Decía: “Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente”. Y remataba: “Ciudad que se oye como un verso”. Montevideo es una frase de composición descriptiva, casi un verso para el poeta.
La ciudad, por la que a veces pasamos los argentinos muy apresuradamente, sabe despertar siempre una elegante evocación de sosiego y de nostalgias. Transcurrir allí unos días y caminar hasta el casco antiguo cruzando la Puerta de la Ciudadela, asomarse a los restaurantes del puerto o detenerse en algún local de café, pasear por la rambla de Pocitos, por el Parque Rodó, contemplar muchos de sus edificios, sus museos, sus librerías, la feria de Tristán Narvaja los domingos… es una fiesta, una fiesta discreta y mesurada como gusta a los orientales.
Hace años, cuando en Buenos Aires tomábamos más café que mate, siempre nos impresionaba ver al uruguayo con su termo por la calle, en los parques, en las oficinas y locales comerciales de Montevideo. Matear era casi un sinónimo de la otra orilla, como los largos y populares carnavales con sus murgas, desfiles y candombes.
Uruguay es un país de marcado sentido cívico, casi indiferente a los liderazgos y personalismos tan propios de América latina. Por ejemplo, los presidentes (como sucede también en Chile) no ocupan una residencia especial durante el mandato, sino que siguen viviendo en sus domicilios particulares. Que el primer mandatario en ejercicio convoque y consulte a los ex presidentes es algo normal. Los mitos que descuellan tienen que ver, en todo caso, con figuras como la de Artigas o Gardel… casi leyendas. Los años crueles del terrorismo y de la represión militar son considerados, desde encontradas ideologías, de manera muy diferente a como solemos hacerlo los argentinos.
Según la consultora internacional Mercer, Montevideo es la ciudad de mejor calidad de vida en Latinoamérica. Más atrás aparecen Buenos Aires y Santiago de Chile. La contaminación es un importante problema trasandino. En la Argentina, señala el informe, pesaron en los últimos años las manifestaciones, la agitación política y la inestabilidad económica. Así como en Río de Janeiro o en San Pablo, la grave inseguridad es un factor determinante.
Dos visitas guiadas que vale la pena realizar: al Teatro Solís y al Palacio Salvo. Este último, hermano de nuestro Barolo, con detalles de arquitectura masónica. Algunas librerías son maravillosas: la antigua y señorial Linardi y Risso, a pocos pasos de la Plaza Matriz y al lado del Museo Figari; la pequeña La Lupa, cercana al Teatro; o la completa y deslumbrante Puro Verso, en sus dos sedes, entre muchas otras ofertas de libros. El encuentro fortuito con José Miguel Onaindia, hoy residente allí, nos permitió conocer la obra de algunos escritores actuales y descubrir a un clásico aquí casi desconocido como Juan José Morosoli. Felizmente, el año pasado la editorial Mardulce publicó en Buenos Aires El campo: páginas de extrema sobriedad y conmovedora belleza.
La pintura es festejada en museos y galerías: el Torres García o el Juan Manuel Blanes, en el barrio Prado, con notables obras de Blanes y Figari. La colección del Museo de Bellas Artes incluye obras de José Cuneo, Rafael Barradas y Alfredo De Simone, entre otros importantes artistas uruguayos, así como pinturas europeas de Gustave Courbet, Maurice de Vlaminck, Utrillo, Dufy, entre otros.
Un Museo menos visitado pero encantador es el de Artes Decorativas en el palacio Taranco, mansión histórica, frente a la hermosa y afrancesada Plaza Zavala. En esa residencia tuvo lugar la firma del Acta de Montevideo en 1979, con la cual se logró la mediación papal que solucionó el diferendo fronterizo entre la Argentina y Chile por el Canal de Beagle. Allí se ofreció para acompañarnos a visitar la casa su director, Fernando Loustaunau, hombre erudito y amable. La casa mantiene las características de la residencia de los Ortiz de Taranco: pisos de roble estilo Versailles y mármoles de Génova, boiseries y gobelinos de Aubusson realizados especialmente para el lugar; relojes, espejos, pianos, cristales de Baccarat, porcelana de Sèvres, bronces y adornos europeos de mediados del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y numerosas obras de arte, como tapices y esculturas. La colección incluye pinturas de Sorolla, y otras atribuidas a Ribera, Ghirlandaio y Velázquez.
Una verdadera joya es el nuevo Museo dedicado a José Gurvich (1027-1974), ese gran plástico uruguayo de ascendencia lituana y judía, una de las figuras centrales de movimiento Constructivo. El acervo del museo está integrado por libros, catálogos y láminas que la familia del artista donó a la fundación, así como el usufructo de una colección permanente de óleos, dibujos, acuarelas, murales y esculturas. En sus diferentes pisos se palpa el “clima” de este artista singular.
Como observan con proverbial capacidad crítica y cierto suave pesimismo los montevideanos, siempre queda mucho por hacer en la ciudad: recuperar fachadas y edificios, poner en valor obras, reciclar estructuras. Es una pena, por ejemplo, el abandono en que se encuentra la casa de la escritora Susana Soca, en pleno centro de la ciudad, donde sólo la recuerda una deslucida placa.
Una acotación final: en el libro de Sanguinetti que se cita al comienzo de estas líneas, el ex presidente uruguayo refiere memorias de personajes ilustres por él conocidos o que le interesaron mucho a lo largo de su vida. Se refiere a la política en China, en Francia, en los Estados Unidos, en la Argentina. Recuerda al notable escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, al general Líber Seregni, fundador del Frente Amplio, al presidente francés Francois Mitterrand, al político italiano Giulio Andreotti, a los escritores del boom latinoamericano Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Octavio Paz, al papa Juan Pablo II, al pensador francés Raymond Aron, al presidente Raúl Alfonsín, al compatriota Wilson Ferreira Aldunate, a la actriz China Zorrilla, a la ministra de Educación y Cultura Adela Reta. Además Sanguinetti es un gran conocedor de arte, sobre el que ha escrito volúmenes y dictado innumerables conferencias. No nos sería fácil encontrar figuras políticas de esa erudición en nuestro país.
1 Readers Commented
Join discussionEstimado Poirier,
Su comentario final es una sentencia descalificadora, innecesaria y a mi entender infundada. Si hay que tirar rosas a oriente,… que así sea. Pero siempre con la autoestima moral en alto. Nosotros, argentinos, somos mejores de lo que se pueda deducir de nuestros actos.
Nuestro prestigio como Nación Argentina, es el pedestal de sustento de nuestra sociedad. Debemos sentir orgullo de ser argentinos, siempre.
Yo le sugeriría a Usted, y a los lectores argentinos decirse siempre: estoy para más, vivo en la mejor ciudad, y en el mejor país del mundo.
El respeto de una nación está sustentado en el respeto y la obra de cada uno de sus hijos.