Papa-Francisco-en-argentina
En los primeros meses después de su elección, con la manifiesta y abrumadora respuesta favorable por parte de la opinión pública a los gestos y el mensaje de Francisco, comenzaron a llover periodistas y analistas de todo el mundo a la Argentina y a Roma. Todos querían conocer los antecedentes del nuevo Papa. Con ellos empezaron a tejerse las primeras interpretaciones, hipótesis y teorías sobre lo que habría de ser este hacedor de largos puentes, venido desde el fin del mundo.
El momento era todavía prematuro para elaborar diagnósticos fundados. Menos aún pronósticos. Se trataba de una experiencia sin precedentes. El Papa debía aprender a ser Papa. La Iglesia y la Curia debían ejercitar el vivir con este Papa, proveniente de un lugar totalmente inusual. La Iglesia en la Argentina debía modificar su manera de vincularse con uno de sus hijos de un modo inesperado, ya que se había convertido imprevistamente en pastor supremo de la Iglesia universal y el argentino de más alta exposición mundial de la historia bicentenaria de nuestro país.
Ese primer momento ya pasó.
Los fieles de la Iglesia católica en todo el mundo y aún los no católicos, no cristianos y no creyentes, han encontrado en Francisco una figura de proyección mundial, auténtica, valiente, innovadora, una personalidad atrayente, con un mensaje convincente y confiable.
La Curia romana, en cambio, descubrió a alguien que, a diferencia del heroicamente renunciante papa Benedicto XVI, ha demostrado en los hechos su disposición a asumir las reformas de fondo necesarias para liberar a la Iglesia de ataduras que poco tienen que ver con su misión evangélica. La tarea prosigue sin pausa no obstante se haga sentir el peso de costumbres inveteradas, incluyendo algunas resistencias, que Francisco pacientemente va superando.
Ante el mundo, la Iglesia entera y la Curia, Francisco aprendió a ser Papa y ejerce su pontificado con timón firme y con una impresionante cuota de apoyo de la feligresía y de simpatía por parte de la opinión pública mundial.
Ahora bien, en el gran contexto del mundo y de la Iglesia mundial, la Argentina y la Iglesia local ocupan sólo uno de los lugares, un lugar entre otros –de importancia, sí, pero relativa a sus virtudes y dificultades propias–. La nuestra es ahora una Iglesia que debe compartir la atención de Francisco con prioridades que superan en gravedad y urgencia las cuestiones que la Argentina y nuestra Iglesia le pueden llevar.
El Papa tuvo que aprender y asumir un cúmulo impresionante de realidades nuevas en el mundo y en la Iglesia universal, que devoran su tiempo y sus esfuerzos. Consecuentemente, la atención que le puede dedicar a la Argentina queda relativizada. Francisco naturalmente confiará en el conocimiento y las experiencias ya acumuladas a lo largo de su vida como pastor en su propio país.
Se plantea entonces una comprensible asimetría entre el nivel de alta atención, interés, exposición y difusión que la opinión pública argentina atribuye a cada gesto de Francisco vinculado con su país natal y su verdadera importancia intrínseca. De alguna manera, podría decirse que, así como el cardenal Bergoglio hizo una experiencia acelerada para convertirse en un Francisco de proyección mundial, sigue siendo, esta vez desde Roma, para los argentinos, y tal vez para sí mismo, el padre Bergoglio que conocimos entre nosotros.
Los argentinos de distintas condiciones no dejamos de estar embelesados con lo que “nuestro” Papa hace en el mundo. Pero no pocas veces nos sentimos defraudados cuando sus gestos o sus palabras no coinciden con las expectativas que ilusoriamente nos habíamos forjado respecto de la agenda argentina.
Nunca nos preocupó demasiado saber con qué polacos se veía Juan Pablo II o qué alemanes recibía Benedicto XVI, pero todos nos sentimos jueces autorizados para evaluar los pecados reales o presuntos de los argentinos que Francisco recibe. No faltan entre ellos quienes, por motivos y con estilos propios, buscan la fotografía, el gesto o el mensaje que pudiera ser presentado como un aval papal. Todo ello a la luz de las condiciones, los problemas y las polémicas que nuestro país arrastra desde mucho antes que Francisco fuera elegido.
El año 2016 comenzó aquí con un marco político muy diferente y renovadas esperanzas. Francisco no ignora todo esto, pero no quiere, no podría ni debería crear un papado a medida para los argentinos.
Simplemente se siente a sí mismo y sigue siendo para nosotros el Bergoglio que conocimos y que, ahora como Papa, procura seguir a su Maestro que recibe a todos, incluyendo a los que pocos quieren recibir, con los brazos bien abiertos, y nos enseña y querría que hiciéramos otro tanto.

1 Readers Commented

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  1. LUCAS VARELA on 18 mayo, 2016

    Amigo Vicente Espeche Gil,
    Leí, y releí su artículo. No encuentro, explícito, el argumento de fondo.
    Que sugiere Usted? Que le estamos dando los argentinos demasiada importancia al Papa¡¡
    No lo puedo creer.¡
    Le guste o no, la realidad muestra que el Papa Francisco, y sus convicciones evangélicas inconmobiles, es cada día más importante para los argentinos.
    Más aún, yo diría que el llamado Bergoglio ya es un vago recuerdo en la consciencia del pueblo argentino.

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