El reconocido especialista en medios, política y audiencias analiza cómo fue la estrategia comunicacional kirchnerista para incluir o excluir a las diferentes víctimas de la sociedad argentina en su “relato”.
En política no es tan importante el contenido manifiesto del discurso como su relación con los actores sociales; no tanto lo que el discurso dice como lo que hace con aquellos que lo reciben, sus destinatarios directos o indirectos. No se trata de algo formal, de normas de cortesía, que siendo importantes lo son menos que el poder que tiene el discurso (sobre todo el discurso del que está en el poder) para incluir o excluir, trazar la línea entre nosotros y ellos, empoderar o marginar. El sociólogo Erwing Goffman sostenía que “marginal” es el que estando presente es tratado como ausente. En el discurso del poder, como en la vida social, los silencios, las negaciones, el mandar a callar al otro son formas del autoritarismo y aún de violencia simbólica tanto o más que la coerción.
El cambio de Gobierno y con él, de estilo del discurso público propiciado desde el poder, puede servir para reflexionar sobre las formas del discurso que hemos dejado atrás y las que estamos empezando a articular entre todos. Propongo hacerlo desde una perspectiva sospechada en el ciclo kirchnerista: la ética del discurso.
La comunicación política de Cristina Fernández de Kirchner fue la más estratégica y profesional de la actual etapa democrática. Un relato fundado en el mito de la salida de la crisis terminal de 2001 y del líder que entrega la vida por la patria, que se presenta como popular, del lado de los pobres y de los trabajadores. Su prolongada eficacia no se explicaría sin verticalismo y muchos recursos económicos y humanos invertidos en comunicación, pero tampoco sin coherencia entre los mensajes impartidos por todos los funcionarios y la consistencia entre cada área de gobierno y el gobierno central.
Siendo evidente que la era kirchnerista privilegió la intervención del Estado a favor de medidas populares, desde la perspectiva de la inclusión de los pobres en el discurso del poder hubo, sin embargo, importantes contradicciones. La primera, quizás, se refiere al alcance que tenía la noción de pobres. Pobres en el discurso de Cristina Kirchner es una categoría económico-social, pero no incluye, por ejemplo, algunas enfermedades con dificultad para acceder a la medicación, según la desafortunada afirmación de 2013 de que los diabéticos son gente de alto poder adquisitivo; ni incluye a determinados pueblos originarios como los Qom. El peor favor que el discurso político le puede hacer a la causa de los pobres es “invisibilizarlos”, lo que hizo el Gobierno de Cristina Fernández al tergiversar la estadística social, llegando al colmo de aseverar en 2015 frente a la FAO que la pobreza de la Argentina había descendido al 5% mientras el Observatorio de la Deuda Social de la UCA probaba que había trepado al 28%.
Según un estudio de la socióloga argentina Irene Vasilachis sobre la representación de pobres y trabajadores en los discurso presidenciales, los de Cristina Kirchner ante el Congreso aluden escasamente a los trabajadores y las veces que los menciona no se predica de ellos acciones si no que se los ubica en situaciones pasivas, a la espera de lo que puedan hacer (o dejar de hacer) con ellos. También son pasivos los pobres: se benefician de acciones realizadas por otros para ellos. “Se los asistencializa”, se los define por lo que reciben. “Las representaciones sociales sobre las personas pobres en el discurso de la Presidenta están, pues, orientadas a producir una imagen positiva de ella”, concluye Vasilachis.
Desde una perspectiva ética, el discurso debería tomar partido por la parte más débil, por los que sufren la discriminación porque no tienen acceso a los medios simbólicos que necesitarían para defender su punto de vista, tratando de captar ese punto de vista o de cederle la palabra. Como ha demostrado Pierre Bourdieu, el poder de enunciar, de hablar y ser escuchado, de que las propias palabras no caigan en el vacío, depende de unas leyes de distribución del capital simbólico que no son equitativas. Hay grupos sociales de los que se habla mucho, pero ellos no hablan. Dentro de estos grupos que, desde una perspectiva ética (es decir, anterior a la bifurcación ideológica de los discursos) indudablemente merecen prioridad como tema, como destinación y como invitación a decir lo suyo, se encuentran las víctimas de los diversos tipos de tragedias sociales. Las víctimas ocupan un lugar sagrado frente al cual todo discurso debería inclinarse. La prohibición de rendirles homenaje es la causa de rebelión frente al tirano en Antígona de Sófocles.
Cuando a las víctimas de catástrofes naturales, de injusticias o de violencia no se les reconoce si quiera el estatuto de víctimas, la discriminación se duplica: son víctimas de un daño equivocado, del que el responsable, muchas veces el Estado, no se hace cargo. Cuando las víctimas no coincidían con el grupo destinatario de sus políticas y sus discursos, es decir, cuando no eran además de víctimas, beneficiarios, partidarios o “clientes”, Cristina Kirchner los ignoraba. Esto ocurrió con los familiares de las víctimas de la tragedia de Once, de las inundaciones –sobre todo en la ciudad de La Plata–, o, con el tiempo, los familiares de las víctimas de AMIA. Si esto no sucedía todo el tiempo, sí sucedía desde el momento en que esas víctimas se constituían en públicos, es decir, que comparecían en el espacio público con un discurso de reclamo y con alianzas con otras organizaciones de la sociedad civil.
Mención especial merecen las víctimas de la inseguridad. Desde el conflicto con las entidades del campo en 2008, Cristina colocó a los medios de comunicación en el lugar de enemigos de su gobierno. Desde entonces todo conflicto se duplicó: conflicto social, con algún actor político, y conflicto con los medios, por la forma de representar el conflicto. Así, por ejemplo, la reforma judicial buscada por el Gobierno lo enfrentó con los agentes judiciales y con los medios.
Las noticias de violencia eran frecuente motivo de enfrentamiento con los medios, por la ampliación de la violencia y los cortes sociales realizados por ellos al narrar los acontecimientos. La teoría del delito de Cristina Kirchner se acoplaba bien a su teoría de los medios. Básicamente es la sostenida por Eugenio Zaffaroni en textos como La cuestión criminal, que sirvió de marco para la discusión sobre la seguridad en medios oficialistas tipo TV Pública o Página/12. Según Zaffaroni hay una teoría criminal que transmiten los medios de comunicación, con un mundo de personas decentes frente a una masa estereotipada de diferentes y malos. La cobertura del delito por parte de los medios provoca el temor y la sospecha generalizados. Los jueces, sobre todo cuando excarcelan, son los otros villanos, mientras que los héroes son los familiares de las víctimas que reclaman mano dura sin que se les pueda responder. En esta realidad caótica, el crimen está descontrolado y el discurso mediático le echa la culpa a las garantías penales. Las posiciones más vindicativas bien pueden encontrarse en los sectores más desfavorecidos, porque son los que más sufren la victimización. Es una teoría que no tiene en cuenta la vivencia de las víctimas. Las víctimas son revictimizadas: además de sufrir en su familia la violencia, deberían resignarse a que el sistema ampare a los criminales y no exteriorizar su dolor con un discurso áspero para los oídos bien pensantes.
Esta crítica a los medios, defendible desde el punto de vista de la teoría penal, es indefendible desde el punto de vista de la comunicación. Hay ya suficiente prueba empírica de que las audiencias toman distancia crítica de los medios y que éstos poco pueden frente a la experiencia directa. Cristina Kirchner sostuvo en público una verdadera fundamentación teórica de la ley de medios. Aún siendo moderna en varios aspectos, en semejante teoría no hay lugar, sin embargo, para el público. No se lo considera autónomo, crítico, productivo. He ahí una laguna en la estrategia de comunicación del kirchnerismo, por otro lado tan profesional. Le cegaba el temor de que los medios concentrados lavaran la cabeza de la masa, que dejaría de votarlos o de apoyar medidas controvertidas.
Hay una correlación entre el ocultamiento de las estadísticas de pobreza, la omisión de algunos damnificados, la categorización de pasivas a las personas pobres, la visión del delito alejada de las víctimas y la falta de desarrollo de una teoría de los públicos. Podría conjeturarse que estos públicos movilizados fueron erosionando lentamente la base de sustentación del kirchnerismo.
El presidente Mauricio Macri inicia su mandato con medidas nada populares, tales como los despidos en el Estado y drásticos incrementos de tarifas. Sin embargo, al menos al principio, no ha buscado ignorar los conflictos y salió al encuentro de las víctimas marginadas de la etapa anterior y de las nuevas víctimas. En un contexto comunicacional más difuso y menos profesional, pero también más abierto al diálogo con cada sector, quienes tenemos algún acceso al discurso público podemos intentar contribuir a que el espacio público se entienda como una conversación, donde las víctimas sean interlocutores privilegiados.
El autor es Director de la Escuela de Posgrados de Comunicación de la Universidad Austral e Investigador del CONICET.
2 Readers Commented
Join discussionSu mensaje, es absolutamente falso, acusa al gobierno del Presidente Macri, de echar empleados del estado sin ninguna razón valedera, en rigor, quien echó a miles de funcionarios públicos, con largas carreras en el estado, «sin causa», como la nota que me entregaron en mano, en medio de una conferencia internacional, en el BCRA, salón Bosch, fueron las «tropas de choque» que se colocaron en muchos organismos autárquicos, como ministerios por parte del régimen kirchnerista. En mi caso, como en otros casos que conozco bien, fuimos objeto de persecución personal, por razones políticas, en mi caso varias veces fui calificado por un asesor de Marcó del Pont, como «enemigo del modelo», y me hizo la vida imposible. Incluso luego de un accidente de automóvil en San Isidro me enviaban inspecciones no una sino varias veces, para comprobar si estaba internado, pese a que fehacientemente demostré las razones de mi ausencia. Vuelto a mi oficina, las actitudes vejatorias continuaron, no importaba que yo fuera un profesional con dos carreras universitarias, una en Argentina y otra en los EEUU (ganador de las becas Humphrey y Fulbright, a mediados de los 80), con un prestigio local como internacional, ganado gracias a mi formación y mis intervenciones en conferencias como la de Derecho Internacional Privado de La Haya. En el Ministerio de RREE y Culto la persecución ideológica fue mas que patente, lo mismo que en la IGPJ, el Ministerio de Economía, en la Comisión de Valores y montones de otros organismos. Es el colmo que tengan el tupé de quejarse esta gente, que han avasallado las instituciones de la Constitución no una sino varias veces, llenaron de inútiles y chupamedias los organismos públicos, de espías del régimen, y de toda la lacra de la cámpora y otros sinvergüenzas del mismo bajo nivel.
¿Por qué no escribe del relato de cambiemos para peor?