Gestor cultural clave de artistas argentinos como Antonio Berni o Lino Spilimbergo, Rafael Squirru, también poeta, falleció el 5 de marzo, a los 91 años.

squirruCrítico, poeta, ensayista, dramaturgo, gestor cultural… Rafael Squirru fue ante todo una buena persona. Gracias a su señera labor, el arte argentino contemporáneo tuvo posicionamiento internacional cuando era impensado. Además, gracias a su audacia, Buenos Aires contó con un Museo de Arte Moderno cuando buena parte de las vanguardias aún estaban en plena ebullición. Pero, por sobre todas las cosas, será recordado como quien brindaba la palabra de aliento que reconocía el esfuerzo, y buscaba siempre ayudar, ya que gustaba crear vínculos para que los artistas argentinos pudieran progresar.
Si bien cuando cumplió 90 años, a fines de marzo de 2015, se le realizó un homenaje ante un colmado auditorio que contó con sus dos sucesoras en la dirección del Mamba, Victoria Noorthoorn y Laura Buccellato, en cierta forma pesó sobre “Rafa” un injusto olvido por parte de otras instituciones oficiales. Aunque demanda recordarlo perpetuamente con su sofisticada y divertida hidalguía. Sin él, el Mamba no hubiese existido y con él durante un buen tiempo fue conocido como un “Museo Fantasma”: no tenía sede fija y entonces Squirru programaba muestras en diversas galerías e incluso en un barco que recorrió veintidós ciudades con obras de Carlos Alonso, Juan Batlle Planas, Antonio Berni, Raquel Forner, Ramón Gómez Cornet, Juan Del Prete y Lino Enea Spilimbergo en sus bodegas.
Luego de dirigir el Mamba (entre 1956 y 1963), se desempeñó como Director de Relaciones Institucionales de la Cancillería (1960-1963) y fue Director de Asuntos Culturales de la OEA, en Washington (1963-1970). Su correspondencia, en buena medida rescatada por una de sus hijas en el libro Tan Rafael Squirru!, revela el panorama de gran parte de la élite intelectual de los dorados años ’60. El texto fue hilvanado por la autora ante su ya veterano padre. Pero Rafael sobrevivió a sus propias memorias testamentarias. Tal como recordaba Romina Ryan en un artículo en esta revista, “Squirru descubrió la fuerza de la oración gracias al Hermano Michellino, monitor en sus años en el Colegio de El Salvador, quien le dijo, muchos años después, que todos los días rezaba por él y sus compañeros”.
Su presencia e impronta han sido determinantes por más de medio siglo en el arte argentino trascendiendo incluso las fronteras de nuestro país. Crítico severo pero honesto, divulgador incansable, ensayista, conferencista, traductor de Shakespeare, y poeta, el lector puede disfrutar la escritura serena y reflexiva de su poesía de los últimos años cuando engalanó las páginas de CRITERIO, revista con la que mantenía lazos desde tiempos de Monseñor Franceschi. Vale señalar que cualquier opinión sobre Rafael Squirru será siempre un recorte demasiado ínfimo de su desbordante personalidad.
Por momentos huraño, en otros tajante y siempre sincero, en Rafael Squirru la contradicción fue la demostración más grande de su integridad. Esa honestidad en el ejercicio de las cosas deja una sentencia que sirve como principio y enseñanza: “Quisiera transmitirles a mis colegas y en particular a los más jóvenes que no se dejen arredrar por la indiferencia que puede llegar a ser hostil respecto de esta dura pero maravillosa vocación. Que no se dejen intimidar por ninguna crítica por más demoledora que pueda parecer; que ausculten sus voces interiores que son las únicas que podrán decirles si el camino elegido es el verdadero y que aprendan a conformarse con la voz de aquellos que merecen su respeto. Que aunque no es obligatorio huir de los premios tampoco es obligatorio cortejarlos. Que crean en sí mismos aunque, como lo quiere Kipling, sean capaces de otorgarles sus dudas a los demás”. En un contexto viciado por falsos creadores, la ausencia de Rafael Squirru agigantará el legado de su lúcida mirada.

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