En el reciente Festival Internacional de Cine de Punta del Este fue reconocido con el premio al Mejor Director el veterano realizador brasileño Ruy Guerra. Sus reflexiones alumbran buena parte del camino del cine latinoamericano.

guerraRuy Guerra nació en Mozambique, se formó en París y descolló en Río de Janeiro. Su cine se ha caracterizado por la intensidad al servicio de una obra muy diversa, siempre con las acciones del hombre en la construcción de su propia historia en el centro de la escena. Muy joven se inició como crítico cinematográfico y, luego de una etapa autodidacta, estudió en la legendaria IDHEC de París. Con su ópera prima Los depravados (1962) integró la Selección Oficial del Festival de Cine de Berlín y con su segundo largo, Los fusiles (1964), ganaría el premio especial del jurado en ese certamen. También se lo recuerda como el conquistador español en Aguirre, la ira de Dios (1972), el gran clásico del cineasta alemán Werner Herzog, quien por otra parte siempre consideró a Los dioses y los muertos, realizada por Ruy en 1970, como el film más original que vio en toda su vida. El patriarca del cine brasileño tiene 84 años, una vitalidad envidiable y una permanencia en la historia del cine latinoamericano desde su consagración como uno de los padres fundadores del Cinema Novo: “Cuando se dio la oportunidad de venir al Festival de Cine de Punta del Este me pareció una buena combinación porque es el más viejo de América latina y yo soy quizás el cineasta más viejo de la región, así que valía la pena este encuentro”, dijo con una sonrisa pícara que divirtió a la prensa acreditada para asistir a la premiere de su último film, Casi memoria, que al término del festival le brindaría el premio al Mejor Director. La película es una reflexión, y casi un testamento fílmico, sobre la memoria y el tiempo presa de los márgenes socio-políticos y del vínculo filial. “No creo que el público deba ser advertido sobre el curso de la historia. No me gusta hablar de la fidelidad de una película con respecto a un libro porque ya es difícil hablar de fidelidad en las parejas y es imposible en el cine con la literatura”, aseveró.
Como hicieron sus connacionales Nelson Pereira dos Santos y Glauber Rocha, Guerra continúa considerando que “el cine tiene un papel muy importante para reunir a los países de América Latina. Para Brasil, ser un continente en sí mismo es su propia maldición dadas las dificultades de información y de conocimiento. De tal manera, el cine es fundamental para un proyecto político amplio porque siempre he considerado que no hay arte que no es político”. En tal sentido, la búsqueda del realizador se orientó en plasmar un cine libre caracterizado también por su independencia de los medios de producción en Brasil.
En la charla, sin embargo, Guerra derrumba el mito del absoluto paralelo entre el Cinema Novo y la mítica Nouvelle Vague francesa: “La Nouvelle Vague fue hecha por la media de jóvenes de la burguesía intelectual francesa como en Brasil, pero con resultados muy distintos. Fue transformación de jóvenes y críticos intelectuales, Godard era suizo y estaba un poco aparte, pero Rohmer, Chabrol y otros eran de la pequeña burguesía francesa con todas las características de lo que eso conlleva. Los franceses se creen además una categoría especial, como intelectuales mundiales, y esa burguesía de la Nouvelle Vague estaba completamente alejada de la realidad política. Sin embargo, el cine que la precedió era mucho más político y representativo de los jóvenes. El cine que hacían Becker o Renoir reflejaba problemas más concretos de la realidad francesa”, sostuvo Ruy Guerra en otro pasaje de su presentación para indicar que la búsqueda del Cinema Novo fue la de un cine que reflejara a los pobres y no uno de carnaval y mujeres bonitas como era usual entonces.
Otra faceta de la trayectoria de Guerra fue llevar a la pantalla relatos de Gabriel García Márquez: Eréndira, selección oficial del Festival de Cannes, con guión del propio escritor y el protagónico de Irene Papas; Fábula de la bella palomera y La mala hora, rodada en coproducción con la Argentina, son otros ejemplos. Aquí, como en buena parte de su cine, el esplendor y la contundencia visual se dan la mano con la realidad del hombre latinoamericano. Similares resultados observa su último film Casi memoria y un premio más en Punta del Este a la mejor fotografía. Dijo cierta vez García Márquez: «Es la primera vez que veo en la pantalla una equivalencia perfecta con mi literatura», al referirse a la labor de uno de sus más queridos amigos que hoy permanece como símbolo de la época dorada de un cine que aunaba arte y pensamiento.

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