santoSan Ignacio de Loyola, el peregrino de Cristo
por Giuseppe de Rosa
(Buenos Aires, 2013, editorial Claretiana, 80 páginas)

El autor fue durante años uno de los “padres escritores” de la revista La CiviltáCattolica y nos parece oportuno comentar este pequeño libro (puede leerse de una sentada) que lleva su firma (en realidad es la traducción de dos largos editoriales de la publicación romana, redactados por Giuseppe de Rosa en 1991) porque ofrece una ágil aproximación histórica con sensibilidad periodística a una de las figuras emblemáticas de la historia de la Iglesia católica y porque, además, puede servir de complemento al artículo de Antonio Spadaro (“La reforma de la Iglesia según Francisco”) que se presenta al lector en este mismo número de CRITERIO.
El biógrafo y periodista francés Jean Lacouture (1921-2015), autor de difundidos libros sobre el general De Gaulle y Ho Chi Min, columnista de Le Monde, políticamente de izquierda y ex alumno de los jesuitas, escribió una extensa obra en dos volúmenes sobre ellos. Entre otras cosas declaró: “¿Que cómo me interesé por los jesuitas? Pues, la verdad, con ellos sólo estudié hasta el bachillerato en Burdeos, si bien siempre han tenido para mí un indudable atractivo: Francisco Javier viajó a Japón sin conocer una palabra del idioma e Ignacio de Loyola circuló por el mundo con un poco de latín. Yo admiro a los jesuitas. Tienen una concepción positiva del ser humano”.
La breve obra que aquí nos ocupa está dividida en pequeñas secciones que presentan a “un santo muy nombrado pero poco conocido”: soldado herido en batalla, peregrino que discierne, Manresa o el combate interior, Tierra Santa, París, la Compañía, presentación ante el papa Pablo III, Roma y la dimensión misionera.
Como explica G. de Rosa al recordar que en 1537, después de meses de espera y no encontrando en Venecia ninguna nave de peregrinos que partiera para al añorado viaje hacia los Santos Lugares, los diez primeros compañeros decidieron dispersarse por Italia, sobre todo por ciudades que contaran con universidades. “A esta altura –refiere el autor– surgió un problema: ¿cómo responderían a quienes les preguntaran quiénes eran? Se decidió que dirían ser de la “compañía de Jesús”, es decir una compañía, un grupo de personas que deseaban llamarse ‘de Jesús’, porque no tenían ningún jefe entre ellos, sino a Jesús, a quien deseaban servir”.
Pero, más allá de los datos que permiten conocer la historia del santo y su obra, el interés del autor está centrado en señalar la universalidad de la Compañía desde su surgimiento–que marcó “su destino bajo el perfil no sólo religioso, sino también cultural y, de alguna manera, hasta social y político”– y en dar a conocer la semblanza intelectual y espiritual de un hombre que, además de un genial organizador, fue “profundamente bueno y delicado, con una gran capacidad de amar y de hacerse amar por quienes estaban cerca”.
Desde su origen familiar y el entorno geográfico, pasando por su educación cortesana y la experiencia militar, el texto avanza hacia la “decisión de estudiar para ayudar a las almas”, hasta preguntarse: “Qué ha representado Ignacio de Loyola para la Iglesia de su tiempo y qué representa para nosotros hoy?”. Admite que cuando se trata de responder a esas dos preguntas “es fácil caer en la retórica y en el triunfalismo, así como es fácil atribuir a los santos del pasado una modernidad que ellos no podían tener porque todo santo es hijo de su tiempo, aun cuando en algún aspecto pueda trascenderlo”. Y enseguida afirma que las respuestas deben ser sobrias y medidas: “Nos parece –escribe–que podemos decir que Ignacio representó, de manera relevante, la dimensión apostólica y misionera de la Iglesia, y es hoy para ella un llamado constante ‘a dirigirse a los paganos’, es decir a aquellos que todavía no han recibido la palabra de Dios o la han rechazado u olvidado”. Y concluye señalando que, en otras palabras, está llamada a ser “Iglesia de frontera, no empeñada en defensa, sino abierta al soplo del Espíritu Santo y por él impulsada a navegar por el mar de la historia, echando redes en nombre de Cristo, con la confianza y el coraje que le viene del hecho de que Cristo obra junto con sus discípulos”.

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