Fuimos recibidos por nuestros amigos, la teóloga Maria Clara Lucchetti y su esposo Ekke Bingemer, en Río de Janeiro para los días de fin de año. La casa, proyecto del arquitecto y urbanista franco-brasileño Lúcio Costa (1902-1998), a pocos metros de la alegre rua das Laranjeiras que da nombre a ese tradicional barrio del sur de la ciudad, es una construcción de 1934, cuando Costa, uno de los líderes del Movimiento Moderno, enfrentaba la arquitectura neocolonial dominante entonces. Él buscaba soluciones funcionales y volúmenes claramente definidos, y en ese entonces proyectaba casas para amigos y familiares. Un ejemplo es la de los Souza de Carvalho, abuelos maternos de quien nos aloja en Río. Hoy sigue siendo visitada por estudiantes y arquitectos que se interesan en ese período.
Dos semanas después, nuestros anfitriones partirían para los Estados Unidos. Maria Clara obtuvo una beca Fulbright, en la Universidad de Notre Dame, Indiana, para investigar y escribir sobre un tema que la apasiona: los místicos contemporáneos. En efecto, ella escribió recientemente en CRITERIO sobre Dorothy Day (la mujer mencionada por el papa Francisco en su discurso ante el Congreso norteamericano); así como en otras oportunidades lo hizo sobre Etty Hillesum (a la que se refirió Benedicto XVI en su última alocución como pontífice). También ha escrito sobre Simone Weil.
santiago-calatrava-museo-mananaCon los Bingemer tuvimos oportunidad de caminar los senderos del famoso Jardín Botánico, con las elegantes palmeras imperiales, las plantas acuáticas y carnívoras, las variadas orquídeas y las curiosas bromelias de cáliz profundo. Días después, visitamos el Museo de Arte de la ciudad (MAR) frente a la plaza Mauá. A pocos metros se acababa de inaugurar el Museo del Mañana, audaz obra del español Santiago Calatrava, inspirada precisamente en una bromelia.

La ciudad está signada por obras en vistas de las olimpíadas: la construcción de un largo recorrido para un tranvía veloz y muchos edificios en remodelación, sobre todo en la vieja zona del puerto. Incluso en el centro, el edificio Gustavo Capanema, obra del mencionado Lúcio Costa y Oscar Niemeyer, asesorados por Le Corbusier, luce entre andamios los azulejos de Cândido Portinari. Símbolo de una época (la de Getulio Vargas), este edificio fue construido entre 1936 y 1945, siguiendo la tendencia moderna de los arquitectos ya citados, y se presenta como una galería de arte a cielo abierto, con jardines diseñados por el paisajista Roberto Burle Marx. Se pensó en su momento como un espacio de interacción entre la educación y la cultura del país.
Los turistas argentinos éramos legión en la “cidade maravilhosa”. Se oía hablar en castellano tanto en el Cristo del Corcovado como en el Pan de Azúcar, frente al mar o la Lagoa, en las calles y los shoppings. Los fuegos artificiales de fin de año fueron deslumbrantes e interminables.
Es evidente que la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff conoce los índices más bajos de su gestión; las denuncias de corrupción y la preocupación por el futuro económico son tema dominante en las conversaciones. Días después se sumaría la terrible emergencia sanitaria. En este país, tan vital, rítmico, violento y desigual, pese a todo, la gente se muestra alegre y sin demasiada ansiedad.
Descuidado encontramos el Museo de Bellas Artes, pese a su valiosa colección de grandes telas del siglo XIX y las atrayentes acuarelas y dibujos de los artistas de la Misión francesa. El de Arte Moderno sólo impresiona por su audaz arquitectura, en un parque frente al mar. Es sabido que la enorme y moderna catedral de Río carece de belleza. El Monasterio de San Benito, en cambio, con su deslumbrante barroco, es tan hermoso que no puede dejar de visitarse.
Brasil es un continente. Bastaría seguir a grandes trazos su literatura, comenzando por los mineros Joao Guimaraes Rosa (1908-1967) y Carlos Drummond de Andrade (1902-1987). Imposible dejar de lado a clarece Lispector (1920-1977),carioca por adopción, al bahiano Jorge Amado (1912-2001) o a las poetas Adelia Prado (1935), también minera, y la carioca Cecilia Meireles (1901-1964). O no recordar al nordestino Manuel Bandeira (1886-1968), al poeta de Bahía Antonio de Castro Alves (1847-1871), o a Joao da Cruz e Sousa (1861-1898) de Florianópolis. Y este listado es sólo una breve mención de notables escritores.
Cuando partimos para Petrópolis, la ciudad imperial, atrás dejábamos Río de Janeiro, donde nos despidieron temperaturas que alcanzaban los 40 grados; tras menos de 70 kilómetros, a 800 metros de altura, encontramos el fresco de la sierra.
En Petrópolis está el fastuoso Museo Imperial, antigua residencia veraniega del emperador y su corte. Pedro I ordenó su edificación pero no llegó a habitarlo sino su hijo, Pedro II. En la ciudad pueden verse la casa del ingeniero y pionero de la aviación Alberto Santos Dumont (1873-1932) y la residencia donde se suicidó el escritor austríaco Stefan Zweig el 22 de febrero de 1942, cuando creía perdidas todas las esperanzas frente al avance de Hitler. En una de sus numerosas obras, titulada “Mendel el de los libros”, escrita en 1929, narra la historia de un extraño y pobre librero de viejo que, siempre sentado a la mesa de un café de Viena, leía incansablemente y podía dar información sobre cualquier edición que se buscara. Jakob Mendel sufrirá injustamente la persecución del Imperio austrohúngaro, prefigurando de alguna manera lo que sucedería años después con el nazismo. Esta angustia nunca abandonó a Zweig, que fue uno de los escritores más populares de la primera mitad del siglo XX. Imposible no recordar a Joseph Roth.
ouro-preto-historia3El camino hasta Ouro Preto, antigua capital de Minas Gerais, lleva sus buenas horas de automóvil. Fue la ciudad del oro y representó la codicia portuguesa y la explotación de los africanos llevados como esclavos a las minas. Arquitectónicamente, con sus adoquinadas calles empinadas, es una verdadera maravilla. Las iglesias barrocas (la del Pilar, la de San Francisco, la del Carmen…), los palacios (hoy los museos “da Inconfidencia” y de mineralogía), las plazas (entre la que destaca la central, con la estatua de Tiradentes) y la sala que se precia de ser el más antiguo teatro de América en funcionamiento. Domina la obra del genial Aleijadinho (1730-1814), hijo de un arquitecto portugués y una esclava negra. Este escultor e imaginero mulato sufrió una cruel enfermedad (¿lepra, escorbuto, reumatismo, sífilis?) que lo obligaba a tallar con las herramientas amarradas a sus brazos. En efecto, el pseudónimo significa “el lisiadito”. Visitar la cercana localidad de Congonhas do Campo permite admirar la fuerza y espectacularidad de su arte, inmortalizado en las estatuas de los profetas, ubicadas en el atrio, y las capillas de la explanada del santuario “do BomJesus de Matosinhos”. Acaso ligado a la masonería, como dejarían entrever algunos símbolos en pórticos y altares, la vida de Aleijadinho se confunde con la leyenda.
Por su parte, Joaquim José de Silva Xavier (1746-1792), más conocido como “Tiradentes” por su labor de saca muelas, nacido en las cercanías, fue un militar, odontólogo y comerciante considerado héroe nacional en Brasil por su actuación en la Conspiración Minera (la Inconfidencia), primer intento de independencia de Portugal. Fue apresado y ajusticiado en Río de Janeiro. Su cuerpo fue mutilado y su cabeza expuesta en la plaza de Ouro Preto que hoy lleva su nombre y donde domina una escultura que lo representa. Tiradentes será valorado luego hasta convertirse para los ideólogos positivistas en una figura que se identifica con la República naciente. La iconografía tradicional del siglo XIX le buscó un parecido con Jesucristo, el fragelado. Pedro Americo lo pintó en 1893 (la República se proclamó en 1889). Su imagen atraviesa toda la pintura, hasta llegar a Adriana Varejao (una panorámica de su obra pudo verse en el MALBA en 2013), que lo presenta descuartizado. Quizá la historia de Tiradentes podría leerse desde las páginas de El siglo de la luces, la gran novela del cubano Alejo Carpentier.
También la región conoció las incursiones de los feroces “bandeirantes” provenientes de San Pablo, esclavistas locales que capturaban a indígenas para venderlos en las plantaciones de azúcar. Eran descendientes de portugueses e indios tupí. Se enfrentaron con los jesuitas que defendían a los guaraníes. Si bien en la historia de los países sudamericanos de habla española no son bien vistos, en Brasil se les reconoce haber extendido las fronteras del territorio.
Otra tradición que se confunde con el mito es la de Chico-Rei, personaje casi legendario que según los dichos populares habría sido monarca guerrero y sumo sacerdote en su Congo natal. Llegado a Villa Rica (Ouro Preto) como esclavo, con el tiempo y las mañas habría logrado comparar su libertad; después se convirtió en propietario de minas de oro. Los esclavos por él libertos, dice la tradición, lo consideraban un verdadero rey. Para algunos fue un héroe al estilo Robin Hood, para otros un hábil comerciante poco escrupuloso. En la fiesta de Nuestra Señora del Rosario presidía vistosos cortejos religiosos, seguido por músicos y bailarines. Ciertamente, la esclavitud dejó marcas profundas, muy difíciles de superar, en la sociedad brasileña.
Lleva el nombre de Chico-Rei la posada donde paramos, una antigua casa colonial de pocas habitaciones, que tuvo entre sus huéspedes a Vinicius de Moraes, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Jorge Amado, Pablo Neruda y Henri Kissinger, todos atraídos por la belleza y la historia del lugar, según dan cuenta las fotografías y las impresiones dejadas.
También dejó su huella en Jorge Luis Borges, huella literaria entendámonos. En el famoso cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en una posdata, refiere que “En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita”, en cuyo sobre “tenía un sello postal de Ouro Preto”.
La localidad de Tiradentes, siempre en el estado de Minas Gerais, es una pintoresca villa turística, lugar de descanso en las sierras, característico por sus paseos a caballo hasta las cascadas y sus artesanías en piedra o metal. Situada en las laderas de Sao José, la pequeña ciudad fue bautizada en honor al héroe de la Inconfidencia Mineira. La arquitectura preserva el estilo colonial de sus casas, fachadas e iglesias. Tiene un pequeño centro histórico que concita el interés de músicos y artistas plásticos; y no faltan en sus bares guitarristas y cantantes. Además de la cerveza, popular en todo Brasil, la cocina minera tiene fama de ser la más sabrosa del país.
Nos despedimos de nuestros anfitriones para regresar a Buenos Aires. Les quedábamos agradecidos por su generoso recibimiento y por las largas conversaciones y lecturas sugeridas que nos permitieron una vez más vislumbrar la monumental variedad, riqueza cultural y vitalidad de Brasil.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?