De la dictadura a la democracia. La Iglesia Católica en América Latina durante el pontificado de Juan Pablo II. Transiciones y mediaciones pacíficas. (1978-2000)
Varios autores
Buenos Aires, 2015, Fundación Konrad Adenauer
El libro que comentaré, publicado a fines del año pasado por la Fundación Konrad Adenauer, es fruto tardío del Congreso “De la dictadura a la democracia; La Iglesia católica en América Latina durante el pontificado de Juan Pablo II (1978-2000). Mediaciones y transiciones pacíficas”, que se celebró en octubre de 2012 en la UCA.
Consta de una presentación a cargo de Marco Gallo y Marcelo Camusso, organizadores del encuentro; una introducción, escrita por el rector, monseñor Víctor Fernández; más ocho ponencias de participantes. Éstas agrupan presentaciones de calidad, de carácter más amplio y contextual como la de Gianni La Bella sobre la Iglesia en América latina, o la de Norberto Padilla, sobre las intervenciones de la Santa Sede en las transiciones hacia la democracia que se dieron por entonces. Hay además cinco ponencias más puntuales o focalizadas: Mario Medina Salinas, obispo de Misiones-Ñeembucú, Paraguay (la única que desentona pues ha sido muy pobremente presentada sin la debida revisión editorial); Marco Gallo (con un eje orientado a la acción papal y especial referencia al caso Malvinas. Bien hace Gallo aquí en recordar la diplomática pero esforzada insistencia de Juan Pablo II en contrariar el concepto de guerra justa); Jeffrey Klaiber, SJ (de Perú, que demuestra que “sin la Iglesia y la labor de los cristianos de base, la tarea de derrotar al terrorismo habría sido mucho más difícil”); Jesús Delgado Acevedo, vicario para la cultura y educación del Arzobispado de San Salvador (sobre Centroamérica pero con foco en su país. Recuerda a monseñor Romero y dedica espacio a monseñor Rivera Damas, cuyo “trabajo por la paz […] es casi totalmente desconocido” sobre todo por lo hecho para humanizar el conflicto); y Santiago Otero Diez (de Guatemala, con una prolija reseña de los viajes papales a ese país y el recuerdo de las palabras pontificales de que “nadie pretenda confundir nunca más auténtica evangelización con subversión”).
Entre esas ponencias se sitúa la de Jorge Casaretto, de valioso y valiente carácter testimonial, con una dura confesión: “Muchas veces pienso si yo mismo, de haber sido joven en esa época, no hubiera podido caer en la tentación de la violencia, dado que siempre en la vida me acompañó una fuerte dosis de idealismo”.
Una buena estrategia para comentar un libro es partir de lo que sus autores pretendieron, para luego ver en qué medida alcanzaron su objetivo. En la presentación señalan que intentan ofrecer un espacio académico de “profundización de la historia reciente de nuestra América latina”. Y más adelante agregan que se pretendió mostrar “los esfuerzos permanentes” de Wojtyla para apoyar “transiciones a la democracia de manera no violenta y afirmar la centralidad de la dignidad de la persona en la defensa de los derechos humanos”.
Pero no se trata sólo de un puro esfuerzo académico, hay un interés en los autores en acercar ideas y propuestas a futuro. Justamente en el último de los capítulos (ponencias, en realidad) Otero Diez dice en sus primeras líneas que se “reúnen para analizar los caminos recorridos, tomar distancias de lo realizado y trazar algunas propuestas que puedan fecundar los campos de la acción pastoral en nuestras respectivas Iglesias”. No es sólo interpretación histórica; es también inventario y evaluación de experiencias orientadas a potenciar la acción de las Iglesias locales. Fructífero cruce de caminos.
Uno de los hilos conductores son las denuncias a las violaciones de los derechos humanos hechas por Juan Pablo II, ello sumado a las mediaciones pacíficas en las transiciones a la democracia dadas por esas épocas en América latina. Bien afirma La Bella que “en ninguna parte del mundo después del Concilio la Iglesia ha jugado un papel tan importante y determinante en la transición de regímenes autoritarios a democráticos, en la defensa de los derechos humanos, en la resolución de conflictos políticos o étnicos internos, en la protección jurídica de las minorías, en la acogida y protección de los pobres y los perseguidos”.
Valioso el rescate que tanto Fernández como Padilla y Casaretto realizan del sentido de aquel esfuerzo que fue Iglesia y Comunidad Nacional.
¿Hacía falta hacer esto? Sobre todo teniendo en cuenta las dificultades por lo cercanas en el tiempo de las cosas que ocurrieron y por la variedad de situaciones que se dan en la región, como afirma Padilla. Se trata de “un tema sin duda difícil”, dice Casaretto en sus palabras de presentación, donde él se ofrece no como historiador o como analista sino como testigo presencial. Como alguien que “habla de algo no porque lo leyó o se enteró, sino porque lo vivió”. Loable este esfuerzo de Casaretto, al presentar de entrada con honestidad y cierta dosis de ingenuidad política las claves que en su vida lo forjaron y le enseñaron “a querer la democracia”.
La Bella presenta una acertada descripción del catolicismo en América latina y del contexto socio político, recorriendo país por país a través de los viajes papales. Caracteriza sintéticamente al catolicismo de esos años como “fuertemente ideológico, comprometido en la vida social y en la defensa de los derechos humanos y fascinado por los ideales y la pasión por la participación política. En AL en esos años, es la lógica de la pertenencia la que prevalece. Lo más importante siempre es saber que la otra persona es ‘de los nuestros’ o ‘de los otros’”. La ponencia de La Bella resulta muy útil como registro de todas las intervenciones papales y su esfuerzo por predicar los valores evangélicos frente a fenómenos tan poderosos como la globalización. Esto del registro o inventario se puede predicar también de Padilla, Casaretto, Gallo, Klaiber, Delgado y Otero y es lo que, a mi juicio, tiene de más valioso este esfuerzo de acercamiento: soporte de trabajos de investigación historiográfica en tiempos de profundización y análisis exhaustivos.
Quizás haya faltado una conclusión o una síntesis conceptual de lo tratado, más allá de la breve presentación formal del libro hecha por los curadores del encuentro. Conclusión que hubiera servido para aprovechar mejor los insumos que aquí se brindan.
Se ha dicho (Padilla, al referirse a las “demasiado próximas” décadas del ‘70 y ‘80) que aún es muy pronto para hacer historia de estos tiempos. La cuestión es que hay que trabajar mucho para poner en su justo valor y dimensionar adecuadamente lo que sucedió en estos años de transición, que parecen no haber terminado aún. Falta de tiempo, cercanía de los hechos, presencia viva de protagonistas que estuvieron (y están) enfrentados. Son todas cuestiones que deben mirarse con atención y que por cierto no invalidan el esfuerzo de discernir adecuadamente lo que sucedió. Por el contrario, lo ratifican y en esa dirección apuntan. Merece un lugar en las bibliotecas.
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Join discussionEstimado Señor Ricardo Murtagh, excelente reseña la suya, muchas gracias.
Permítame complementar sus comentarios con el siguiente:
Monseñor Oscar Romero fue beatificado el día 23 de Mayo del año 2015. Este cura estaba en la vereda de los hombres buenos, pacíficos, tolerantes, transigentes.
Lamentablemente, nos rendimos más fácilmente al adversario duro y belicoso. Y fueron ellos quienes lo acribillaron a balazos en misa del Domingo. No obstante, fue éste hombre quien libre de toda ruindad, prestó un inmenso servicio a su pueblo y su patria.
“Doy cuanto soy” dice el héroe; “me doy a mí mismo” dice el mártir. Monseñor Oscar Romero era joven e idealista, y nunca cayó en la tentación de la violencia.
El papa Francisco dijo al respecto:
“desde los inicios de la vida de la Iglesia, los cristianos persuadidos por las palabras de Cristo, hemos tenido siempre la convicción de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.