Paul Ricoeur, en busca del ser

Una hermenéutica del sí por el desvío de los signos de la cultura.

 

La filosofía del siglo XX nació de la dilaceración del sujeto moderno, gran artífice del pensamiento en los siglos anteriores. El horizonte del esclarecimiento venido de la razón se fue perdiendo con las desilusiones que marcaron al hombre contemporáneo: desde sus neurosis e inconsistencias singulares, injusticias sociales y exploración del trrabajo, a las formas más temibles de poder. La muerte de millones de inocentes es un mal inexplicable, casi indecible. Algo que pone en jaque cualquier pretensión de soberanía de la conciencia del sujeto, dado que esta escena de horror se dio en nombre de la ciencia, de la razón, de una pretendida evolución. La filosofía del siglo XX no podría dejar de interpelarse: la eclosión de regímenes totalitarios, las dos guerras mundiales y la consecuente declinación de las utopías marxistas marcaron un nuevo viraje en el pensamiento.
En este contexto se desenvuelve el trabajo de Paul Ricoeur, filósofo francés nacido en Valence en 1913 y muerto en 2005, a los 92 años. Considerado por muchos como uno de los exponentes de la filosofía contemporánea, nombre singular del pensamiento francés y un baluarte de la hermenéutica, este pensador, comprometido con su tiempo y los problemas atinentes a él, vivió en su historia personal una suerte de sufrimiento que podrá, más tarde, vislumbrarse en un panorama más general. Hijo de una familia de protestantes, quedó huérfano desde niño al morir su madre poco después de su nacimiento y su padre en la batalla de Marne, en 1915. Tal vez esto explique, un poco, la sensibilidad que despunta en sus textos por el sufrimiento humano, por el dolor y por el mal que aflige al hombre.
Además de su vasta obra, con decenas de libros y centenares de artículos, Ricoeur fue un gran profesor, como acostumbraba designarse. Ello nos da una pista del sentido de la elocuencia y del rigor que marcan sus textos, de no fácil lectura.
La filosofía de Ricoeur dialoga con un número grande de autores y corrientes de pensamiento, desde la filosofía clásica hasta sus contemporáneos, pasando por la hermenéutica de Agustín, Schleiermacher, Dilthey, Heidegger, Gadamer, la fenomenología de Husserl, la filosofia reflexiva de Descartes, Kant y Jean Narbert, el existencialismo de Gabriel Marcel, la filosofía analítica norteamericana, para permanecer entre los más conocidos, además de atravesar disciplinas externas al canon filosófico como el psicoanálisis, la sociología, la antropología y la literatura.
Esta vastidad puede causar la impresión de una obra dispersa, sin un norte común entre sus varios textos, además de las innumerables referencias que pueden imputar a Ricoeur una ausencia de pensamiento singular, condenándolo a un simple comentador erudito. Me parece más acertado, por lo pronto, pensar con Grondin, Dosse y tantos otros comentadores de la obra de Ricoeur, que un hilo claro atraviesa todo su pensamiento. Se trata de un problema específico y dilucidado: el intento de una hermenéutica del sí por el desvío necesario de los signos de la cultura .
El desmantelamiento de esta autotransparencia del sujeto que la conciencia histórica permitió, llevó al pensamiento de Ricoeur las expresiones del ser que se manifiestan en el lenguaje. Su hermenéutica fue, en un primer momento, el movimiento de interpretación que se dejó trabajar por un conjunto de símbolos presentes en las tradiciones helenística y semítica, y que le permitieron reflexionar sobre la experiencia del mal, inaccesible a la razón de un lenguaje pretendidamente unívoco, pero evocadora del pensamiento. Es de Ricoeur, ya en sus primeros textos de inserción de la hermenéutica en su filosofía, el aforisma representativo de su obra: le symbole donne à penser .
La filosofía de Ricoeur se dejó interpelar por las disciplinas interpretativas que plantearon la reducción del sentido: el psicoanálisis, el estructuralismo y el marxismo. Los “maestros de la sospecha”, como él y Foucault los llamaron: Nietzsche, Freud y Marx fueron considerados por Ricoeur como indispensables para que una hermenéutica crítica pudiese considerar los innumerables condicionalmientos que alejan la conciencia de una autorreflexión transparente. Mientras tanto, Ricoeur no se limitó a esa reducción, sino que reivindicó una hermenéutica amplificadora y restauradora del sentido. De hecho, como bien expresa en una conocida frase: “No es el pesar de las Atlántidas perdidas lo que nos anima, más allá del desierto de la crítica, queremos ser nuevamente interpelados”. Ricoeur salió en busca del ser, con honestidad intelectual, reconocido rigor y erudición; no abandonó esta instancia de la reflexión considerada por él esencial, horizonte de su filosofía.
Desarrolla la noción intrigante de Identidad Narrativa, vinculada a una nueva percepción del tiempo. Pasando por Aristóteles, Agustín y por la Filosofía de la Historia, concluye que la percepción del hombre en su limitación le permite narrar su experiencia de ser. La dificultad lógica insuperable (ya prevista en la experiencia del mal) de explicar lo que viene a ser la esencia del tiempo, de traducir en palabras su naturaleza, lo lleva al desvío necesario de la reflexión para el carácter narrativo de la experiencia del tiempo. Lo que reinvindica Ricoeur en la tradición filosófica es que interrogarse sobre el tiempo es, en un cierto sentido, interrogarse sobre el yo narrador. En Ricoeur se fundamenta la narración como una construcción que remite a una noción de verdad no ya como exactitud de la descripción, sino sí, mucho más, como elaboración de sentido, ya sea que se lo invente en la libertad de la imaginación, o se lo descubra en la ordenación de lo real.
La imaginación narrativa conlleva una doble alteridad: la del yo narrador y la del ser al que el narrador se dirige en su propia estructura sintáctica en donde el pronombre yo implica un pronombre tú. El discurso vislumbra un ser-en-el-mundo que el escritor comparte con su interlocutor, lo que permite a la imaginación creadora habitar el mundo de distintas maneras, cada vez más amplias, consciente de sí mismo, consciente del otro, en la búsqueda común de la libertad, por una vida buena con los otros, para los otros, en medio de instituciones justas.
Es casi una osadía querer presentar a Ricoeur en un pequeño artículo, tal es la amplitud de su obra y de su pensamiento. Su vida, que se extendió a lo largo de casi todo el siglo XX, fue marcada por una reflexión continua y por un rigor inigualable que lo coloca entre los grandes nombres de la filosofía. La discusión de innumerables corrientes filosóficas y de las ciencias humanas nos indica un espíritu en continua búsqueda de conocimiento, de un conocimiento que se deje interpelar por problemas reales, que atañen al hombre contemporáneo.
La conciencia del ser que se va construyendo a lo largo del tiempo, en la narración de sí mismo, sólo puede encontrarse en su plenitud al final de una vida. También sobre este final reflexionó Ricoeur en sus escritos Vivant jusq’à la mort, en donde repite a Baudelaire ¡Oh! Muerte, viejo capitán, ya es tiempo! ¡Levemos anclas! […]nuestro corazón, tú lo conoces, está lleno de luz!.
Esta búsqueda del ser que se da en medio del declinar de la autonomía del cogito es reinvidicada por Ricoeur en paralelo a la máxima evangélica del grano de trigo que si no cae en la tierra y muere no puede dar fruto. Es preciso encontrarse delante de la incomodidad de una razón dilacerada para reencontrar nuevamente el ser.

“La ontología propuesta aquí no es en absoluto separable de la interpretación; ella queda dentro del círculo que forman en conjunto el trabajo de la interpretación y el ser interpretado; no es entonces en absoluto una ontología triunfante; no es tampoco una ciencia, porque no podría escapar enteramente a la guerra intestina que libran entre ellas las hermenéuticas.”
Paul Ricoeur, El conflicto de las interpretaciones: Ensayos de hermenéutica.

“Es preciso, quizás, haber experimentado la decepción que se asocia a la idea de una filosofía sin supuestos para acceder a la problemática que vamos a evocar. Al contrario de las filosofías del punto de partida, una meditación sobre los símbolos parte plenamente del lenguaje y del sentido que está siempre ahí: parte del medio del lenguaje que ya ha tenido lugar y en el que todo se ha dicho ya de alguna manera; quiere ser el pensamiento, no sin presuposiciones, sino en y con todos sus presupuestos. Para esta meditación, la primera tarea no es la de comenzar, sino que es, en medio de la palabra, recordarse”.
Paul Ricoeur, El conflicto de las interpretaciones: Ensayos de hermenéutica.

 

Geison Loschi es filósofo y vive en Montevideo.

Traducción de Alejandro Poirier

1 Readers Commented

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  1. horacio bottino on 26 abril, 2017

    ¿buscaba el ser ?¿y la ontologia donde esta?.hermeneutica no es ontologia

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