La universidad tiene grandes desafíos para los tiempos por venir y a la hora de dar una visión humanística y global a los estudiantes.
En los últimos siglos es posible identificar al menos tres inquietudes que caracterizan al Humanismo: la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.
Es inapropiado tratar al Humanismo como una rareza, evento o cúmulo de sentimientos inesperados. Se trata más bien de valores sociales, ambientales y económicos significativos que deben ser administrados de un modo racional y eficaz. Y esto es con una planificación a largo plazo que debe manifestarse en un conjunto de políticas y obras de infraestructura que lleven a una mejor evolución y a la necesidad de desplegar una visión de la cultura transversal que incluya las artes y la educación, y todo el campo del entretenimiento en sus amplios formatos. Ese fuerte entramado entre políticas, economía y sociedad se resume o debería resumirse en la educación universitaria superior. Pero para llegar y legar esto hace falta una formación humanística integral, incluyendo conocimiento de expresiones artísticas, filosóficas, históricas, así como las dinámicas y potencialidades del trabajo en equipo. Habilidades en el campo de la negociación, la oratoria, la diplomacia y la política en todos los niveles, entre tantas otras. No existe profesión ni profesional que pueda prosperar en el aislamiento de su torre de marfil. Así lo entienden diversas universidades del mundo, que van incorporando cada vez más asignaturas y actividades de carácter humanístico en sus planes. Nada peor en un proyecto educacional que el provincialismo derivado de un aislamiento xenófobo o de una pobreza chauvinista. Si los egresados estuvieran mejor preparados para negociar, dirigir o construir nuevas empresas, y relacionarse con sus pares en todo el mundo, tendrían motivos para llevar adelante sus estudios, denominados por algunos, en ciertas carreras, como “duros”.
La idea de la educación como mercancía en oposición a la noción de bien social ha estado en sincronía con orientaciones que emergieron desde la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde hace ya varios años. El problema, de alcance mundial, se ha venido gestando en un proceso de globalización y mercantilismo cuyas pautas están a punto de borrar cualquier otra referencia posible de la condición humana que no sea el consumo. Propugnar el mercado de la educación conlleva la aceptación del desplazamiento de lo nacional y regional en beneficio de lo global y, por lo tanto, potencia los riesgos de una universidad puramente pragmática.
En pos de un bien social rico y no provinciano que representa la educación, el futuro egresado necesitará manejar fluidamente las tradiciones y el espíritu comunitario: cultivar su pertenencia profunda a una circunstancia histórica y a la vez social, de modo que capacitarse equivalga a preservarse y preservar el solar que lo ha alumbrado.
El rol de la planificación a largo plazo es dotar al sistema de marcos para evolucionar, y muy especialmente, para dar señales claras sobre cuáles son las decisiones viables y cómo manejar riesgos e incertidumbres.
Si fuera posible, bastaría una imagen satelital de la cultura en sus diversos escenarios de la sociedad planetaria para comprender que, por sus características naturales, climáticas y topográficas, el Humanismo como sistema cultural presenta un alto nivel de riesgos en sus diversos ciclos y, por lo tanto, de éxitos y fracasos. La falta de acción ante fenómenos naturales cada vez más extremos en el globo hace pensar que las consecuencias se agigantan. A su vez, la oportunidad subyacente consiste en que, más allá de los impactos negativos, existen soluciones que pueden no sólo generar un contexto de previsibilidad, sino un aumento de productividad, competitividad y riqueza, además de una visión integral para resolver el problema, incluyendo al menos tres dimensiones. Primero, sustentar una inversión estructural para mitigar riesgos posibles a costos razonables. Inversiones significativas resultarán eficientes frente a costos evitados y a la productividad permitida. En segundo lugar, dotar al sistema de una alta capacidad en el manejo de información, y así desarrollar conocimientos de optimización y de decisión.
Estas capacidades, primera y segunda, son el sustento de los sistemas de alerta y también la base para la tercera dimensión clave: el desarrollo de nuevas políticas de gestión y de nuevos y más eficientes instrumentos para administrar riesgos residuales del sistema.
La ejecución de infraestructura y producción en áreas vinculadas al transporte, la movilidad, la energía, las telecomunicaciones y también la cultura, son determinantes para generar políticas y estrategias públicas/privadas que lleven a desarrollar Humanismo y sustentabilidad, y no tan sólo consumismo. Características como éstas definen un territorio inteligente.
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Join discussionNo, no, no Señor Reggini.
Usted hace un uso equivocado de la palabra “humanismo”, porque relaciona el término humanismo con racionalidad y eficacia para “administrar valores económicos, sociales y ambientales”. Estos conceptos, que son económicos, al relacionarlos con «lo humano», generan el más abyecto materialismo mercantilista. Lo cual es un gravísimo error.
Es un error profundamente arraigado, y funesto, el de medir el valor del hombre a partir de una referencia 0 de racionalidad y eficacia. “Fulano es, o vale, mil veces más que sultano”. Esta valoración, en su inconsciente sencillez, revela un juicio social pervertido. Porque se valora a la persona, olvidando la base común del ser, que es la HUMANIDAD.
Y así es, que lo que algunos llaman individualismo, surge de un desprecio de la raíz y base de toda individualidad, que es la humanidad. Los infelices que no llegan a la base de la racionalidad y eficacia, quedan proscriptos o excluidos de dignidad humana.
La dignidad humana deja de ser idea y sentimiento determinante, oscureciéndose.
Humanidad es reconocer en uno las debilidades humanas del prójimo. Es hacer nuestras las desgracias de nuestros hermanos. Es conciencia de nuestra condición, para desarrollarla. Es hacer uso prudencial de la razón.
Nuestra búsqueda de la felicidad se ve limitada por nuestra conciencia humana, porque al obrar moralmente tenemos un fin, que es la humanidad. Es el motivo y el fin de nuestras acciones.