París bien vale una misa

Inevitablemente viene a la memoria la célebre boutade de Enrique IV al poner fin a la última de las nueve guerras civiles, religiosas, de la segunda mitad del siglo XVI en Francia. Lo ocurrido recientemente en París, hoy una megalópolis de 11 millones de habitantes, es insignificante comparado con la masacre de la noche de San Bartolomé (en 1572). Pasaron, no en vano, cuatro siglos y medio, pero este recuerdo se compadece con el de la guerra de los 30 años, referida en el testimonio más arriba.
Otras dos no menos célebres citas referidas a la guerra: Si vis pacem para bellum (Si quieres la paz prepararás la guerra) y Delenda est Carthago (Hay que destruir a Cartago), de Catón el anciano.
Estamos inundados, desbordados y atosigados de información, análisis, parangones históricos y por fin, también de propuestas, de toda índole: militares, estratégicas, ideológicas, políticas, culturales, económicas, no menos que religiosas, de diálogo y pacificación, de paz y tolerancia. En fin, ya no caben más elementos de juicio, aunque éstos sean, en realidad, insuficientes. Toda la atención no prestada hasta ahora se concentra en pocos días de ultra atención. En esto hay algo de falsa conciencia, de culpa escondida o disimulada. Las acusaciones cruzadas se disparan sin límite. Es un mea culpa universal.
La espectacularidad de lo sucedido dos veces este año en París (Charlie Hebdo y ahora, Bataclán) arrastra todo como un tsunami. Incluida la prudencia y el tino. Predominan fuertes y evidentes contradicciones, paradojalmente más entre los agredidos –los europeos, en particular– que entre los agresores. ¿Estamos, realmente, en o ante una guerra mundial? ¿Es imposible una solución a la tragedia que avanza irremisiblemente sobre las desgraciadas poblaciones medio orientales (musulmanes, judíos, cristianos)? ¿Son impotentes las grandes potencias mundiales? ¿Sabemos qué es lo que sucede? Cabría recordar que las realidades complejas –diríase, muy complejas– no son reducibles o simplificables. Son lo que son: complejas y duras. Suele olvidarse.
También cabe notar que si el ataque es en París –o en cualquier otro lugar de Europa, entre los varios candidatos a padecerlos– parece justificarse la declaración de guerra del agredido al agresor, aunque este último no esté perfectamente identificado todavía. Si lo mismo sucede en otro lado –y hay muchos lugares, en Medio Oriente y en África, donde vienen sucediendo desde hace mucho tiempo– tal eventual declaración de guerra es, por lo menos, discutible. De hecho, no ocurre tal cosa. La certeza desaparece. Hasta se pretende que pueden convivir, aunque sea mal, agresor y agredido, sin respuesta de éste. En suma: en otro lado, sí, pero en París, no. ¿Es eso posible?
Parece que estuviéramos en una coyuntura histórica especial. Parece también que comienza a pergeñarse una especie de acuerdo al que podrían sumarse no sólo varios países europeos –Francia, Gran Bretaña, Italia, al menos– sino también los Estados Unidos, Rusia y hasta China. Reuniones internacionales de varios países –en Viena, en Estambul (el G-20) y en otras capitales, coinciden en su resultado: Delenda est ISIS, parafraseando al romano Catón.
¿Dónde quedó la teoría de la “guerra justa”? (por lo menos, entre los cristianos). No se la cita, no se la recuerda siquiera, nadie la menciona. ¿Dejó de existir, en cuanto tal? ¿Es inaplicable? ¿Ha sido superada por otras doctrinas (el derecho internacional)?
Las sociedades occidentales enfrentan un grave dilema: mantener todos los principios y valores sobre las que se fundan (no sólo algunos), o adecuarlos a esta situación de crisis, lo que quiere decir, en realidad, suspender el ejercicio de algunos de esos principios y valores. ¿Es eso posible, sin abandonarlos? No es una cuestión menor. La indiferencia, la procrastinación, el forcejeo del cálculo político no parecen ser ya posibles. Pero un “gran salto adelante” (una especie de reflexión tipo “¿Qué hacer?” a la Lenin) ofrece el vértigo de aventuras bélicas cuyos resultados no pueden estar para nada asegurados. Al mismo tiempo, también otro abandono de principios.
Y, no obstante, parece obvio que el ISIS puede (¿y debe?) ser derrotado y aniquilado. No por ser un grave peligro para Occidente, aunque fuere sólo para Europa y América del Norte (lo es también para África y Asia), sino porque el permitir semejante “impertinencia” y “falta de respeto” respecto de las potencias centrales puede inclinar a otros, muchos otros, hacia la aventura – llamémosla correctamente– nihilista, que representa.
ISIS es mucho más eso –una expresión de nihilismo casi en estado puro– que cualquier otra cosa. Esto no es por defender al Islam de nada (que no necesita defensa). Pero la identificación de ISIS con el Islam suena a falsa y a una excusa entre tantas más. Los individuos que se lanzan en ataques suicidas, que practican ejecuciones monstruosas contra sus víctimas, que dicen querer constituir un califato tienen muy poco de islámicos. Conviene no olvidar que el nihilismo prevaleció durante el siglo XX. Parece continuar extendiéndose también al siglo XXI.

3 Readers Commented

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  1. LUCAS VARELA on 3 diciembre, 2015

    Estimado Señor Mendiola,
    Comencemos por decir las cosas como son. «Las realidades son complejas y duras», pero se ocultan con la mentira y el engaño.
    Usted dice, correctamente, que la identificación de ISIS con el ISLAM suena a falsa,….y es falsa.
    En todo caso, la realidad (la verdad) es que el ISIS es un «estado petrolero» que le vende «secretamente» petróleo a Turquía (que es miembro de la OTAN).
    Sí, «las realidades son complejas y duras».

  2. horacio bottino on 5 diciembre, 2015

    ¿Y Siria?¡VALE UN MILLÓN DE MISAS!

  3. pg on 1 agosto, 2016

    El islam es el islam y no hay vuelta de hoja. Esta gente con tal de llegar al punto planeado, se apoya en la mentira y en la simulación.

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