Una mirada desde la isla

La visita del papa Francisco a Cuba desde la perspectiva local de uno de los testigos.

Si algo se puede afirmar rotundamente del papa Francisco es que no deja a nadie indiferente. Su radical vivencia de la humildad evangélica, su accesibilidad y cercanía, su lenguaje claro y directo, han representado un cambio radical de estilo en relación con sus antecesores y han sorprendido a sus habituales audiencias que, acostumbradas a un lenguaje elaborado y cuidadoso, escuchan ahora a alguien que habla sin temor a ser mal interpretado, porque no teme dar explicaciones, reconocer que no usó la expresión más feliz, y aun pedir disculpas.

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Su reciente visita a Cuba, signada –¿cómo podría no estarlo?– con la impronta personalísima del Papa, ha sido objeto de numerosos análisis. Presento aquí mi enfoque muy personal, vivido y pensado desde Cuba, y lo hago desde la perspectiva de algunos sectores de la sociedad cubana.
El pueblo
El pueblo cubano llegó a la visita con una imagen favorable del papa Francisco. Los medios cubanos, todos propiedad del Estado y bajo la férrea guía del Departamento Ideológico del Partido Comunista, han dado una cobertura generalmente muy positiva al Papa argentino desde su elección, yendo sin dudas más allá de la habitualmente amigable cobertura noticiosa que se da a los asuntos vaticanos, en sintonía con el reconocido empeño del gobierno por mantener las relaciones diplomáticas con la Santa Sede a un nivel muy alto.
En su primer contacto directo después del recibimiento protocolar, es decir, con la llegada del Papa a la Plaza de la Revolución de La Habana, los cubanos fueron decididamente conquistados por este hombre que quiso tocarlos, abrazarlos, que descendió de su vehículo especialmente para besar y consolar a los más pobres entre los pobres, resaltando la tantas veces ignorada pero esencial, irreductible, dignidad personal de cada ser humano. Ya cerca del final de la visita, su diálogo con las embarazadas durante el encuentro con las familias en la Catedral de Santiago de Cuba, pidiéndoles que se tocaran el vientre (“la pancita”, les dijo) para que “acaricien al hijo que están esperando” mientras las bendecía, fue un hermoso y potente alegato pro-vida que, en un país donde nacen cada vez menos niños, tocó el corazón de muchísimas mujeres para ayudarlas a abrirse al milagro de la existencia.

El enorme bien que hicieron las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI ya había demostrado que el pueblo cubano es muy receptivo hacia el mensaje de paz, justicia y reconciliación que trae el sucesor de Pedro. La visita de Francisco a Cuba como “misionero de la misericordia” resultó ideal, porque nuestro pueblo, capaz de dar generosamente de lo poco que tiene ante el dolor del necesitado, entiende el lenguaje de la misericordia y reconoce en él el mismo lenguaje de perdón y reconciliación que tanto necesitamos todos.

Una mención especial merece la alocución a los jóvenes reunidos ante el Centro Cultural Padre Félix Varela. En una sociedad cansada y desilusionada, muchos de cuyos jóvenes tienen como principal aspiración irse del país, el Papa les habló de la capacidad de soñar. Fue un discurso poderoso, que parte de una opción de fe pero puede sustentarse incluso para aquellos que no creen. El Papa les habló también de la capacidad de trabajar para construir lo que se sueña, lo que se espera, y los retó a ser capaces de dar vida alentando una esperanza. Fue impactante para quienes estábamos allí el modo en que los jóvenes presentes vibraron con este mensaje.

La Iglesia
Para la Iglesia en Cuba la visita representó, en primer lugar, una oportunidad excepcional para evangelizar. Primero, durante la preparación, con la impresión y distribución de carteles, plegables informativos y toda la acostumbrada gama de materiales publicitarios. Cuba es un país muy mayoritariamente creyente, con una fe de indudables raíces católicas, pero decenios de educación y propaganda ateísta han dejado un triste legado de ignorancia religiosa que se tuvo muy en cuenta al preparar los materiales de divulgación, concebidos para que tuvieran también el mayor valor catequético posible. Después, ya inmediatamente antes de y durante la visita, la Iglesia pudo evangelizar directamente a través de los medios, el acceso a los cuales le está sumamente restringido. Durante la semana anterior a la visita, la TV nacional transmitió, a solicitud de la Iglesia, varios documentales sobre el papa Francisco, uno de los cuales debió ser retransmitido por demanda de la audiencia.

La visita fue cubierta en su totalidad por la televisión, y durante esos días la población siguió atentamente cada celebración, cada encuentro, cada alocución.

Las transmisiones contaron con los comentarios del padre Rolando Montes de Oca, un joven sacerdote diocesano misionero en Maisí, una muy pobre y apartada región de la diócesis de Guantánamo, en el extremo más oriental de la isla. El padre Rolando se reveló como un comunicador extraordinario, que cautivó a la audiencia –y a los locutores y comentaristas de la televisión que compartieron con él las transmisiones– con sus lúcidos comentarios, siempre informativos y formativos, llenos de sensatez y sabiduría, y hechos además con delicadeza exquisita. Su participación dejó a muchos con deseo de más, preguntándose por qué la Iglesia no podría tener espacios en los medios donde se trataran los temas que el padre Montes de Oca aprovechó para abordar en sus comentarios: el valor insustituible de la familia, la importancia de una vida vivida en la verdad y para el bien, la dignidad de la persona humana y su primacía en todo ordenamiento social.

El gobierno
Desde la misma ceremonia protocolar de recibimiento en el aeropuerto, el Papa dejó en claro sus prioridades: en su discurso incluyó un saludo a Fidel Castro, pero lo hizo pidiéndole al presidente Raúl Castro “que trasmita mis sentimientos de especial consideración y respeto a su hermano Fidel”. La mención del vínculo familiar enfatiza la relación con la persona antes que con el hombre público. Más tarde, en la visita que realizara a Fidel, le regalaría documentos y grabaciones del padre Amando Llorente, sacerdote jesuita que fuera mentor de Fidel cuando éste hacía sus estudios secundarios en el Colegio de Belén. De nuevo hay un esfuerzo por llegar a la persona, ahora mediante la referencia a su etapa juvenil, anterior a su transformación en el líder guerrillero enfrentado al imperio. El Papa sabe que la persona es siempre redimible, y a ella se dirige.

Es significativo que en la ceremonia de bienvenida, inmediatamente después de enviar su saludo a Fidel, el Papa saludara también “a todas aquellas personas que, por diversos motivos, no podré encontrar y a todos los cubanos dispersos por el mundo”. En Cuba ésta es siempre una referencia ambivalente, porque “los cubanos dispersos por el mundo” se ubican en todas las zonas del espectro político cubano. La expresión fue empleada por el Papa, a mi entender, con toda intención, y fue una temprana manifestación del espíritu conciliador que impregnó la visita.
Es cierto que el Papa evitó tocar temas sensibles de la realidad política cubana, como las limitaciones existentes al derecho a la libre expresión y a la libre asociación, pero la visita debe entenderse en un contexto internacional complejo, lo más inmediato del cual es el difícil proceso de normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. La Iglesia ha desempeñado un activo papel en ese proceso, aún inconcluso, y debe continuar haciéndolo.

Por otra parte, una característica del papado de Francisco es que mientras usa a menudo un lenguaje duro para con los pastores de la Iglesia y al referirse a problemas globales, como las migraciones, el tráfico de armas y el deterioro de la naturaleza, cuando se refiere a gobiernos específicos es generalmente muy prudente, en especial cuando existen situaciones de crisis que podrían complicarse aún más.

Los opositores
La prensa internacional generó grandes expectativas sobre la actitud del Papa hacia los opositores al gobierno cubano. En el programa de la visita no se había previsto ningún encuentro del Papa con representantes de la oposición como tales. La nunciatura, no obstante, invitó personalmente a algunos de ellos, pero agentes de la Seguridad del Estado los interceptaron cuando se dirigían a la cita, los mantuvieron bajo arresto hasta que pasó la hora prevista para el encuentro (concebido como una audiencia con un amplio grupo de personas diversas) y los liberaron posteriormente, en una modalidad de arresto preventivo que las autoridades emplean con frecuencia para desarticular acciones opositoras.

Los grupos opositores en Cuba, por otra parte, carecen de una base social y no parecen tener forma alguna de lograr una presencia significativa en la sociedad, ante la cual el gobierno los desacredita como asalariados de gobiernos extranjeros, en especial de los Estados Unidos. Hay quienes quisieran que la Iglesia los apoyara explícitamente, pero eso sería ajeno a su misión. En una reciente entrevista, el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, relató una conversación que tuvo con el entonces cardenal Bergoglio durante el cónclave en el que éste fue elegido Papa. Ortega le comentó a Bergoglio que el papa Benedicto XVI le había dicho en una ocasión: “La Iglesia no está para cambiar gobiernos, sino para cambiar el corazón de los hombres. Ellos se encargarán entonces de establecer gobiernos justos”. El cardenal Bergoglio le respondió, entusiasmado: “Esa cita habría que ponerla en grandes pancartas a la entrada de todas las ciudades del mundo”.

En su trato con el gobierno cubano, el Papa obró en consonancia con el estilo discreto, sin estridencias, que ha mantenido la Iglesia en Cuba, y al hacerlo, manifestó su aprecio y apoyo por ese estilo que, a diferencia de todos los empeños por presionar al gobierno cubano, ha mostrado un grado nada despreciable de eficacia.

El autor es presidente de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación (SIGNIS). Director del Centro Cultural Padre Félix Varela de la Arquidiócesis de La Habana y de la revista Espacio Laical.

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