De un diálogo social o político se espera habitualmente que lleve a la paz o la consolide, que dé lugar a la justicia o la fortalezca, que cree la reconciliación o genere al menos las condiciones para que se produzca. Sin embargo, debe darse una sólida conexión de los interlocutores con la realidad. Porque no puede haber diálogo sin ciertos consensos básicos sobre las cuestiones a tratar. Así como para dar con la terapia apropiada para un paciente los médicos tienen que acordar primero un diagnóstico, si se quiere un diálogo conducente se necesita antes coincidir en las definiciones fundamentales del contexto, con la mayor objetividad posible.
El Evangelio habla de los signos de los tiempos, que puede interpretarse como una manera de referirse a la realidad. Dice que sabemos leer las señales de la meteorología pero no sucede lo mismo respecto de los signos de los tiempos. En otras palabras, recrimina que con frecuencia no estamos abiertos a la realidad. Reprocha la ignorancia, que puede ser culposa. En efecto, la lectura de lo que sucede suele estar viciada por la falsa seguridad que ofrecen los prejuicios, las ideologías, la comodidad que brinda la pereza intelectual o sencillamente los intereses propios, cuando no el engaño. ¿Cómo pueden leerse los signos de los tiempos si lo que se quiere es ver solamente los signos de la conveniencia circunstancial, o los que dicta la ideología a la que se adhiere consciente o inconscientemente?
Al finalizar el siglo XX algunos estaban convencidos de que se había llegado al fin de las ideologías. Pero se trataba de una visión sesgada a partir de determinadas corrientes de pensamiento sobrevivientes de la puja durante la Guerra Fría. Hoy en día es fácil percibir que, más allá de tal o cual ideología, lo que subsiste es una actitud ideológica, una condición prejuiciada, cerrada, que parte de una pretendida verdad preconcebida e inmutable, incapaz de amoldarse a la evolución histórica y cultural.
Leer la realidad desde la ideología ha llevado históricamente a una política efectista, al paredón o las desapariciones, a la destrucción del patrimonio histórico, a los piquetes violentos y los escraches, a las innumerables maneras de violar los derechos de las personas, al ninguneo de las instituciones, a la ocupación de cargos públicos sin la debida y probada idoneidad. En cambio, la actitud de quien busca interpretar los signos de los tiempos es diferente: no sólo está abierta a la verdad en forma pasiva o receptiva sino que además se esfuerza por buscarla activa y dinámicamente, haciendo uso de todos los recursos y el rigor de que se dispone.
El cristiano no debería temerle a la verdad sino estar dispuesto a dejarse modelar por ella. Es quizás el primer requisito para dar lugar al diálogo entre las personas, sea que éstas lo concreten a título individual o como representantes de instituciones o países. Dialogar no es sólo decirse cosas o superponer discursos aumentando el volumen hasta silenciar al otro, como suele verse en algunos pretendidos debates. El diálogo supone el silencio para la recíproca escucha atenta, paciente y respetuosa. Debe partir de una actitud de humildad, de una apertura generosa del ánimo, de la agudeza de la inteligencia y la sumisión de la voluntad al servicio de la verdad.
El papa Francisco invita insistentemente a salir del propio centro de referencia hacia la periferia, al centro del otro, el interlocutor, desde donde poder tener una visión que complemente la que originalmente uno tenía y que puede llegar incluso a superarla. Abiertos a las propuestas a partir de la visión en la que creemos o en la de los interlocutores, si ellas surgen del diálogo.
A la hora de leer los signos de los tiempos, en la constante evolución de la convivencia humana en sus dimensiones social, política, económica, cultural e internacional, no existe un monopolio del conocimiento. Por otra parte, el diálogo es particularmente necesario para quienes por distintos motivos están llamados a ejercer funciones de liderazgo. Y sobre todo en épocas de graves decisiones.
El diálogo puede ser ríspido, difícil, agitado, puede generar enojo y hasta ira. Pero nada de eso se confunde con el desinterés o el odio, que paralizan la posibilidad de coincidir en proyecciones, programas, acciones y políticas. Hay que asumir los conflictos, no es posible ignorarlos, pero debe hacerse con una actitud de misericordia, dice Francisco.
En la Argentina estamos en tiempo electoral. Una vez más se comprueba que nos falta mucho camino por recorrer en pos de una cultura de diálogo constructivo. Hay, sobre todo, demasiada pasión y monólogos yuxtapuestos. Queda demostrado en la imposibilidad de concretar debates neutrales de candidatos, la ausencia de reuniones de gabinete y de conferencias de prensa, el escaso trabajo deliberativo en las comisiones legislativas del Congreso nacional, la falta de estadísticas serias y confiables respecto a temas tan graves como la pobreza, la desocupación, la deserción escolar y el crecimiento exponencial de la droga. Los obispos recomiendan que se evalúe a los candidatos, entre otras cosas, por la voluntad y capacidad de diálogo: “Dialogar y escuchar al otro no es signo de debilidad, sino de grandeza. Es importante reconocer que los otros también tienen algo que decir y aportar, y estar dispuestos a trabajar juntos por el bien común” (comunicado de la CEA del 18 de marzo de 2015).
Para alcanzar el nivel de diálogo que se necesita de manera urgente y llegar a la reconciliación y la paz, así como para avanzar en las asignaturas pendientes, un recurso importante es la pregunta, que nace de un vacío que invita a ser llenado por el otro, por el interlocutor. La pregunta supone que el otro también puede ser de ayuda en la búsqueda de soluciones.
La experiencia indica que entre los argentinos hay quienes tienen muchas respuestas para preguntas que no se han hecho nunca. Respuestas prefabricadas. Pensadas para promover los propios intereses y lejos de las verdaderas necesidades de la gente.
Escudriñemos los signos de nuestro tiempo, preguntémonos por la realidad y escuchémonos los unos a los otros; identifiquemos nuestras necesidades y heridas. Podremos encontrarnos con la sorpresa de que el otro tiene una herida más grande que la nuestra y que, dialogando, es posible hallar alguna manera de restañarla juntos.
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Join discussionSeñores del Consejo de Redacción y amigos,
Al uno escribir y otro leer, podría concretarse un acto de diálogo amable.
Si escribo, es porque tengo una idea que deseo transmitir. Me obligo a ser expresivo porque, eventualmente, podría producir algún efecto en quien me lea. Si lo logro, está planteada la posibilidad de un diálogo ameno y fructífero.
Sin pretensión de convencimiento del otro, pienso y me esfuerzo en expresar mi idea, apoderándome de ella. Pero, mis pensamientos son siempre relativos; son algo íntimo y más profundo que una concordancia lógica. Decir lo que pienso, es más profundo que tener la razón, es ley de vida. Es un acto espiritual necesario para buscar la verdad, que es lo primero. La verdad lógica, que es la realidad, es el premio a ser sincero.
Por eso, lo que me interesa en un diálogo amable son las personas, más que sus ideas.
Lo importante es pensar las ideas con el prójimo, lo mismo da con cuál idea; pensar con el cerebro y con el corazón, humanamente. Y que sea el prójimo también, hombre de carne y hueso como yo, un hermano. Idea hombre, inefable, divina, y encarnada.
Ideas buenas o malas? Es como hablar de sonidos azules, u olores redondos. Es el hombre quien hace de una idea algo bueno o malo.
Yo me comprometo a ser sincero, y pregunto: ¿quién piensa las ideas del anónimo Consejo de Redacción?¿quienes son los hombres que son dueños de las ideas que expresa el anónimo CdeR en sus editoriales?
Señores del CdeR,
A propósito del tema que ocupa a ésta editorial, «La realidad y el diálogo», con todo respeto y ánimo constructivo, deseo hacer el siguiente comentario adicional:
Hace tiempo ya, un miembro del CdeR expresó en ésta revista su satisfacción por el nivel de «diálogo» logrado en la Revista Criterio. Nivel que, si mal no recuerdo, era medido por la cantidad de ingresos a la revista y la densidad de comentarios a los artículos publicados.
Éstos mismos parámetros, sospecho que hoy están en baja. Sospecha bastante acertada, considerando que extraño a los pocos lectores que se esforzaban en hacer algún comentario.
¿Porqué ocurre ésto? Es la pregunta que debería hacerse el CdeR, y elaborar una respuesta.
Mis sugerencias son las siguientes:
1ro – Ya no tenemos una «ventana de diálogo» en Inicio, donde se detallan los cuatro o cinco comentarios más recientes. ësta ventana permitía sintonizarse en tiempo y tema con otros lectores.
2do – No hay forma de que los autores se involucren en el diálogo. Y ésta participación podría ser muy interesante y útil para todos.
3ro – El anonimato del CdR es, según mi entender, totalmente contraindicado para un diálogo. Las editoriales expresan el pensamiento de los propietarios de «la Revista Criterio», pero no de la totalidad de los miembros del CdeR. Eso es un imposible, porque son 18 miembros y, si hay libertad de pensamiento, no todos pueden estar de acuerdo en todos los conceptos que, frecuentemente, son muy discutibles.