Durante la discusión sobre la ley de matrimonio homosexual (“igualitario”) la comunidad católica en su enorme mayoría creyó que sólo se estaba discutiendo sobre la homosexualidad, o sobre el reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales. Pero no es así. Detrás de estos temas, la discusión de fondo era otra: ¿puede el Estado reformular instituciones que lo preceden, que él mismo no ha creado sino sólo reconocido, y para cuya protección y promoción existe? ¿Hasta dónde llega el poder del Estado sobre la sociedad? ¿Es su dueño o su servidor? Y si la sociedad, aletargada, le reconoce esa autoridad omnímoda, ¿dónde podrá fijarse un límite?
De hecho, con la ley del matrimonio “igualitario”, el Estado argentino, gracias al apoyo o la pasividad de gran parte de la sociedad argentina, se ha arrogado una atribución que no le compete, y ha distorsionado irreversiblemente la lógica misma de la institución matrimonial. Ésta, como atestiguan todas las culturas a lo largo de la historia, tenía sentido como institución destinada a proteger las uniones heterosexuales potencialmente reproductivas, y darles el marco de estabilidad necesario para que estén en condiciones de formar familias y educar a los hijos (aunque de hecho esto pudiera no verificarse en muchos casos concretos). El Estado ha decidido dar la espalda a esa realidad. Por ello, a partir de la ley mencionada, el matrimonio civil ha dejado de existir. Que la ley llame “matrimonio” a la unión legal regulada hoy bajo ese nombre es tan irrelevante como una ley declarara que un elefante es una jirafa.
La entrada en vigencia del nuevo Código Civil, tras un proceso insólitamente apresurado, desprolijo y llevado adelante a los empellones, no hace más que confirmar y completar lo anterior. Una figura meramente contractual y más endeble que cualquier contrato comercial, con divorcio express y sin causa, ausencia de un deber propiamente jurídico de fidelidad, cohabitación o de asistencia (no económica), etc. ¿Qué tiene que ver eso con la institución matrimonial?
A este interrogante se le podría dar una respuesta fácil: “El modo en que la sociedad concibe las instituciones es dinámico. Hoy mucha gente, sobre todo los más jóvenes, piensan en vínculos más flexibles y provisorios. La ley debe reflejar la realidad”. Es una visión muy discutible. Quien salga a la vereda de casa y pregunte a cualquier transeúnte qué es el matrimonio podrá constatar hasta qué punto lo es. ¿Se trata de “lo que piensa la gente”, o es la ideología de minorías organizadas que aprovechan sus oportunidades políticas sin escrúpulos? Por otro lado, la ley no debería someterse al criterio de un realismo craso, ella tiene una función pedagógica. Permitir que el consentimiento nupcial del día de hoy pueda ser revocado mañana sin justificación, dispensar de la fidelidad y la cohabitación como deberes puramente “morales”, privar al cónyuge abandonado que se ha mantenido fiel a sus deberes de estado del derecho a una declaración de inocencia, es dar la espalda a valores fundamentales para la convivencia social.
La “neutralidad” de este modo de legislar es sólo aparente. Puede parecer paradójico que un gobierno autoritario haya impulsado con semejante determinación una legislación tan extremadamente individualista, pero en realidad se trata de un proyecto coherente. ¿Qué más funcional para un poder que busca sacudirse de todo límite que contar con una sociedad débil, con matrimonios y familias frágiles, un agregado de individuos con vínculos interpersonales precarios e identidades lábiles, individuos básicamente desamparados frente al Estado, fácil presa de la manipulación emotiva y la movilización al servicio de la “Causa”? Pero, como Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas, hoy al menos una parte de la sociedad parece dispuesta a resignar sus libertades públicas por las lentejas de estas pretendidas libertadas privadas.
En laArgentina, la sociedad fundada en la familia, capaz de formar ciudadanos libres y responsables, marcha rumbo al naufragio. Su lugar será ocupado por una nueva sociedad “redefinida” por el Estado. Es fácil adivinar quién estará al servicio de quién. Mientras tanto, una gran parte de la sociedad argentina, creyentes incluidos, danza distraída sobre la cubierta del Titanic al son de sus propios asuntos, los vaivenes del dólar o la polémica política del día. Esta vez nadie podrá alegar que el iceberg fatal se escondía en las tinieblas de la noche: el que nos espera está a la vista de todos, a plena luz del día.
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Join discussionEstimados amigos,
El principio fundamental de un “conservador” es la continuidad. Suele reaccionar frente la renovación y a la creación, usualmente lo hace con desprecio al cambio.
El opuesto a un “conservador” es un “liberal”. Entiéndase por “liberal” a un hombre que vive el drama cotidiano de su propia existencia. Es un hombre que cree, lucha por utopías y tiene fe. Un liberal se involucra en la lucha de clases, contra la pobreza, contra las desigualdades, por más justicia, y lucha…por más libertad.
Esta lucha, la liberal, es eterna. Se pasa de un régimen “conservador” a otro “liberal”, volviendo al anterior, siempre. El “liberalismo” es la consagración de la lucha eterna.
“Conservador” es el escrito del presbítero Irrazábal: NUEVO CÓDIGO CIVIL Vs IMPOSICIÓN DE DOCTRINA
La teología del presbítero Irrazábal se presenta como un cuerpo de doctrina conservadora, subordinada a una ética que está en discusión, aún en su propia Iglesia (el papa Francisco es un “populista”, dice el presbítero).
¿Y la solución? No debe haberla, porque sería el fin de nuestra historia. Entonces, sólo queda dejar abierto el cauce de la historia democrática de nuestra Argentina, y dejar que corra.
Sugiero ser tolerantes, y no dejarse convencer por el “reaccionario”. La “reacción” es un mal del espíritu lleno de intolerancia. Evita el flujo democrático de la historia, provocando revoluciones antidemocráticas, que también es historia.