Reflexiones a partir del libro Que se metan todos. El desafío de cambiar la política argentina, de Iván Petrella, donde se arriesgan algunas líneas de acción para recuperar la buena política.
La Argentina constituye una paradoja cuando se compara su potencialidad en recursos físicos y humanos y la declinación en su posición relativa, incluso del ámbito latinoamericano, en los últimos 80 años. Desde la negación de esta realidad a las más variadas teorías de izquierda y derecha se han ensayado para explicar esta evolución. La observación de Iván Petrella en su libro Que se metan todos es que detrás de todas las soluciones técnicas o parciales hay un hilo conductor caracterizado por la falta de visión estratégica, o la falta de políticas públicas compartidas, lo que determina reacciones erráticas, carentes de continuidad. A lo anterior añade la interesante observación de que esta inestabilidad en la conducción está acompañada y gestionada por actores políticos que se reciclan permanentemente, asumiendo, si fuera necesario, discursos contrapuestos para permanecer en el poder. Según Petrella, no habrá solución hasta no producir una renovación de la dirigencia política, aspecto parcialmente favorecido por el cambio generacional, que ya incorpora la franja etaria inferior a los 50 años con ciudadanos iniciados en la vida política en democracia. Para el autor,“ la política sigue siendo la principal herramienta para lograr cambios en la sociedad” y, por lo tanto,hay una primordial responsabilidad de su clase dirigente, porque es en el ámbito de las decisiones políticas donde se determinan líneas de acción y su continuidad en el tiempo. Por otra parte, reconociendo la interdependencia entre dirigentes y sociedad, afirma que “el descreimiento que tenemos de la política y de nuestros políticos limita drásticamente las posibilidades de mejorar”.Alienta entonces la necesidad de involucrarse sobre la base de que a través de nuevas políticas pueden resolverse algunos de los crónicos problemas pendientes. En este sentido, el libro se detiene en la descripción de experiencias exitosas en otros países, en condiciones similares o más complicadas que las nuestras, como una demostración de factibilidad capaz de quebrar el desaliento y abrir una vía de compromiso para hacer de la esperanza una realidad. Las cinco experiencias analizadas son la violencia en el fútbol, la opción en favor de los marginados, la declinación educativa y la falta de reacciones para revertirla, la dificultad para mirar con honestidad el pasado violento de la década del ‘70y la renovación de actores en la política.
La violencia en el fútbol. Constituye, para Iván Petrella, un fiel reflejo de las pobres prácticas de convivencia democrática en cuanto al respetodel espacio público como de la conducta frente a eventuales adversarios, pero también respecto a cómo toleramos la connivencia entre dirigentes y mafiosos o grupos de choque, no pocas veces entrevistados por los medios como si fueran estrellas. A partir del fútbol inglés, donde se logró neutralizar la acción de los hooligans, el autor rescatala determinación política y social para revertir la situación. En cambio, la pasividad y la complicidad de dirigencias políticas y deportivas en el caso argentino explican los escasos avances de cualquier medida de control o disuasoria. Los episodios citados en el libro sobre tal connivencia son elocuentes y trágicos en términos de seguridad.
La opción a favor de los marginados (o el Estado apóstol). La Argentina es, a nivel mundial, el tercer exportador de cocaína y, con España, el mayor consumidor de esa droga. La droga se cocina en las villas de emergencia, bajo la mirada atenta de soplones que registran cualquier movimiento extraño en el barrio y pertenecen a organizaciones verticales con todos los recursos técnicos, económicos y de organización para expandirse. Petrella entrevistó largamente a un cura de la villa 1-11-14 quien consideró que la droga es el estímulo que termina consolidando la miseria y la criminalidad. La despenalización vista como un derecho individual es, según él, una visión cómoda del problema, porque está formulada desde el bienestar de la clase media o alta que cuenta con todos los medios para asistir al afectado. En la villa, los chicos se tornan esclavos de las organizaciones narco, que los prostituyen y los sumergen en una vida sin sentido.
Hacia 2004 Medellín era la ciudad con más muertos en forma violenta de Latinoamérica; la mayoría, jóvenes de entre 17 y 25 años. Sergio Fajardo, elegido alcalde en 2003 como parte de un partido independiente de la estructura política tradicional de Colombia, asoció la violencia con la desigualdad social y se propuso combatirla con un programa que logró el apoyo del Gobierno nacional, presidido entonces por Álvaro Uribe. Fajardo capacitó y recuperó en primer lugar a la policía, reformó el sistema judicial con centros de administración en todos los barrios y, para lograr la confianza del vecino, construyó comisarías de paredes transparentes en los barrios más hostiles a la acción policial, con lo que demostraba que no habría más torturas. Su plan se resumió en el lema “lo más bello para los más humildes”, y motorizó la autoestima de poblaciones largamente postergadas, actuando como motor del cambio personal y social. Así nacieron los “Parques Biblioteca de Medellín”, construidos con el objetivo explícito de dar un mensaje revolucionario y claro de promoción y transformación social, a partir de un patrimonio cultural que despertara el orgullo de la comunidad. Paralelamente se completaban los trabajos de catastro y legalización de títulos de viviendas y se multiplicaban por diez los espacios públicos disponibles por habitante. La apuesta consistió en enfrentar la ilegalidad y la informalidad con el Estado actuando en su mejor expresión. Medellín redujo el índice de homicidios a un tercio entre 2003 y 2007. En esto, además de la mejor dotación policial, fue fundamental la recuperación de la confianza pública en el Estado como garante de la seguridad. La transformación no fue el resultado de un proyecto iluminado, sino de una planificación que incluyó como elemento primordial el conocimiento y participación de los habitantes del barrio.
En el libro se detallan distintos ejemplos de políticas exitosas que pretenden poner en el centro al pobre, por ejemplo, los hospitales concebidos por Paul Farmer en territorios marginales de distintos continentes para tratar enfermedades propias de las comunidades pobres, como el sida, la tuberculosis y la malaria; o el proyecto educativo de Geoffrey Canadá destinado a chicos de barrios marginales de Harlem.
Las experiencias mencionadas revelan que las poblaciones marginales tienen el potencial de superación necesario si se las libera de las trabas sanitarias, de educación, de seguridad personal y de vivienda. Asimismo muestran que todo programa exitoso requiere el concurso de los beneficiados y toda política de poner al pobre en el centro debe integrarlos desde el principio en su diseño.
La cuestión de la educación. Es conocido el pobre resultado de las evaluaciones de calidad educativa realizadas en la Argentina en los últimos años. PISA es una de ellas y en su última edición de 2012 el país resultó clasificado en el puesto 59 de 65 participantes. En una segunda parte, la prueba incluye también mediciones sobre el esfuerzo, la dedicación, responsabilidad y solidaridad. Lomás grave de nuestra experiencia es que en la encuesta a los docentes sobre el clima imperante en las aulas ocupamos el último lugar.
Frecuentemente se explican las crisis educativas con un criterio reduccionista: se atribuyen a la pobreza, al escaso presupuesto educativo, a los salarios docentes, a la debilidad de la acción sindical, a la tradición cultural. Pero todos esos parámetros aislados o combinados son insuficientes para explicar la primacía internacional del sistema educativo de Finlandia en los últimos 15 años, resultado de una decisión de la dirigencia política, que encontró en la educación para la excelencia el medio para reinsertar el país en el mundo desarrollado a partir de la caída del muro de Berlín en 1989. Hoy Finlandia forma excelentes docentes que a su vez forman excelentes alumnos. Tan reconocido es este desempeño que varios países lo toman de ejemplo y contratan a sus docentes para asesoramiento. El caso más sorprendente, citado en el libro de Petrella, es el “Plan Decenal de Educación” vigente en Ecuador. Iniciado en el ciclo primario y secundario, actualmente se extiende también al universitario, donde, luego de las evaluaciones de 26 casas de altos estudios, se cerraron 14 e impusieron condiciones de mayor calidad a ocho para que siguieran funcionando. La reforma además prohíbe los paros docentes en las escuelas públicas. En definitiva, la mirada en Ecuador está puesta en la necesidad de capacitar para competir con el mundo y por eso se nutre de las mejores experiencias disponibles de otros países y no se detiene tanto en las “realidades locales”.
Mirar con honestidad nuestro pasado violento de la década del ´70. El proceso de enjuiciamiento por los actos violentos se inició con el retorno del gobierno democrático en 1983. El juicio estuvo a cargo de la Cámara Federal y comprendió tanto las violaciones por actos terroristas como aquellas ordenadas y ejecutadas por la represión desde el Estado. El proceso debía ser rápido y la ley de Punto Final estableció una fecha límite para el ejercicio de la acción penal. Con posterioridad al movimiento de Semana Santa, en 1987, se dictó la ley de Obediencia Debida, que dispuso la inimputabilidad de los mandos medios e inferiores de las FFAA y de seguridad por el cumplimiento de órdenes emanadas de sus superiores. El presidente Carlos Menem indultó posteriormente a todos los militares y guerrilleros, lo que desató una cadena de acciones penales por otros delitos como el robo de bebés. Luego, durante el gobierno de Néstor Kirchner, se declararon nulas las leyes sancionadas de Punto Final y de Obediencia Debida y, además, la Corte Suprema declaró la inconstitucionalidad de los indultos. Para la época estaba vigente con carácter constitucional el Tratado de Roma, por lo que las violaciones, caracterizadas como delitos de lesa humanidad, pasaron a ser imprescriptibles y de aplicación retroactiva. Esto abrió nuevamente un proceso judicial que cubrió todas las jerarquías y mandos militares y de seguridad. Por el contrario, de acuerdo a instrucciones emitidas en 2007 por la Procuración General a los fiscales, las acciones guerrilleras fueron excluidas por no ser caracterizadas como delitos de lesa humanidad, con lo que ya estaban prescriptas.
Desde que Sudáfrica vive en democracia, dejó el tiempo de la violencia y necesita que convivan enemigos irreconciliables.Aunque el régimen blanco del apartheid había perdido vigencia, la entrega del poder político estaba condicionada a una garantía de cierta inmunidad por violaciones a los derechos humanos. En esas condiciones y para evitar un ciclo de revanchas, Mandela, siguiendo la filosofía del Arzobispo Desmond Tutu, adopta una solución inédita y creativa, que procura el encuentro con la verdad de lo ocurrido, por encima de la condena o venganza. Para ello crea la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en 1995, con la facultad judicial de otorgar amnistías individuales por delitos de raíz política cometidos entre 1960 y 1994, declarados espontáneamente o reconocidos por los imputados. D. Tutu explica el sentido de este procedimiento: “Hay varias clases de justicia. La justicia retributiva es principalmente occidental. El entendimiento africano es mucho más restaurativo, no tanto para castigar, sino para rectificar o restaurar el equilibrio que se ha golpeado hasta dejarlo chueco”.
La Comisión buscó la reconciliación del país bajo la idea de que para reconciliarse primero había que conocer la verdad. El nuevo gobierno hizo una autocrítica y denunció los crímenes cometidos en los campos de sus detenidos. Aquellos que habían torturado a sus enemigos comparecieron ante la Comisión, como también lo hicieron quienes habían puesto bombas que habían matado o dañado a civiles. Una vez aceptada la verdad se pudo construir una sociedad civil y evitar la guerra civil que la amenazaba. Al saber lo que había pasado, nadie monopolizó la interpretación de los hechos y la historia. La libertad, como dijo Tutu, se consiguió a un precio muy alto. La verdad y la reconciliación también porque, aunque fue doloroso, arriesgaron el diálogo cara a cara y, en ocasiones, pudieron encontrarse el arrepentimiento y el perdón.
La renovación de los cuadros políticos. Hay un cambio demográfico enorme en la sociedad todavía no registrado en la política. Afortunadamente cada vez más jóvenes se suman a hacer política, como fruto de una combinación de hartazgo y compromiso. Esto es bueno porque no habrá cambios en la política a menos que la integre gente distinta, libre de prejuicios respecto a rótulos de izquierda o derecha, que no celebre la cultura de la pobreza o la dádiva, que esté enfocada al futuro y no anclada en el pasado, preocupada por buscar soluciones más que culpables. Una política distinta propone un estilo de liderazgo más humilde, más participativo y más cercano al ciudadano, que privilegie la unidad por sobre la división, el diálogo por sobre la confrontación y la vocación de servicio por sobre el privilegio del funcionario. En este contexto, enfatizar la gestión es mejorar la vida de la gente sin hipotecar el largo plazo ni fomentar divisiones y sin la pretensión mesiánica de salvar el país. Cuando la señal de los líderes políticos sea unívoca a favor de la calidad moral y la idoneidad técnica se despertará un potencial dormido en los ciudadanos que permitirá apostar a algo más grande que la simple normalidad. ¿Acaso podemos lograrla estando prácticamente de espaldas al mundo civilizado? La Argentina está en condiciones de mostrar al mundo una posición privilegiada en cuestiones como alimentos, recursos naturales, medio ambiente y tecnología e innovación.
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Join discussionUno podría suponer, en primera instancia, que el señor Antonini está desalentado y es pesimista. Pero, cuando dice que Argentina es “el mayor consumidor de cocaína” el señor Antonini ya no es un pesimista.
Su consigna es invalidar a la Argentina validando al extranjero. Cualquier motivo es válido, sólo es necesaria una desvergüenza radical. Y ésta práctica deplorable, es de uso frecuente por ésta Revista Criterio.
La nación es origen, es madre, y hay que defenderla. El prestigio de que goza una nación, es el pedestal de sustento de la sociedad. El sentirse argentino debe dar orgullo y confianza en uno mismo . Y a los jóvenes que tienen una vida por delante les recomiendo que practiquen íntimamente, diciendo: “soy el mejor estudiante del colegio X, que es el mejor colegio de Mendoza, que es la mejor provincia de Argentina, que es la mejor nación del mundo”. Luego, soy el mejor del mundo.”
No hay que confundir los términos, un argentino pesimista es quien se compara con la perfección y no cree en alcanzarla. Así, a veces se esconde detrás de un reputado pesimista el más ardiente optimista en el porvenir de la patria:
Creo en el progreso de la la patria.
Creo en el dolor de vivir, pero tengo un sueño por vivir.
Creo que la riqueza de mi patria, que no aumenta y se distribuye cada vez mejor.
Creo en la búsqueda de la verdad.
Creo que la íntima moral mejora.