Algunas reflexiones sobre la cuestión cultural a partir de la convocatoria Ni una menos, la multitudinaria marcha de protesta en contra de la violencia contra las mujeres que se realizó el pasado 3 de junio.
Dicen que los análisis no hay que hacerlos en caliente, que hay que dejar que las cosas decanten, que el polvo se asiente para poder ver realmente qué hay en el fondo; qué es lo que importa y qué es lo que ocasiona que el aire se enturbie.
Hay conflicto y hay revuelo: la cuestión femenina está en el tapete. Y eso es siempre objeto de discusiones y de intercambio de opiniones; de rupturas definitivas y, por sobre todo, de avances. Es un tema polémico. Sí, polémico pues propone un quiebre del paradigma cultural.
Quisiera empezar por lo que se ve, por lo que, a mi entender, no es materia discutible respecto de las reivindicaciones del lema #NiUnaMenos que ha definido la convocatoria del 3J. ¿Cuáles son esas las consignas visibles y qué roles cumplen?
En primera instancia está el “basta de mujeres asesinadas”. No es el fin del presente análisis discutir si se trata de un eslogan propiamente feminista, ni tampoco cuestiones lingüísticas sobre si es un feminicidio, un homicidio o simplemente asesinato: lo cierto es que hay una serie de hechos criminales -puntualmente asesinatos- perpetrados por varones en contra de mujeres, que comparten circunstancias más o menos similares: mujeres-adolescentes y un elemento sexista o de violencia sexual (celos, embarazos no deseados, infidelidades, libido desequilibrada, vestimenta provocativa, violación, cosificación). Reitero: la violencia existe en infinitos planos pero aquí nos ocuparemos sólo de la del varón hacia la mujer.
Entonces, la primera y más luminosa consigna de la convocatoria no admite discusión; en este plano no tiene banderas políticas ni ideológicas porque es causa inherente a la condición humana: el derecho a la vida.
Pasemos a las demás consignas de convocatoria.
La violencia física contra la mujer sin llegar a la muerte. Maridos o parejas golpeadores. Es imperativo –aunque infelizmente a veces no suceda así- condenar la violencia física del varón hacia la mujer. Por el motivo que sea: sometimiento, placer, enojo, infidelidad.
Sigamos. El piropeo, elegante o guarango, no es otra cosa que violencia verbal. ¿Por qué una mujer debe soportar que desconocidos le digan cosas por la calle, halagadoras o lascivas, por su sola condición de mujer? Y aunque ésta sea una conducta casi exclusiva del varón para con la mujer, sucedería lo mismo a la inversa. Hay violencia en el hacer un comentario a un desconocido y en la calle –ámbito público por excelencia donde más se está expuesto y por ende desprotegido-, sobre sus cualidades físicas o, peor aún, fruto del deseo –recto o corrupto- de quien lo dice. Se obliga a esa persona a escuchar algo que lo puede incomodar, turbar y violentar. No cabe el justificativo de que, a veces, a ciertas mujeres sí les agrada un piropo elogioso, pues también otras tantas les puede desagradar, supongamos, porque no estén de ánimo.
En definitiva, hay violencia verbal contra la mujer, y aunque puedan existir matices, la conducta por sí misma es condenable. Es un comportamiento que engendra violencia –a veces potencial, y en general, efectiva-, y por ende, debe ser erradicado.
Otro punto de reclamo es la discriminación laboral. Las estadísticas dicen que las mujeres reciben una retribución sensiblemente inferior por igual trabajo[1]. Las leyes del mercado mandan por sobre la cuestión fisiológica. El varón rinde más, se abstrae más, no se embaraza, su preocupación se centra en llevar el pan a sus hijos y no tanto en si tienen un resfrío, un acto escolar o en los horarios de sus actividades extracurriculares. ¿Estamos de acuerdo? ¿Totalmente? ¿Parcialmente? Por lo pronto, los números son lapidarios. Pero, ¿hay otras causas que justifiquen esa desigualdad? Las hay miles, aunque una de las primeras que viene a colación conlleva un elemento que hasta ahora no había aparecido –explícitamente-: la cuestión cultural. ¿Quién cuida a los hijos, quién los lleva y los trae, quién se encarga de las pequeñas tareas cotidianas? ¿Depende de cómo se organiza cada pareja? Y en el caso de padres solteros o separados, ¿quién debe tener la tenencia? ¿Cuánto debe colaborar quien no la detenta? Son preguntas a las que no se puede dar una respuesta generalizada, aunque si nos aventuráramos en el inconsciente colectivo podríamos arriesgar contestaciones: porque la madre es la madre, porque la psiquis femenina está más preparada para los hijos pequeños (idea fuertemente extendida en los juzgados de familia), porque eso es lo común.
La cuestión cultural nos lleva a hablar de “es que…”, de “peros”, de visiones parciales y tendenciosas. Ese elemento cultural –distinto en su origen del elemento ideológico-, esas pautas de conducta implícitas que rigen las relaciones humanas en una sociedad, es lo que verdaderamente subyace en cada una de las consignas del #NiUnaMenos. Es esa idea transversal –que hasta ahora llamamos cuestión cultural– lo que aflora como real materia de discusión. El debate genuino, en definitiva, gira en torno a una eventual subversión de valores y normas en pos de un nuevo equilibrio: qué es lo que quiero o pienso yo y qué es lo que quiere o piensa el otro, qué normas estamos dispuestos a aceptar, qué valores nos representan y cuáles ya perdieron vigencia por no responder a las necesidades actuales.
En los medios de comunicación circularon muchas propuestas, la mayoría a favor de la convocatoria del 3J, pero también algunas en contra. ¿Hubo un organizador, algún interesado en obtener rédito con el #NiUnaMenos o fue expresión genuina de una sociedad cansada de los atropellos contra las mujeres? ¿Es culpa de los medios masivos, que ofrecen un producto que consumimos sin recelo? ¿Nos sentimos indignados porque nos encantan las crónicas policiales, y a fuerza de repetición de noticias las internalizamos, ponemos el tema sobre el tapete y generamos un reclamo masivo? ¿Hay alguien detrás de esto a quien le interese introducir consignas radicales tendientes a subvertir el orden de valores sociales por motivos desconocidos, oscuros, o tal vez de dominación?
Pongámosle rostros: aunque rastrear los orígenes de eventos masivos pueda ser una tarea imposible pues tienen un grandísimo componente de espontaneidad, se podría decir que los promotores originales del #NiUnaMenos son grupos feministas; agrupaciones políticas de izquierda o nueva izquierda latinoamericana; sectores en los que –tanto los más radicales como los transigentes- la eliminación de todo tipo de violencia contra la mujer es un estandarte, y en algunos casos, su razón de ser. Es cierto que algunos grupos protagónicos de la sociedad –en especial los religiosos- hicieron correr la voz de alarma de que debajo de los eslóganes que “todos” aceptamos (en cuanto a la lógica de que en ellos subyace una ‘cuestión humana’) se escondían segundas intenciones, como la legalización del aborto o una profundización de la teoría de género. Pero cuando digo que “todos hemos aceptado las consignas de la marcha”, incluyo a la Iglesia Católica[2] -siendo como los es, un actor social en apariencia antitético a los grupos feministas y de izquierda-, pues es primordialmente la dignidad humana es lo que está en juego en las consignas del #NiUnaMenos.
La dimensión cultural se construye entre todos los actores sociales, públicos y privados, individuales y colectivos, cada uno desde su lugar de acción. Los grupos feministas no construyen la dimensión cultural en su totalidad, del mismo modo que no lo hace la Iglesia Católica a través de sus diversas expresiones. Tampoco entiendo que sea posible una ‘construcción’ dialéctica en cuanto destrucción del contrario; no es posible ‘construir’ desde posiciones antagónicas sin que un grupo termine imponiéndose sobre el otro: pro-aborto versus pro-vida, familia tradicional versus familia moderna, y así podríamos seguir. Hay bemoles, hay cuestiones intermedias, son más las cosas que unen que las que diferencian. Sectores opuestos marcharon juntos por el #NiUnaMenos, grupos cuyas ideas son ‘irreconciliables’. Todo depende desde dónde se parte, desde qué perspectiva se plantea el debate. Es violencia tanto querer imponer una idea como pretender que el otro renuncie a la suya. Para dialogar es necesaria la comprensión de la idea ajena sin perder la propia. Ir desde lo que diferencia para llegar a lo que une y viceversa, las veces que haga falta. En ese sentido, el #NiUnaMenos ha probado que no todo es confrontación, y más allá de las divergencias, ha sido una oportunidad de unidad.
[1] http://www.trabajo.gob.ar/downloads/cegiot/140703_brochure.pdf
[2] http://www.episcopado.org/portal/actualidad-cea/oficina-de-prensa/item/976-ni-una-menos-comisi%C3%B3n-episcopal-de-laicos-y-familia.html
El autor es abogado y escritor