Enseñanzas sobre el ambiente y la sociedad

En su encíclica Laudato si, Francisco señala la relación directa entre la destrucción del medio ambiente, la economía y la pobreza.

En Laudato si Francisco ofrece a los hombres de buena voluntad sus reflexiones sobre el ambiente y la sociedad que él considera que se encuentran en una sola y compleja crisis de nuestros días (Párrafo 139). Sus actitudes han impactado fuertemente la opinión pública mundial desde la noche de su elección, y este enfoque asociado de los problemas ambientales y sociales tendrá gran repercusión, aunque algunos gobiernos, como el nuestro, hoy miren para otro lado.

La encíclica, un documento de jerarquía mayor, se yergue a partir de los documentos de sus predecesores y tiene sus raíces en la Doctrina Social de la Iglesia que encara la cuestión ambiental desde la teología de la creación y la encuadra en el principio del destino universal de los bienes de la tierra. Comentarla íntegramente es un ejercicio que excede estas líneas.

El Papa nos recuerda que el mandato del Génesis debe entenderse otorgado al “administrador responsable” (P116) ya que, si el hombre se constituyera en dominador, la base de su existencia se desmoronaría por “rebelión de la naturaleza” (P117).

Denuncia el uso irresponsable y abusivo de los bienes y los niveles de consumo de los países desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, pero también expresa confianza en que la situación puede mejorar y propone que la protección de nuestra casa común incluya “la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (P13).

Es una propuesta para todos los hombres de buena voluntad que no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir la política, sino estimular la deliberación y el diálogo.

Entre los componentes sociales del cambio global incluye efectos laborales de innovaciones tecnológicas, exclusión social, inequidad en el acceso a la energía y otros servicios, fragmentación social, crecimiento de la violencia y surgimiento de nuevas formas de agresividad social, narcotráfico y consumo creciente de drogas (P46).

Señala que la contaminación atmosférica “produce un amplio espectro de efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres”, y menciona los daños que se originan en el transporte, la industria, los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, y los elementos tóxicos utilizados en la agricultura en general.

“La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas –acota–, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros”(P20).

Claramente la cuestión del cambio climático resulta un tema principal en la encíclica y muchos comentaristas han relacionado el momento de su publicación con los ejercicios para preparar la conferencia de diciembre en París, convocada para impulsar la respuesta de los gobiernos al cambio climático.

La encíclica sostiene que es “indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes de que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia”(P53).

“Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional” (P54), dice Francisco, y declara que las reuniones “sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces”.

La encíclica elogia la Carta de Río aprobada en 1992 y cita con encomio algunos de sus principios, pero es muy dura con los resultados de la conferencia Río+20.También es dura cuando dice que esperar que un político asuma responsabilidades ambientales “no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual”. Francisco dice que sin la presión de la población (¿hagan lío?), siempre habrá resistencia de los gobiernos a intervenir, pero con espíritu generoso augura que si el político se atreve a asumir esos compromisos, “volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad” (P181).

Califica el cambio climático como un “problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas”, y sostiene que se trata de uno de los principales desafíos actuales para la humanidad.

Haciéndose eco de los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, indica que “los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” y recuerda que las poblaciones de menores recursos están más expuestas a los efectos deletéreos del cambio climático.

Considera “trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (P25). La inequidad obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales (P50).

Francisco señala que “la falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil”. Claramente propone cambiar los modelos actuales de producción y consumo y dice que “no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente” (P49).

“En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente –señala la encíclica–, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad… Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas”.

Como es conocido, ya se han alzado voces –inclusive en sectores católicos– que niegan la relación de causalidad entre el despilfarro de los bienes naturales y el deterioro ambiental. La encíclica dice textualmente que “muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas”.

Además del daño que se está produciendo a la atmósfera, Francisco también señala la cuestión la calidad del agua disponible para los pobres, que causa muertes todos los días, y proclama que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal” (P30). Señala que los recursos de la tierra y de los mares “también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva”, y especifica que “la pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes”(P32).

En un aspecto principal y poco atendido de la crisis socio ambiental, Laudato si advierte que el crecimiento desordenado de muchas ciudades las ha hecho insalubres por la contaminación, el caos urbano, el transporte y la contaminación visual y acústica, y sostiene también que “no es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza”.

El autor es abogado y diplomático

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